lunes, 27 de enero de 2020

Especial "La rosa del azafrán": Aunque soy de La Mancha


Hasta ahora, hemos visto la copla como texto autónomo e independiente. Cada poema recoge una historia que funciona por sí misma, con su principio y su final, sin necesidad de tener que encajarla dentro de otra obra mayor. Sin embargo, la canción española también funciona como texto engarzado dentro de un conjunto, de forma que ese tema, uniéndose a otras coplas va construyendo una historia de mayor extensión (parecido a las escenas de una obra teatral). Podríamos decir que cada letra va nutriendo la historia principal y es dependiente de esta. Se concibe como un fragmento o trocito de trama. Como consecuencia, para poder entender una canción en su totalidad y de una manera eficaz, es necesario remontarse a la historia principal en la que se encuadra

Por eso, en géneros como la zarzuela es habitual que el argumento se configure a partir de la sucesión de varias representaciones musicales (algunas de ellas, coplas) que nos van contando poco a poco (junto a otras escenas habladas/declamadas) una historia.

Estos días los vamos a dedicar a seleccionar y analizar algunos fragmentos copleros pertenecientes a una conocida zarzuela: La rosa del azafrán. Los lectores manchegos me imagino que os gustará la elección, ya que esta obra representa muy bien el mundo rural y campesino de La Mancha de mediados del siglo XIX. Aunque yo también soy de La Mancha, no he elegido esta copla por eso, sino porque, realmente, La rosa del azafrán es una adaptación libre de una de mis comedias favoritas de Lope de Vega: El perro del Hortelano.

El compositor Jacinto Guerrero se encargó de diseñar la música. Federico Romero Sarachaga y Guillermo Fernández-Shaw Iturralde elaboraron las letras. La obra se estrenó en el año 1930 en el Teatro Calderón de Madrid (por lo que se compondría a lo largo de los años 20). La acción se desarrolla en una hacienda (una finca) en la zona de la Mancha. La base de la trama bebe claramente del teatro del siglo de oro: los enredos amorosos entre los diferentes personajes que viven en la finca (campesinos y señores). Surgirán relaciones sentimentales entre personas de diferente estrato social.

Hoy vamos a analizar la copla que sirve de prólogo y abertura a la zarzuela. Se titula Aunque soy de la Mancha. Se trata de la típica estampa festiva y alegre, que sirve de presentación de la obra. Todos los personajes (criados, gañanes, pastores) se encuentran reunidos en la hacienda celebrando la onomástica del señor (ya que ese día es el santo de su amo). Como en todas las fiestas, se ponen a comer y beber, mientras bailan al son de una seguidilla (que es la métrica de la canción que os traigo hoy). Una seguidilla está formada por la combinación de versos heptasílabos y pentasílabos.

Normalmente, cuando suceden este tipo de fiestas y eventos, los mozos aprovechan para interactuar y darse un bailecito con la moza que les gusta. Este es el caso de Juan Pedro (un campesino que acaba de llegar hace poco a la hacienda) y Catalina (una criada). A lo largo de la copla, los veremos muy coquetos y acaramelados. La proyección del sentimiento se entremezclará con la teoría y reflexión amorosa, junto a algunos elementos patrióticos a la región manchega.


Catalina:

Aunque soy de la Mancha
No mancho a nadie;
Más de cuatro quisieran
Tener mi sangre.
Y al estribillo
Y al estribillo
Que no hay chocolatera
Sin molinillo

Coro:
Aunque soy de la Mancha
No mancho a nadie;
Más de cuatro quisieran
Tener mi sangre.
Y al estribillo
Y al estribillo
Que no hay chocolatera
Sin molinillo

Juan Pedro:
Aunque soy forastero
Rondo en la villa
No me digas, morena,
Que es culpa mía.
¡Qué culpa tengo
De que me hayan herío
Tus ojos negros!

No le digas a nadie
Que nos queremos
Porque todos se vuelven
Chismes y cuentos.
Tú no lo dices,
Tú no lo dices
Y el que quiera saberlo
Que lo adivine

Catalina:
De qué me vale, amigo
Que yo lo calle,
Si tú lo vas diciendo
Por toas partes.
Y aunque callaras
Y aunque callaras
Te lo conocerían
En la mirada

Coro:
Desde Manzanaritos
La Solana
Hay una legüecita
De tierra llana.
No hay una yegua
No hay una yegua
Que en menos de dos horas
Se ande esa legua.

