lunes, 24 de febrero de 2020

La hija de don Juan Alba: la muchacha que cambió su vida de novia por la de monja


El tema que os traigo hoy es un tanguillo carnavalesco gaditano que se hizo popular en la voz de Gracia de Triana allá por el año 1941. Se titula La hija de don Juan Alba. La letra fue obra del poeta sevillano Francisco Infantes Florido, el cual sólo escribiría una copla a lo largo de su vida (que fue esta). No obstante, le reportó un éxito arrollador, ya que pasaría a la memoria colectiva de los españoles. Artistas de la talla de Miguel de Molina, María Dolores Pradera, Encarnita Polo o Lola Sevilla se han atrevido a versionarla.

Estamos ante el típico caso de un poeta que apenas ha escrito a lo largo de su vida (su obra es escasa y poco extensa) pero ha conseguido elaborar un tema lo suficientemente llamativo como para pasar a los libros de la historia del género. Hay otros autores que escribieron muchísimo y sin embargo nunca llegaron a beber las mieles del triunfo.


La hija de Don Juan Alba,

dice que quiere meterse a monja.
La hija de Don Juan Alba,
dice que quiere meterse a monja.
En el convento chiquito
de la calle La Paloma.
Dicen que el novio no quiere,
y ella dice que no le importa.
Y ya se ha comprado un traje,
blanco como el de una novia.
La hija de Don Juan Alba,
dice que quiere meterse a monja.

Y cuando la luna sale,
sale de noche, sale a su calle,
se escucha cantar a un hombre,
cantar llorando, llorando, ¡ay, madre!
En el arco de la ermita,
ya no me espera, ya no me espera,
porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
Porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.

La hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.
La hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.
Dicen que sabe canciones,
de sus amores de moza.
Dicen que canta de noche,
encerradita en su alcoba.
Y todo el mundo repite,
la canción de boca en boca,
la hija de Don Juan Alba,
en el convento de La Paloma.

Y cuando la luna sale,
sale de noche, sale a su calle,
se escucha cantar a un hombre,
cantar llorando, llorando, ¡ay, madre!
En el arco de la ermita,
ya no me espera, ya no me espera,
porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.
Porque se ha metido a monja,
la que más quiero, mi compañera.

..........................................................................


Durante las primeras décadas del siglo XX era bastante habitual (al menos, más que ahora) que una jovencita de corta edad, a la hora de plantear qué hacer con su vida, una de las posibles vías para encarrilarla consistía en dejarse llevar por los preceptos de una vida de pobreza, obediencia y castidad, al servicio de Dios. Por eso, no dudaban en hacerse monjas e ingresar en algún convento.

Cada caso era un mundo: había jóvenes que lo hacían por el miedo y la vergüenza de quedarse solteras (de ahí la expresión quedarse para vestir santos, cuando una chica se hacía mayor y no encontraba novio); otras, simplemente porque estaban hartas de tantos despechos y de no encontrar un novio en condiciones, y buscaban en el refugio de la Iglesia una forma de vida; y otras, lo hacían de una manera sincera, por devoción. La fe era tan intensa y verdadera que se sentían las elegidas de Dios para entrar a formar parte de la Santa Madre Iglesia

Algunas jóvenes se veían en la tesitura de tener que elegir, ya que por un lado tenían un novio del que estaban más o menos enamoradas, pero también se sentían atraídas por la vida del monasterio. Eso es lo que le pasa a la protagonista de la canción: al final, entre su amado y Dios, se decanta por este último y decide meterse a monja. Esto provocará la pena y el dolor de su novio, que llorará por verse abandonado, y la nostalgia de ella por la vida pasada cuando esté ya dentro del convento.

Aunque desde un punto de vista melódico/musical esta copla suena muy alegre y festiva
(el ritmo del tanguillo incita a ello), y los cantantes tienden a interpretarla y bailarla con cierta guasa, gracia y salero, el contenido del poema tiene mucha enjundia, pues refleja el conflicto interno de la protagonista, con dos fuerzas (profana y religiosa) que van tirando de ella, y cada cual tiene su atractivo, y decida lo que decida no va a ser feliz del todo, ya que siempre tiene que renunciar a algo. Realmente este tema muestra la incompatibilidad entre lo sagrado y mundano, que se proyectan como dos conceptos antagónicos.

En la primera estrofa, un narrador en tercera persona introduce al personaje femenino, el cual manifiesta sus intenciones de meterse en un convento. Esto se realiza en estilo indirecto (la protagonista no habla, sino que sus palabras son contadas por el narrador): dice que quiere meterse a monja.

Realmente, ser monja es solo la parte de un todo (vida religiosa). Con una parte o elemento concreto religioso se alude al todo el conjunto de la vida monacal. Esto se denomina sinécdoque

Aunque la copla es ficticia, se intenta dar verosimilitud, apariencia de verdad, dando la impresión de que se basa en un hecho real que ha ocurrido hace poco. Un mecanismo típico para dar credibilidad consiste en aportar datos que a priori no resultan importantes para entender el texto, y son más bien un relleno. Por ejemplo, aludir a la protagonista a través del nombre de su padre, con un antropónimo y unos apellidos muy corrientes (La hija de don Juan Alba); o presentar el convento como si fuera conocido por el público, dando incluso la denominación de una calle con nombre muy recurrente en muchos pueblos y ciudades de España (en el convento chico de la calle La Paloma).

