lunes, 30 de mayo de 2022

Cambalache (Carlos Gardel): un tango de denuncia social

El análisis de hoy está dedicado a uno de los tangos argentinos más conocidos de todos los tiempos: Cambalache. Fue compuesto en el año 1934 por Enrique Santos Discépolo. Se estrenó en el teatro Maipo de Buenos Aires en la voz de Sofía Bozán “La negra”. En febrero de 1935, apareció en la película “El alma del bandoneón” de Mario Soffici. Muchísimos cantores se han atrevido a versionar el tema: Carlos Gardel, Julio Sosa, Alfredo Sadel, Caetono Veloso, Serrat, Rafael, Tita Merello, Nacha Guevara, Julio Iglesias e Ismael Serrano (entre otros).

El poema posee un fuerte tono de denuncia. Hace una crítica a la Argentina de los años 30 y principios de los 40. Este periodo de tiempo es conocido por los historiadores como la Década Infame, caracterizado por numerosos golpes militares, dictaduras, crisis económica, conflictos sociales y laborales, capitalismo dependiente del contexto internacional, caciquismo electoral, casos diarios de corrupción, censura en prensa, educación y literatura, represión contra la oposición…

El tema de la canción es la degradación del mundo y la Naturaleza humana, a través de la historia reciente de Argentina. De todas formas, todos los aspectos que se critican podrían aplicarse a cualquier país o nación, ya que la maldad es un concepto universal y natural del ser humano. Da igual que sea Argentina, España o la Conchichina. Mientras haya hombres perversos y corruptos, da igual la geografía.

Aunque la letra del tango se está refiriendo al contexto de Argentina, pensad que la situación mundial era más o menos la misma: estamos a las puertas de una Segunda Guerra Mundial, con un crack brutal de la bolsa de Nueva York, surgimiento de radicalismos (ya fueran fascistas o comunistas), sociedades polarizadas…Es el caldo de cultivo perfecto para la gestación de una crisis de valores morales.


 

Que el mundo fue y será

una porquería, ya lo sé.

En el quinientos seis

y en el dos mil, también.

Que siempre ha habido chorros,

maquiavelos y estafaos,

contentos y amargaos,

barones y dublés.

Pero que el siglo veinte

es un despliegue

de maldá insolente,

ya no hay quien lo niegue.

Vivimos revolcaos en un merengue

y en el mismo lodo

todos manoseados.


Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor,

ignorante, sabio o chorro,

generoso o estafador...

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro

que un gran profesor.

No hay aplazaos ni escalafón,

los ignorantes nos han igualao.

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

da lo mismo que sea cura,

colchonero, Rey de Bastos,

caradura o polizón.


¡Qué falta de respeto,

qué atropello a la razón!

Cualquiera es un señor,

cualquiera es un ladrón...

Mezclao con Stravisky

va Don Bosco y La Mignon,

Don Chicho y Napoleón,

Carnera y San Martín...

Igual que en la vidriera

irrespetuosa

de los cambalaches

se ha mezclao la vida,

y herida por un sable sin remache

ves llorar la Biblia)

junto a un calefón.


Siglo veinte, cambalache

problemático y febril...

El que no llora no mama

y el que no afana es un gil.

¡Dale, nomás...!

¡Dale, que va...!

¡Que allá en el Horno

nos vamo’a encontrar...!

No pienses más; sentate a un lao,

que ha nadie importa si naciste honrao...

Es lo mismo el que labura

noche y día como un buey,

que el que vive de los otros,

que el que mata, que el que cura,

o está fuera de la ley...

..........................................................

El yo poético adopta una actitud de desprecio y desesperanza ante un mundo desolado e injusto, dominado por un ser humano corrupto, sin valores. Es una crítica durísima, sin piedad, desgarrada, totalmente explícita y abierta, sin algodones ni titubeos. Se carga contra todos los cimientos del sistema social, político y moral contemporáneo. Vemos a una voz poética indignadísima, dolida por lo que ve. Representa un mundo monstruoso, podrido, echado a perder y eso se transforma en dolor y derrota personal.

Este tango se inscribe dentro de una corriente literaria que se puso de moda en la década de los 30, y es la poesía testimonial, rehumanizadora, de denuncia y compromiso social. Tanto se había explotado la vanguardia en la década anterior, que los artistas sentían la necesidad de dar un giro a su arte. El surrealismo, el cubismo, el dadaísmo, el futurismo o el expresionismo habían sido muy fructíferos en los años 10 y 20, pero también estaban causando mucha saturación. Cuando una fórmula se repite tanto, empieza a hacerse aburrida, cansina, lineal, poco sorprendente.

Entonces fue necesario dar un giro de tuerca y empezaron a surgir poemas y canciones como esta que tenían como objetivo acercarse a la realidad social del momento, a denunciar los problemas, a hacer reflexionar a la gente y crear consciencia, a comunicar ideas. La literatura y la música buscaron cambiar el mundo en lugar de evadirse en las fantasías y caprichos formales y deshumanizados de la vanguardia. Es en esta época cuando triunfa la poesía comprometida de César Vallejo (Poemas humanos) o Pablo Neruda (Residencia en La Tierra). En este contexto se sitúa el tango Cambalache.

El objetivo del yo poético es generar una reflexión en el receptor del tango sobre la condición humana, o al menos sobre algunos de sus rasgos más oscuros (la insolidaridad, la injusticia, el egoísmo). Podríamos decir que se parte de una situación local, concreta, circunstancial (Argentina, años 30), para después remontarse a lo general, a lo universal a lo esencial…¿Por qué es así el mundo? ¿Por qué el hombre es tan malo? 

Cualquiera que lea el tango (aunque hayan pasado noventa años desde su creación) lo normal es que se cuestione un poquito la realidad, la analice, y la relacione con su propia verdad: ¿Qué puedo hacer o no hacer para que el mundo sea o no sea como el se describe en la canción? ¿Soy víctima del sistema o cómplice? El mundo actual (año 2022), aunque parezca que no, comparte muchos vínculos con la realidad de los años treinta del siglo pasado: sigue habiendo maldad, corrupción, problemas políticos, sociales y económicos... No han cambiado mucho las cosas. Por tanto, el contenido sigue siendo vigente e imperecedero y el tango puede hacer cuestionarnos muchas cosas, o al menos, no dejarnos indiferentes.

