El tema que os traigo hoy es un tanguillo carnavalesco
gaditano que se hizo popular en la voz de Gracia de Triana allá por el año
1941. Se titula La hija de don Juan Alba. La letra fue obra del
poeta sevillano Francisco Infantes Florido, el cual sólo escribiría una copla a
lo largo de su vida (que fue esta). No obstante, le reportó un éxito arrollador,
ya que pasaría a la memoria colectiva de los españoles. Artistas de la talla de
Miguel de Molina, María Dolores Pradera, Encarnita Polo o Lola Sevilla se han
atrevido a versionarla.
Estamos ante el típico caso de un poeta que apenas ha escrito
a lo largo de su vida (su obra es escasa y poco extensa) pero ha conseguido
elaborar un tema lo suficientemente llamativo como para pasar a los libros de la
historia del género. Hay otros autores que escribieron muchísimo y sin embargo nunca llegaron a beber las mieles del triunfo.
La hija de Don Juan Alba,
dice que quiere meterse a monja.
La hija de Don Juan Alba,
dice que quiere meterse a monja.
En el convento chiquito
de la calle La Paloma.
Dicen que el novio no quiere,
y ella dice que no le importa.
Y ya se ha comprado un traje,
blanco como el de una novia.
La hija de Don Juan Alba,
dice que quiere meterse a monja.
Y cuando la luna sale,
sale de noche, sale a su calle,
se escucha cantar a un hombre,
cantar llorando, llorando, ¡ay, madre!
En el arco de la ermita,
ya no me espera, ya no me espera,
porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
Porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
La hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.
La hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.
Dicen que sabe canciones,
de sus amores de moza.
Dicen que canta de noche,
encerradita en su alcoba.
Y todo el mundo repite,
la canción de boca en boca,
la hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.
Y cuando la luna sale,
sale de noche, sale a su calle,
se escucha cantar a un hombre,
cantar llorando, llorando, ¡ay, madre!
En el arco de la ermita,
ya no me espera, ya no me espera,
porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
Porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
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Durante las primeras décadas del siglo XX era bastante habitual
(al menos, más que ahora) que una jovencita de corta edad, a la hora de
plantear qué hacer con su vida, una de las posibles vías para encarrilarla consistía
en dejarse llevar por los preceptos de una vida de pobreza, obediencia y castidad,
al servicio de Dios. Por eso, no dudaban en hacerse monjas e ingresar en algún
convento.
Cada caso era un mundo: había jóvenes que lo hacían por el
miedo y la vergüenza de quedarse solteras (de ahí la expresión quedarse para vestir
santos, cuando una chica se hacía mayor y no encontraba novio); otras, simplemente
porque estaban hartas de tantos despechos y de no encontrar un novio en condiciones,
y buscaban en el refugio de la
Iglesia una forma de vida; y otras, lo hacían de una manera sincera,
por devoción. La fe era tan intensa y verdadera que se sentían las elegidas de
Dios para entrar a formar parte de la Santa Madre Iglesia
Algunas jóvenes se veían en la tesitura de tener que elegir,
ya que por un lado tenían un novio del que estaban más o menos enamoradas, pero
también se sentían atraídas por la vida del monasterio. Eso es lo que le pasa a
la protagonista de la canción: al final, entre su amado y Dios, se decanta por
este último y decide meterse a monja. Esto provocará la pena y el dolor de su novio,
que llorará por verse abandonado, y la nostalgia de ella por la vida pasada
cuando esté ya dentro del convento.
Aunque desde un punto de vista melódico/musical esta copla suena
muy alegre y festiva
(el ritmo del tanguillo incita a ello), y los cantantes tienden
a interpretarla y bailarla con cierta guasa, gracia y salero, el contenido del
poema tiene mucha enjundia, pues refleja el conflicto interno de la protagonista,
con dos fuerzas (profana y religiosa) que van tirando de ella, y cada cual tiene
su atractivo, y decida lo que decida no va a ser feliz del todo, ya que siempre
tiene que renunciar a algo. Realmente este tema muestra la incompatibilidad
entre lo sagrado y mundano, que se proyectan como dos conceptos antagónicos.
En la primera estrofa, un narrador en tercera persona introduce
al personaje femenino, el cual manifiesta sus intenciones de meterse en un
convento. Esto se realiza en estilo indirecto (la protagonista no habla, sino
que sus palabras son contadas por el narrador): dice que quiere meterse a monja.
Realmente, ser monja es solo la parte de un todo (vida
religiosa). Con una parte o elemento concreto religioso se alude al todo el conjunto
de la vida monacal. Esto se denomina sinécdoque
Aunque la copla es ficticia, se intenta dar verosimilitud,
apariencia de verdad, dando la impresión de que se basa en un hecho real que ha
ocurrido hace poco. Un mecanismo típico para dar credibilidad consiste en aportar
datos que a priori no resultan importantes para entender el texto, y son más
bien un relleno. Por ejemplo, aludir a la protagonista a través del nombre de
su padre, con un antropónimo y unos apellidos muy corrientes (La hija de don Juan
Alba); o presentar el convento como si fuera conocido por el público, dando incluso
la denominación de una calle con nombre muy recurrente en muchos pueblos y
ciudades de España (en el convento chico de la calle La Paloma).
