miércoles, 8 de julio de 2020

Como dos barquitos: desamor con una metáfora marina


Desde que empezamos el blog allá por el mes de noviembre, cada vez que hemos analizado una copla de Juanita Reina, casi siempre os he puesto el típico ejemplo de tema ligero, cómico y humorístico, de mucho baile y ritmo divertido (Con las bombas que tiran, Ni hablar del peluquín, El gazpacho…).

Sin embargo, la artista sevillana no solo hizo canciones de risa y sátira (a la pobre la he acabado encasillando sin quererlo yo en este registro jajajaja, lo cual no tiene que ser motivo de crítica o desprestigio, sino de orgullo y valentía, ya para mí tiene el mismo valor literario un dramón que una revista). A lo largo de su extensa carrera como cantante también interpretó poemas dramáticos y serios, como el que os traigo hoy. Se trata de una marcha que se hizo popular en el año 1950 y se titula Como dos barquitos


Como una rosa alegre de primavera

me vi ya caminito de los artares,
dispuesta a sé pa siempre tu compañera
y darte el ramo blanco de mis azahares ...

Pero en lo más oscuro de mi sentío
de pronto, compañero, brilló una luz
y vi que no era güeno para marío
quien iba a darme sólo pena de cruz.

¡Poco duró la alegría!
¡Lo nuestro ya s’ha acabao!
¡Somos la noche y er día!
¡Cada uno por su lao!

Somos como dos barquitos
que se crusan por la má,
y adiós con er pañolito
nos desimos ar pasá ...

¡Adió barquita velera,
galeón de mi queré,
tú bandera y mi bandera
ya no han de vorverse a vé!

Con los ojitos bajos, como los niños,
vendrás pidiendo a voces que te perdone,
mas yo no he de fiarme de tu cariño
ni que te vea llorando por los rincones ...

Tienes que mereserme, falso cristiano,
y pasar el calvario que yo pasé,
si quieres que de nuevo ponga en mi mano
el anillo de hierro de tu queré.

Donde te lleve la suerte,
serás un barco perdío;
tengo que volver a verte
llorando y arrepentío.

Somos como dos barquitos
que se crusan por la má,
y adiós con er pañolito
nos desimos ar pasá ...

¡Adió barquita velera,
galeón de mi queré,
tú bandera y mi bandera
ya no han de vorverse a vé!

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El mecanismo retórico del título se basa en una metáfora comparativa que hace alusión al estado de la relación de desamor que la protagonista (voz poética) mantiene con su amado. Cada uno de los personajes se identifica con un barco que navega por alta mar, de manera independiente, cada uno por su lado. Por tanto, se ha producido la separación y ruptura amorosa. Los barquitos van por libre y no tienen intención de juntarse jejeje

Además, cada barco navega en una dirección opuesta, lo cual indica la incompatibilidad entre caracteres. Aunque hay veces que los barcos se cruzan (por circunstancias de la vida los amantes coinciden en un mismo contexto), los dos saben que es imposible volver a juntarse y retomar la relación. Por lo tanto, se da una visión desesperanzada e imposible del amor, que recuerda mucho a la de “A otra cosa compañero” que analizamos hace unas semanas. Es una forma metafórica de decir “esto se ha terminado”. Cuando el amor se apaga no hay posibilidad de recuperarlo.

Además, a lo largo del poema se irá produciendo un desgaste y empeoramiento progresivo de la relación, que irá del encanto al desencanto. Al principio de la canción, vemos a la protagonista feliz e ilusionada con su amado (los personajes están a punto de casarse). Sin embargo, poco a poco, por “algo” que pasa (y que en la letra no se aclara explícitamente pero se puede intuir y especular), la relación empeora, hasta que se produce el desamor. Esa gradación (en negativo) va marcando líricamente el texto.

Al principio de la copla encontramos una serie de comparaciones optimistas y vitalistas que representan la alegría y felicidad de la protagonista: Como una rosa de alegre primavera, me vi ya caminito de los altares, dispuesta a ser para siempre tu compañera. Esta imagen de la rosa es muy del gusto renacentista, ya que las flores representan la belleza del mundo (visión colorida y sensual de la vida) y la primavera es una época de plenitud, de juventud. La relación amorosa está pasando su momento de esplendor y brillantez, ya que a partir de la siguiente estrofa, todo va a decaer

En la España de los 50, la máxima expresión del amor era el matrimonio. Por eso, en esta copla se detecta una visión materialista y clasicista del amor, como si el amado fuera una posesión o un objeto concreto que te pertenece de manera eterna. El posesivo y el adverbio de frecuencia permite enfatizar esto: dispuesta a ser para SIEMPRE TU compañera.

