lunes, 10 de febrero de 2020

El día que nací yo: la copla que culpa a los astros de la mala suerte en la vida

En la primavera de 1936, unos meses antes de comenzar la Guerra Civil Española, el director de cine Florián Rey, estrenó una de sus películas más exitosas: Morena Clara. El film, que estaba protagonizado por Imperio Argentina, Miguel Ligero y Manuel Luna, incluía una serie de números musicales copleros, entre ellos el que vamos a analizar hoy: El día que nací yo.


El día que nací yo,
que planeta reinaría
por donde quiera que voy
que mala estrella, me guía

Estrella de nácar,
la que más reluce
por que me llevas,
por este calvario
llenito, de cruces,

Tú vas a caballo,
por el firmamento
y yo cieguecita sobre las tinieblas,
a pasito lento

El barco de vela
de tu poderío
me trajo a este puerto donde se me,
ahogan los cinco sentios

El día que nací yo,
que planeta reinaría
por donde quiera que voy,
que mala estrella me guía

Estrella de nácar
déjame ser buena
di que me pongan en este barrote
mi reloj de arena

Yo haré, lo que mandes
rey de los luceros,
y cuando él diga
que la lleven presa
le diré, te quiero

El día que nací yo,
que planeta reinaría
por donde quiera que voy,
que mala estrella me guía

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Ya os comenté hace unos días que uno de los temas más recurrentes de la historia de la copla es la predestinación y el determinismo.

Por un lado, había gente que pensaba que el ser humano era responsable de sus actos, y por tanto, al tomar unas decisiones y llevar a cabo unos hechos, estaba tejiendo su destino. Veamos un ejemplo para que me entendáis: si un niño toma la decisión de meter la mano en el fuego, está claro que se va a acabar quemando. Por lo tanto, cada uno de nosotros somos los que gestionamos nuestra propia vida y en función de lo que hagamos o dejemos de hacer, nos pasarán unas cosas u otras.

En cambio, otros decían, que el destino de cada uno estaba ya escrito de antemano, y nada se podía hacer para evitarlo. Había una energía, ajena a la voluntad y el control del hombre (y por encima de él) que era la que manejaba los hilos y sellaba nuestros acontecimientos biográficos más importantes, de tal forma que lo único que podíamos hacer era resignarnos, esperar a que llegara aquello que se nos había impuesto, y asumirlo con la mayor dignidad posible

Se trata de la teoría determinista. Ya os dije también que había diferentes variantes de ese determinismo: unos decían que todo estaba determinado por obra y gracias de Dios (determinismo católico), otros por la constitución y el aspecto externo de cada individuo (determinismo físico), otros por el ambiente, el entorno, la familia, la clase social (determinismo ambiental), y otros creían que era la posición de los astros la que decidía las cosas (determinismo astrológico).

Precisamente, El día que nací yo se circunscribe dentro de esa teoría determinista astral. El yo poético responsabiliza de la situación desgraciada que está viviendo a la posición de los cuerpos celestes en el universo el día de su venida al mundo: El día que nací yo, qué planeta reinaría. Por donde quiera que voy, que mala estrella, me guía

Las alineaciones entre planetas, el tránsito de La Tierra por la franja del cielo cercana a las constelaciones del Zodiaco, la posición del Sol…dependiendo de la configuración del cielo en un momento determinado, un bebé estaba destinado a ser un rey, un héroe o alguien importante; o por el contrario, un pobre desgraciado que tendrá que vivir y sufrir mucho. La sección de signos del Zodiaco que encontramos en algunos periódicos y revistas es un residuo de este determinismo astrológico. Si vais a cualquier texto de la literatura medieval española (por ejemplo, El libro de Alexandre) rara es la obra donde no se dediquen un par de versos a asociar la buena o la mala suerte de su protagonista a los astros, los planetas o las estrellas.

En el poema predomina un léxico de carácter astronómico (planeta, estrella, lucero, firmamento…). El yo poético (mujer) habla en primera persona a los elementos del cielo (las estrellas y el Sol) y se dirige a ellos mediante el vocativo (estrella de nácar, la que más reluce) y la interrogación retórica (¿Por qué me llevas por este calvario llenito de cruces?). La protagonista se lamenta de su desdicha, de su mala suerte, de su escasa fortuna en el terreno sentimental. El diminutivo (llenito) y las metáforas fatalistas católicas (calvario, cruces) dotan al discurso de un efecto victimista y compadecedor, en plan pobrecita de mí, qué desgraciada soy…y así los lectores sufrimos con la chica.  

Realmente, lo que le pasa a la protagonista no es nada extraordinaria o fuera de la común: está enamorada de un hombre y este, todavía no se ha declarado.