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La canción se divide en varias partes:

La copla empieza con un monólogo de Catalina, que se ha convertido en todo un himno popular manchego. Este primer discurso está cargado de pinceladas de exaltación a la patria manchega, mediante la metáfora del torrente sanguíneo como símbolo del origen y las raíces de uno (más de cuatro quisieran tener mi sangre). Encontramos los típicos juegos de palabras por el parecido fonético que hay entre los significantes (la comarca geográfica de La Mancha y el verbo manchar: aunque soy de la Mancha no mancho a nadie

La imagen artesanal/doméstica/costumbrista de la chocolatera y el molinillo (extraída de la cultura popular de la época) sirve para marcar una relación de dependencia, de reciprocidad mutua entre el lugar y el carácter de sus habitantes: y al estribillo y al estribillo que no hay chocolatera sin molinillo: La Mancha no es La Mancha sin los manchegos, igual que la chocolatera no tendría sentido sin un molinillo. Los dos conceptos van de la mano. Se necesitan. La tierra define el carácter de sus habitantes, y estos el del sitio donde viven. Es como el huevo y la gallina.

A continuación, pasamos al monólogo del personaje masculino (Juan Pedro). Aunque métricamente sigue siendo una seguidilla, musicalmente, el tono se hace más recogido e intimista, acercándose más a la balada. El protagonista se presenta como un forastero (alguien que viene de fuera y acaba de entrar hace poco a trabajar a la finca, y ya es uno más del grupo que se ha integrado eficazmente): Aunque soy forastero rondo en la villa

En este soliloquio se refleja el enamoramiento de Juan Pedro hacia Catalina. Él se dirige a ella mediante un vocativo bastante coplero que hace referencia a sus cualidades físicas (morena). Ya os lo comenté hace unos días. Existe un prototipo ideal o canon de belleza femenina. Si la mujer petrarquista era rubia, de ojos claros, cuello alargado, tez blanca y mejillas sonrosadas, en la canción española, la perfección estética siempre se asocia al color marrón/oscuro de la piel, los ojos y el pelo. Este tipo de fémina es capaz de enamorar, hechizar y atraer la atención de los hombres gracias a estos rasgos tan llamativos y cautivadores.

Hay elementos que conectan con la poesía cancioneril del siglo XV. En la intervención de Juan Pedro se refleja un enfoque clásico del sentimiento amoroso. En este caso, del amor como enfermedad. Y como todo trastorno provoca dolor, alteraciones, efectos: de que me hayan herío tus ojos negros…Por tanto, hay una causa o un culpable que origina el mal de amores. Así entramos en el típico debate entre misóginos y no misóginos que dio tanto que hablar en los tratados teóricos amorosos medievales. ¿El culpable es él por enamorarse? (postura no misógina) ¿O es ella por desprender belleza por todos los lados, que atrae cosa mala a los hombres? (postura misógina). En esta canción se ven los dos puntos de vista:

Por un lado, la postura que teóricamente defendería Catalina (el culpable de enamorarse es él por caer en la tentación). Y digo teóricamente, porque las palabras de Catalina no se reflejan de manera explícita y directa en el texto (recordad que es un monólogo), sino en estilo indirecto, poniendo las palabras de ella desde el pensamiento y la perspectiva mental de él: no me digas, morena, que es culpa mía. Él se imagina, se cree, que ella culpabiliza exclusivamente a él del enamoramiento. Lo piensa, pero eso no quiere decir que sea así (es solo una reflexión de él, que luego podrá ser verdad o no). Catalina no habla en este monólogo, y por tanto, no lo podemos saber.

Por otro lado, Juan Pedro se está decantando por la segunda postura (la culpable es Catalina), intentando responsabilizar a ella (a sus ojos negros) de haber caído en el hechizo del amor (el cual, como sabéis, se concibe como algo contradictorio, ya que por un lado genera alegrías y placeres espirituales, pero, por otro lado, dilemas y dolores de cabeza). Con el lamento de la oración exclamativa, Juan Pedro quiere quitarse la culpa del enamoramiento, ya que en el fondo el amor es caprichoso, fortuito, incontrolable, inevitable. ¡Qué culpa tengo de que me hayan herío tus ojos negros!

Leyendo este versito parece que Juan Pedro va en plan “esto no va conmigo y yo no tengo la culpa de nada. La culpable es ella por GUAPA, ya que su belleza me ha atraído y ante eso no se puede hacer nada”. No obstante, solamente se trata de una reflexión del protagonista, con matices de lamento (no hay agresividad ni maldiciones hacia la dama).

