Saltamos al género de las sevillanas y lo hacemos con un tema de Lubricán del año 2006, dentro del disco Rincones de sentimiento. Nos habla de los efectos, consecuencias, reacciones y filosofía de vida del yo poético tras el fin del amor. Hoy analizamos Una historia de novela.
El poema hace referencia a un contexto de desamor. Cuando una relación se acaba, es normal hacer balance de la situación y analizar qué es lo que hemos ganado después de haber estado X tiempo con X persona: ¿Qué nos ha aportado este idilio? ¿Qué es lo que nos queda? ¿Nos ha dejado en verdad alguna huella? Estas son las preguntas que se hace la voz poética y responde en el estribillo: De lo nuestro, solo queda, cuatro fotos, cinco cartas y una historia de novela
Mediante el posesivo de primera persona del plural y el artículo neutro (lo nuestro) el yo poético concibe el amor como un vínculo exclusivo de dos entes, de dos seres, de dos personas. Como decía Luz Casal en una de sus canciones, “importa solo a dos”. La relación amorosa es un tema que afecta/incumbe únicamente al yo poético y a su compañero. Es cosa de ellos. No hay nadie más. Han compartido un fragmento/trozo de vida importante y eso resulta lo bastante relevante como para dejar huella en la existencia de ambos.
¿Y qué es lo que queda después de haber vivido una relación con una persona a la que tanto hemos querido?
-Por un lado, los aspectos materiales, tal como se refleja en los paralelismos: cuatro fotos, cinco cartas (cuantificador + sustantivo). Son sustantivos relacionados con la comunicación y la representación. Desde la tradición cortés los amantes se mandan epístolas, imágenes, mensajes. Son objetos físicos que nos recuerdan que ha existido una relación entre esas dos personas, y aunque se ha acabado, en un momento anterior fue intensa y estuvo viva. Son restos que nos evocan a un pasado esplendoroso
-Por otro lado, los aspectos espirituales, que es el recuerdo de lo vivido, que queda depositado en la memoria, almacenado en la mente, tal como se refleja en la metáfora: una historia de novela. La vida misma se identifica con un texto literario. La novela es un género narrativo extenso que cuenta historias detalladas en espacios y tiempos variados y está protagonizada por héroes psicológicamente complejos. Cada uno de nosotros tiene su vida, su historia, su novela. El amor con esta persona constituye un episodio trascendental en la vida del yo poético.
Haber vivido una historia con esta persona le ha dejado una marca que nunca desaparecerá. Forma parte de su vida, su legado, su periplo vital, su novela.
El paso del
tiempo destensa el estado anímico del yo tras la ruptura, de
forma que el amor que sentía
por esa persona cuando estaba con ella y/o el posible
odio después del momento traumático de la
separación ha desembocado en indiferencia: Si te
quiero si te odio me preguntas y nada siento por ti. El tiempo lo cura todo.
En caliente es normal sentirse afectado y perturbado, pero una vez ha pasado el trance, la vida sigue fluyendo y es normal que la intensidad se rebaje. Ante la antítesis (quiero/odio) la voz poética no se moja, no se decide, no es capaz de posicionarse en un bando. Esto puede ser síntoma de que ha superado y asumido su nueva situación. El cuantificador complemento directo antepuesto al verbo y al suplemento (nada siento por ti) enfatiza la idea de que el yo ha pasado página. El asunto no le perturba, muy en la línea del pensamiento estoico.
La oración subordinada temporal (desde que yo te perdí), marca el fluir de la existencia tras la ruptura. Aunque la relación haya acabado, la vida sigue con su devenir, con cosas buenas y sus cosas malas. Como dice la canción, show must go on (el espectáculo debe continuar). La realidad es mucho más que una persona.
Al final, las circunstancias te obligan a conocer nueva gente, tener nuevos proyectos e ilusiones, que van ganando prioridad respecto al pasado y hace que cobren cada vez más importancia, tal como se refleja con el indefinido de cantidad (mucho) y la palabra baúl (cosas): han pasado muchas cosas desde que yo te perdí. La vida sigue con sus sorpresas, sus golpes, sus momentos placenteros y eso te ayuda a superar lo más traumático. Se llama madurar.
Poco a poco el vínculo con esa persona se diluye, pierde fuerza, cada vez tiene menos consistencia e intensidad, tal como se refleja con las metáforas: tus recuerdos son de humo, luminaria que hace tiempo se apagó.