El amor se concibe como un acto de entrega, que cosifica a las personas, y las hace llegar a ser parte de otra entidad diferente (la de la persona que quieres). Esto queda muy bien simbolizado con la imagen del azahar: “darte el ramo blanco de mis azahares”. Se usa un verbo de transacción (dar). El color blanco del azahar representa lo esencial, lo genuino, lo auténtico, lo puro, lo natural lo que es propio de una persona (su esencia, que tiene solo esa persona y no tiene nadie más).  La protagonista está dispuesta a “perder” esa esencia y dársela a la persona que quiere. Por eso, en la ceremonia de la boda, la novia va de blanco y lleva azahares, ya que está dispuesta a entregarse a su marido de manera eterna. Como veis, una visión muy tradicionalista del sentimiento amoroso.  

Sin embargo, todos estos proyectos e ilusiones de la protagonista en la primera estrofa (vamos a ser muy felices, voy a ser tu mujer en las penas y en las alegrías, en la salud y en la enfermedad…) se esfuman y se quedan en ideales que al final no se llevan a cabo ni materializan. Así, en la segunda estrofa del poema, se produce un giro en los acontecimientos y la protagonista cambia de opinión: decide no seguir con la relación.

Hay una cosa que nos sorprende en la actitud del yo poético: en lugar de explicar de una manera clara, directa y argumentada por qué ha decidido cambiar de opinión y no casarse, sucede todo lo contrario: le cuesta ser explícita y concreta en la expresión, le cuesta esclarecer los motivos, le cuesta desvelar la realidad. Se limita a dar una serie de razones poco convincentes y explícitas, muy indefinidas, vagas e imprecisas que dejan al receptor con ganas de más (parece que se oculta información): Pero en lo más oscuro de mi sentío, de pronto, compañero, brilló una luz, y vi que no era bueno para marido, quien iba a darme sólo pena de cruz

Como veis, se recurre a un léxico muy abstracto, tomado de la mística (luz) y lo católico (pena de cruz), pero poco esclarecedor. ¿Por qué piensa que va a ser un mal marido? ¿Por qué decide cambiar de opinión de manera súbita? Este tipo de dudas serán las que el receptor tenga al escuchar el contenido del tema.

Hay poco fundamento racional en la conducta de la protagonista: parece que el hecho de tomar la decisión de dejar al amado ha sido una llamada divina, una inspiración irracional, una intuición, como una fuerza misteriosa, como una corazonada que te dice “no hagas eso”. Es como si se encendiera una bombilla en un cómic (el personaje toma la iniciativa y lleva a cabo la idea de dejar la relación). Fijaos en la antítesis entre la “luz” y lo “oscuro de mi sentío”: la protagonista estaba en el camino incorrecto y equivocado, y con esa decisión ha hecho lo adecuado para su persona. El hipérbaton tiende a retrasar el giro, el momento de la decisión (de pronto, compañero, brilló una luz, no era bueno […] quien iba a darme pena).

La oración subordinada sustantiva con función de sujeto (quien iba a darme pena) hace de circumloquio, como si la protagonista no quisiera dirigirse o aludir directamente al nombre de su amado (ya sea por dolor, vergüenza, respeto o por lo que sea). Prefiere nombrarlo de manera indirecta, con un rodeo, y neutralizar el discurso empleando una oración larga en vez de un sustantivo preciso. Está claro que el yo poético tiene una perturbación interior con este asunto.

La perífrasis de ir + infinitivo (iba a darme sólo pena), le da a la acción un carácter ingresivo: si llega a casarse con ese hombre, ese hubiera sido el inicio de un camino lleno de dolor para la protagonista. La pena hubiera sido inminente y no se podría haber evitado.

La protagonista, como veis, es poco esclarecedora en los motivos, pero deja clara su postura y su actitud, y sabe lo que quiere (aunque no lo sepa transmitir). De momento, la historia tiene muchos “puntos oscuros” para el receptor y solo nos podemos quedar con el valor literario. El yo poético dosifica el material lírico como quiere. En este caso, ha decidido ser poco esclarecedor con el receptor.

Antes del primer estribillo, la protagonista se recrea en el hecho de la separación y la ruptura mediante una serie de oraciones exclamativas que dan intensidad, pero a la vez un tono coloquial y natural: ¡Lo nuestro ya se ha acabado!

El hipérbaton “Poco duró la alegría” resalta el carácter efímero de la relación (su duración ha sido cortísima). La antítesis (somos como la noche y el día) refleja la incompatibilidad entre caracteres. Son personas muy diferentes, sus personalidades chocan.