La primera estrofa es una afirmación rotunda y contundente de la maldad del mundo. El yo poético es consciente de formar parte de una época, de un periodo histórico, de un momento concreto, que es el peor de toda la existencia de la humanidad. Ha tenido la desgracia de vivir los años más difíciles y convulsos de toda la historia. Esto es típico de la poesía comprometida y social. Considerar el presente como una etapa especial, peculiar, diferente, singular, que nada tiene que ver con los anteriores periodos de la historia. 

Si en el pasado se vivieron hechos terribles y críticos, los actuales son cien veces peor. Esa es la idea más o menos que se quiere trasladar en los primeros versos. La voz poética se considera un ser especial por estar viviendo en directo y a tiempo real una etapa de gran trascendencia que se estudiará en los libros de historia del futuro. Además, se hace un enfoque pesimista y negativo: ha tenido la mala suerte de tener que presenciar un momento histórico dominado por la degradación moral, político y social. El destino caprichoso y cruel le ha hecho caer en este momento histórico y no en otro.

Todo esto se puede apreciar en los juicios de valor: “El mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Se trata de un punto de vista, de una opinión, de un comentario o valoración subjetiva. En este caso, con un enfoque bastante dramático y pesimista

La sociedad humana es descrita de forma metafórica: “El mundo fue y será una porquería”. La porquería se refiere a todos aquellos elementos sucios, impuros, imperfectos, que dañan la imagen de algo. La maldad daña la imagen del hombre, lo hace sucio, feo, rastrero, como la basura. El mundo es podredumbre.

El uso del poliptoton (el verbo ser aparece en pasado “fue” y futuro “será”) ayuda a expandir la idea de degradación por todos los momentos de la cadena temporal de la historia. El mundo está corrompido ahora, antes y después. La maldad es un valor universal, es una cualidad inherente de la existencia humana. Siempre ha existido, desde que el hombre es hombre. Esto conecta con Maquiavelo: el hombre es malo por naturaleza.

El modificador oracional (“ya lo sé”) es una marca que sirve para dar seguridad retórica y fuerza a su discurso.

Mediante el numeral de fecha (“En el 506 y en el 2000 también”) la voz poética argumenta su idea de maldad como valor sustancial y esencial del hombre. Dos años tan lejanos y distantes en el tiempo (el 506 y el 2000) tienen como nexo común la perversidad del ser humano. Cita esos dos años como podía haber citado otros. El número es lo de menos. Lo importante es la idea.

El mundo se caracteriza por la diversidad, heterogeneidad, variedad, pluralidad, disparidad, multiplicidad. Conviven y comparten espacio personas de muy diversa índole, con intereses muy dispares, con diferentes pensamientos, concepciones de vida, costumbres, aspiraciones, inquietudes. Como se diría coloquialmente, cada uno de su padre y de su madre. Todo esto se refleja muy bien mediante la enumeración de tipos morales en estructuras bimembradas: Que siempre ha habido chorros, maquiavelos, estafaos, contentos y amargaos, barones y dublés”.

En este listado de clases de individuos, encontramos algunas palabras en lunfardo (chorro, dublé), que es una jerga (variedad social) hablada en Buenos Aires y Rosario. Esta lengua era hablada por delincuentes, y se usaba mucho en ambientes de los bajos fondos, especialmente las tabernas y los prostíbulos. Muchos elementos léxicos se extendieron al habla popular, y de ahí dieron el salto al arte. En los tangos es habitual ver palabras en lunfardo. En el año 1943, el ministerio de Educación, encabezado por Martínez Zuviría, prohibió el uso de esta jerga en los tangos. Esto hizo que Cambalache fuera censurado hasta el año 1949, cuando Juan Domingo Perón levantó la prohibición.

Entre los colectivos sociales y morales a los que alude el yo poético se encuentran los chorros (ladrones), los que buscan alcanzar un fin sin importar la moralidad del medio (maquiavelos), los que están felices (contentos), los que están asqueados de la vida y tristes (amargados), la gente de elevada condición social (barones) y las personas falsas que aparentan bondad cuando realmente son malas (dublés). Un dublé es una imitación de una alhaja, oro o metal. Aplicado a seres humanos, sería un individuo que parece una cosa cuando en realidad es otra.

Como veis, los tipos de individuos se pueden agrupar en dos clases: los buenos (contentos, barones) y los malos (chorros, maquiavelos, amargados, dublés). Y ambos coexisten en un mismo espacio. Se genera una lucha entre los dos bandos, y ganará uno de ellos, el de la maldad.

La personificación del momento histórico intensifica y dramatiza la idea de que el mundo está podrido y echado a perder: “Pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente”. El modificador oracional, de nuevo, da rotundidad y solidez a las afirmaciones del yo: Ya no hay quien lo niegue.

Para el yo poético, el mundo es caótico, desordenado, absurdo, confuso: “Vivimos revolcaos en un merengue”. El término merengue es del lunfardo y significa asunto o cosa complicada o enredada. Hay tanta diversidad de gente, tantos intereses de por medio, cada uno barre para su casa…que la vida se hace muy difícil. El choque entre unos y otros es inevitable.

La metáfora del lodazal no hace más que reforzar esta idea: “Y en el mismo lodo todos manoseados”. No hay salvación posible para el hombre. Todos vivimos mezclados en un mismo espacio, y cada uno mira por lo suyo sin importar el daño que hacemos al otro.  El resultado es el caos. Cuando estás en un lodazal, no puedes moverte. Lo mismo pasa en la sociedad y en la vida. Resulta imposible poder desarrollar tu vida con comodidad y soltura, ya que siempre tenemos que andar pisándonos los unos a los otros para alcanzar nuestras metas. 

El adjetivo de contacto (manoseado) resulta muy significativo: el ser humano siempre tiene que tocar/manipular/afectar/perjudicar la vida ajena para poder conseguir algo en la suya. Muchas personas buscan su plenitud y realización personal a partir de las cosas malas que les sucedan a otros. De ahí sentimientos como la envidia o actitudes como el critiqueo.

En la segunda estrofa se hace alusión a la crisis de valores a la que el mundo actual se enfrenta, produciéndose la igualación entre las fuerzas positivas (virtudes, bondades, morales) y negativas (defectos, maldades, amoralidades). Las dos tienen el mismo valor y significación en el contexto contemporáneo: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador”. 