Desde la
tradición mística, la luz y el calor simbolizan la pasión. En este caso, la
llama se ha apagado. El yo no siente
nada por esa persona.
Es el proceso inverso al de la lírica espiritual: se pasa de la luz a la oscuridad, en lugar de la oscuridad a la
luz como sucedía con San Juan o Santa Teresa.
El humo son partículas suspendidas en el aire, que se evaporan en la atmósfera y desaparecen después de un tiempo. Con el amor pasa lo mismo. Después de dejar la interacción íntima con esa persona, lo normal es que la afectación sea cada vez menor, hasta llegar a diluirse en su totalidad. Esto nos remite a la lírica de Góngora (tierra, polvo, humo, sombra, nada). El humo es el paso previo a la desintegración completa de una realidad, en este caso, el amor. Son los restos que se van evaporando.
Este proceso de destrucción es necesario para después acabar reconstruyendo una nueva realidad: Y ahora le pides a uno lo que quise darte yo. El amor es así. Un clavo sustituye a otro clavo. El yo poético reprocha a la amada que al final, todo este proceso lleve al mismo punto de partida: el deseo de satisfacer la misma necesidad de amar, pero ahora con otra persona, volviéndose a iniciar el ciclo, con los mismos pasos, pero con otros entes.
El amor no es un fenómeno que se vive una sola vez y nunca más se vuelve a experimentar. Nada de eso. El hombre puede llegar a amar a muchas personas a lo largo de su vida. El sentimiento y la esencia son los mismos. Lo que varía son los seres en los que proyectar esa pasión.
A veces, el fin de la relación amorosa hay que coordinarlo con los procesos típicos de litigios, pleitos y burocracia administrativa con la justicia, sobre todo, cuando hay matrimonio o niños de por medio: A los jueces me llevaron callandito y nada les respondí cómo iba a contarles lo que yo sabía de ti
El yo poético intenta reducir el carácter traumático de este momento, narrándolo de una forma neutral gracias a la oración impersonal en tercera del plural (me llevaron). Es una forma de rebajar la tensión, de relajar el tono, de evitar culpabilizar o responsabilizar a alguien de lo ocurrido. La ruptura ya es un hecho bastante doloroso como para encima añadir más penas y miserias con los follones judiciales.
Se opta por no echar más leña al fuego y así no contribuir a complicar el tema. De ahí su inoperancia y silencismo ante el juez. No quiere sacar mierda, no quiere ahondar en el asunto. A pesar de saber cosas de la chica, prefiere mantenerse callado para no profundizar en el dolor y los quebraderos de cabeza.
En la última sevillana la voz del poema realiza un análisis o reflexión sobre lo vivido con esa persona, y se da cuenta de que el fin del amor es una parte natural del proceso, y eso que le ha pasado a él, es algo que le ha pasado a muchas más personas. Es un sentimiento universal: una historia como tantas que se rompen es lo que me digo yo. Mediante el indefinido (tantas) equipara su experiencia vivida con otras semejantes. El fin de una relación no es nada raro o extravagante. Lo asume con algo natural. De ahí que busque convencerse a sí mismo (es lo que me digo yo) para aminorar el dolor. Hay que asimilar ese momento final como algo propio y esencial de la vida, al igual que la muerte.
Ese espíritu conciliador lo plasma también en su análisis: donde nadie tiene la culpa y todos culpables son. Ante el fracaso, es absurdo ponerse a buscar un agente/causante de la ruptura. No merece la pena ahondar en el dolor y echarse las culpas.
El fin de una relación es un hecho complejo, en el que intervienen muchos factores y contextos distintos. No se puede dar una visión simplista de algo tan intrincado. En una relación no se puede culpabilizar a una de las dos partes, ya que ambas, con sus decisiones/actos/actitudes han contribuido al fracaso y luego está el contexto y las circunstancias, que a veces, también son incontrolables. De ahí la antítesis (nadie tiene la culpa/todos culpables son). Se junta el contexto con malas decisiones por ambas partes, y ahí tenemos el resultado.
En cada sevillana encontramos tres versos octosílabos, y uno endecasílabo. La rima asonante se produce entre el segundo y el cuarto (ti-perdí, apagó-yó, respondí-ti, yo-son). El estribillo consta de una tercerilla: tres versos de arte menor que rima primero con tercero y el segundo queda libre: 8a 8- 8a
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