miércoles, 28 de octubre de 2020

¿Por qué te di yo mis besos?: el capricho del amor

Hoy os traigo unos tientos que popularizó Marifé de Triana allá por el año 1959. El tema fue compuesto por los maestros Molina Moles, León y Quiroga. Habla del amor como sentimiento y acto irracional. Por más que el yo poético intenta buscar un motivo que explique la pasión que siente hacia su amado, no lo encontrará. Ante la pregunta ¿Por qué te di yo mis besos? (que da título a la copla), la voz poética no hallará una respuesta convincente y lógica. El amor pasa porque sí. No tenemos que buscar una razón científica y objetiva a la pasión. Al final, por mucha teoría queramos formular, lo único que nos queda y lo único que vamos a vivir es el sentimiento, ya sea de pasión por lo amado o de pena por lo acabado.

Enlace del video:https://www.youtube.com/watch?v=J4OdmNAbYrg

Comprendo que no hay razones, cariño,
Que obliguen a que me quieras;
Yo sé bien que ante tu orgullo, mi niño,
No importa que yo me muera.

No pienso ponerme triste,
Que el caso no lo merece;
Romero de sierra brava
Sin agua también florece.

Por qué te di yo mis besos, que han sido
Castigo de mi querer;
Por mi madre te confieso, bien mío,
Que ni yo misma lo sé.
Por locura, por ceguera,
Por cariño, porque sí;
Aunque saberlo quisiera,
No sé por qué te los di.
Tú eres mi sangre y mi vida, mi vida,
Eres la cal de mis huesos,
Tú eres dolor y alegría,
Pero no sé todavía,
Sangres mías, carnes mías,
Por qué te di yo mis besos.

La fragua del amor nuestro, cariño,
Sin fuego se está quedando;
Y el clavo que ha de matarme, mi niño,
El tiempo lo irá templando.

No pienso morir de pena,
Que nadie por mí se apure;
No hay río que atrás se vuelva
Ni mal que cien años dure.

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El yo poético femenino es la protagonista de la copla. Habla en primera persona tal como se manifiesta en las formas verbales (comprendo, sé, pienso…), los pronombres (ni yo misma, me quieras, yo sé) y el posesivo (mi querer, mi madre). Se dirige al amado mediante vocativos subjetivos que manifiestan amor, afecto, pasión de una forma intensa, altisonante, visceral: “cariño”, mi niño”, “bien mío”, “mi vida”, “carne mía”. El amado también está presente en posesivos (tu orgullo), pronombres (te di) y verbos (quieras, eres).

Se establece un vínculo amoroso entre ellos, que está en una fase de decadencia, crisis, final. Este vínculo se plasma con el posesivo de primera persona del plural (amor nuestro) y la metáfora (“la fragua […] sin fuego se está quedando”). Esta identificación del amor como fuego o calor (la fragua es el horno donde se funden los metales) bebe de la poesía mística y sirve para enfatizar la pasión. En este caso, al ser un contexto de desamor, la fragua se está quedando sin fuego. No hay pasión.

En el primer verso de la copla localizamos la tesis que va a defender el yo poético en el texto: “Comprendo que no hay razones, cariño, que obliguen a que me quieras”. El amor (y su contrario, el desamor) son fuerzas que no se explican por patrones objetivos y concretos. Son energías caprichosas, caóticas, arbitrarias, no responden a reglas. Es puro misterio. Son sentimientos naturales y espontáneos del alma que surgen cuando menos lo esperas sin una causa concreta y no se pueden alterar/modificar/cambiar/deformar. El amor triunfa cuando hay reciprocidad. Si no la hay, no tiene sentido provocarla de manera artificial. Si alguien no siente amor por ti, no le puedes obligar a sentirlo. Si no hay, no hay. Provocar algo que no existe no tiene sentido.