Da igual ser bueno (derecho, sabio, generoso) que ser malo (traidor, chorro, ignorante, estafador). Ya no se valora a las personas por su moralidad. El ladrón es puesto al mismo nivel y jerarquía que un altruista. El mentiroso vale lo mismo que el leal. El iletrado puede llegar a ocupar el mismo puesto que un docto. No hace falta establecer fronteras que separen la moralidad de las personas. Las antítesis (estafador-generoso, sabio-ignorante, derecho-traidor) han perdido su valor diferenciador.

Las exclamaciones retóricas muestran la indignación e impotencia del poeta ante esa pérdida de dignidad: “!Todo es igual!”, “!Nada es mejor!”. El paralelismo da rotundidad argumentativa y contundencia al discurso (indefinido + verbo copulativo ser + adjetivo comparativo). El mundo se ha desvirtuado, se ha devaluado. Al final, puedes conseguir lo mismo actuando con bondad que con maldad. Los valores no sirven para nada en el mundo actual. Son inútiles.

Mediante la metáfora animalizada el yo poético sigue igualando las fuerzas opuestas y acrecentando la crisis moral del ser humano: “Lo mismo un burro que un gran profesor”. La expresión coloquial “ser un burro” se aplica a personas ignorantes o de dudoso entendimiento. En este caso, se está colocando en la misma escala de estimación social a un maestro (que es una persona culta, con estudios) que a otra persona que no se ha formado ni tiene interés en hacerlo.  

Pensemos en el mundo actual, sin remontarnos a los años treinta…¿Cuántos alcaldes, ministros, presidentes, funcionarios, gobiernos están ejerciendo cargos públicos de vital importancia y no saben hacer la o con un canuto? Pues eso…estamos gobernados por auténticos zoquetes jajajjaa. Y esto hoy en día lo piensa mucho gante. Un tango de hace noventa años transmite mensajes que pueden ser perfectamente válidos en pleno siglo XXI.

El resultado es una sociedad regida por la mediocridad, la vulgaridad, la mezquindad, la medianía. Todo el mundo quiere llegar a lo más alto, alcanzar el éxito, la estimación, pero sin esfuerzo, sin importar los principios morales. La calidad no se valora: “No hay aplazaos ni escalafón”. Aplazao es un término lunfardo que significa “suspender un examen” (en el colegio). Y escalafón se refiere a una clasificación de personas que forman parte de un organismo o sociedad en función de su categoría, cargo, grado o antigüedad.

Se supone que una sociedad debe premiar la excelencia, incentivar y motivar la sobresaliencia, que los mejores puedan desarrollar su ingenio y talento para que después nos ofrezcan sus capacidades en forma de trabajos en el futuro. En definitiva, buenos profesionales. En cambio, en la sociedad descrita en el tango, la persona sobresaliente es mal vista. No interesa hacer escalas ni jerarquías. Todos al mismo nivel, y si es posible el más mediocre y paupérrima posible: “Los ignorantes nos han igulado”. 

Ese pronombre en primera persona (nos) es una forma de crear complicidad e involucrar al receptor. El yo se circunscribe y forma parte dentro del bando moralmente bueno. Esto es típico de la poesía social de los treinta, donde se produce la lucha de dos bandos: los buenos contra los malos. Y el yo poético, siempre estará en el de los buenos.

El final de la segunda estrofa es demoledor, ya que, en esa dicotomía y confrontación entre bondad y maldad, esta última ha ido ganando espacio e importancia, hasta acabar venciendo en la batalla de las ideas: “Si uno vivo en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de Bastos, caradura o polizón”. 

Al final, la maldad se ha extendido a todos los estratos y colectivos sociales desde los más humildes (colchonero) hasta los mandamases e instancias de poder (rey de bastos). Si los que gobiernan en planeta no tienen principios morales ni capacidades…solo nos pueden llevar a la destrucción. De todas formas, si el mundo está lleno de gente mala no nos extrañemos de que la gente que está arriba en el poder también lo sea. El poder es un reflejo o espejo de la sociedad. Y si la sociedad es mala…pues y sabéis cómo son los que mandan jajjaa

El paralelismo (vive en la impostura/roba en su ambición) marca muy bien las conductas amorales propias de la sociedad actual, las cuales se han hecho crónicas y definitivas: verbo (vive, roba) + complemento suplemento regido (en la impostura/en la ambición)

La tercera estrofa empieza con unas exclamaciones retóricas que recogen las quejas y el enojo de la voz poética, sobre el devenir de esta realidad sin valores ni principios morales: Qué falta de respeto, qué atropello a la razón. El resultado es una sociedad absurda, un mundo al revés. En lugar de regirse por los valores del pensamiento ilustrado (razón, sentido común, progreso, educación…), se rige por la anarquía moral.

La anáfora y el paralelismo enfatizan la polarización de la sociedad: “Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. No obstante, esto dulcifica y atenúa (aunque solo sea un poquito) el enfoque pesimista del poema. A pesar del triunfo de la maldad (ladrón), también habrá gente buena en el mundo que merece la pena conocer (señor). Ladrón y señor funcionan como antítesis, para referirse a la vileza y a la nobleza/esplendor moral respectivamente.

A partir de aquí, el yo poético da el salto de la reflexión teórica y general, al plano del ejemplo y la concreción. Empieza una larga enumeración de personajes históricos del pasado, que simbolizan las grandezas y bajezas del ser humano. Estas figuras se dividen en buenos y malos y aparecen enfrentados: Mezclao con Stravisky va Don Bosco y la Mignon, Don Chico y Napoleón, Carnera y San Martín”.

Stavinsky es un estafador francés (malo). Don Bosco, el patrón de los jóvenes, magos, actores y soldados (bueno). Mignon es un personaje ficcional: una niña maltratada que aparece en una obra de Goethe (bueno). Don Chicho es el jefe de la magia argentina (malo). Napoleón es el emperador francés (malo). Carnera es un boxeador italiano que ganaba combates a base de amaños (malo). Y San Martín, el libertador de Argentina, Chile y Perú (bueno)

La voz poética recurre a nombres concretos de la historia para argumentar su tesis de que el mundo es una lucha continua entre bondad y maldad donde triunfa esta última.

Al final de la tercera estrofa aparece por primera vez la palabra que da título al tango: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclado la vida”. Un cambalache es un trueque o intercambio de objetos de poco valor. Tiene connotaciones despectivas, ya que este trocamiento se hace con malicia, con el objetivo de obtener ganancias fáciles y rápidas, aprovechándose de la buena voluntad de las personas.

