Hoy viajamos hasta el municipio gaditano de Jerez de la Frontera, con un conocido tema de los años cincuenta interpretado por Tomás de Antequera, cantaor nacido en Valdepeñas (Ciudad Real), que se hizo famoso en los frentes republicanos de la Guerra Civil gracias a sus cuplés, así como sus llamativas chaquetas que él mismo decoraba y sus crótalos (que son unos platillos pequeños sujetos a los dedos pulgar y corazón que marcaban el ritmo de las canciones y producían unos sonidos agradables). Uno de sus principales éxitos fue Campanero Jerezano, de cuya música es responsable el maestro Freire.
Aunque la gente recordará más la versión de Perlita de Huelva de este pasodoble, a mí me gustaría dedicar el post al intérprete manchego. La copla no es solo Marifé, Concha Piquer, Juana Reina, Rocío Jurado o Antonio Molina. También hubo artistas excelentes como Tomás de Antequera que quedaron eclipsados comercialmente por los anteriores, pero su calidad es innegable.
Este señor poseía una voz lírica e interpretaba las canciones de forma elegante y comedida, sin excesos, siguiendo los pilares de la escuela piqueriana.
Como ya imaginaréis, un campanero es una persona que tiene por oficio tocar las campanas de las torres de iglesias y ermitas. Actualmente, gracias al desarrollo de las tecnologías, el trabajo puede realizarse de forma mecánica y automática. No hace falta tener una persona las veinticuatro horas del día tocando las campanas cada vez que llegue una hora en punto o una hora y media. Existen dispositivos que hacen el proceso (ordenador, GPS…).
Sin embargo, en la España de posguerra, en cada campanario de nuestro país había una persona que se encargaba personalmente de tañer las campanas de manera manual. Era el campanero. Actualmente este oficio está extinto y solo lo encontramos por nostalgia en puntos muy concretos como el Miguelete de la Catedral de Valencia.
La canción posee una estructura bipartita clara en la que se desarrolla el conflicto amoroso:
-En la primera parte, la protagonista se siente feliz, ya que por fin ha encontrado a un novio. Por eso, le pide al campanero que toque las campanas como forma de celebrar esa alegría y poder compartirla con todo el mundo.
-En la segunda parte, la muchacha se encuentra triste, ya que su novio la ha abandonado para irse
con otra. Por eso, le pide al campanero que toque las campanas como forma de llorar la pérdida y compartir su dolor con el mundo.
Por tanto, tenemos a un personaje que pasa de desdicha (soledad) a la dicha (noviazgo) y de la dicha (amor) a la desdicha (infidelidad). Tanto en lo positivo como en lo negativo, hay una necesidad por parte del yo poético de expresar los sentimientos, de compartirlos con la gente, de abrir el corazón a los receptores (tanto reales como virtuales, es decir, tanto a la gente que escucha la copla, como a la gente que oye esas campanas de Jerez). Por eso el campanero hace de “bisagra”, de transistor, de enlace entre la protagonista y el mundo. Él se encarga, con sus campanas, de irradiar esos sentimientos de alegría y de pena. La mujer necesita contar cómo se siente y lo hace a través de la figura del campanero.
Al inicio del tema se describe la tristeza de la chica, la cual se siente sola ya que no ha encontrado ese amor que tanto necesita. Esa carencia la expresa con una comparación literaria: Como una rosa marchita que nadie quiere coger, llora en su reja solita la niña de la Merced. Un elemento natural y bonito (rosa) se representa de forma degradada (marchita), con el fin de enfatizar el estado anímico desdichado.
La flor posee connotaciones positivas (la niña es bonita, colorida, joven...). Sin embargo, no pasa por su mejor momento de plenitud. Lo marchito posee connotaciones negativas (la niña está triste, sola, no tiene color, no tiene vitalidad, no tiene ganas de vivir, le falta energía y motivación...).
