lunes, 16 de junio de 2025

Tengo miedo (Marifé de Triana): los males del amor que no impiden el deseo de sentirlo

El análisis de hoy está dedicado a una de las coplas más emblemáticas del repertorio. Fue compuesta en el año 1963 por el maestro Solano para El Príncipe Gitano, aunque las versiones más exitosas serían las de Marifé de Triana y Rocío Jurado. Se trata de Tengo miedo, zambra que habla de los males y sufrimientos que puede causar el amor, los cuales no impiden el deseo de sentirlo.



Cuando de veras se quiere
el miedo es tu carcelero,
y el corazón se te muere
si no te dicen te quiero.

Y cualquier cosa te hiere
como a mí me esta pasando,
que me despierto llorando
con temblores de agonía,
porque tus ojos, mi vía,
y ese color de tu pelo
aun dormía me dan celos,
gitano, gitano, del alma mía.

Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedo.

Tiemblo de verme contigo
y tiemblo si no te veo.
Este queré es un castigo
castigo que yo deseo.

Yo en tus palabras no creo
ni en las mías tú tampoco.
Por tu avenate de loco
ya me duele el pensamiento
de este puñal que presiento
que llenará de agonía,
gitano, gitano, de mis tormentos.

Miedo, tengo miedo,
miedo de quererte.
Miedo, tengo miedo,
miedo de perderte.
Sueño noche y día
que sin ti me quedo.
Tengo, vida mía,
miedo, mucho miedo.

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El yo poético asume el rol de enamorado, que a pesar de todos los posibles estragos, miedos y dolores que puede generar su relación con la pareja, mantiene vivo el deseo de amar y sentir. Por tanto, asistimos a la dualidad del sentimiento amoroso: por un lado, es fuente de plenitud, vitalidad y energía espiritual, pero por otro lado es generador de pena y perturbación anímica. Una de cal, y otra de arena, como diría Merche 

La canción empieza con uno de los tópicos clásicos de la poesía de cancionero: la cárcel de amor: cuando de  veras se quiere, el miedo es tu carcelero. Cuando el sentimiento penetra en el alma, no hay manera de quitárselo, tanto en las cosas buenas como en las malas. Cuando una persona entra en tu vida y la amas, se crea un vínculo que es imposible de borrar y eso incluye aspectos positivos y negativos. La pasión que sientes es tan grande que no te importa asumir los daños que puede traer consigo esa relación. 

El amor se asume como una totalidad, en la que se incluye el placer, pero también el miedo de que ese amor traiga sufrimiento (que se acabe, haya terceras personas, celos, se pierda la pasión, no haya correspondencia…). Y cuando entras en esa dinámica de amor-miedo, no puedes salir, quedas aprisionado, los sentimientos se apoderan de ti, tu vida se ve alterada, afectada. Estás como en una cárcel. El amor no se va así como así. De ahí la metáfora del carcelero

Mediante la oración impersonal el yo poético invita a la reflexión genérica (cuando de veras se quiere). El complemento circunstancial enfatiza la intensidad y sinceridad emocional (de veras)

La reciprocidad es fundamental para que el amor se mantenga. El cariño se da y se recibe. De ahí la personificación del órgano corporal que es trasunto del alma humana: y el corazón se te muere si no te dicen te quiero. La falta de afecto, de cariño, de estímulo propicia la falta de vitalismo. Si no hay muestras de amor, el yo poético se siente apagado, triste, marchito

El enamoramiento trae consigo que aflore la pasión pero también que surjan temores de que ese amor se acabe. Los nervios están a flor de piel. El cuerpo se te altera. Cualquier cosa te afecta. La sensibilidad es máxima, tal como expresa el yo poético: y cualquier cosa te hiere…

La voz poética intenta ser neutro en el discurso, usando la tercera persona genérica (te hiere) y el indefinido con palabra baúl (cualquier cosa). Si analizamos los cinco primeros versos da la sensación de que se trata de un poema de teoría sentimental, del típico tratado amoroso de la Edad Media, en el que se reflexiona, se extraen conclusiones, se hace “ciencia del amor”, se analizan objetivamente las emociones…

Sin embargo, con la oración subordinada modal del quinto verso, el yo poético se involucra en el asunto, comienza a hablar de su realidad íntima y personal. Pasamos de la reflexión general al lirismo puro y duro (como a mí me está pasando…). Se convierte en ejemplo. 

Y a partir de aquí comienzan las marcas de primera persona: me despierto llorando con temblores de agonía. Si os dais cuenta todo el léxico está envuelto en un halo de pesimismo. Las connotaciones son todas negativas, y altisonantes: llorar, temblor, agonía, despertarse en la noche por no tener la mente despejada…Está claro que el amor conlleva también miedo, sufrimiento, pena, dolor…No es todo color de rosa.

El dramatismo es máximo gracias al gerundio (llorando), el circunstancial modal (con temblores) y el complemento especificativo (de agonía). El léxico huele a tristeza, muerte, ansiedad

Hasta los aspectos más sensuales de la pareja, sobre todo el físico, quedan ensombrecidos por ese lado oscuro y negativo: porque tus ojos, mi vida, y ese color de tu pelo, aun dormía me dan celos, gitano, gitano, del alma mía

El yo poético se dirige al amado con vocativos, ya sean objetivos (gitano) o subjetivos- emocionales (mi vida). Está claro que el amado es una persona trascendental, ya que la protagonista está compartiendo sus sentimientos más íntimos con él. Es sincera. Se está desnudando emocionalmente.