La personificación (“vidriera irrespetuosa de los cambalaches”) enfatiza la degradación del mundo. El ser humano utiliza la realidad para sacar provecho de las cosas, las despoja de la función para que la que fueron creadas y las usan en beneficio propio sin importar los principios morales. 

Un trueque no es un acto malo. Los trueques son intercambios de productos que se hacen para subsistir, sobre todo, en economías pobres y de subsistencia. En los años 30 era normal que un vecino, por ejemplo, le diera a otro una gallina a cambio de leche de su vaca. Aquí no hay nada irreprochable. El problema es cuando se utiliza este acto cotidiano para sacar beneficios y enriquecerse, aprovechándose y engañando al otro. Ese es el problema de la humanidad. Convierte su vida en un cambalache, para sacar provecho de todo lo que le rodea. Se han perdido los principios morales básicos. Picaresca en estado puro.

Al final, a lo largo de nuestra existencia, nos encontraremos con gente que hace los trueques sin ningún tipo de maldad, y otras que intentarán aprovecharse y sacarnos las tripas: “Se ha mezclado la vida”. Es decir, nos encontraremos gente buena y mala en un mismo espacio. La diversidad, la heterogeneidad de la que hablábamos en la primera estrofa. Y en esa batalla de buenos y malos, al final ganando los malos, tal como se refleja en una de las metáforas más suspicaces y talentosas que se han hecho en la historia de la literatura: “Y herida por un sable sin remache, ves llorar a la Biblia junto a un calefón”.

Para entender esta metáfora hay que entender un poquito de la vida cotidiana y doméstica de la Argentina de los 30.

El circunloquio “sable sin remache” hace referencia a un gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro, para poder limpiarse al acabar de defecar.

A principios del siglo XX era raro encontrarse un cuarto de baño en una casa. Solo las familias más acomodadas disponían de uno. A partir de los años 30, el uso del cuarto de baño empezó a generalizarse entre las familias más modestas. Tenían su retrete, lavabo, y a veces (no siempre) la ducha. Para calentar el agua se utilizaba el calefón (palabra lunfarda que significa calentador), al cual alude el tango.

El papel higiénico era un bien de lujo en aquella época, solo al alcance de unos pocos, así que la gente tenía que ingeniárselas para poder limpiarse después de pasar por el inodoro. Lo normal era utilizar los periódicos o el papel que les daban en la verdulería para envolver la fruta. Sin embargo, en las casas argentinas, también hubo un método bastante curioso que ahora os voy a explicar. En aquellos años existía la Sociedad Bíblica, un organismo que se encargaba de difundir el texto bíblico protestante. Era frecuenta regalar a la gente en calles y plazas públicas ejemplares del sagrado libro. El papel de biblia poseía una textura suave y fina ideal para poder limpiarse. Así que imaginad el uso que se le dio a la Biblia…se acababa colgando del gancho (sable sin remache) y se usaba como papel higiénico para limpiarse.

La personificación del texto sagrado (“Ves llorar a la Biblia”) es un paralelismo del sentimiento del yo poético ante la degradación moral. La Biblia llora al ver el uso para el que ha quedado (higiene después de la defecación). La voz poética llora porque el mundo es una M… Fijaos con qué sutileza y elegancia el creador de este tango consiguió expresar una idea tan indecorosa jajajjaa.

En la última estrofa se describe el momento histórico contemporáneo con una metáfora médica: “Siglo veinte, cambalache problemático y febril”. La fiebre suele ser síntoma de una enfermedad, de un problema más o menos grave. La sociedad está enferma, el hombre está enfermo desde un punto de vista moral, político y mental. No hay médico ni medicina que lo cure. De ahí el tono de desesperanza y desánimo. No hay salvación posible. Es una crisis de valores de proporciones bíblicas.

Recurre al refranero popular para enfatizar la idea de que el hombre quiere lograr las cosas de una forma fácil y rápida: “El que no llora no mama”. Solo hay que insistir, pedir y exigir a los demás, una y otra vez, hasta conseguir lo que quieras. La gente quiere con el menor esfuerzo posible llegar a la cúspide y a la cima de sus deseos, y a base de compasión y victimismo, que otros hagan el trabajo sucio, en lugar de esforzarse para conseguirlo. El camino fácil.

Este refrán quedará desfigurado en el verso siguiente, para expresar la idea de que el mundo se ha dado la vuelta: “El que no afana es un gil”. Afanar significa robar, y gil es del lunfardo y significa tonto. Ahora la maldad es vista como un concepto entrañable, divertido, agradable, permisivo. Y la bondad, un concepto risible, ridículo, inútil. El mundo al revés. El listo es el ladrón, y el tonto el que no roba.

La exclamación retórica expresa la indignación del yo por el devenir del mundo que contempla ante sus ojos: “Qué allá en el Horno, nos vamos a encontrar!”. Se trata de una amenaza inútil. Siente rabia de ver cómo los buenos y los malos son iguales ante la Muerte, y no hay justicia. El poder igualatorio ante la Parca era un tópico de Jorge Manrique: seas la peor persona del mundo o la mejor, el final le llega a todo el mundo. Nadie se libra de morir. Ricos y pobres, feos y guapos, buenos y malos, famosos y anónimos. Ahí no hay diferencia. El Horno es una metáfora del Infierno. El horno es un elemento que desprende calor…el calor del fuego infernal. El yo poético está lanzando una maldición contra la infamia del mundo.

No obstante, el final sigue siendo el mismo para todos (la muerte). De ahí que el yo acabe resignado a aceptar la cruda realidad, mediante los imperativos: “No pienses más, siéntate a un lado”. No merece la pena esforzarse por tener principios y dignidad. No sirven para nada en el seno de la sociedad actual. Como veis, se trata de un final que te deja los pelos de punta. El mundo no tiene remedio.

Los últimos versos son muy parecidos a los primeros (el poema posee una estructura cuasi circular), ya que se enumeran una serie de tipos morales y sociales, divididos en buenos y malos, pero ambos tienen la misma consideración y estimación social: “Es lo mismo el que labura noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata y el que cura, o está fuera de la ley”

Labura es una palabra del lunfardo que significa “trabajar”. La comparación intensifica el grado de la función social, y por ende, del deber moral y personal (como un buey). Los bueyes son animales de trabajo que están muy explotados en las tareas del campo. A pesar de esa dignificación y elevación que se pretende dar al esfuerzo, no sirve para nada. Al final, el que vive a costa de los demás, el chupóptero, el explotador, el que no hace nada, es el que vence y triunfa en esta vida.

