La canción que os traigo hoy se sitúa a medio camino entre
la copla y el bolero. Fue compuesta por Carmelo Larrea en el año 1954, y
muchísimas voces del panorama musical español se han atrevido a interpretarla:
María Dolores Pradera, Los Panchos, Jorge Gallarzo, Paloma San Basilio, El
Cigala o Antonio Molina. Se titula “Dos cruces”.
Sevilla tuvo que ser
Con su lunita plateada
Testigo de nuestro amor
Bajo la noche callada
Y nos quisimos tu y yo
Con un amor sin pecado
Pero el destino ha querido
Que vivamos separados
Bajo la noche callada
Y nos quisimos tu y yo
Con un amor sin pecado
Pero el destino ha querido
Que vivamos separados
Están clavadas dos
cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio
Ay, barrio de Santa
Cruz
Ay, plaza de Doña Elvira
Os vuelvo yo a recordar
Y me parece mentira
Ya todo aquello pasó
Todo quedó en el olvido
Nuestras promesas de amores
En el aire se han perdido
Ay, plaza de Doña Elvira
Os vuelvo yo a recordar
Y me parece mentira
Ya todo aquello pasó
Todo quedó en el olvido
Nuestras promesas de amores
En el aire se han perdido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio
Que son el tuyo y el mio
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio
Que son el tuyo y el mio
.............................
Como podéis ver, se trata de una canción de desamor en la
cual se utiliza un elemento funerario (la cruz de la sepultura, esa cruz
cristiana que hay en las lápidas cuando enterramos a alguien) como metáfora del
fin de la relación amorosa. Cuando alguien fallece, es enterrado en el
cementerio y colocamos una cruz en su tumba. Pues en el plano del amor ocurre
algo parecido. Cuando la relación acaba o fracasa (tal como sucede en esta
copla), el yo poético recurre a las cruces como símbolo de que el amor está
enterrado y muerto.
El inicio de la copla es optimista y positivo. Parece que
estamos en el típico bolero sentimental dulce y pasteloso. Cualquiera que lea
los primeros versos puede decir: ya lo sé, es una copla de amor donde
todos son felices y comen perdices.
El ambiente y los recursos literarios utilizados ayudan a
crear esa atmósfera cuasi idílica. El espacio o entorno queda personificado
para dar vitalidad y energía a la relación amorosa: “Sevilla tuvo que ser […]
testigo de nuestro amor”, “Bajo la noche callada”. El ambiente (la noche, la
ciudad…) está al servicio del componente amoroso. Parece que el escenario está
arropando a los amantes, enfocando todo el rato hacia ellos, dándoles todo el
protagonismo.
Aparecen imágenes propias de la lírica romántica y
modernista como la noche luminosa: “Con su lunita plateada”. La típica metáfora
de la Luna como plata para enfatizar su color blanco y su luz en contraste con
el cielo negro.
Del lenguaje poético y sofisticado pasamos al lenguaje más
estándar y clarificador. El yo poético es explícito y dice que hay amor: “Y nos
quisimos tú y yo, con un amor sin pecado”. Los pronombres (yo y tu) marcan a
los miembros y el complemento deja claro que es una relación romántica (no es
solo capricho físico). Hay amor de verdad.
Sin embargo, a partir del verso 7, la historia da un giro
rápido, introducido por una oración adversativa (“pero el destino ha querido
que vivamos separados…). De un plumazo se rompe todo el encanto e idilio ha
creado. Del amor pasamos al desamor en unos segundos, de estar juntos a estar
separados. De manera súbita se produce un vuelco del sentido de la historia. Y
además, se recurre a una idea muy propia de la literatura romántica: el
destino, el fatum, la predestinación. Las cosas pasan porque tienen que pasar y
ya está todo escrito. El yo poético no intenta justificar o argumentar la causa
del desamor. Simplemente lo atribuye al destino (algo típico del Romanticismo).
La relación ha acabado y no se puede hacer nada.
En el estribillo se expresa metafóricamente ese fin del amor
con la metáfora de las cruces y el olvido: “Están clavadas dos cruces en el
monte del olvido”. El tono resulta mucho más crudo ya que la metáfora del
olvido significa dejar de pensar en el otro, desaparecer de su mente, perder
el recuerdo. El léxico tiene muchas connotaciones que dejan mal sabor de boca:
las cruces (símbolo fúnebre), el olvido (desaparecer de la mente), el monte
(lugar apartado, ya que las tumbas quedan abandonadas). El contexto que crea el
yo poético es muy crudo. Tened en cuenta que pasamos del idealismo al fin del
amor, y de ahí a expresarlo de una manera muy macabra.
La personificación del sentimiento no hace más que enfatizar
esta idea de que el amor ha terminado: “Por dos amores que han muerto sin
haberse comprendido […] que son el tuyo y el mío”. La relación ha fracasado, no
ha habido sintonía, no ha habido compenetración…y de ahí la muerte metafórica
del sentimiento
La segunda parte de este bolero es un esbozo nostálgico al
pasado, el cual se manifiesta con la interjección (que parece un suspiro), la
exclamación retórica y el paralelismo: “Ay barrio de Santa Cruz, Ay plaza de
doña Elvira” (interjección + lugar + exclamación). El yo poético recuerda
lugares y ambientes de Sevilla que estaban muy ligados a ese amor. Evidentemente,
este barrio y esta plaza tiene valor metonímico. Se alude al sitio en vez de a
la persona, ya que ese lugar te recuerda a esa persona.
Al yo poético le cuesta creer y digerir esta nueva situación de separación y soledad. Esto es típico
de contextos de fracasos amorosos. Surgen sentimientos de incredulidad, de
cómo puede ser posible: “Y me parece mentira”. No obstante, el duelo (no solo
el duelo funerario, sino también el duelo amoroso) tiene unas fases y sigue un
proceso, y al final, tarde o temprano, acabas aceptándolo y sabes convivir con
ello, y deja de afectarte. Es un pasado que ya no volverá, tal como se
manifiesta con esta cuasi anáfora (“Ya todo aquello pasó/ todo quedó en olvido”),
y la personificación del propio juramento de amor evaporándose, diluyéndose:
“Nuestras promesas de amores en el aire se han perdido”. El hipérbaton (el
circunstancial de lugar se antepone el verbo) enfatiza muy bien esta pérdida:
“en el aire se han perdido/ se han perdido en el aire”.
La canción consta de coplas de 4 versos octosílabos que
riman segundo con cuarto y primero y tercero quedan libres (8- 8a 8- 8a). La
rima es consonante (plateada-callada, olvido-perdido)
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