Ya os he dicho en más de una ocasión que la copla no es solo
un género musical, sino también un género literario. Por lo tanto, a la hora de
teorizar, reflexionar y construir la historia de este género (estudio diacrónico),
no solo hay que reconocer el mérito de los cantantes-actores (que son los encargados
de llevar el tema a escena, poner voz, enfocar una interpretación). Para que exista
un proceso de dramatización es imprescindible que antes haya una persona encargada
de elaborar una melodía (músico) y componer una letra (poeta).
Por lo tanto, si queremos tener una visión global del género
coplero, tan importante es conocer los nombres de Marifé, Concha Piquer, Juanita
Reina o Gracia Montes (las cantantes) como el de los poetas, músicos y compositores,
sin los cuales el éxito de estas artistas no hubiera sido posible. Una buena letra
o una buena melodía son la base para que una actriz o cantante pueda hacer una
buena interpretación (como en el teatro). El papel de la literatura en la canción
española es fundamental.
A la hora de confeccionar una historia de la copla, hay tres
nombres que jamás podemos pasar por alto. Son tres compositores que desde 1940 hasta
1964 decidieron unir sus fuerzas para crear algunas de las canciones más emblemáticas
y populares, muchas de ellas de gran recaudación y éxito comercial entre el
gran público (Tatuaje, Y sin embargo te quiero, Francisco Alegre, A tu vera, La
Zarzamora…).
Este “trío” está compuesto por el poeta Rafael de León, el compositor
Antonio Quintero y el pianista Manuel Quiroga. En total, compusieron cerca de 5000
canciones
Hoy vamos a conocer uno de los primeros éxitos de esta triada.
Se trata de una conocida zambra por soleá compuesta en el año 1940 para la cantante
Antoñita Colomé. Sin embargo, la versión más conocida llegaría un año después,
en la voz de Concha Piquer, dentro de su espectáculo Ropa tendida. Se titula Dime
que me quieres. Valderrama, Pasión Vega o Dolores Abril también han llegado a
versionar esta copla.
Si tú me pidieras que fuera descalza;
pidiendo limosna descalza yo iría,
si tú me dijeras que abriese mis venas,
un río de sangre me salpicaría.
Si tú me pidieras que al fuego me echase,
igual que madera me consumiría;
que yo soy tu esclava y tú el absoluto
señor de mi cuerpo, mi sangre y mi vía.
Y a cambio de esto, qué bien poco es,
oye lo que quiero pedirte a mi vez.
Dime que me quieres,
¡dímelo por Dios!,
aunque no lo sientas,
aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así,
y el ‘te quiero’ tuyo será pa mis penas
lo mismo que lluvia de mayo y abril.
Ten misericordia de mi corazón,
dime que me quieres,
dime que me quieres,
dímelo por Dios.
Si no me mirasen tus ojos de almendra,
el pulso en las sienes se me pararía;
si no me besaran tus labios de trigo,
la flor de mi boca se deshojaría.
Si no me abrazaran tus brazos morenos,
por siempre los míos en cruz quedarían
y si me dijeras que ya no me quieres,
no sé la locura que cometería.
Y es que únicamente yo vivo por ti,
que me das la muerte o me haces vivir.
Dime que me quieres,
¡dímelo por Dios!,
aunque no lo sientas,
aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así,
y el ‘te quiero’ tuyo será pa mis penas
lo mismo que lluvia de mayo y abril.
Ten misericordia de mi corazón,
dime que me quieres,
dime que me quieres,
dímelo por Dios.
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Se trata de una canción de contenido amoroso, en la que el yo
poético concibe el hecho de ser amado (ser correspondido por la persona que quieres)
como una necesidad, como una esencialidad, como un motivo primario y primordial
de la existencia. Es la visión renacentista del amor como energía vital, como
plenitud, como elemento purificador del espíritu, sin el cual no se puede vivir.
A esto hay que sumarle otra característica: la concepción del
amor como algo físico, material y perceptible (no abstracto). La protagonista
de la copla exige una serie de signos físicos, tangibles y externos que permitan
demostrar el sentimiento del amor:
-Por un lado, la palabra. De ahí el título de esta copla (Dime
que me quieres), ya que la protagonista suplica a su amado que le diga explícitamente
que está enamorado de ella.
-Por otro lado, el contacto físico. La protagonista necesita
que su amado le dé besos, le dé abrazos, le haga miradas, como signo de estar enamorado
de ella, al igual que ella lo está de él.
En la primera estrofa, el yo poético femenino se desnuda emocionalmente
(líricamente), es decir, da muestras de sus verdaderos sentimientos ante el
receptor, con mucha sinceridad: ella está muy enamorada (enamoradísima) de un hombre
y daría lo que fuera por estar siempre con él.