Matar y curar funcionan como antítesis. En un mundo sin principios ni barreras morales da igual dar que quitar la vida. Están a un mismo nivel: “Que a nadie le importa si naciste honrado”. Al final, la gente, en lugar de admirar a grandes talentos y genios que han alcanzado importantes logros y méritos, idolatran a individuos que se salta las leyes, que son malos, no tiene valores. Los modelos de influencia son nocivos y negativos. Por eso el mundo está así. Los más jóvenes se limitan a reproducir e imitar lo que ven. Y si están rodeados de tanta maldad, no nos podemos extrañar de que acaben asimilando esa maldad.

Métricamente, los versos tienen entre 5 y 11 sílabas, sin una disposición y organización concreta. A la rima le pasa lo mismo. Los versos son libres, salvo excepciones en asonancias (estafaos-amargaos, despliegue-insolente, niegue-merengue)



lunes, 16 de mayo de 2022

Con un pañolito blanco: del amor al despecho, y del despecho a desear la muerte del amado

A lo largo de estos dos años y medio hemos analizado muchas coplas que tienen como tema principal el desengaño amoroso.

En un porcentaje de los casos, los protagonistas han reaccionado de manera comedida, estoica, mesurada, serena, prudente: aunque el fin del amor haya supuesto dolor y tristeza (no es un plato de buen gusto saber que tú quieres a una persona, pero esta no siente lo mismo por ti), los personajes no se han mostrado rencorosos ante el individuo que no les corresponde

Por mucho daño que hayan recibido, los yos poéticos mantienen la compostura, sin mostrar odio o despecho hacia el otro miembro de la relación. Aunque no haya reciprocidad amorosa, el protagonista mantiene una actitud de respeto y dignidad hacia la persona que amaba (al menos, no le tira los trastos a la cabeza, respeta su decisión y no la considera culpable de nada).

En el tema que os traigo hoy, una zambra de Quintero, León y Quiroga del año 1942 para Antoñita Colomé, vamos a ver en escena a la mujer despechada, que ante la no correspondencia del amado, le lanza una serie de quejas, críticas, injurias, deseos y maldiciones, que no dejan en buen lugar al hombre.

Esta tarde vamos a analizar Con un pañolito blanco: 



Como un clavel encendido,

yo te entregué mi querer,

te di el agua de mi labios,

pa que calmaras tu sed.

Te di mi lunita clara,

te di mi blanco azahar,

en monedas de cariño,

ya no pude darte más.

Y por cosas de la vida,

ahora me ves por la calle,

como a una desconocida.

 

¡Que se me salten los ojos,

si yo te vuelvo a mirar!

¡Que la lengua se me caiga,

si te volvirera a llamar!

¡Ojalá que tú cameles,

a quien no te quiera a ti,

y te dé a probar las hieles,

que tú me distes a mí!

Pero me queda el consuelo,

de que al llegar tu hora mala,

con un pañolito blanco,

yo te taparé la cara.

 

Al revolver de una esquina,

me di de cara con él,

y se me puso el semblante

más blanco que la pared.

Me hice un nudo en la garganta,

para no decirle nada,

y seguí por mi camino,

sin volver la vista atrás.

¿Qué delito he cometido,

si sólo te he camelado,

con todos mis cinco sentidos?

 

¡Que se me salten los ojos,

si yo te vuelvo a mirar!

¡Que la lengua se me caiga,

si te volvirera a llamar!

¡Ojalá que tú cameles,

a quien no te quiera a ti,

y te dé a probar las hieles,

que tú me distes a mí!

Pero me queda el consuelo,

de que al llegar tu hora mala,

tiene que ser mi pañuelo,

el que te tape la cara.

.................................................................................

Para que una relación amorosa funcione hace falta reciprocidad, es decir, que el sentimiento de afecto se proyecte del primer elemento al segundo elemento, y del segundo elemento al primer elemento. En este caso, la pasión solo se irradia del eslabón 1 (parte femenina, protagonista), al eslabón 2 (parte masculina, amado). Este último no posee los sentimientos necesarios e imprescindibles para configurar el vínculo de pareja.

En los primeros versos se presenta a la protagonista como una mujer enamorada. El amor se concibe como un acto de entrega total, en el que una persona está dispuesta a compartir su esencia, su autenticidad, su existencialidad, su vida, con otra persona a la que quiere.

Este sentimiento se describe y se proyecta mediante una serie de figuras retóricas:

1.Por un lado, la comparación: Como un clavel encendido yo te entregué mi querer. El clavel es una flor de color rojo, el cual simboliza la pasión que irradia la mujer hacia el amado.

Además, ese rojo aparece intensificado con un participio relacionado con la luz (flor encendido).

Si a un concepto pasional como es el color rojo le añadimos un segundo elemento igual de pasional, como es la luz (de influjo místico), el resultado es un torrente arrollador de energía amorosa. La protagonista alcanza un estado de éxtasis superlativo. Está totalmente enamorada del chico.

2. Por otro lado, las metáforas. Estas forman estructuras en paralelismo (complemento indirecto de segunda persona + verbo de transacción + posesivo + adjetivo + sustantivo): Te di mi diminuta luna, Te di mi blanco azar.

El hecho de identificar el amor con conceptos astrales es una práctica frecuente en poesía, ya que los elementos del cielo son realidades que resultan inaccesibles. No se puede tocar el sol, ni las estrellas, ni la Luna. Aparte, son objetos que irradian luz. El tufillo místico es innegable.

Cuando una realidad resulta inasequible/inalcanzable/imposible pasa a convertirse en un TESORO. Todo el mundo lo anhela, pero nadie puede alcanzarlo. Con el amor pasa lo mismo. El acto de querer a una persona se concibe como un sentimiento VALIOSO. Es muy difícil amar y ser amado. No todo el mundo tiene el honor de dar y recibir afecto.