Sin embargo, también podemos sacar una doble interpretación/lectura de todo esto. El hecho de desligarse de toda culpa, permite concebir el amor como algo irracional, ilógico, involuntario, que no se puede explicar con palabras y escapa a todo tipo de reglas o principios (no hay ni culpables ni víctimas). Cuando manda el corazón, no hay nada que hacer. Por tanto, hay rasgos medievalizantes y cancioneriles (el amor como enfermedad, hay un culpable en el enamoramiento, él cae en la tentación, ella con su belleza atrae al amado) pero luego, si lo miramos desde esa perspectiva, también vemos una postura mucho más moderna a la hora de explicar las causas o agentes del sentimiento

La tercera parte consiste en un diálogo entre Catalina y Juan Pedro. Este intercambio de palabras también contiene algunos elementos que nos evocan al amor cortés de la lírica medieval. Una de las normas primordiales de toda relación amorosa consistía en la discreción: para que la relación salga bien, los amantes deben expresar su amor de una manera serena, discreta, privada, íntima, sin exageraciones, ni pregonando a los cuatro vientos que estaban enamorados. Era de muy mala educación que un hombre o una mujer fueran contando a los amigos o a la familia, las intimidades que tenías con tu pareja. Esto hacía que la gente se volviera cotilla y lo fueran difundiendo por ahí. De hecho, uno de los personajes de la lírica cortés provenzal es el chismoso (el lavzegier), que se dedicaba a pregonar una relación para que los demás se enteraran. Y como en la lírica provenzal, muchas relaciones eran prohibidas, de mujeres casadas con hombres solteros, el chismoso se lo acababa contando al marido de la dama

A este tipo de gente chismosa y cotilla hace referencia Juan Pedro, el cual aconseja a Catalina mantener oculta y en secreto la relación: no le digas a nadie que nos queremos porque todos se vuelven chismes y cuentos […]. Tú no lo dices y el que quiera saberlo que lo adivine. Sin embargo, por lo que parece decir Catalina, el que más se dedica a pregonarlo es él: de que me vale, que yo me calle, si tú lo vas diciendo por todas partes

En este diálogo, además, se puede ver otro tópico cancioneril de la lírica amorosa: la persona hechizada bajo el embrujo del amor. Cuando una persona está enamorada, según algunos estudiosos del tema, se nota en el lenguaje corporal y la actitud ante los demás: la mirada, la manera de gesticular, de hablar, de moverse, el hecho de estar siempre de buen humor, el cambio de carácter (para bien). Aunque el amor es algo abstracto e inmaterial (no se puede tocar, no huele, no tiene forma), sí puede tener algunas proyecciones y plasmaciones concretas que pueden ser detectadas por los órganos sensoriales de los demás, y son síntomas claros de que ¡¡¡aquí hay tomate!!!

A este tipo de efectos perceptibles amorosos hace referencia la canción: aunque callaras, te lo conocerían en la mirada. A pesar de mantener esa discreción, al final, la gente te lo acaba notando y acaba descubriendo la relación como si de un juego o una adivinanza se tratara. Si te ven de tan buen humor, con ciertas miradas pícaras a la persona que quieres…enseguida se nota que el amor ha llamado a tu puerta

La copla acaba con el mismo tono y carácter con que comenzó. Los últimos versos son de carácter patriótico y vuelven a exaltar la región de La Mancha, pero esta vez a través de sus paisajes. Si habéis estado alguna vez por esa zona, sabréis que la estampa típica manchega suele ser el requetemañido paisaje llano, extenso, y de secano. En el poema se describe una zona de llanura entre dos pueblos de la provincia de Ciudad Real: La Solana y Manzanares: desde Manzanaritos a La Solana hay una legüecita de tierra llana

El uso de diminutivos (Manzanaritos, legüecita) le da a la copla un carácter afectivo y cercano. Esta canción refleja claramente el contexto económico del siglo XIX: estamos en una época sin carreteras, sin autovías, sin coches, sin autobuses. Para ir de un pueblo a otro (a pesar de estar cerca, en la misma comarca) había que usar una yegua o un caballo (transporte animal). En la canción se dice que recorrer la distancia entre La Solana y Manzanares podía llevarte cerca de 2 horas: no hay una yagua que en menos de dos horas se ande esa legua. El arcaísmo legua alude a una antigua unidad de medida que se refería a la distancia que hacía una persona a pie. Una legua equivalía más o menos entre 4 y 7 kilómetros. Actualmente, gracias al desarrollo de los medios de transporte, en 5-10 minutos recorres esa distancia.

En cuanto a la lengua y estilo del tema, poco podemos reseñar, ya que es una copla muy espontánea y natural, sin artificios. Es lenguaje conversacional. Las reiteraciones de versos (y al estribillo, tú no lo dices, no hay yegua, aunque callaras) permite marcar mejor el ritmo de la seguidilla y dar mayor musicalidad y un aire más castizo y pegadizo


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