Se trata de una visión desgarradora y tradicionalista del
amor (propia del código cortés), en la que la protagonista adopta una postura
de sumisión: renuncia a sus realizaciones personales, a su propia forma de ser (su
propia identidad, su propia esencia) con el objetivo de complacer a la persona
que quiere.
Ella se subordina a él, como si él fuera el centro del mundo
y de la existencia y no hubiera nadie más. Esto se refleja con la metáfora del
estrato social: Yo soy tu esclava y tú el absoluto señor de mi cuerpo, mi sangre
y mi vida.
Como veis, la mujer se identifica con la esclava y él con el
señor: ella está dispuesta a servir a él, a dedicarle toda su vida, todo su ser,
todo su tiempo. Es la imagen del amor ciego, ya que cuando una persona está
enamorada parece que se olvida de todo lo que pasa alrededor y lo importante es
el amado. Esto está muy influido por la mística (el amor como unión de dos
entes, los cuales solo adquieren sentido cuando se fusionan, ya que separados no
adquieren identidad: el amo es amo porque existe el esclavo, y el esclavo es esclavo
porque existe un amo).
Una persona no vale por sí misma, sino por la manera de establecer
vinculaciones y lazos con otra persona (amor). El individuo no puede funcionar de
manera aislada, sino que tiene que establecer vínculos con otros individuos (pensamiento
que nos remite a la Política de Aristóteles, pero aquí desde una perspectiva amorosa).
Ella está dispuesta a hacer todo lo que el amante le pida
como forma de demostrar su amor y entrega. Él aparece reflejado como un Dios y
ella como una creyente acérrima (que cumple con lo que él dice sin cuestionarse
nada). De hecho, la metáfora “señor absoluto” además de una dimensión profana (esclavo-amo
como relación social), también puede sugerir una dimensión religiosa: ella como
sierva, creyente y fiel seguidora de la doctrina del Dios (amado).
De esta manera, las palabras que salen de la boca de él son
palabras sagradas, y lo sagrado (que es algo valioso e importante) hay que cumplirlo
como si fuera un dogma o una regla inquebrantable (ya que es palabra de Dios),
aunque eso que le pida el amado sea algo doloroso y conlleve sufrimiento para
ella. Esto se refleja en las estructuras en paralelismo, que contienen imágenes
muy intensas, hiperbólicas, desgarradoras y viscerales, en las que ella parece
un “perrito faldero”, entregándose totalmente al amado y dispuesta a ser lo que
sea por complacer a su “Dios” (amado).
Vamos a analizar estas tres imágenes paralelísticas:
1. Si tú me pidieras que fuera descalza, pidiendo limosna descalza
yo iría. En esta imagen, la protagonista es capaz de despojarse de todo lo accesorio
(zapatos), como una manera de demostrarse tal y como es, en su forma más natural
y primitiva, sin vestimentas que maquillen.
Al fin y al cabo, el “buen amor” ha de ser algo natural, desnudo,
puro, sencillo: a las personas se las quiere tal por como son (su esencia) y no
tanto por lo que tienen (sus posesiones). Por tanto, esta imagen es una demostración
de ese amor puro.
Sin embargo, la falta de zapatos también puede simbolizar la
pobreza, y la pobreza suele ser un motivo de humillación, de deshonra, de deshonor:
a la gente no le gusta ir irradiando por ahí que es pobre, ya que es un motivo
de vergüenza social, como le pasaba al escudero del Lazarillo de Tormes, el cual
siempre iba bien vestido, aunque se muriera de hambre, para que la gente creyera
que vivía como un rico (aunque realmente era pobre).
A la protagonista de la copla no le importa humillarse, atentar
contra su propio honor, con tal de poder complacer al hombre al que tanto quiere.
La reiteración de la palabra “descalza” (en dos versos consecutivos) contribuye
a esto, al igual que el hipérbaton, adelantando el complemento predicativo al verbo
(descalza yo iría).
El poliptoton (el verbo ir aparece en imperfecto de subjuntivo
“fuera” y en condicional “iría”) permite establecer el contraste entre los
deseos del hombre (que es el que pide, toma la iniciativa y domina) y la conducta
de la mujer (que se limita a hacer lo que él dice, ya que por si sola no hace nada).
2. Si tú me dijeras que abriese mis venas, un río de sangre
me salpicaría. Es una manera salvaje y visceral de decir que eres capaz de dar
tu propia vida por la persona que quieres. Un concepto abstracto y filosófico (como
el de vida y existencia) se convierte en un objeto, en una mercancía, en un elemento
con el que se comercia (a cambio de amor yo te doy mi vida). La personificación
del río de sangre salpicando a la protagonista intensifica la fuerza amorosa
que siente ella por él. El yo poético está dispuesto a sufrir y pasar dolores por
amor.
