Vamos a empezar el análisis de hoy con una clase de lengua y
literatura española, que nos sirva para conocer un poquito mejor nuestro legado
y patrimonio de expresiones y frases hechas. No sé si alguna vez habréis
escuchado a alguien decir “Ni hablar del peluquín”. Normalmente, se usa en un
registro coloquial y familiar, bien para negarnos a hacer algo que nos pidan, o
bien para cerrar un tema de conversación, indicando que no se hable más de un
asunto porque está todo dicho.
Pues precisamente, la expresión “ni hablar del peluquín”
será el título de la copla que os traigo hoy. Se trata de un tanguillo del año
1943, que aparece dentro de la comedia musical Canelita en Rama, dirigida por
Eduardo García Maroto y protagonizada por una jovencísima Juanita Reina. Uno de
los números musicales más divertidos y disparatados es este tema. Los autores
de la letra (Quintero, León y Quiroga) jugaron a lo largo de la canción con los
diferentes sentidos y acepciones de esta expresión, sabiendo, además, que uno
de los protagonistas es un señor que lleva peluquín para ocultar su calvicie.
Todo eso dará lugar a un poema muy humorístico, lleno de juegos de palabras y
dobles sentidos.
La cabeza como un huevo
¡ay, mi don Valentín!,
¡ay, mi don Valentín!,
y s’ha puesto como nuevo
comprándose un peluquín.
Er día que lo ha estrenao
a una niña se declara,
y ella dice que ha notao
que tiene una cosa rara.
La madre dise: ¡hija mía!,
como viene con buen fin,
andando a la sacristía …
¡y ni hablá der peluquín!
La niña se daba mucho postín;
siempre va corgá de don Valentín.
“No saludes nunca con er bombín …”
¡y ni hablá siquiera der peluquín!
La mujé en las discusiones
le da cada bofetá,
¡ay, qué barbaridá!,
¡ay, qué barbaridá!,
que er peluquín se lo pone
con er flequillo p’atrás.
Y saben los sevillanos
las causas de las peleas…
Que en el rigor del verano
er peluquín le gotea.
Y acuden tóos los vesinos
pa llevarlo ar botiquín,
y dise el hombre, muy fino,
que ni hablá der peluquín.
Y la niña sigue con er postín
de que se casó con don Valentín.
Las escandaleras no tienen fin …
¡Y ni hablá siquiera der peluquín!
Borracho como un pellejo
llegó un día Valentín,
¡ay, mi don Valentín!,
¡ay, mi don Valentín!,
y l’asomaba un cangrejo
debajo der peluquín.
¡Olé mi grasia y salero!
¡A ve dónde hay un marío
que tenga aquí un criaero
de cangrejitos de río!
La esposa se ha disgustao
y el otro dise: “¡Chirrín!
¡Mañana traigo lenguado …
y ni hablá der peluquín!”.
Y la niña sigue con er postín
de que se casó con don Valentín.
Huelen a pescado desde Pekín …
¡Mas ni hablá siquiera der peluquín!
“No saludes nunca con er bombín …”
¡y ni hablá siquiera der peluquín!
...................................................
La historia de esta copla vuelve a reflejar el tópico de la
relación amorosa entre la chica joven y el hombre viejo. No obstante, la relación
no será tan idílica como en Te he de querer mientras viva (canción que os
enseñé en los inicios del blog). Sucederá todo lo contrario (se pasan todo el
día peleando) y la culpa de todo la tiene un peluquín. Como veis, el enfoque es
puramente cómico y jocoso.
El protagonista masculino se llama Valentín, un hombre de
avanzada edad. Sin embargo, a pesar de los años, es un señor con un espíritu
casi adolescente. Él se resiste a hacerse mayor y convertirse en un anciano
viejo, terco y decrépito. Prefiere sentirse joven y conquistador, seduciendo a
las chicas más jovencitas y guapas que encuentre.
Como veis, se trata de un personaje arquetípico del teatro cómico
(el viejo verde), muy efectista, que hacer reír al gran público. Cuando un
hombre alcanza cierta edad (como don Valentín) empiezan a surgir ciertos
complejos varoniles ante la pérdida del cabello, y el miedo a quedarse calvo.
Actualmente parece que lucir calva y tener la cabeza afeitada no resulta tan traumático
(incluso puede gustar a la gente y tomarlo como distintivo atractivo), pero en
los años 40 quedarse calvo no era tan divertido. Por eso, al pobre Valentín no
le queda más remedio que comprarse un peluquín con el objetivo de ocultar su calvicie
incipiente, convirtiéndola en una especie de secreto (sólo él, y nadie más que
él, sabía que debajo de ese peluquín se ocultaba una calva bien desnuda). Por eso,
hablar/citar/nombrar/señalar/aludir/ referirse al peluquín era un tema casi
prohibido, por todo el desprestigio que le suponía al protagonista saber que
era un sin pelo. De ahí que se hiciera famosa la expresión ni hablar del peluquín
(el peluquín ni nombrarlo). Tabú.
