De los misterios, ilusiones, bellezas y sensaciones que genera
el mundo del mar para alguien que habita en el interior (tal como veíamos con
el bello poema de Alberti la semana pasada) pasamos a una copla que refleja el drama
que suponía ser una madre soltera en la época de Posguerra, y más, cuando esa madre
procedía de la “mala vida”. Empezamos la semana con unos tientos de Marifé de
Triana del año 1959 que llevan por título Me valga la Magdalena
Me valga la Madalena ,
¡Ay!, ¡Ay!, lo grande que es mí sufrir,
que yo no tengo a la pena,
¡Ay!, que la pena me tiene a mí.
Yo no pienso en la venganza,
porque eso a mí no me va,
si he perdío la esperanza,
qué me importa lo demás.
Pido a Dios, pido a Dios,
que nunca vuelvas,
que ya tú para mí te has muerto.
Yo pisé sin querer la mala hierba,
que sembraste en mi huerto.
El hijo que me ha nacío,
no va a pagar tu sentencia,
llevará mis apellíos,
y allá tú con tu conciencia.
Más no será un desgraciao,
que yo lo haré un hombre bueno.
Por él no pases cuidao,
que el hijo de mis pecaos,
¡Ay, mis pecaos!,
jamás te echará de menos.
Me valga la Madalena ,
¡Ay!, qué penita de churumbel,
que tiene mi piel morena,
y los ojitos como los de él.
Velaré junto a la cuna,
su sueño de madrugá,
no dejando ni a la luna,
que lo venga a despertá.
Pido a Dios, pido a Dios,
que nunca vuelvas,
que ya tú para mí te has muerto.
Yo pisé sin querer la mala hierba,
que sembraste en mi huerto.
El hijo que me ha nacío,
no va a pagar tu sentencia,
llevará mis apellíos,
y allá tú con tu conciencia.
Más no será un desgraciao,
que yo lo haré un hombre bueno.
Por él no pases cuidao,
que el hijo de mis pecaos,
¡Ay, mis pecaos!,
jamás te echará de menos.
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La protagonista de la copla es una mujer que ha mantenido relaciones
con un hombre de dudosa reputación moral. Ella se queda embarazada y tiene un
niño, del cual el padre se desentiende. Por lo tanto, ella se verá obligada a
afrontar en absoluta soledad la difícil tarea de ser madre soltera y criar a un
niño.
La canción se concibe como un soliloquio (monólogo) en el
que la mujer habla en primera persona manifestando sus pensamientos y reflexiones
en torno a su mundo interior, a su propio yo y sus circunstancias personales
que le va a tocar vivir de cara al giro que ha dado su existencia, con ese hijo
que no esperaba. Por eso, el componente subjetivo del tema se verá reforzado
por las marcas de primera persona: el posesivo (mi sufrir, mis apellidos), los
verbos (pido a Dios…, Yo pisé…, Velaré…) o los pronombres (tu para MÍ, YO no
tengo la pena, el hijo que ME ha nacido).
Tal como expresa metafóricamente el título (Me valga la
Magdalena) la protagonista se identificará con el famoso personaje bíblico de María
Magdalena. La cantidad de cosas que se han dicho sobre ella es apabullante. Necesitaría
tres o cuatro entradas para poder explicarlo. Resumiendo un poco, podemos decir
que la Magdalena simboliza a la mujer pecadora, a aquella señora que llevaba
unos modos de vida de dudosa reputación social y moral (era prostituta), pero
que un buen día se arrepiente de sus actos, decide cambiar y se acaba convirtiendo
en una de las fieles seguidoras de las doctrinas de Jesucristo. Por lo tanto, es
perdonada y pierde su mala imagen de cara a la gente
Leyendo la letra (y por la simbología del título), podemos
intuir que la protagonista ha sido una prostituta, y seguramente en uno de sus
servicios se haya quedado embarazada. Tened en cuenta que esta época no había los
medios que hay ahora (anticonceptivos y demás), así que este tipo de cosas en
el mundo de la prostitución eran bastante comunes en los años 40 y 50. Los
embarazos no deseados estaban a la orden del día
La protagonista, por el tipo de trabajo que lleva, se siente
una pecadora y una mala persona, y por lo tanto, todo lo que le ha pasado ha sido
una especie de castigo. Sin embargo, como María Magdalena, luchará para salir de
la “mala vida” y dar a su hijo un futuro mejor.