3. Si tú me pidieras que al fuego me echase, igual que madera
me consumiría. En un poema influido por la mística como este, el fuego adquiere
una interpretación simbólica, ya que la llama de amor es otro de los grandes
tópicos amorosos. El irradiar fuego, significa en un lenguaje simbólico, estar
enamorado de una persona. Por la tanto, la elección de esta imagen no es algo casual.
Además, si hacemos una interpretación más literal (echar al fuego,
en el sentido de “tirarse al fuego” una persona) sería muy parecido a la imagen
anterior: la protagonista sería capaz de dar su propia vida por amor. La comparación
“igual que madera me consumiría” (en hipérbaton) enfatiza el deseo amatorio.
Por tanto, en esta primera estrofa vemos a una protagonista
sumisa, que en lugar de exigir, ordenar o pedir, se limita a cumplir los imperativos
que otros le mandan (ella no ordena, sino que cumple con las órdenes de otros).
Sin embargo, en el estribillo, asistimos a un pequeño giro.
Ella se va a dirigir a su amado y también le va a pedir “algo”: Si a cambio de
esto, que bien poco es, oye lo que quiero pedirte a la vez. Ella está dispuesta
a hacer todo lo que dice en las estrofas (ir descalza, abrirse las venas, tirarse
al fuego) a cambio de que él también demuestre su amor. Sin embargo, ella no le
pide llegar a tantos extremos (no le exige que se corte las venas o se tire por
un pozo), sino algo mucho más sencillo, mucho más fácil, mucho más accesible: que
de vez en cuando, haga uso de la palabra y le diga “te quiero” (es lo único que
pide), y le dé de vez en cuando algún beso o algún abrazo. De ahí el título de
la copla: Dime que me quieres
Se produce un contraste entre lo visceral, lo desgarrador, lo
hiperbólico y lo truculento en las formas de proceder de ella (cortarse las
venas, quemarse, ir descalza), y lo intimista, lo sencillo, lo intuitivo y lo espontáneo
en la forma de proceder que le pide a él (un te quiero, una mirada, un beso, un
abrazo).
En realidad, esta copla recoge una moraleja clara: para
demostrar el amor no hace falta llegar a los extremos de la protagonista (irse a
lo ruidoso, lo rimbombante, lo llamativo, lo pomposo). Para demostrar amor no
hace falta convertirse en un mártir, en un caballero andante, en un gran orador
o hacer grandes hazañas y regalos (que una vez terminan, se quedan en nada, pues
son cosas perecederas y finitas, que sólo existen mientras duran).
Se puede demostrar el amor con cosas sencillas como una mirada,
un beso, un abrazo, un pensamiento (que son cosas accesibles, que no requieren
tanta parafernalia y se pueden hacer en cualquier momento tantas veces que
queramos). Por tanto, son cosas eternas, infinitas, imperecederas, ya que la
capacidad de la palabra o de besar y abrazar no se pierde jajajjaa.
No hace falta que una persona deje de ser ella misma para demostrar
amor a otra persona, ya que el amor no consiste en dejar de ser tu mismo para complacer
a otro. La persona te quiere por lo que tú eres (cuando dejas de ser tú mismo,
al final las cosas no funcionan, ya que una persona no es feliz cuando deja de
ser ella misma). De hecho, ya lo estáis viendo: la protagonista (por muy visceral
que sea), al final, solo pide al amante que de vez en cuando le diga “te quiero”.
La mujer suplica al amante, mediante imperativos, que de vez
en cuando le diga que la quiere. Las anáforas contribuyen a enfatizar esto (Dime
que me quieres/ ¡dímelo por Dios!/dímelo bajito). Las exclamaciones dan un toque
de desesperación al discurso de la voz poética, al igual que la anadiplosis (pero
dímelo/ dímelo bajito).
Esto se debe a que ella concibe el amor como una necesidad,
como algo imprescindible y fundamental para poder vivir (como si fuera una
energía o aliento vital). El yo poético femenino configura una psicología muy peculiar,
ya que necesita verse querida y amada por otra persona, aunque se viole el principio
pragmático de la sinceridad. La anáfora contribuye a esto (aunque no lo
sientas/aunque sea mentira […] dime que me quieres).
Aunque el amado realmente no esté enamorado de ella, la protagonista
necesita escuchar ese “te quiero”, para que su espíritu quede tranquilo. Su psicología
se basa en lo físico, en lo aparente, en el signo externo, en lo material, en
lo perceptible, en lo tangible y no tanto en el sentimiento íntimo (ya que le da
igual que ese “te quiero” sea sincero o no). El hecho es oírlo. De ahí que la
concepción del amor en esta copla, sea una concepción materialista y física.