La identificación del amor con elemento blancos (azahar) hace hincapié en la pureza del sentimiento: amar a alguien supone compartir tu esencia, tu persona, aquello que es propio de ti, tu genuinidad, tu alma, tu psiqué con otro ser. Algo puro, que es propio de ti y solo de ti, se fusiona con otra entidad. Y esto surge de una manera incondicional, desinteresada, pasional. Quieres a alguien porque sí. No hay más. No buscas recibir nada material a cambio. El amor por el amor.

A veces, amar supone sacrificar parte de esa pureza, de esa limpieza (de lo blanco) para complacer a la persona que quieres.

El color blanco también va asociado a la virginidad, la inocencia. La amada se entrega pura y casta al esposo.

3. En tercer lugar, la alegoría. La alegoría se define como una metáfora continuada, es decir, como varias metáforas que se encadenan para transmitir un significado: Te di el agua de mis labios para que calmaras tu sed.

El hecho de identificar el amor con el agua es una manera de concebir al primero como un elemento vitalizador, purificador, que es imprescindible para la persona. No se puede concebir una vida sin amor. Todo el mundo tiene una necesidad (sed) de amar a alguien (agua).

En general, la protagonista tiene una visión racionalista del amor. Ella piensa que el hecho de tener una intención de amar, un sentimiento de afecto hacia alguien es más que suficiente para que la relación cuaje. Ella aplica la lógica y el sentido común: si yo quiero a una persona y me esfuerzo en quererla y ganarme su cariño, lo normal es que esta persona acabe enamorada de mí.

Sin embargo, el amor es de todo menos lógico. A veces, por mucho que hagamos para ganarnos el amor de alguien, esta persona no nos quiere. No hay correspondencia. El amor se define como algo misterioso, irracional, irregular que no responde a reglas y fundamentos teóricos. No hay una fórmula exacta para conseguir el amor. Tú puedes querer mucho a alguien y la otra persona no quererte a ti nada.

De hecho, la poca concreción en la expresión lingüística del yo poético es síntoma de la dificultad para explicar por qué no se produce la reciprocidad amorosa: y por cosas de la vida, ahora me ves por la calle, como a una desconocida.

La palabra cosa es un vocablo baúl o comodín, ya que tiene un significado demasiado genérico y poco preciso. Resulta imposible establecer motivos racionales que expliquen el rechazo de él a ella. El amor es así, caprichoso, caótico, azaroso, arbitrario. No hay ciencia que determine su funcionamiento.

El hecho de utilizar la palabra vida da un toque existencialista al discurso, muy cercano a las teorías deterministas (esto así y no se puede hacer nada).

La comparación (como a una desconocida) enfatiza el dramatismo de la situación. Por un lado, justifica el posterior enfado de la mujer: al ser él el que le ha dejado a ella, ella tiene todo el derecho del mundo a enojarse y quejarse. Por otro lado, ella queda como la víctima, y el receptor, por norma general, siempre empatiza con la parte afectada: pobrecilla, está pasando un calvario y qué malo que es él por no corresponderla. La comparación empequeñece a la mujer, y el lector se compadece de ella

La protagonista piensa que el sentimiento amoroso es un concepto técnico y teórico. Si tú sigues unas pautas y reglas (aplicando los principios de lo políticamente correcto y el sentido común) lo normal es que la persona que quieres caiga rendida ante tus pies. Pero es que el amor no funciona así de perfecto y exacto. Su comportamiento es impredecible y caótico. Si tú subes la temperatura del agua a 100 grados, esta ebullirá. Con el amor no existen esos patrones. Unas veces hervirá a 20, 50, 100, 150, 200…

La teoría es muy fácil. Muchos tratadistas escribieron sobre el amor y el arte de amar, utilizando palabras celestiales (amar es entregarte a la persona que quieres, amar es dar tu vida por otro, amar es querer pasar el resto de tus días con otra persona…). Sin embargo una cosa es la teoría, y otra la práctica. Una buena teoría no implica una armonía amorosa. La protagonista expone muy bien la teoría mediante los verbos de transacción (te entregué, te di…).  Ella cree que teniendo buenas intenciones, aplicando nociones de sacrificio, esfuerzo y constancia, ya está todo hecho. Y no es así.

Ella piensa que el acto de amar consiste en agradar a alguien, y la mejor manera de agradarlo es dándole y entregándole cosas (materialismo), aunque esas cosas no sean físicas o materiales (amor, cariño, yo, espíritu, esencia, es decir, espiritualismo).

Se crea una mezcla muy curiosa de materialismo y espiritualismo:

-Materialismo porque para demostrar amor hay que dar y recibir. Existe un trueque, una materialización, una mercatilización del amor: sino se da y se recibe, no existe el amor.

-Espiritualismo, porque esas cosas que se dan y se reciben no son materiales, sino sentimientos o esencias personales.

Podríamos decir que el amor consiste en materializar sentimientos o esencias. Por eso, elementos abstractos y espirituales se unen a sustantivos concretos y materiales: monedas de cariño.

El sustantivo moneda, además, permite cuantificar y gradar ese sentimiento, dándole trascendencia e importancia. las monedas de oro, el dinero, son elementos valiosos, lo mismo que el cariño

La protagonista irradia tanto deseo e intención de ser correspondida que en ocasiones, alcanza un estado que acaricia lo hiperbólico.  Ya no puede darte más.

Ella pone todo de su parte, toda la carne en el asador (teoría amorosa), con el objetivo de complacer al hombre y formalizar una relación sentimental.

Tened en cuenta que hay gente que es capaz de llevar todo esto al límite. El hecho de entregarse a otra persona supone perder parte de tu autenticidad, de tu psicología, de tu esencia personal, e incluso de tu felicidad, intentando esconder defectos que creemos, pueden ofender al otro.

El peligro de dar tanto en una relación es que se sobrepasen determinadas fronteras que atenten contra nuestras realizaciones, y que por culpa de complacer a otra persona, dejemos de ser nosotros mismos. Para conseguir unas cosas, renunciamos a otras que son igual de importantes. Al final, esta forma de amar, si no se controla, puede terminar en un “materialismo espiritualista”

De todas formas, a pesar de las buenas intenciones, del conocimiento de la teoría y del empeño de la protagonista, el amado no le corresponderá. Esto provocará el enfado en la mujer, lo cual, le llevará en el estribillo a lanzar una serie de maldiciones al amado.