El indefinido personal (nadie) remarca el estado de soledad: no tiene pareja, es rechazada por la gente. Eso hace que el receptor se compadezca de la muchacha y la mire con buenos ojos: pobrecilla, qué mal lo está pasando…El léxico de estos primeros versos resulta melodramático pues está relacionado con el pesimismo y la falta de vitalidad (marchita, llora, solita...).
Al final de la primera estrofa, la mujer conoce a un muchacho gitano del que se enamora. El encuentro entre los dos jóvenes se representa con la escena del cortejo, típica del amor de raíz cortés: A cantarle amores llegó a su ventana un guapo gitano que la enamoró. En el amor cortés es frecuente que el amado cante a la amada, y la ronde, normalmente delante de una ventana. Recordad las escenas de Romeo y Julieta en el balcón. Esto “bebe” del amor provenzal cortés, que se ya se fraguaba en la lírica medieval.
En este momento, la canción adopta un tono festivo y juguetón. Al fin y al cabo se trata de algo bonito. Los adjetivos antepuestos denotan sensualidad (guapa...). El hipérbaton, además de dar musicalidad, remarca el componente tradicional cortesano. La oración subordinada final (a cantarle amores) se adelanta a la principal (llegó a su ventana un guapo gitano…). De esa manera, se enfatiza el hecho de que la protagonista deja de estar sola, y conoce a alguien que va a ser importante para ella. El cortejo simboliza el cambio de fortuna.
Las metáforas elegidas para representar la alegría de la chica también están al servicio de la plenitud. Por eso se recurre a elementos del mundo natural: Floreció la risa de la jerezana y a los cuatro vientos la niña cantó. Cuando una planta florece significa que está en un momento idílico: la primavera. La muchacha ha conocido a ese gitano y está viviendo su primavera particular. Está alegre, está feliz, ya no está marchita, irradia color por los cuatro costados. Da gusto verla. Ahora, la mujer es una flor completa y entera, en su máximo esplendor, gracias a ese gitano.
Cuando estamos alegres, surge en nuestra alma la necesidad de compartir la dicha con los demás. El ser humano feliz necesita transmitir esa felicidad a los demás, de decirle al mundo lo bien que se siente y el estado extásico y placentero del que goza. El aire se convierte en medio difusor de esa alegría: A los cuatro vientos la niña cantó. El viento se expande hacia los cuatro puntos cardinales. La protagonista necesita compartir su alegría con la humanidad. Quiere convertir sus sentimientos en algo universal.
En el estribillo, la muchacha se dirige al campanero con un vocativo (Campanero, campanero, del barrio de la Merced). La Merced es la iglesia más importante de Jerez. Data del siglo XIV. La virgen que alberga en su interior es la patrona de la ciudad.
La copla no solo plasma sentimientos y emociones de un personaje anónimo de ficción, sino también es un homenaje y un guiño a la localidad gaditana. La protagonista está viviendo una serie de pasiones trascendentes para el ser humano (amor) y las está compartiendo con una ciudad muy concreta (Jerez).
Normalmente, el sonido de una campana llega a todo un pueblo. Aunque vivamos lejos de una iglesia, el viento facilita la transmisión y hace que todos escuchemos los tañidos. La protagonista quiere que los sentimientos de alegría y felicidad que está experimentado sean difundidos por el repique de campanas para que llegue a toda la gente. Es una manera de compartir su estado placentero con los demás. Cuando estamos felices, queremos que todo el mundo conozca nuestra buenaventura. El paralelismo enfatiza la exaltación, la celebración y el triunfo del amor:
Pronombre exclamativo (Qué/Qué) + verbo (repiquen/ha nacido) + sujeto iniciado por determinante posesivo (tus campanas/mi querer).
Mediante el imperativo (diles que toquen a gloria, echa a doblar tus campanas...), la protagonista pide de manera insistente al campanero que continúe/prolongue la celebración. Cuanto más ruido haga con el repique, mayor es la celebración y la alegría. En ese sentido, se trata de una concepción pomposa de las pasiones humanas, que configura una imagen algo altiva y prepotente de la protagonista. Esta muchacha necesita exteriorizar y hacer visible sensorialmente todo lo que siente. Otras personas prefieren vivir las cosas de manera íntima y recogida. Ella necesita compartirlo, y en este caso, regocijarse de ese estado de buena suerte (ha conocido a un hombre, está enamorada…).