Podríamos decir, que el estado anímico de la protagonista
pendula entre dos actitudes totalmente opuestas, una más optimista y otra más pesimista,
que se irán alternando en función del momento de la canción, ya que algunas veces
la protagonista se verá superada por el drama que está viviendo, y otras veces,
decidirá luchar por salir de él. Esos altibajos emocionales cohesionarán la estructura
de la copla. Por eso, en ocasiones, hay contradicciones dentro del personaje.
Por un lado, una actitud de lamento, de recreación en el
dolor, fruto del contexto que le ha tocado vivir. Ser abandonada por un hombre y
tener que criar a un niño sin ayudas, sin apoyo, era una desgracia. Además, este
tipo de madres solturas y prostitutas eran repudiadas socialmente. Eran seres marginados,
y por consiguiente, esos bebés también.
Estos lamentos, se reflejan formalmente en las interjecciones
y oraciones exclamativas (¡Ay, Ay, lo grande que es mi sufrir). La adjetivación
(grande) tiende al efectismo dramático, a la altisonancia, que recuerda al drama
romántico de Zorilla y el Duque de Rivas (en el que los personajes claman en un
tono de intensidad, sobreactuado) o a la poesía de los primeros años del siglo
XIX (que era una lírica más ruidosa y “llorosa”, frente a la poesía de la segunda
mitad del XIX de Bécquer o Rosalía que era más recogida e intimista).
El quiasmo contribuye a crear una imagen desgraciada de la
protagonista, marcada por el contexto que la ha tocado vivir, de suma dureza y
crueldad: Que yo no tengo la pena, que la pena me tiene a mí. El pesimismo se
percibe en las palabras de la protagonista: Si he perdido la esperanza, qué me importa
lo demás. Estamos ante una heroína totalmente despojada y perdida existencialmente
hablando.
Otras veces, el dramatismo se enfoca en la figura del niño (¡Ay,
Ay, que penita de churumbel), con el objetivo de crear compasión en el lector,
usando el personaje más débil e indefenso. Como veis, se recurre a una palabra
del lenguaje calé (en el lenguaje gitano, churumbel significa “niño”).
El hecho de que en el bebé se detecten rasgos físicos idénticos
a los del padre y a los de la madre, también contribuye a reforzar ese dramatismo:
Tiene mi piel morena y los ojitos como los de él. De un padre sumido en la mala
vida, y una madre sumida en la mala vida, el fruto no puede traer nada positivo.
Se crea una imagen de un bebé destinado a una mala vida,
marcado desde sus orígenes, sellado a un destino cruel, condenado a ser una
persona marginada y repudiada por la sociedad. Y no hay forma de evitar esa
catástrofe. Ya os he dicho que la protagonista se concibe como una pecadora y su
hijo ha sido fruto de una relación viciosa, prohibida, pecaminosa. Ha sido un
hijo creado sin amor. Un hijo creado en contra de las leyes de la Iglesia era una forma de condenarlo
también al Pecado y a la mala vida.
¿Os acordáis de las teorías deterministas de las que ya hemos
hablado varias veces en este blog? El determinismo establecía que el ser humano
no era responsable de sus actos y que todo lo que le iba a ocurrir en su vida
estaba ya escrito y no se podía hacer nada para evitarlo. Había distintas modalidades
de determinismo: para unos, todo era por capricho de un dios (determinismo teológico);
para otros, todo dependía de la posición de los astros en el cielo (determinismo
astrológico, como vimos en El día que nací yo). En esta copla podíamos hablar de
dos tipos de determinismo:
Por un lado, un determinismo ambiental (impregnado con ideales
católicos). Si los padres proceden de ambientes marginales (ella prostituta, él
que se desentiende de su obligación como padre y paga dinero por acostarse con una
mujer) está claro que el hijo tiene todas papeletas de convertirse en un ser
marginal. Esa falta de estructura familiar, el ambiente de pobreza y miseria
(una prostituta es una persona que no tiene recursos), todo eso contribuye a
dar un mal ambiente al niño, sin estímulos. Además, el ser una relación fruto
del pecado (del vicio de los padres), también marca al niño de cara a la sociedad,
que asocia el pecado a lo no moral (y por tanto, puede ser condenado).
