lunes, 13 de julio de 2020

Vino amargo: refugiándose del mal de amores en un paraíso artificial


Si en la copla del otro día (Como dos barquitos), el yo poético adoptaba una actitud de dureza anímica y serenidad ante el fracaso amoroso (dominando los sentimientos y controlando sus emociones para no dejarse llevar por los excesos lacrimógenos, e incluso haciendo juegos metafóricos con el fin de quitar afectación lírica), en el tema de hoy, va a suceder todo lo contrario: ante la pena, la voz poética adoptará una actitud más romántica y modernista, evadiéndose de la realidad y refugiándose en mecanismos artificiales, muy del gusto del mundo de la bohemia, como es el alcohol. 

Ya lo dice la sabiduría popular: no hay nada mejor que un buen vaso de Vino amargo (así se titula la canción) para desahogarse y olvidar un poco las cositas malas de la vida. Esta copla, con algunos fragmentos de tango argentino, se hizo muy popular en la voz de Rafael Farina en el año 1956. Diana Navarro también versionó este poema.


Vino amargo es el que bebo,

vino amargo es el que bebo,
por culpa de una mujer,
porque dentro de mi llevo,
porque dentro de mi llevo,
la amargura de un querer.
Quiere reir la guitarra,
pero a mi a llanto me suena,
cada nota me desgarra,
cada nota me desgarra,
el alma como una pena.

Vino amargo,
que no da alegría,
aunque me emborracho,
no la puedo olvidar,
porque la recuerdo,
dame vino amargo,
que amargue,
que amargue,
para quererla más.

Ni con vino, ni guitarra,
yo alegre me he de poner,
aunque yo me meta en farra,
aunque yo me meta en farra,
entre sueños la he de ver.
Palabras se lleva el viento,
como la espuma, llevaba el río,
pero queda el sentimiento,
pero queda el sentimiento,
cuando mucho se ha querío.

Vino amargo,
que no da alegría,
aunque me emborracho,
no la puedo olvidar,
porque la recuerdo,
dame vino amargo,
que amargue,
que amargue,
para quererla más.

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El protagonista adoptará una postura de recrearse en el dolor, de regocijarse en su miseria emocional, de indagar y saborear sus propias aflicciones hasta acabar totalmente hundido. A mí me recuerda al perosnaje principal de Las Noches lúgubres de Cadalso
 
En estribillo podemos ver cómo el vino, en lugar de concebirse como un elemento revulsivo y curativo que permita expulsar las penas, olvidarlas, y envolver de un halo festivo a la gente que lo bebe, hará todo lo contrario: acentuar y engrandecer más el dolor y la desgracia del yo poético: vino amargo que no da alegría.
 
El vino se describe por lo que no hace en lugar de por lo que hace (lítote). El vino, por naturaleza, suele ser dulce. En cambio, aquí se trata de un vino amargo (fijaos en el juego entre la amargura del vino y el amargo del carácter del protagonista). La amargura del vino se suma a la amargura del carácter. Por eso, no es un remedio efectivo. Por mucho vino que bebas y por mucho que intentes evadirte, al final, los problemas siempre seguirán y no podrán olvidarse: aunque me emborracho no la puedo olvidar.
 
Al final, todo se convierte en un círculo vicioso, en un bucle de miserias emocionales donde no hay posibilidad de salir: él siente pena, y por consiguiente bebe más alcohol, el cual hace aumentar todavía la pena y la añoranza por el amor perdido, y por eso surge la necesidad de seguir bebiendo vino. Es como la pescadilla que se muerde la cola: dame vino amargo, que amargue para quererla más.
 
Se recurre al fenómeno de la derivación para relacionar la amargura del vino con la amargura del carácter: “amargo” (adjetivo, relativo al vino) y “amargue” (subjuntivo del verbo amargar, relativo a la psicología del yo poético). El imperativo (dame) nos hace ver que el protagonista se dirige a alguien, un receptor indefinido e impreciso, al que pedir el vino. ¿Será que su estado de embriaguez es tan fuerte que el protagonista “habla solo” sin que nadie le escuche? ¿O está en una taberna de mala muerte y pide al camarero que le sirve otro vaso de vino? Las expresiones lingüísticas permiten múltiples interpretaciones contextuales, a imaginación y especulación del lector.
 
En la primera estrofa el yo poético justifica su estado anímico y su refugio en el alcohol debido a un desengaño amoroso: Vino amargo es el que bebo por culpa de una mujer, porque dentro de mí llevo la amargura de un querer.
 
Como veis, cada vez que se hace alusión al vino, este cobra la primera posición oracional (hipérbaton) con el objetivo de dar trascendencia a la bebida y marcar una actitud bohémica, de intentar crear un paraíso artificial (aunque luego no sea tal paraíso).
 