Ese frenesí de alegría y placer lleva a la hipérbole sacrílega. Se utiliza un elemento relacionado con el ámbito religioso y piadoso, para expresar un estado anímico profano: que toquen a gloria... La emoción de la chica (amor pagano/material/carnal) es tan grande e intensa, que recurre a elementos relacionados con la religión (Gloria) para plasmar la trascendencia. La hipérbole sacrílega es un recurso típico de la poesía cancioneril del XV.
En la segunda parte del tema, se produce el cambio de fortuna: la protagonista deja de estar pletórica y radiante y pasa a sentirse triste y dolorosa: Junto a su reja florida quiere ocultar su dolor. La metáfora de la flor marchita describe la mudanza anímica: La rosa de la alegría de nuevo se marchitó.
La locución adverbial (de nuevo) crea un efecto efervescente y motriz, ya que los estados anímicos de la chica van cambiando continuamente a lo largo de la copla, según el devenir de los acontecimientos: primero se encuentra triste porque está sola, luego feliz porque conoce al novio, ahora otra vez triste…La vida del ser humano es como una montaña rusa: unas veces estamos arriba, y otras veces abajo. La protagonista está viviendo un vaivén de emociones contrastadas.
El léxico resulta antitético. Tan pronto encontramos palabras con connotaciones positivas (reja florida, rosa de su alegría), como negativas (dolor, marchitó). Las palabras positivas están relacionadas con la vegetación floral. La muchacha es joven, guapa, está en la flor de la vida, tiene muchos años por delante para seguir gozando. La juventud y la belleza es algo positivo. La chica tiene todas las condiciones para ser feliz, y sin embargo no lo es. De ahí las palabras negativas relacionadas con el dolor, la soledad y la tristeza. Lo positivo se funde con lo negativo. La muchacha, triste, se circunscribe a un entorno colorido y bonito (reja florida). Aunque se haya llevado un desengaño, la chica sigue siendo joven y guapa. Es una manera de atenuar el componente perturbador.
Al final de la segunda estrofa se explica el motivo de la tristeza. el gitano ha abandonado a la chica para irse con otra. Esto se explica de manera diáfana y limpia, sin rodeos ni medias tintas, con una oración subordinada causal: Porque aquel gitano que tanto quería, del brazo de otra riendo pasó. El autor no crea morbo con el tema de infidelidad.
La subordinada de relativo (que tanto quería...) da fuerza dramática al contexto. Resaltar el fuerte amor que había entre los jóvenes (gracias al cuantificador “tanto”) es una manera de enfatizar la brusca caída anímica de la protagonista: al quererlo tanto, la decepción y el desengaño son mayores y duelen más.
Se trata de un mecanismo típico de la literatura trágica: si quieres que la "bajada a los infiernos" impacte al receptor, haz hincapié en todas las cosas buenas que le han pasado al personaje. Esos contrasten calan en el corazón del público. Ver cómo en pocos segundos alguien que está en el cielo, cae al pozo más profundo, conmueve al auditorio. De estar celebrando el amor, el yo poético pasa a llorar el fracaso. En un segmento temporal y espacial pequeño.
Para reflejar la infidelidad no hace falta recurrir a escenas escabrosas y morbosas (por ejemplo, ver a los amantes besándose en una cama). No hace falta llegar a ese punto. Simplemente, presentando a la nueva pareja en un contexto cotidiano feliz (paseando por la calle), ya es suficiente para entender el dolor de la protagonista: Del brazo de otra riendo pasó.
No hace falta llegar a pasiones desmedidas carnales. Para el yo poético es un golpe duro ver a su amado agarrado del brazo de la otra pasándoselo bien.