Esta necesidad de verse amada también se debe a una cuestión
de miedo e inseguridad (hay gente que necesita que continuamente le digan que la
quieren para no derrumbarse). El amor puede terminarse y eso genera temores e
incertidumbres en la persona.
Por eso, mediante el imperativo, la amada le pide al amado que
le ayude a “atenuar” esos miedos, ya que las dudas le crean unas sensaciones de
malestar: Ten misericordia de mi corazón. La comparación, extraída del contexto
del mundo natural, también contribuye a esto: El te quiero tuyo será para mis penas
lo mismo que la lluvia de mayo y abril. El verse querida (aunque no sea de manera
sincera) le da tranquilidad espiritual.
El contenido de la segunda estrofa es una continuación del estribillo.
La protagonista va a seguir manifestando la necesidad de ser amada y correspondida,
pues como os he dicho, el amor es, para ella, el motor principal de su vida. De
ahí que ella le exija al amado una serie de signos físicos que sean indicio de
amor (besos, abrazos, miradas, caricias).
Recordad que aunque el amor sea un sentimiento (algo abstracto),
el cuerpo humano se convierte en una caja de resonancia, con su propio lenguaje
(las miradas, los gestos, la forma de moverse, de hablar, nos dicen mucho del estado
de enamoramiento de una persona). Mediante las estructuras condicionales en paralelismo
se alude a este lenguaje corporal: Si no me mirasen tus ojos de almendra…, Si no
me besaran tus labios de trigo…, Si no me abrazaran tus brazos morenos….
La descripción de las partes corporales, gracias a las metáforas
(para describir la forma de los ojos, el sabor dulce de la boca, el color de la
piel…) transmite mucha sensualidad
Por eso, si los signos corporales desaparecen (los besos, las
miradas, los abrazos), se produce la muerte (lírica) de la protagonista, ya que
significa que el hombre no estaría enamorado. De ahí que aparezcan una serie de
imágenes que nos evoquen un ambiente inerte, casi mortecino, en la que la falta
de movimiento y el estatismo son asociados a la falta de vida (como un cadáver).
Si no hay amor (que es lo que da plenitud a la vida), la vida desaparece. Observad
las imágenes empleadas: el pulso en las sienes se me pararía, la flor de mi boca
de deshojaría, por siempre los míos [los brazos] en cruz quedarían.
Los brazos cruzados, la falta de pulso y la planta marchita nos
evoca a una falta de vida (sin amor, no hay energía vital).
Si no hay amor, llega la locura, la pérdida de la razón y
del sentido de la vida: Y si me dijeras que ya no me quieres, no sé la locura
que cometería
Por tanto, el desenlace de la copla resulta contundente, brutal
y duro pero a la vez de gran riqueza literaria: Y es que únicamente yo vivo por
ti, que me das la muerte o me haces vivir
La protagonista no puede concebir una vida sin amor. No hay término
medio, no hay matices: una persona te quiere o no te quiere (eso de “querer
mucho”, “querer poco”, “querer regular” no existe para ella). En el amor no existe
gradación ya que el término “amor” lleva de forma inherente la noción de totalidad.
Como veis, es una forma muy peculiar, muy intuitiva y muy
pura de teorizar sobre el amor, y a la vez muy simple y sencilla. Los tratadistas
medievales han escrito miles y miles de páginas sobre el amor, el proceso
amoroso, la mujer, la forma de conquistar a la mujer, los problemas amorosos…En
cambio, el yo poético de esta copla hace todo mucho más sencillo, y reduce y simplifica
la teoría amorosa: te quiero o no te quiero (no hay más). Evidentemente, esto
no es una verdad universal (es la visión de un yo poético concreto, con la que podéis
estar o no podéis estar de acuerdo).
En esta copla se combinan versos hexasílabos y dodecasílabos.
En la estrofa solo aparecen los versos de 12, mientras que el estribillo
combina el arte mayor con el menor. Cada estrofa está formada por 10 versos. Los
dos últimos terminan en pareado:
Y es que únicamente yo vivo por ti
que me das la muerte o me haces vivir
Si a cambio de esto, que bien poco es
oye lo que quiero pedirte a la vez”
Los otros ocho versos restantes poseen rima consonante en los
versos pares (iría, salpicaría, consumiría, vía) mientras que los impares quedan
libres. Es parecido al romance pero con versos de 12 sílabas en lugar de 8 sílabas.
En los estribillos, la métrica es irregular y la rima libre.
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