La copla se divide en tres estrofas de versos octosílabos, salvo
los cuatro últimos que son endecasílabos, riman entre sí (como si fuera una
cuaderna vía del mester de clerecía pero con versos de 11 en vez de 14), y configuran
una especie de estribillo. Este, en lugar de repetirse las tres veces sin variación,
hace como de caja de resonancia, de coro, resumiendo con cierta guasa el contenido
de cada estrofa, antes de pasar a la siguiente. Como podréis observar, se usa mucho
una rima en aguda terminada en –in (Valentín, botiquín, peluquín, postín,
bombín, Pekín) Esto le da un carácter muy lúdico y teatral a la copla, muy
cercano al juguete escénico.
En la primera estrofa se presenta al personaje de don
Valetín, haciendo hincapié en su calvicie, mediante una serie de comparaciones
muy caricaturescas y tremendistas (la cabeza como un huevo tenía don Valentín).
A partir de aquí se narra cómo el protagonista se compra su
peluquín, y conoce a una chica joven a la que intenta seducir y proponerle matrimonio: Y se ha puesto como nuevo comprándose un peluquín. El día que lo ha
estrenado a una niña se declara.
La cosificación (como nuevo) acentúa el carácter humorístico
del tema. Convertir algo viejo en nuevo es más propio de objetos, cosas o
elementos inertes, y aquí se aplica sobre una persona.
El peluquín permite a Valentín ganar más confianza en sí
mismo, ya que tapa/oculta su principal defecto físico (la calvicie), del que él
mismo siente complejo y vergüenza. Por eso, nada más comprarse el peluquín, se
le ve más seguro y con iniciativa: el día que lo ha estrenao a una niña se
declara. No obstante, el peluquín no elimina ni soluciona el problema. Solo lo
esconde de una forma un tanto chapucera y temporal. Al final, cualquiera se da
cuenta del truco, y la futura esposa no va a ser menos, tal como se relata de
forma humorística mediante la palabra baúl o comodín: Y ella dice que ha notado
que tiene una cosa rara. Esa cosa rara es el peluquín que tapa el pastel de la
calvicie jajajjaa
La madre de la chica, viendo que el hombre tiene buen fondo (es
buena persona), y que el peluquín le quita bastantes años y no aparenta ser tan
mayor, le ordena a su hija que se case con él. Como veis, era muy habitual en
la época que los padres se metieran en temas matrimoniales de las hijas,
aconsejaran e incluso dieran el visto bueno a la relación amorosa de sus
retoñas. Muchas veces sin la autorización paternal, las niñas no podían
casarse, y si a los padres no les gustaba el novio, ya podía ir olvidándose. En
este caso, la madre es la que acaba tomando la decisión en lugar de la hija,
con ese imperativo en gerundio (Andando a la sacristía y ni hablar del peluquín)
que le da un carácter inmediato y sin titubeos.
Como veis, la expresión ni hablar del peluquín adquiere un
doble sentido:
-Interpretación 1: La hija se casa y no hay más que hablar.
La madre es la que manda y dispone. Así que, todo el mundo al altar y se acabó.
El tema está zanjado
-Interpretación 2: Que no tenga en cuenta el peluquín, que
se olvide del peluquín. El peluquín es un tabú, ya que hace alusión a un
defecto físico (la calvicie del marido). Lo importante es que el hombre es un
tipo bueno, y aunque tenga ese problemilla, lo mejor es que se quede con lo bueno
y se olvide de lo malo.
En la segunda estrofa se puede ver que el peluquín de Don
Valentín traerá por la calle de la
Amargura a la pareja de recién casados, ya que continuamente
estarán peleando y discutiendo por este tema (Las escandaleras no tienen fin).
Con las altas temperaturas estivales, el peluquín le sudará al protagonista y
esto hará enfurecer a la mujer. El matrimonio estará a la gresca todo el día: Y
saben los sevillanos las causas de estas peleas, que en el rigor del verano el
peluquín le gotea. El gentilicio hiperbolizado (saben los sevillanos) permite
universalizar la historia, hacerla popular y conocida, que corra de boca en boca.
Da la impresión de que toda la ciudad de Sevilla sabe quién es Valentín, la
mujer, y los líos y follones que se montan todos los días por el tema del peluquín.
La historia de Valentín se convierte en una anécdota graciosa y tema de
conversación para pasar un rato divertido.
El carácter hiperbólico y caricaturesco de la escena se refleja
en la imagen de la mujer pegándole al marido guantazos tan fuertes, que el
peluquín se vuelve del revés: la esposa en las discusiones le da cada botefada
[…], que el peluquín se lo pone con el flequillo para atrás.