Las reiteraciones (vino amargo es el que bebo, vino amargo es el que bebo, porque dentro de mí llevo, porque dentro de mí llevo, cada nota me desgarra, cada nota me desgarra) enfatizan el carácter romántico-modernista del poema y da trascendencia a lo personal, lo íntimo, al conflicto individual
 
Las anáforas (muchos versos empiezan por “vino”) también contribuyen a esto. Se produce una derivación: del adjetivo “amargo” se forma el sustantivo “amargura” con el objetivo de seguir reforzando la relación entre lo amargo del vino con lo amargo del carácter.
 
Además del alcohol, se hace alusión a otro recurso típico que sirve de refugio y evasión: la música. A lo largo de estos meses, hemos podido ver cómo hay personajes que calman sus penas empleando la música (recordad a Elvira la cantaora, por poner el primer ejemplo que se me ocurre).
 
Sin embargo, la música, al igual que el alcohol, tampoco servirá de medicamento ni darán solución al problema. La personificación y la comparación enfatizan la nula efectividad de la guitarra como elemento regenerador y sanador: Quiere reír la guitarra, pero a mí a llanto me suena. Cada nota me desgarra el alma como una pena.
 
Fijaos cómo las marcas formales de primera persona ocupan la primera posición oracional (a MÍ a llanto me suena, dentro de MÍ llevo). Es una manera de enfatizar el lirismo y lo anímico sobre lo circunstancial y lo anecdótico. Esta es una copla puramente lírica, sin apenas desarrollo narrativo.
 
La segunda estrofa es una conclusión de todo el poema: los paraísos artificiales no son la solución para olvidar las penas: ni con vino ni guitarra yo alegre me he de poner. La perífrasis de obligación “haber de +infinitivo” da rotundidad y seguridad a la expresión (como si fuera una verdad científica universal). Incluso, de manera indirecta dota a la copla de cierta moralina y didactismo (en plan, “el alcohol no es el refugio”).  
 
Fijaos de nuevo cómo aparece la marca explícita de primera persona (yo) que refuerza el carácter personal y lírico. En esta copla hay muchísimas marcas en las que se manifiesta la voz poética: pronombres (yo, mí, me) y tiempos verbales (emborracho, bebo, recuerdo). Cuando analicéis cualquier poema, no os olvidéis nunca de señalar estas marcas, ya que nos ayudan a analizar el grado de lirismo e implicación del yo sobre el contenido.
 
El grado de sinceridad emocional es cada vez mayor a medida que avanza la copla, hasta tal punto de recurrir a una serie de frases hechas y expresiones coloquiales muy espontáneas como “meterse en farra” (que significa irse de parranda, de juerga, y por consiguiente, emborracharse): aunque yo me meta en farra, entre sueños la he de ver. Esto significa que no se va a sacar jamás a su amada de la cabeza y siempre la va a recordar (y por tanto, atormentar, pues estaba muy enamorado de ella).
 
La conclusión de la copla no puede ser más rotunda, pragmática y verdadera (a modo de filosofía de vida): cuando una relación se acaba, queda el recuerdo de lo vivido, y mientras haya recuerdos, siempre habrá sentimiento de amor hacia esa persona. Ya lo dijo Jorge Manrique en sus Coplas: una persona aunque se haya muerto, va a seguir vivita y coleando, mientras permanezca en la memoria y los recuerdos de las personas vivas (mientras sigan hablando y pensando en ti, siempre seguirás vivo de una manera u otra, aunque te hayas ido al otro barrio).  Pues con el amor, lo mismo: recordar a esa persona (aunque la relación haya terminado) sigue siendo un acto de amor y estima. Todo se acaba esfumando menos los recuerdos.
 
Esto que yo os he intentado explicar es lo que expondrá el protagonista al final de la segunda estrofa, y servirá como conclusión a la canción. Se recurrirá a un refrán de toda la vida, ornamentado y abrillantado con una comparación literaria extraída de una estampa natural: Palabras se las lleva el viento, como la espuma llevaba el río, pero queda el sentimiento cuando mucho se ha querido.
 
Aunque la relación termine (y eso cause pena, dolor, y le den ganas al protagonista de refugiarse en el vino amargo) el sentimiento y el recuerdo hacia esa persona siempre va a estar ahí. Todas las experiencias marcan y sellan la esencia de una persona. Por eso, esta copla, a pesar de recurrir a un contexto bohemio, y ser un alarde de lirismo, también contiene enseñanzas morales que se intentan transmitir al receptor y enseñar un poquito de cómo funciona la vida.
 
Métricamente, los versos de las estrofas son octosílabos. Si no tenemos en cuenta las repeticiones de versos, cada estrofa está formada por la unión de dos cuartetas con rima abab. En los estribillos el número de sílabas y las rimas se irregularizan y van por libre. El lenguaje resulta muy limpio y natural, sin hacer abuso de las figuras retóricas. Es un ejemplo de poesía desnuda, ya que sin tanta metáfora ni amaneramiento, consigue emocionar al receptor.


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