Esta pretensión de recrearse en la ruptura se prolonga en los estribillos, con la metáfora-comparación relativa al mundo marino (somos como dos barquitos que se cruzan por la mar…) que ya explicamos al inicio

A pesar de lo traumático que puede llegar a ser una separación, el yo poético no se recrea en exceso en los llantos y penas, sino que adopta una postura de serenidad, de contención, de sobriedad, muy del gusto renacentista, quitando dolor y dramatismo a la situación (en lugar de expresar la pena hacia fuera, la contiene dentro).

El diminutivo (barquito) da suavidad al discurso, así como el uso del sustantivo mar en femenino (la mar). El hecho de que los dos barcos se saluden al cruzarse por el mar indica que ella no guarda ningún rencor, y la relación la ve como un recuerdo que se esboza levemente, sin necesidad de traumas: Adiós con el pañuelito nos decimos al pasar. El desamor está superado.

La musicalidad y el ritmo (ayudados por los cambios de orden en la sintaxis) quitan trascendencia dramática a la situación. La separación se concibe como algo natural:  aunque la relación acabe, el hecho de volver a encontrare con tu ex no tiene que poner los sentimientos patas arriba ni afectarte anímicamente

La metáfora de los barquitos se ve enfatizada con el recurso de la personificación, ya que el barco que representa a ella dialoga con el barco que representa a él: Adiós, barquita velera, galeón de mi querer.

Como veis, se produce un contraste de tamaño (antítesis) entre el vocativo “barquita” (en diminutivo), y la aposición “galeón” (que denota fuerza, poder, destrucción, pues los galeones eran barcos de combate típicos del XVI).

De esta manera, a la hora de valorar y analizar lo vivido con alguien, una vez se ha terminado la relación con esa persona, el yo poético recuerda todos los matices, tanto los positivos como los negativos, tanto los buenos como los malos. Es una manera de considerar a la persona no solo por una cosa, sino por todo el conjunto. Al final, no solo hay que quedarse con lo malo de la relación, sino también con los momentos buenos. De ahí (a pesar de la paradoja) que lo considere a la vez una barquita y un galeón, ya que ambos matices se han dado. Aunque al final pese más lo malo que lo bueno (y por eso decide dejarlo), las cosas buenas no se olvidan y por eso mismo, él merece un respeto (por eso le saluda al cruzarse), y ella se toma las cosas con calma, adoptando una postura cercana al estoicismo.

La metáfora del barco se ve enriquecida por la sinécdoque: tu bandera y mi bandera ya no han de volverse a ver. Evidentemente, se está designando una parte (bandera) para referirse a la totalidad (barco). Está claro que la reconciliación entre la pareja es imposible, y el yo poético sabe que eso es lo mejor para los dos.

En la segunda estrofa, el yo poético intenta concretar los motivos de la separación, para dar un poco de forma a esa falta de nitidez conceptual de la primera estrofa, pero sin llegar a una claridad total. Al menos, la irracionalidad de motivos del principio (la corazonada, la inspiración, “se me encendió la luz”), da paso a una racionalidad (aunque siga siendo poco clara).

Sabemos que él ha cometido un error y ella no lo quiere perdonar, pues está muy dolida. Tal vez este error le haya abierto los ojos a la protagonista, y por eso tomara la decisión de no casarse. Hablar de errores y perdones no permite clarificar los motivos reales, ya que no están contextualizados (no sabemos el tipo de fallo que ha cometido él, lo grave o leve que es, o por qué a ella le ha sentado mal). Solo sabemos que la culpa ha sido de él, y que ella no quiere perdonarlo, por muy arrepentido y afectado que esté.

Esto se manifiesta con la comparación: Con los ojitos bajitos, como los niños, vendrás pidiendo a voces que te perdone. Ese error ha supuesto la pérdida de confianza en la pareja: mas yo no he de fiarme de tu cariño ni que te vea llorando por los rincones. De esta manera, se percibe una actitud de superioridad de la protagonista, la cual exige una perfección en el modo de actuar de su amado, y no le permite ningún tipo de error (al primer fallo que ha cometido, decide dejarlo), y por supuesto, no confía en que pueda cambiar (no le da segunda oportunidad ni le perdona a pesar de todo lo arrepentido que está).