La hipérbole (aun dormía me dan celos) enfatiza uno de los sentimientos más tóxicos en el ámbito sentimental: el miedo a que el amado pueda caer bajo el embrujo de otra persona. Y la voz poética expresa claramente sus inseguridades. Incluso estando dormida se siente celosa 

En lugar de disfrutar de la belleza física del amado (el pelo, los ojos…), el yo se regodea en sus miedos e inseguridades, hasta el punto de que estos convierten la relación amorosa es una experiencia tormentosa, tal como se refleja en el paralelismo del inicio de la segunda estrofa: tiemblo de verme contigo/tiemblo si no te veo.

La antítesis (verme contigo/no te veo) eterniza la cara amarga del amor, ya que tanto en los momentos buenos (verme contigo) como en los malos (no te veo), el yo poético se muestra perturbado (tiemblo), no disfruta de lo que tiene. Al final, el miedo se extiende a la totalidad del tiempo, crea un estado continuo de ansiedad.

Además, el amor es visto como una penitencia, como una condena, como una carga pesada de encanto y desencanto simultáneos, tal como se expresa en la metáfora (este querer es un castigo), que se prolonga con la anadiplosis (es un castigo/castigo que yo deseo).

Se crea un círculo vicioso y paradójico: cuanto más quieres a una persona, más miedos surgen, el yo entra en un estado tormentoso, del cual tampoco quiere salir, ya que esos sufrimientos forman parte de la naturaleza del amor. Esto significa que hay un ser que es importante para el poeta, por el cual merece la pena sufrir.

Cuando queremos mucho a alguien, también sufrimos mucho, ya que tenemos miedo de que ese amor se acabe. Se trata de un dolor necesario, de un sufrimiento que forma parte del proceso de amor. Deseo y pena van de la mano. El amor genera dolor (temor a perder a la persona que amas). Por tanto, ese dolor es una prueba de amor. De ahí que el yo deseé prolongar ese estado de sufrimiento, porque significa que ama mucho a esa persona.

El miedo a que se acabe el amor hace que la voz poética se anticipe al futuro y vea como algo seguro la ruptura, tal como se refleja en la metáfora: de este puñal que presiento que llenará de agonía tu alegría y mi alegría. La protagonista habla como si la relación fuera a terminar sí o sí. Hace de pitonisa jejjeje. De hecho, utiliza el futuro de predicción (llenará), basándose en sus propias intuiciones y sensaciones (puñal que presiento). El fin del amor es inevitable. El puñal en la tradición poética siempre se vincula al dolor del desamor.

La relación amorosa está condenada desde el principio del tema. De ahí la metamorfosis: la felicidad mutua, expresada en el paralelismo (tu alegría y mi alegría) se transforma en un estado de desencanto, metaforizado con la muerte (agonía)

La retórica, la palabrería y los juramentos no sirven para nada, al menos en esta copla. La inutilidad de la burocracia cortesana se manifiesta mediante la inestabilidad del hipérbaton: yo en tus palabras no creo y en las mías tu tampoco (sujeto + complemento regido + verbo). Ya lo dice el refrán: las palabras se las lleva el viento.

Y a esto hay que sumarle el desgaste que supone los defectos de la persona amada: por tu avenate de loco ya me duele el pensamiento. Un avenate es un ataque de nervios o rabia. Si la amada ve en la personalidad del amado rasgos que no le gustan (el avenate), entramos en el terreno de la decepción y el desengaño. La personificación (doler el pensamiento) intensifica el desencanto: hay aspectos de la psicología del amado que no agradan a la voz poética. Hay como un reproche, cargado de léxico con connotaciones negativas (loco). Lo mismo sucede con el vocativo (gitano de mis tormentos). El amado es la causa del dolor de la amada.

Al final, el miedo al fin del amor se apodera tanto del yo poético, que por mucho afecto que haya hacia la pareja, al final, la relación está condenada al fracaso. Tanto miedo tienes de que acabe el amor, que al final, acaba. Esto se manifiesta en el estribillo con la anáfora: MIEDO, tengo miedo/ MIEDO de quererte/ MIEDO, tengo miedo/ MIEDO, de perderte

La similicadencia marca los dos procesos de la relación amorosa (quererte, perderte). El miedo a amar a alguien (quererte) nace por el temor a que ese amor acabe (perderte)

La hipérbole enfatiza la conversión de esos miedos e inseguridades del yo poético en una obsesión casi enfermiza: sueño noche y día que sin ti me quedo. El centro de la actividad mental de la protagonista es el temor de perder a la persona amada. Su única preocupación es esa. Y su pensamiento gira en torno a la pérdida. De ahí no sale. En lugar de disfrutar del amor (presente) lo que hace es sufrir pensando en la posible pérdida (futuro).

En los últimos versos la amada se rompe anímicamente. La sintaxis queda truncada con la interjección (ah, ah, ay) y el vocativo (vida mía). Este último expresa el trascendentalismo que supone el amado para la protagonista. El verbo (tengo) y el complemento directo (miedo) están separados por dicho vocativo, rompiendo la frase. La oración acaba con una reiteración que recupera el complemento, pero cuantificado (mucho miedo). Esta reiteración junto a la interjección crean un tono altisonante que nos recuerda al drama romántico de Zorrilla.

Los estribillos constan de dos cuartetas (6a 6b 6a 6b), al igual que los cuatro primeros versos de cada estrofa. Los cinco siguientes combinan arte menor y mayor y siguen este esquema: 16- 16a 8a 8- 16a.




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