Las oraciones exclamativas dan un toque altisonante a las palabras de la muchacha, muy cercano al del Romanticismo exacerbado y ruidoso de los primeros años del siglo XIX: ¡Qué se me salten los ojos si yo te vuelvo a mirar!, ¡Que la lengua se me caiga si te volviera  a ver!. El tono intimista brilla por su ausencia.

La amada aparece reflejada como una mártir de amor (sufridora). Por ejemplo, en las apódasis de las subordinadas condicionales el dolor anímico (por la no correspondencia) tiene una serie de repercusiones físicas/corporales. La protagonista siente tanta rabia de la falta de reciprocidad con el amado, que se generan una serie de estampas truculentas y viscerales en las que ella misma es la perjudicada: que se me salten los ojos, que la lengua se me caiga.

Estas imágenes son muy hiperbólicas y conforman un quiasmo o estructura cruzada: predicado [se me salten] +sujeto [los ojos] / sujeto [la lengua]+ predicado [se me caiga]

Un viejo tópico rescatado de la poesía de cancionero es el del amor entrando por los ojos. Por eso, en las prótasis de las subordinadas condicionales, aparecen verbos relacionados con el sentido de la vista: si te volviera a VER, si yo te vuelvo a MIRAR

Tener contacto visual con el amado, supone acrecentar el sentimiento amoroso. El amor penetra por los ojos: cuanto más cerca estás de la persona que quieres, el embrujo es mayor. En esta ocasión, al no haber correspondencia, el estar cerca de la persona que amas se traduce en dolor. La protagonista está calada por los huesos del chico, pero este no siente lo mismo. ¿Resultado? La no correspondencia, convierte el amor en rencor. Se trata, pues, de un sentimiento de amor-odio

En esos casos, el estar visualmente cerca de la persona a la que quieres (mirarla, verla) supone una perturbación emocional terrible (la quieres, pero ella no te quiere). Por eso, es necesario crear un distanciamiento, con el fin de alejarse de esta fuente de amor-odio. Como consecuencia, la muchacha se lanza a sí mismas una serie de maldiciones, cuyos efectos serían terribles y macabros (perder los ojos, quedarse sin lengua…) ante unas condiciones de acercamiento con el amado: si la vuelvo a mirar, que me pase todo este repertorio de cosas malas

Estar cerca de la persona que quieres y no poder disfrutar de ella es una tortura para la protagonista. De ahí, el sufrimiento y el resquemor. Las maldiciones (que se me caigan los ojos, que pierda la lengua) es un mecanismo de defensa para crear distanciamiento y desenamorarse.

Este distanciamiento se consigue también lanzando maldiciones al chico. Mediante la oración desiderativa, la mujer desea que el hombre tenga que vivir lo mismo que ella está viviendo ahora: que él se enamore de alguien que no le corresponda, para que vea lo mal que se pasa al no ser correspondido: Ojala tú te cameles a quien no te quiera a ti. El hecho de desear el mal a alguien crea una situación de rencor, rabia y despecho.

Las metáforas están al servicio de esas maldiciones: ojalá […] te dé de probar las hieles que tú me diste a mí. La hiel (bilis del estómago) representa la amargura, la aspereza, el disgusto, la adversidad (la textura de los jugos gástricos suele ser muy desagradable). La protagonista busca la venganza: que todo el daño que él le está haciendo, se le vuelva en su contra, como una especie karma. La mujer busca que el dolor sea recíproco.

La rabia y el rencor van in crescendo a lo largo del estribillo, creando una gradación, que va de menos a más: primero, las maldiciones se vierten contra sí misma; luego, el sufrimiento le hace desear una seria de cosas malas al amado; y finalmente, el culmen o clímax: la protagonista anhela la muerte del hombre.

Esta copla está influida por un subgénero de la poesía cancioneril que es el conjuro. Los conjuros son composiciones en las que un poeta no correspondido, desea a la dama una serie de desgracias y maldiciones, con el objetivo de que esta sufra y así vengar la no reciprocidad. En ocasiones, se llega a desear la muerte (como sucede en esta canción). La diferencia radica en que en el conjuro la voz poética es un hombre, y en este poema el yo poético es femenino.

A pesar de estos matices formales (hombre-mujer), conceptualmente el estribillo posee aromas de conjuro, ya que se desea la muerte del otro: Pero me queda el consuelo de que al llegar tu hora mala con un pañolito blanco, yo te taparé la cara. La mujer quiere estar físicamente presente en ese momento, delante del cadáver de aquel que le ha hecho tanto daño.

La mejor manera de encontrar el alivio y el consuelo ante la pena es alejarse lo máximo posible de la fuente del dolor. Esto, unido al sentimiento de rabia y rencor de no verse correspondida, incita a la protagonista a desear la muerte del amado.

La palabra muerte es un término tabú, ya que está cargado de connotaciones negativas y peyorativas. Para mucha gente, utilizar el término muerte genera miedos, vergüenzas y pudores. Por eso, el yo poético recurre a una serie de recursos con el objetivo de no tener que pronunciar dicha palabra, pero sí transmitir su idea.

-Por un lado el eufemismo, es decir, usar una palabra que no posea una fuerza semántica tan intensa e impactante, pero a la vez respete el significado original: De que al llegar TU HORA MALA. Tu hora mala es una forma eufemística de referirse al momento en que mueres (al fin y al cabo, fallecer es lo peor que le puede pasar a una persona)

-Por otro lado, el rodeo, el circumloquio, la indirecta, basándonos en elementos de la cultura popular: De que al llegar tu hora mala, con un pañolito blanco yo te taparé la cara.

Antiguamente, cuando alguien moría, al preparar el cadáver para el enterramiento, se solía vestir al muerto con las mejores galas. Encima de la cara se le ponía un pañuelo de color blanco, ya que la gente pensaba que colocando ese trapo en el rostro, la tez se conservaría durante más tiempo y tardaría mucho más en podrirse y descomponerse.

No sé si esta costumbre todavía se seguirá practicando en algunos pueblos pequeños. Hace muchos años, era una práctica frecuente cubrir la cara del cadáver con el pañuelo.

En lugar de decir “ojalá te mueras”, la amada expresa el deseo de ver muerto al amado de una forma sutil, tenue, indirecta, aludiendo a esta costumbre popular. Si le coloca el pañuelo blanco en la cara es porque él se ha tenido que morir previamente. Se alude al efecto (pañuelo blanco) por la causa (muerte). Estamos ante una metonimia.