Esto nos recuerda a las peleas de los cómics, tebeos y
dibujos animados de los años 30 y 40, donde la violencia queda dulcificada y exagerada
para dar ese toque gracioso y esperpéntico. Todos sabemos que es comedia, es ficción,
y no pasa nada porque haya una escena de golpes y palos. No es de verdad. Es
teatro. A lo mejor hoy en día con el tema de la violencia doméstica en los
medios, causaría mucha polémica ver una imagen de un miembro de la pareja
pegando al otro, pero en los años 40, era un mecanismo de humor habitual: y acuden todos los vecinos para llevarlo al botiquín y dice el hombre muy fino
que ni hablar del peluquín. Cuando en un corto de dibujos animados (pensad en
Tom y Jerry, los Looney Tunes…que datan de esta época) vemos a alguien que se
ha caído o ha tenido un percance, en la escena siguiente aparece lleno de heridas,
tiritas, sangre y magulladuras…pues aquí igual. Tras la paliza que le da la mujer
al marido, el pobre está para ir de cabeza al botiquín. Todo esto le quita
realismo…lo cual justifica la violencia (si se puede decir así). La realidad se
exagera, se teatraliza, se satiriza.
En la tercera estrofa se alcanza el surrealismo y el disparate
más absoluto. La copla se recrea en lo absurdo, rompiendo de manera
intencionada la línea de la verosimilitud y el realismo. Eso, en su justa medida,
también genera humor. El peluquín de don Valentín se convierte en un criadero de
cangrejos para disgusto de su mujer: Borracho como un pellejo, llegó un día
Valentín y le asomaba un cangrejo debajo del peluquín. En las obras cómicas es
habitual encontrarse con personajes en estado de embriaguez que pierden la
noción de la realidad…lo mismo que la canción en esta sección.
A pesar de romperse el realismo no quiere decir que se
pierda la coherencia. Lo de los cangrejos tiene su sentido. El hecho de que debajo
del peluquín hayan aparecido estos moluscos, tiene que ver con la circunstancia
de que muchas veces asociamos ciertos objetos (alfombras, moquetas, el propio peluquín)
a un material que si no se cuida bien, acaba siendo foco de gérmenes, bacterias,
suciedad…¿Cuántas veces hemos dicho de una alfombra que cualquier día va a
criar un nido o una plaga de bichos, de lo sucia que está? Pues con el peluquín
ha pasado algo parecido. Entre el sudor, y el no cuidarse bien, ha convertido
la peluca en un criadero de elementos indeseables. Evidentemente, lo de los cangrejos
es irrealismo puro, pero la idea y el sentido están. El marido no se quita el peluquín ni con agua caliente.
La mujer toma la palabra en esta parte de la copla y recurre
a la ironía exclamativa: Olé mi gracia y salero, a ver donde hay un marido de
cangrejitos de río. La mujer está diciendo lo contrario de lo que quiere decir.
El hecho de que aplauda, diga que ole, que muy bien, y que qué maravilloso es
tener un marido con un peluquín donde se crían cangrejos…es todo lo contrario.
A ella no le gusta nada la idea. Por eso es ironía. Defiende una idea
expresando la contraria. La realidad es que la mujer está más cabreada que una mona:
La esposa se ha disgustado…
El marido, lejos de enfadarse, le responde con más ironía,
llevando la irrealidad hasta cuotas extremas: mañana traigo lenguado y ni
hablar del peluquín…Si la mujer se cabrea por el criadero de los cangrejos, el
marido dice que al día siguiente convierte el peluquín en un criadero de
lenguados. Sobre el esperpento se hace más esperpento. Sobre la exageración se
hace otra exageración. Es una batalla dialéctica para ver quién dice la más gorda.
Comicidad en estado puro: Huelen a pescado desde Pekín. Al marido le da igual criar cangrejos que lenguados...no se va a quitar la peluca por mucho que la esposa se enfade
Lingüísticamente, es una copla que hace uso de fenómenos
dialectales como el seseo (dise, vesinos, grasia), la confusión de L y R a final de
sílaba (er, der, corgá), pérdida de la d intervocálica (marío, estrenao, notao,
toós), apócope sílaba completa (pa<para, (bofetá<bofetada) o relajación
de las consonantes implosivas (hablá<hablar, mujé<mujer,
barbaridá<barbaridad)
Algunos rasgos coquetean con el nivel vulgar típico de las
clases medias-bajas como la pérdida de elementos fonéticos juntando dos
palabras en una: sa puesto<se ha puesto, patrás<para atrás
El hipérbaton da musicalidad y se hace con la intención de
facilitar la rima (la cabeza como un huevo tenía don Valentín…, Y saben los
sevillanos las causas de las peleas…, borracho como un pellejo llegó un día Valentín…).
La interjección, que normalmente se usa en textos dramáticos y trágicos, quedan
desautomatizada, de forma que adquiere una función de realce cómico (Ay, mi don
Valentín, Ay que barbaridad). En general, es un texto con pocas metáforas e imágenes
literarias, dejándose llevar por la vena de la lengua popular.
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