Por otro lado, un determinismo fisiológico (derivado del
ambiental). La genética (el hecho de que haya rasgos físicos como el color de
los ojos o de la piel que se hereden), se concibe así como una especie de mancha
o marca imborrable (pecado original), que se transmite, que pasa de una generación
a otra, y es imposible de evitar (esos rasgos físicos te tocan porque te tocan
y no hay más). Los rasgos físicos son elementos que van a marcar para siempre a
ese niño. El hecho de tener rasgos fisiológicos de una madre marginal (piel) y de
un padre marginal (ojos), nada bueno puede traer.
Además, la descripción física del niño también contribuye a
dar dramatismo, ya que aunque el padre se desentiende de él, la “huella” de
este sigue presente en el bebé (en el color de los ojos) y eso nunca se olvida,
de tal forma que la pena va a estar presente de manera permanente. El color de
los ojos siempre le hará a ese niño recordar que tuvo un padre que se desatendió
de él.
En segundo lugar, la protagonista adopta una actitud de
valentía, de echarle huevos a la vida, dejando las lágrimas de lado. A pesar de
la pena y el dolor que está viviendo por ser abandonada, y del futuro tan “negro”
que tiene ese bebé, veremos cómo la mujer intentará hacer todo lo posible por
salir de la depresión anímica, luchar, cambiar de vida y así evitar que ese
niño quede marcado. Vemos a una mujer luchadora, con coraje, decisión, que en lugar
de dejarse vencer por las penas, intentará salir de la mala vida, para así darle
un futuro digno al niño.
El objetivo de la protagonista es luchar contra el componente
determinista: aunque ese niño tenga todas las papeletas de ser un desgraciado
(madre prostituta, padre que no lo reconoce, pobreza, marginalidad…) es posible
hacer algo para cambiar la situación y que el niño sea una persona “normal”. El
ser humano es responsable de sus actos.
Por eso, la protagonista (que era un alma descarriada) va a cambiar
la mala vida (pecado) por la buena, (arrepentimiento) como el personaje bíblico
de María Magdalena, para así volver a hermanarse con el mundo (perdón) y ser una
más (rebaño de Dios).
Como veis, esta copla puede interpretarse desde una perspectiva
católica (tened en cuenta que para la religión, lo dogmático es también lo moral,
lo bueno, lo correcto). Lo que se sale de lo religioso es lo amoral, lo deleznable,
lo malo, lo que merece ser erradicado. Las religiones, en cierta medida, fusionan
el concepto de fe con el concepto de moral. La protagonista se va a acabar moralizando
y catolizando en su lenguaje: Pido a Dios…, Yo lo haré un hombre bueno…, El
hijo de mis pecados… Como buena arrepentida, ella acaba reconociendo sus “malas
obras”.
Lo primero que hace para salir del bache anímico es olvidarse
de la persona que causa el daño, evitando el rencor y el odio: Yo no pienso en
la venganza porque eso a mí no me va. Es una actitud de estoicismo y serenidad,
muy del gusto del cristianismo. Aunque le hayan hecho mucho daño a la muchacha,
ella no tiene necesidad de devolver ese daño
La protagonista acaba acusando al padre de su hijo de haberla
llevado por el camino de la mala vida y del pecado. Este hecho cobra fuerza
mediante una alegoría basada en el mundo vegetal: Yo pisé sin querer la mala
hierba que sembraste en mi huerto. En cierta
medida, ella se está quitando parte de la culpa, afirmando que solamente cayó en
la tentación que otro cometió (seguimos con la interpretación en clave religiosa).
Por eso, la protagonista piensa que para alejarse de la mala
vida, lo que hay que hacer es mantenerse lejos de las fuentes que causan el pecado:
Pido a Dios que nunca vuelvas, que tu para mí te has muerto. Como veis, a la vez
que está despidiéndose del padre de su hijo, se está despidiendo también de la
mala vida. La imagen de la muerte tiene una impronta muy manriqueña, ya que no
se trata de morir en sentido físico (perder la vida), sino desaparecer de la mente
(olvidar), aplicado tanto a la persona como al pecado asociado a esa persona
De hecho, la protagonista intentará alejar a su hijo de lo
pecaminoso (lo pecaminoso es lo dañino, lo perjudicial). El uso pronominal del
verbo nacer (el hijo que me ha nacido), no solo acentúa la desgracia de la protagonista,
sino que permite quitar el vínculo del bebé con el padre, y concebir al niño como
una posesión exclusiva de la madre (que es la que va a cambiar y acercarse a la
“buena vida”).