El estilo indirecto con sujeto indefinido en tercera persona
del plural da espontaneidad a la historia y la dota de un carácter que se
asemeja a la anécdota popular. Parece que nos están contando una leyenda/historieta/cuento
que forma parte de la tradición y todo el mundo conoce: dicen que el novio no
quiere y ella dice que no le importa.
El apunte narrativo de la estrofa aparece cuando la protagonista
va a comprar la ropa necesaria para ingresar al convento, el cual se describe con
una comparación (se ha comprado un traje blanco como el de una novia). En cierta,
medida se establece un paralelismo bastante irónico entre la novia (que entra a
formar parte de la vida matrimonial) y la monja (que entra a formar parte de la
vida religiosa).
En el estribillo se cambia el foco de protagonismo. El centro
de atención, ahora lo constituye el novio.
En la primera parte del estribillo se presenta en tercera persona
el marco espacial y temporal en el que se sitúa el amado. Mediante la
personificación de la Luna (cuando la luna sale, sale de noche, sale a su calle)
se dibuja literariamente una atmósfera nocturna.
La anadiplosis del verbo salir (sale de noche, sale a su
calle) da trascendencia y realce dramático a ese momento de soledad en la
noche, en el que el chico recuerda con mucha pena a su novia y llora amargamente
su ausencia mediante interjecciones (Ay, madre), acompañadas de un canto, que
se escucha desde lejos. Es el tópico clásico de la persona que desahoga las penas
cantando (como le pasaba a Elvira la Cantaora que vimos hace unas semanas).
En la segunda parte del estribillo habla en primera persona
el novio, el cual recuerda con nostalgia las citas que tenía con su amada en el
mismo lugar en el que ahora se encuentra, y que es donde quedaban siempre cuando
se veían (una ermita). El chaval se lamenta de que ya no pueda verse con ella: en
el arco de la ermita ya no me espera, porque se ha metido a monja
En el discurso del novio hay una tendencia al circumloquio, ya
que la pesadumbre es tan grande que le cuesta decir el nombre de su novia y prefiere
utilizar rodeos para referirse a ella, aunque tenga que utilizar más palabras de
las necesarias: La que más quiero, mi compañera
En la segunda estrofa, se vuelve al narrador en tercera persona.
El centro de atención recae otra vez (como en la primera estrofa) sobre la
mujer, la cual ya ha ingresado en el convento y lleva un tiempo indefinido
viviendo en él.
La monja recuerda y evoca su vida pasada anterior al encierro,
entonando canciones de contenido amoroso en honor a los años cuando era una moza
joven con novio. Por lo que se ve, esas coplillas las canta en momentos de intimidad
(encerradita en su alcoba), pero se acaban haciendo muy famosas en el convento,
en boca de todo el mundo. Se está fraguando una leyenda: y todo el mundo repite
la canción de boca en boca
El narrador intenta presentar la situación de manera objetiva,
sin implicaciones dramáticas y sentimentales, y sin enfatizar lo lírico (solo
se limita a contar cómo la muchacha cantaba canciones sobre su vida pasada, pero
sin recrearse en matices de pena y tristeza…solamente presentando a la muchacha
en plan nostálgica, sin manifestar explícitamente si se arrepiente o no de la
vida elegida).
Las estructuras de paralelismo con verbo indefinido en
tercera persona del plural (dicen) y oración subordinada sustantiva de
complemento directo (que sabe canciones de sus años de moza/que canta de noche
encerradita en su alcoba) además de presentar la historia como mítica (conocida
por todos) crean un distanciamiento, de forma que el narrador se implica lo
menos posible en la historia, siendo un mero testigo de lo que pasa (o más bien
de lo que oye de otros).
No ahonda ni profundiza en el estado anímico de la protagonista,
dejando libertad al receptor para que interprete el estado del alma de la chica.
¿Es feliz realmente la muchacha eligiendo su vida de monja? ¿O se arrepiente y
añora con tristeza a su novio? No sabríamos qué responder
El narrador objetiviza tanto el discurso y la situación que esta
copla deja bastante libertad de interpretación al receptor. De hecho, en esta
parte de la canción apenas hay recursos retóricos y elementos subjetivos, excepto
algún diminutivo suelto de tipo afectivo y compasivo (encerradita) y los
recursos de reiteración, que más bien son para marcar el ritmo del tanguillo, y
literariamente tampoco tiene mucho significado: la hija de don Juan Alba en el
convento de la Paloma (bis)
La pretensión de todo esto es presentar la situación de
manera limpia, diáfana, sin complicaciones metafóricas, como si fuera una fotografía
o una pintura objetiva, donde el receptor pueda interpretarla y llegar a un
significado.
De todas formas, la copla, se cante con más o menos gracia,
o se interprete de una manera u otra (si la protagonista es más o menos feliz)
está claro que es reflejo de un contexto histórico: presenta un conflicto vital
en el cual se plasma la incompatibilidad entre lo profano y lo religioso, lo cual
lleva a la renuncia de una de las dos facetas.
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