Es como si la protagonista no creyera en la capacidad de mejora y cambio del ser humano. El daño está hecho. Se ha subido a un pedestal, y ella misma determina como una verdad universal lo que es correcto de lo que es incorrecto, lo que está bien de lo que está mal. No hay oportunidad para el desliz. De hecho, la protagonista piensa que él no tiene categoría ni importancia suficiente para estar con ella: tienes que merecerme. Ella quiere a alguien mejor. Por eso se considera superior. Es una manera de olvidarse de él y dejar de remover en la herida (un mecanismo de defensa para no volver a enamorarse).

En esta parte de la copla se recurre a un lenguaje sagrado y religioso: el sufrimiento de la protagonista se identifica con el “calvario”. El yerro del hombre se manifiesta formalmente con el vocativo “falso cristiano”. También se alude a la imposibilidad de volver a recomponer la relación, haciendo referencia a la alianza que se ponen los novios en el ritual católico de la boda: “el anillo de hierro de tu querer”. Como veis, estamos ante un circumloquio (ya que ese sintagma podría ser sustituido por la palabra “alianza”).

La separación provocará en el hombre, una desorientación en su vida, ya que no sabrá qué hacer ni dónde ir: Donde te lleve la suerte, serás un barco perdido.  Es el tópico clásico de una persona que necesita de otra para dar sentido a su existencia.

De nuevo, la mujer queda representada en una posición de superioridad respecto al hombre, el cual queda al borde de la humillación, cumpliendo una especie de condena por su mal comportamiento como amado: tengo que volver a verte llorando y arrepentido. La perífrasis de obligación (tengo que) da dureza y rotundidad al discurso. La protagonista, en el fondo, quiere resarcirse de lo que ha ocurrido. Busca potenciar su honor, su orgullo, intentando que el hombre no quede bien parado en la historia.  

La dignificación de la imagen de la amada y la denostación del amado es la única posibilidad de recuperar la relación, tal como se refleja en la subordinada condicional con tiempos de indicativo: si quieres que de nuevo ponga en mi mano el anillo de hierro de tu queré, tienes que mereserme, falso cristiano, y pasar el calvario que yo pasé. La mujer le pone al hombre como condición para volver su humillación (que él lo pase mal, y sea digno de ella). 





Como veis, la voz poética femenina está caracterizada con un gran matiz psicológico y una profundad introspectiva, con algunas contradicciones, configurándose un personaje muy natural. La vemos vitalista y optimista al principio y más perturbada (sin romperse) a medida que avanza la canción. Posee unas ideas claras en el pensar pero “oscuras” a la hora de expresar (gracias a las metáforas y los símbolos).

Por un lado, tiende a desdramatizar, adoptando una actitud de serenidad, intimismo, recogimiento, recordando las cosas buenas (y no solo lo malo), y dándole un carácter espontáneo a las cosas, viendo la relación como un recuerdo del que no hay que desquiciarse. Sin embargo, por otro lado, adopta una actitud de perfección, superioridad, de no aceptar el perdón, no bajarse de la burra y verlo humillado

Seguramente, la protagonista no quiera sufrir y toma la decisión pensando solo en ella. Por eso, manifiesta una postura tan dura con el amante (para no re-enamorarse) y a la vez tan serena, ya que no se deja llevar por las emociones fuertes que supone la ruptura. Adopta una actitud muy estoica, de control de sus emociones, a pesar de que a veces se le ve el plumero y no puede ocultar su orgullo, deseando que el hombre se baje los pantalones y pida perdón.

Por esto, si una cantante quiere interpretar bien este tema, debería irse por el camino del intimismo, para que el personaje sea creíble y coherente con el texto literario. Aquí la emoción desbordada de ciertas cantantes no pega con la letra. Lo importante es el autocontrol.

La canción se estructura en dos partes, cada una de ellas con dos estrofas principales, una estrofa de transición al estribillo, y dos estrofas de estribillo. Las dos primeras estrofas son serventesios, en versos endecasílabos con el esquema de rima ABAB. Tanto las entradas a los estribillos como los estribillos son versos octosílabos, formando cuartetas con el esquema de rima abab.

Precisamente el estilo desdramatizado se ve ayudado por la presencia de elementos lingüísticos dialectales: intercambios de L y R implosivas (artares, er día, vorverse, ar pasar), apócopes (pa), confusiones de sonido a modo de vulgarismo (güeno), relajación de la –d intervocálica (marío, lao, arrepentío, perdío), contracciones (s`ha acabao), seseo (crusan, mereserme), pérdida de consonante final: ma[r], quere[r], ve[r].

Las palabras se relacionan con el campo semántico de lo marino (barquito, galeón, barquita, mar, pañolito, bandera…), ya que la metáfora que da título a la copla se basa precisamente en una imagen del mundo del mar



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