El estilo indirecto con sujeto indefinido en tercera persona del plural da espontaneidad a la historia y la dota de un carácter que se asemeja a la anécdota popular. Parece que nos están contando una leyenda/historieta/cuento que forma parte de la tradición y todo el mundo conoce: dicen que el novio no quiere y ella dice que no le importa.

El apunte narrativo de la estrofa aparece cuando la protagonista va a comprar la ropa necesaria para ingresar al convento, el cual se describe con una comparación (se ha comprado un traje blanco como el de una novia). En cierta, medida se establece un paralelismo bastante irónico entre la novia (que entra a formar parte de la vida matrimonial) y la monja (que entra a formar parte de la vida religiosa).

En el estribillo se cambia el foco de protagonismo. El centro de atención, ahora lo constituye el novio.

En la primera parte del estribillo se presenta en tercera persona el marco espacial y temporal en el que se sitúa el amado. Mediante la personificación de la Luna (cuando la luna sale, sale de noche, sale a su calle) se dibuja literariamente una atmósfera nocturna.

La anadiplosis del verbo salir (sale de noche, sale a su calle) da trascendencia y realce dramático a ese momento de soledad en la noche, en el que el chico recuerda con mucha pena a su novia y llora amargamente su ausencia mediante interjecciones (Ay, madre), acompañadas de un canto, que se escucha desde lejos. Es el tópico clásico de la persona que desahoga las penas cantando (como le pasaba a Elvira la Cantaora que vimos hace unas semanas).

En la segunda parte del estribillo habla en primera persona el novio, el cual recuerda con nostalgia las citas que tenía con su amada en el mismo lugar en el que ahora se encuentra, y que es donde quedaban siempre cuando se veían (una ermita). El chaval se lamenta de que ya no pueda verse con ella: en el arco de la ermita ya no me espera, porque se ha metido a monja

En el discurso del novio hay una tendencia al circumloquio, ya que la pesadumbre es tan grande que le cuesta decir el nombre de su novia y prefiere utilizar rodeos para referirse a ella, aunque tenga que utilizar más palabras de las necesarias: La que más quiero, mi compañera

En la segunda estrofa, se vuelve al narrador en tercera persona. El centro de atención recae otra vez (como en la primera estrofa) sobre la mujer, la cual ya ha ingresado en el convento y lleva un tiempo indefinido viviendo en él.

La monja recuerda y evoca su vida pasada anterior al encierro, entonando canciones de contenido amoroso en honor a los años cuando era una moza joven con novio. Por lo que se ve, esas coplillas las canta en momentos de intimidad (encerradita en su alcoba), pero se acaban haciendo muy famosas en el convento, en boca de todo el mundo. Se está fraguando una leyenda: y todo el mundo repite la canción de boca en boca

El narrador intenta presentar la situación de manera objetiva, sin implicaciones dramáticas y sentimentales, y sin enfatizar lo lírico (solo se limita a contar cómo la muchacha cantaba canciones sobre su vida pasada, pero sin recrearse en matices de pena y tristeza…solamente presentando a la muchacha en plan nostálgica, sin manifestar explícitamente si se arrepiente o no de la vida elegida).

Las estructuras de paralelismo con verbo indefinido en tercera persona del plural (dicen) y oración subordinada sustantiva de complemento directo (que sabe canciones de sus años de moza/que canta de noche encerradita en su alcoba) además de presentar la historia como mítica (conocida por todos) crean un distanciamiento, de forma que el narrador se implica lo menos posible en la historia, siendo un mero testigo de lo que pasa (o más bien de lo que oye de otros).

No ahonda ni profundiza en el estado anímico de la protagonista, dejando libertad al receptor para que interprete el estado del alma de la chica. ¿Es feliz realmente la muchacha eligiendo su vida de monja? ¿O se arrepiente y añora con tristeza a su novio? No sabríamos qué responder

El narrador objetiviza tanto el discurso y la situación que esta copla deja bastante libertad de interpretación al receptor. De hecho, en esta parte de la canción apenas hay recursos retóricos y elementos subjetivos, excepto algún diminutivo suelto de tipo afectivo y compasivo (encerradita) y los recursos de reiteración, que más bien son para marcar el ritmo del tanguillo, y literariamente tampoco tiene mucho significado: la hija de don Juan Alba en el convento de la Paloma (bis)

La pretensión de todo esto es presentar la situación de manera limpia, diáfana, sin complicaciones metafóricas, como si fuera una fotografía o una pintura objetiva, donde el receptor pueda interpretarla y llegar a un significado.

De todas formas, la copla, se cante con más o menos gracia, o se interprete de una manera u otra (si la protagonista es más o menos feliz) está claro que es reflejo de un contexto histórico: presenta un conflicto vital en el cual se plasma la incompatibilidad entre lo profano y lo religioso, lo cual lleva a la renuncia de una de las dos facetas.

Métricamente predomina el verso octosílabo. La disposición de las estrofas nos recuerda a un romance: 8- 8a 8- 8a 8- 8a.....



No hay comentarios:

Publicar un comentario