Otra manera de alejar al niño del Pecado consiste en darle los
apellidos de la madre en lugar de los del padre (Le daré mis apellidos y allá
tú con tu consciencia). Como veis, se sigue recurriendo al lenguaje sagrado, ya
que la consciencia se refiere al remordimiento, al hecho de reflexionar sobre
tu propia forma de obrar, de cómo las cosas malas que haces crean un concepto de
culpa que te impiden tener tu espíritu limpio. Ella a partir de ahora podrá
dormir tranquila. El padre, no.
Mediante el futuro de predicción, la madre desvinculará al niño
de su padre: El hijo de mis pecados, jamás te echará de menos. El circumloquio (niño=
hijo de mis pecados) enfatiza el arrepentimiento de la madre (cuando una persona
comete un desliz, un recurso habitual para demostrar que estás arrepentido consiste
en repetir y reconocer muchas veces, aunque no venga al caso, que lo has hecho
mal, en plan, mea culpa…mea culpa…mea culpa). Así el receptor se compadece de la
protagonista y ve que está dispuesta a cambiar, y así convertirse en un modelo de
buena conducta.
De esta manera, el niño podrá desarrollar una vida digna, ya
que la madre está dispuesta a llevarle por el buen camino: Mas no será un desgraciado,
que yo lo haré un hombre bueno. Las palabras “bueno” y “desgraciado” crean una antítesis,
que marca la dicotomía entre los dos caminos en el obrar humano, dando un toque
moralizante a la copla: solamente los que se vayan por el “buen camino” tendrán
una vida agraciada y plena, mientras que el que vaya por el “mal camino”, tendrán
una vida de sufrimiento y calvario.
La gente que va por el mal camino, será siempre criticada,
juzgada y condenada. Esto se refleja con la metáfora: El hijo que me ha nacido,
no va a pagar tu sentencia. Es la misma metáfora que se usaba en el “Romance de
la otra” ¿Os acordáis? (ya que ser una querida, una “destroza-matrimonios”,
también significaba estar en el mal camino). Y eso tiene un precio alto a
pagar, una “sentencia social”. Los pecados se pagan caro.
La copla termina de manera muy optimista. La protagonista demuestra
que tiene lo más importante a la hora de poder criar a un hijo: AMOR. Ella está
dispuesta a sacrificarse, esforzarse y a dar todo por su niño. Esto lo expresa
mediante una imagen muy tierna, (Velaré junto a la cuna, su sueño de madrugada)
y una personificación (no dejaré ni a la Luna que lo venga a despertar), que da un cierre
muy literario, casi de nana. Como veis, el personaje de esta copla encarna las virtudes
de una madre coraje.
Métricamente, las estrofas están formadas por la unión de dos
cuartetas, aunque estas no son del todo perfectas, ya que se escapa algún verso
de arte mayor. De todas formas, siguen el esquema de rima abab. El estribillo está
formado por la unión de una quintilla (con verso suelto: -abab), una cuarteta (abab)
y una sextilla (abaaab).
En cuanto al léxico, ya hemos visto que hay palabras procedentes
de un ámbito moralista y religioso (hombre bueno, Magdalena, Dios, pecado…). También
hay algunas relajaciones fonéticas (Madalenas, perdío, nacío, apellío…).
Me valga la Magdalena es un claro ejemplo de poema didáctico,
con pretensiones moralizadoras y religiosas, que busca ejemplificar, demostrar
que una persona puede corregirse, y con voluntad, hacer frente a todas las teorías
deterministas. El personaje femenino es un modelo de conducta (se ha arrepentido
de la vida que llevaba) mientras que el masculino no. De esta forma, esta copla
entronca, con la tradición del milagro, la hagiografía y el poema piadoso
medieval
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