En muchas coplas nos encontramos a la típica muchacha encandilada y maravillada por un hombre, que muere por él, está colgada por él y daría todo lo que fuera por poder caer en sus brazos. ¿El problema? Que él parece no darse cuenta y va a su bola, está en su mundo y en sus cosas, como si nada pasara a su alrededor. Esto provoca que la chica tenga que sufrir en silencio y en privado, ya que en esa época lo normal era que él tomara la iniciativa, encargándose de cortejar, piropear y pedir a la fémina salir. No estaba bien visto que una mujer fuera detrás de un hombre y se abriera de esa manera. Tenía que esperar a ser conquistada por él. Por eso, la protagonista se lamenta de su mala suerte a los astros, ya que se pasaba mal estando enamorada y que el chico no se diera ni cuenta: “por donde quiera que voy que mala estrella me guía”. La metáfora astral permite justificar la mala racha de ella.

En la copla se crea un distanciamiento entre la mujer y el hombre, que sirve para justificar la mala suerte de la protagonista. Ella está muy enamorada, pero él no lo percibe, no se da cuenta…hay una separación física entre ellos. El recurso elegido para representar esta falta de sintonía y correspondencia es la metáfora. Él queda retratado como alguien superior, importante, poderoso, divino, elevado, mediante dos imágenes modernistas:

-Por un lado, la escena de él a bordo de un caballo volador (que recuerda a Pegaso): tú vas a caballo por el firmamento....Él queda representado como un ser celestial, heroico, grande. El amante sobrevuela el cielo…eso solo lo hacen los héroes o los dioses.

-Por otro lado, la escena del velero que surca los mares: El barco de vela de tu poderío…Este representa la fuerza, el poder, el señorío, la clase, la grandeza, la majestuosidad…Ella ve a él como si fuera alguien importante...que está a otro nivel, en otra categoría…y le resulta inaccesible.

Ella se representa como un ser inferior, pequeñito, poco importante, de baja autoestima, locamente enamorada y devorada por la situación y el contexto. La imagen de la amada andando entre la niebla, perdida, desorientada, buscando al amante, sin encontrar una respuesta representa esa falta de ego y de amor a sí misma: Y yo cieguecita sobre las tinieblas a pasito lento. Esto nos evoca a la fase de oscuridad de la literatura mística cuando no hay unión entre Dios y el poeta…fijaos la alusión a la ceguera y a las tinieblas…dos elementos negros.

Esto nos evoca al Machado de Soledades que busca a un Dios entre la niebla, así como al poema Hombre de Blas de Otero, que busca y busca insistentemente sin encontrar un consuelo. Los diminutivos (pasito, cieguecita…) vuelven de nuevo a crear un tono de compasión y victimismo.

La propia protagonista se cosifica a sí misma como una carga, una mercancía que el barco velero (el hombre) la deja tirada en un puerto: Me trajo a este puerto donde se me ahogan los cinco sentidos. La metáfora de los sentidos corporales anulados, enfatizan el estado de enamoramiento…cuando quieres a alguien la percepción de la realidad se ve alterada. Los sentidos no funcionan de una manera normal. Está loquita por él

Como veis, todas estas metáforas permiten ver al hombre como un Dios (caballo, barco) y a la mujer como una sierva (mercancía y oscuridad)

En la segunda parte de la canción se recoge un tópico amoroso que huele bastante a la literatura del amor cortés: la mujer apresada, encadenada, atada, encarcelada por el amado. Evidentemente, se interpreta en sentido metafórico y lírico. La chica desea ser apresada (que me pongan en este barrote mi reloj de arena), caer en las garras del hombre y vivir con él una relación.

Por eso, suplica a los astros mediante el vocativo (estrella de nácar) y el imperativo (déjame ser buena…) poder ser una prisionera (sentimental) de él: yo haré lo que mandes, rey de los luceros, y cuando él diga que la lleven presa, le diré te quiero. Es la metáfora de la cárcel de amor de la poesía de cancionero. La protagonista desea con todas sus fuerzas caer en un estado de enamoramiento, y no salir nunca de él, como si estuviera en una prisión permanente. No desenamorarse nunca. Una presa enamorada eterna jajajajjajaa

Para muchos, esta imagen, puede estar ligada al masoquismo o al juego erótico, pero en el contexto de este poema está cargada de muchísima sinceridad, lirismo e intensidad. Era una forma poética de decir que estabas locamente enamorado de alguien.

Lingüística y estilísticamente, estamos ante una copla muy elegante y adornada. Hay tendencia al circumloquio, a designar una realidad dando un rodeo, utilizando más palabras de las necesarias (rey de los luceros=Sol). También se detecta cierta tendencia a añadir complementos redundantes a un sustantivo, que realmente no son muy necesarios para transmitir un significado, pero ayudan a saborear más la copla e ir retardando y viviendo la situación dramática con cierta lentitud (Estrella de nácar, la que más reluce…). Las metáforas ya analizadas del caballo, la niebla, el barco y el puerto tienen un carácter antitético, ya que permiten contrastar el rol femenino con el masculino. Gracias a las anáforas (que planeta reinaría/ que mala estrella me guía) se remarca el determinismo astral presente en el tema. El uso del estilo indirecto ("cuando él diga que la lleven presa") permite enfatizar el carácter ingenuo, fantástico, imaginativo y puro de la protagonista, con ese punto de ilusoria que encaja muy bien con su psicología.



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