La protagonista desea ver muerto al amado. El futuro de indicativo (taparé), y la oración subordinada temporal con infinitivo (al llegar tu hora mala…) dan al discurso un tono profético y fatalista, que crea una sensación de mal augurio, como si estuviera escrito de antemano que él morirá antes que ella. Esta forma de expresión evoca a las predicciones de los oráculos de las tragedias griegas.

La segunda estrofa narra el encuentro casual de los amantes un día mientras caminaban por la calle: Al revolver de una esquina me di de cara con él…

La parte narrativa se inserta de una forma diáfana y limpia, con expresiones coloquiales y relajadas (darse de cara), que hacen hincapié en el contacto visual entre la expareja. Darse de cara implica que han pasado cerca uno de otro. Se palpa tensión en el ambiente

Estar cerca de la persona que quieres y no ser correspondido se convierte en un trauma para la mujer. Esto se refleja en la comparación: se me puso el semblante más blanco que la pared

El adelantamiento del verbo al sujeto (se me puso el semblante/el semblante se me puso) genera un hipérbaton que refleja la inestabilidad emocional de la chica, y el grado de afectación. Cuando nosotros estamos preocupados por algo, nos cuesta hablar con normalidad y son frecuente estas alteraciones en el orden sintáctico.

El color blanco está relacionado con la palidez, la perturbación, lo mustio, Cada vez que te encuentras con la persona que quieres y esta no te corresponde, se crea una sensación casi de muerte, muy incómoda: estás cerca de aquello que resulta imposible de alcanzar.

Como consecuencia, la persona afectada pierde el color, la alegría, la expresividad. De ahí el color blanco. El organismo se trastoca cuando tienes delante a esa persona. Es un momento muy desagradable. Rememoras muchas cosas.

Tened en cuenta que la protagonista se encuentra en una situación límite, en una especie de encrucijada, en la que confluyen muchos sentimientos contradictorios y resulta difícil establecer una frontera.

-Por un lado, hay amor (ella le corresponde a él); pero por otro lado, hay dolor y odio (él no le corresponde a ella y eso genera frustración y rabia en la chica). Estamos ante un desengaño barroco de manual.

-Por un lado, a ella le gustaría contar todo lo que siente, soltar todo lo que lleva dentro, vomitar todas sus inquietudes y pasiones, desahogarse con el chaval. ¿Problemas? Por mucho que se desahogue, si no hay correspondencia no sirve de nada. Lo importante es el sentimiento y si él no siente afecto por ella, no tiene sentido dedicar tiempo a esta persona.

Si se optara por establecer un diálogo con el amado, ella seguiría pasándolo mal, y lo único que haría sería complicar más la situación y echar más leña al fuego (para ambas partes). La conversación se convertiría en un cruce de reproches.  

Al final, para lo único que serviría hablar con el amado, sería para seguir ahondando en las penas, entrando en un bucle de miserias emocionales que no terminarían nunca. El desahogo prefiere hacerlo a modo de soliloquio en el estribillo, en una situación de intimidad y desnudez lírica individual. 

Por eso, la protagonista opta por la vía del silencio y la contención. La mujer prefiere olvidarse del tema, crear un distanciamiento, callarse. Esta actitud pasiva se refleja en la metáfora: Me hice un nudo en la garganta para no decirle nada.

Lo mejor es dejar de hurgar en la herida y olvidar al amado. Es quizá la situación menos dolorosa. La separación física de los amantes simboliza la separación afectiva, ya que cada cual se aleja por un lado diferente de la calle, pues hay una incompatibilidad entre caracteres: Y seguí por mi camino sin volver la vista atrás.

La metáfora de la vida como camino (inspirada en Jorge Manrique y Antonio Machado) refuerza la decisión de la muchacha, que prefiere olvidar el pasado (que las heridas se curen) y seguir hacia delante.

Al final de la segunda estrofa asistimos a una reflexión de la chica, que queda planteada mediante una interrogación retórica: ¿Qué delito he cometido si solo te he camelado con todos mis cinco sentidos?

Esta reflexión hace referencia al viejo tópico del amor como realidad injusta, caprichosa y misteriosa. En teoría, enamorarse es una experiencia sensacional, maravillosa, bonita, y positiva: Sin embargo, a veces, viene cargada de desdichas (dolor, pena, tristeza por la no correspondencia, desengaño…)

Este pensamiento está en sintonía con la filosofía racionalista de la chica. La muchacha cree que la realidad funciona de una manera perfecta, armónica, exacta y justa. Si tú haces cosas buenas (enamorarte), los efectos deben ser buenos (felicidad). Ella no puede concebir que cosas aparentemente buenas (amor), acaben trayendo cosas malas (dolor). Eso genera una actitud de rabia y rebeldía ante la realidad.

Ella cree que las cosas malas las merece la gente que actúa mal, y no aquellos que hacen cosas buenas (enamorarse). Sentir afecto por alguien no es un delito. Sin embargo, ella está sufriendo lo mismo que una persona que hace las cosas mal. Esto justifica la actitud durante el estribillo: como el muchacho le ha hecho daño con esa no correspondencia (le ha provocado dolor), la muchacha piensa que es justo que le sucedan desgracias.

La protagonista entremezcla de una forma confusa lo moral con lo sentimental (tener X sentimiento te hace ser buena/mala persona). Ella cree que el amor funciona aplicando los principios de la razón y la lógica para conseguir un resultado. Al final se da cuenta de que no es así, y esto le lleva al desengaño: querer mucho a alguien no te garantiza ser querido.

A veces los sentimientos sobrepasan a la razón (las cosas pasan y no podemos saber su causa real, sobre todo, en cuestiones amorosas). La razón y el sentido común no siempre permiten entender y dar una explicación a la realidad. Esto crea frustración.

En esta copla no solo se expresa una frustración ante un desengaño amoroso particular, sino también ante un sistema o filosofía de vida basado en lo racionalista.

Cada estrofa consta de:

-Dos coplas: cuatro versos octosílabos que riman el segundo con el cuarto [querer-sed, azahar-más, él-pared]. El primero y el tercero quedan libres [encendido-labios]

-Un terceto: tres versos octosílabos, con rima entre primero y tercero [vida-desconocida, cometido-sentidos].

En los dos casos, las rimas son asonantes.

 Los estribillos están formados por la unión de tres coplas