Cuando la tesis se formula al principio (como es el caso) estamos ante un texto de estructura deductiva o analizante. Primero la tesis (idea), y luego la explicación (desarrollo)

La protagonista no se regodea ni se recrea en la pena y el dolor por el fin del amor: “No pienso ponerme triste, el caso no lo merece”. Intenta quitar dramatismo al desamor trivializándolo, descentralizándolo del poema, empequeñeciéndolo, minimizándolo, quitándole la gravedad. No vale la pena llorar por amor. El yo adopta una posición de fortaleza, resistencia muy del gusto estoicista: dejar que no te afecten las penas en exceso. Hay que quitarle importancia al fin del amor

La mujer asume la realidad de forma muy digna, sin traumas ni lamentos. Ella acepta los problemas y adversidades no solo en el terreno del sentimiento, sino también de la psicología humana: “Yo bien sé que ante tu orgullo, mi niño, no importa que yo me muera”. Ella sabe de sobra cómo es la naturaleza del hombre. La gente por lo general (y el amado en particular), tiende a ser vanidosa, orgullosa, quiere guardar una imagen, esconder sentimientos, tiene un ego, que suele aflorar en los momentos críticos. Ella sabe que la realidad funciona así y no va a hacer un drama de eso.

El clavo funciona como metáfora de la perturbación, el dolor, la pena, que hace daño al alma. Muy típico de la poesía de Antonio Machado y Rosalía de Castro. Aquí aparece personificado: “El clavo que ha de matarme…”. Sin embargo, el clavo de Marifé de Triana no es el clavo duro y crónico del romanticismo o el modernismo simbolista. Al final, por ese proceso de aceptación, y el paso del tiempo, el dolor se atenúa, decrece, dejará de apretar y hacer presión: “El clavo […] la pena lo va temblando”. La propia pena se canaliza tras la asimilación del desengaño, y el dolor poco a poco va desapareciendo.

El yo poético se niega a alcanzar los estados hiperbólicos del amante hereos de la poesía cancioneril (nada de amantes locos, enfermos o fallecidos): “No pienso morir de pena”. Tampoco quiere convertirse en un objeto de compasión o lágrimas: “Que nadie por mí se apure”. No quiere ser la víctima o la pobrecita diabla que sufre mal de amores. Recurre a un refrán de la sabiduría popular para expresar que al final, las penas se pasan de forma natural: “No hay […] mal que cien años dure”. El dolor es algo temporal y transitorio que se evapora una vez se acepte la situación.

También se apoya en la metáfora manriqueña de la vida como río para explicar que anclarse en etapas del pasado no es la solución: no hay río que atrás se vuelva. Ella no se va a regodear ni obsesionar con el pasado, y este tampoco va a volver mágicamente. Lo vivido vivido está y no merece la pena sufrir y comerse la cabeza por algo ya ocurrido.

Aunque la relación con este hombre se acabe, eso no significa el final del amor como sentimiento. La capacidad de sentir sigue activa a pesar del desengaño, de la decepción o del chasco. Esto se refleja muy bien en la metáfora: “Romero de sierra brava/sin agua también florece”. Aunque esta relación concreta no ha fraguado, la amada podrá seguir amando a otras personas y volver a sentir y experimentar las mismas emociones de eso que se llama amor. No es el fin del mundo que este hombre no la quiera

El amor se identifica con el romero. Este representa la belleza de lo natural, lo sensual. Su olor es placentero y agradable. El amor es tan bonito y maravilloso como el romero. Y se puede sentir el amor de una forma pura sin tener que asociarlo a una persona o imagen concreta. El amor como sentimiento es universal. Y podemos amar muchas veces a lo largo de nuestra vida. Quien haya detrás de ese sentimiento es indiferente. Lo importante es sentir, es amar. Mucha gente cae en el error de creer que el amor deja de tener sentido porque esa persona no te corresponde. Y esta copla nos enseña que aunque lo pases mal después de una ruptura (que lo vas a pasar), el amor va a seguir presente en tu vida. Y esa magia no se va a perder. A lo mejor la imagen del amado será otra, pero el concepto va a estar ahí.

