miércoles, 18 de diciembre de 2019

Dos cruces: R.I.P. por la defunción del amor

La canción que os traigo hoy se sitúa a medio camino entre la copla y el bolero. Fue compuesta por Carmelo Larrea en el año 1954, y muchísimas voces del panorama musical español se han atrevido a interpretarla: María Dolores Pradera, Los Panchos, Jorge Gallarzo, Paloma San Basilio, El Cigala o Antonio Molina. Se titula “Dos cruces”.


Sevilla tuvo que ser
Con su lunita plateada
Testigo de nuestro amor
Bajo la noche callada
Y nos quisimos tu y yo
Con un amor sin pecado
Pero el destino ha querido
Que vivamos separados

Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio

Ay, barrio de Santa Cruz
Ay, plaza de Doña Elvira
Os vuelvo yo a recordar
Y me parece mentira
Ya todo aquello pasó
Todo quedó en el olvido
Nuestras promesas de amores
En el aire se han perdido

Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido
Por dos amores que han muerto
Que son el tuyo y el mio
Que son el tuyo y el mio


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Como podéis ver, se trata de una canción de desamor en la cual se utiliza un elemento funerario (la cruz de la sepultura, esa cruz cristiana que hay en las lápidas cuando enterramos a alguien) como metáfora del fin de la relación amorosa. Cuando alguien fallece, es enterrado en el cementerio y colocamos una cruz en su tumba. Pues en el plano del amor ocurre algo parecido. Cuando la relación acaba o fracasa (tal como sucede en esta copla), el yo poético recurre a las cruces como símbolo de que el amor está enterrado y muerto.

El inicio de la copla es optimista y positivo. Parece que estamos en el típico bolero sentimental dulce y pasteloso. Cualquiera que lea los primeros versos puede decir: ya lo sé, es una copla de amor donde todos son felices y comen perdices.

El ambiente y los recursos literarios utilizados ayudan a crear esa atmósfera cuasi idílica. El espacio o entorno queda personificado para dar vitalidad y energía a la relación amorosa: “Sevilla tuvo que ser […] testigo de nuestro amor”, “Bajo la noche callada”. El ambiente (la noche, la ciudad…) está al servicio del componente amoroso. Parece que el escenario está arropando a los amantes, enfocando todo el rato hacia ellos, dándoles todo el protagonismo.

Aparecen imágenes propias de la lírica romántica y modernista como la noche luminosa: “Con su lunita plateada”. La típica metáfora de la Luna como plata para enfatizar su color blanco y su luz en contraste con el cielo negro.

Del lenguaje poético y sofisticado pasamos al lenguaje más estándar y clarificador. El yo poético es explícito y dice que hay amor: “Y nos quisimos tú y yo, con un amor sin pecado”. Los pronombres (yo y tu) marcan a los miembros y el complemento deja claro que es una relación romántica (no es solo capricho físico). Hay amor de verdad.

Sin embargo, a partir del verso 7, la historia da un giro rápido, introducido por una oración adversativa (“pero el destino ha querido que vivamos separados…). De un plumazo se rompe todo el encanto e idilio ha creado. Del amor pasamos al desamor en unos segundos, de estar juntos a estar separados. De manera súbita se produce un vuelco del sentido de la historia. Y además, se recurre a una idea muy propia de la literatura romántica: el destino, el fatum, la predestinación. Las cosas pasan porque tienen que pasar y ya está todo escrito. El yo poético no intenta justificar o argumentar la causa del desamor. Simplemente lo atribuye al destino (algo típico del Romanticismo). La relación ha acabado y no se puede hacer nada.

En el estribillo se expresa metafóricamente ese fin del amor con la metáfora de las cruces y el olvido: “Están clavadas dos cruces en el monte del olvido”. El tono resulta mucho más crudo ya que la metáfora del olvido significa dejar de pensar en el otro, desaparecer de su mente, perder el recuerdo. El léxico tiene muchas connotaciones que dejan mal sabor de boca: las cruces (símbolo fúnebre), el olvido (desaparecer de la mente), el monte (lugar apartado, ya que las tumbas quedan abandonadas). El contexto que crea el yo poético es muy crudo. Tened en cuenta que pasamos del idealismo al fin del amor, y de ahí a expresarlo de una manera muy macabra.

La personificación del sentimiento no hace más que enfatizar esta idea de que el amor ha terminado: “Por dos amores que han muerto sin haberse comprendido […] que son el tuyo y el mío”. La relación ha fracasado, no ha habido sintonía, no ha habido compenetración…y de ahí la muerte metafórica del sentimiento

La segunda parte de este bolero es un esbozo nostálgico al pasado, el cual se manifiesta con la interjección (que parece un suspiro), la exclamación retórica y el paralelismo: “Ay barrio de Santa Cruz, Ay plaza de doña Elvira” (interjección + lugar + exclamación). El yo poético recuerda lugares y ambientes de Sevilla que estaban muy ligados a ese amor. Evidentemente, este barrio y esta plaza tiene valor metonímico. Se alude al sitio en vez de a la persona, ya que ese lugar te recuerda a esa persona.

Al yo poético le cuesta creer y digerir esta nueva situación de separación y soledad. Esto es típico de contextos de fracasos amorosos. Surgen sentimientos de incredulidad, de cómo puede ser posible: “Y me parece mentira”. No obstante, el duelo (no solo el duelo funerario, sino también el duelo amoroso) tiene unas fases y sigue un proceso, y al final, tarde o temprano, acabas aceptándolo y sabes convivir con ello, y deja de afectarte. Es un pasado que ya no volverá, tal como se manifiesta con esta cuasi anáfora (“Ya todo aquello pasó/ todo quedó en olvido”), y la personificación del propio juramento de amor evaporándose, diluyéndose: “Nuestras promesas de amores en el aire se han perdido”. El hipérbaton (el circunstancial de lugar se antepone el verbo) enfatiza muy bien esta pérdida: “en el aire se han perdido/ se han perdido en el aire”.

La canción consta de coplas de 4 versos octosílabos que riman segundo con cuarto y primero y tercero quedan libres (8- 8a 8- 8a). La rima es consonante (plateada-callada, olvido-perdido)




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