El hipérbaton realza dramáticamente este momento tan importante de la historia. El verbo subordinado (riendo) se adelanta al principal (pasó). El complemento circunstancial de modo (del brazo de otra), se adelanta a los verbos (riendo pasó). Todo esto aísla cada constituyente sintáctico y da fuerza a cada uno de los elementos de la escena por separado: el gitano, la amada, los dos cogidos del brazo, risas de por medio…todo esto suma y cala en el corazón de la protagonista, la cual se siente dolida: y la jerezana ya no sonreía. Está viviendo una pesadilla.
El adverbio de tiempo (ya) marca el momento en que se produce el cambio de fortuna del yo poético. A partir de que el amado se lía con la otra, la protagonista rompe su estado de felicidad. Con el objetivo de mantener el honor y la dignidad de la muchacha, el narrador busca atenuar el daño mediante la negación del estado positivo (ya no sonreía...) en lugar de recurrir a palabras negativas contundentes y dolorosas (sufrir, llorar...).
La voz narradora no quiere representar a la muchacha de una forma patética y melodramática. Sería una especie de atentado a su imagen pública. Lo políticamente correcto es que las escenas de tristeza, dolor y sufrimiento se vivan de una manera íntima y discreta, alejado de los focos. Por eso el narrador intenta reducir el componente de dolor. Ver a alguien llorando en público y lamentándose de su desdicha no es decoroso ni agradable de contemplar.
No obstante, la protagonista actúa de manera salvaje y visceral, siendo coherente consigo misma. Si en la primera estrofa celebraba de una forma altiva y ruidosa su buena suerte ahora compartirá su dolor y su desgracia con todo el mundo. A ella no le importa "desnudarse emocionalmente" ante el espectador tanto en lo bueno como en lo malo. Necesita desahogarse y compartir sus sentimientos con el mundo ya sea en la alegría o en la pena.
En ese sentido, la protagonista tiene unas concepciones que cumple al 100%. No le importa rasgarse las vestiduras y desgarrarse ante el mundo: Y a los cuatro vientos la niña cantó. Si antes le pedía al campanero que irradiara su alegría y su gozo, ahora le pedirá que irradie su estado de mala fortuna.
Todas esas peticiones se hacen en modo imperativo: Haz que doblen tus campanas porque ha muerto mi querer. Se da una visión humanizada del amor, como producto inédito, original y propio, que cumple su función en la vida. El amor, como el ser humano, nace, crece y finalmente, muere. En el primer estribillo se celebra el nacimiento del amor. Ahora se llora por la muerte de ese amor.
La protagonista quiere que el mundo se una a su drama personal, y sufra lo que ella está sufriendo. De ahí la personificación de elementos inertes, como son las campanas: Diles [a las campanas] que lloren conmigo, mi desengaño gitano.
La acumulación de marcas de primera persona (pronombre “conmigo”, posesivo “mi desengaño”) es un síntoma de perturbación emocional, típico del romanticismo exaltado de las primeras décadas del XIX. La muchacha lo está pasando mal, sufre y necesita exteriorizarlo. Tanto en la alegría como en la pena, la mujer es excesiva y necesita llevar el conflicto a su máxima intensidad, compartiéndolo con la humanidad: Echa a volar tus campanas
El sonido de las campanas se recrea con el segmento fonético -AM, que configura una especie de onomatopeya-aliteración, gracias a dos palabras: el sustantivo cAMpanas, y su derivado cAMpanero. El sufijo –ero sirve para designar profesiones (campanero es la persona que tiene por oficio tocar las campanas). Las dos palabras se repiten a lo largo del estribillo creando ese efecto “campaneante”.
Las estrofas están formadas por la unión de una cuarteta octosilábica (8a 8b 8a 8b) y un serventesio dodecasílabo (12A 12B 12A 12B). En ambos casos, el primer verso rima con el tercero y el segundo con el cuarto. La diferencia es que la cuarteta es arte menor y el serventesio arte mayor.
Los estribillos están formados por la unión de dos coplas, es decir, cuatro versos octosílabos con rima entre el segundo y el cuarto, mientras que el primero y el tercero quedan libres: 8- 8a 8- 8a.
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