La relación amorosa se identifica con el agua, la cual hace fluir, desarrollar, fortalecer, crecer, evolucionar el sentimiento íntimo y universal del amor. Sin embargo, el romero es una planta muy peculiar ya que no necesita humedad para sobrevivir. Es una especie vegetal de ambiente seco, que no requiere de agua para florecer. Con un ambiente mediterráneo es suficiente. El romero puede ser bonito y bello sin necesidad de riego. El romero puede existir y ser por sí mismo sin recurrir al agua. Lo mismo le pasa al amor, que seguirá existiendo en tu vida aunque una relación concreta fracase. Podrás volver a ilusionarte, a experimentar de nuevo la pasión, a sentir la magia, aunque al principio parezca imposible tras un desengaño. El fracaso en una relación no significa que te conviertas en un muerto en vida que nunca más va a volver a sentir lo mismo.

Si leemos bien la letra de la copla, nos daremos cuenta de que la relación no triunfa por parte de él. Ella está perdidamente enamorada, tal como se refleja en las metáforas en las que el amado se identifica como parte inherente de la amada: “Eres mi sangre y mi vida, eres la cual de mi hueso”. La sangre es el líquido que da vida al cuerpo, y la cal, de color blanco, es lo que da estructura y color al hueso. Por tanto, el amado se concibe como elemento necesario para la amada.

La antítesis (“eres dolor y alegría”) es una forma de concebir el amor como emoción contradictoria. Por un lado, genera placer, alegría, felicidad, plenitud, satisfacción. Pero por otro lado, dolor, pena, frustración (“castigo de mi querer”), ya sea por no correspondencia o simplemente porque se acaba y llega a su fin.

La intensidad del sentimiento amoroso, ya sea de placer en el éxito o de dolor en el fracaso, genera un proceso de reflexión y análisis en el yo poético, el cual se pregunta mediante la interrogación retórica, la causa racional de la pasión: ¿Por qué te di yo mis besos? La protagonista quiere saber los motivos que le provocan amar con tanta pasión. Quiere darle sentido al amor.

La pregunta no tiene respuesta, o al menos, el yo poético no la encuentra: “Por mi madre te confieso que ni yo misma lo sé”. Jurar por algo valioso (la madre) es una forma de dar sinceridad al discurso, de transmitir verdad. El yo poético no sabe la razón por la que se ha enamorado. Esto significa que el amor no obedece a razones, es caprichoso.

Se enumeran una serie de motivos en paralelismo de posibles causas que expliquen el amor, pero esa lista de razones resulta demasiado genérica, poco concreta, muy imprecisa: “por locura, por ceguera, por cariño, porque sí…” El asíndeton (supresión de la conjunción copulativa Y) indica que pueden existir muchos más motivos, pero no hay ninguno claro. De ahí que la enumeración quede abierta (podríamos seguir añadiendo muchas más razones y ninguna sería concluyente).

La negación del verbo cognitivo es una forma explícita de decir que no tienes ni pajolera idea del tema: “Pero no sé todavía […] por qué te di yo mis besos”. La subordinada concesiva indica que hay un deseo de querer saber y alcanzar una verdad, una teoría del amor, pero en la práctica es imposible: “Aunque saberlo quisiera no sé por qué te los di”. El amor es caótico y cuando algo es caótico no se pueden determinar reglas de comportamiento y actuación. Es lo que tiene la irregularidad.

La métrica de esta copla resulta muy extraña, ya que en una misma estrofa se combinan versos endecasílabos con octosílabos, pero manteniendo la rima de primero con tercero y segundo con cuarto. Esto sucede en la primera estrofa de la primera parte, en la primera estrofa de la segunda parte y en la primera estrofa del estribillo.

En la segunda estrofa de la primera parte, en la segunda estrofa de la segunda parte y en la segunda estrofa del estribillo, hay cuartetas (8a 8b 8a 8ba)

El estribillo acaba con una casi sextilla, y digo casi porque uno de los versos es de arte mayor y rompe el esquema: 11A 8b 8a 8a 8a 8b

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