domingo, 20 de agosto de 2023

Una estrella en mi jardín (Mari Trini): la metáfora del dolor que penetra en el alma humana

La cantautora murciana Mari Trini (1947-2009) fue definida por parte de la crítica musical como la Edith Piaf española. Hoy vamos a analizar una de sus canciones más conocidas, por no decir la más mítica. Data del año 1982. Nos habla del dolor como sentimiento que penetra en el alma humana, y hace al yo poético entender muchas cosas del mundo y de sí mismo, aunque no tenga un sentido claro del porqué de tanto sufrimiento. Unas estrofas susurradas contrastan con el desgarro de los estribillos que tan bien supo plasmar la cantante. El tema en cuestión es Una estrella en mi jardín



Llegó sin permiso
la estrella de antaño
la que antes era solo luz.

Cayó de repente
desde el azul del mundo
y el corazón se me encogió.

Ahora ya sé
dónde te escondes tú.
Ahora ya sé
en donde habitas tú,
pero no sé
el porqué has venido de nuevo
aquí, a mi jardín.

Por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
Por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
Ahora no sé qué hacer contigo
voy a agarrarte, voy a adorarte
y lanzarte a tu cielo.

Por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
Por qué así te has descolgado
de tu otro mundo,
aquí, en mi jardín.

Ahora ya sé
dónde te escondes tú...
Ahora ya sé
en donde habitas tú,
pero no sé
el por qué has venido de nuevo
aquí, a mi jardín.

Por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
Ahora no sé qué hacer contigo
voy a agarrarte, voy a adorarte
y lanzarte a tu cielo.

Por qué a mí, se me ha caído
una estrella en el jardín
Por qué así te has descolgado
de tu otro tiempo,
aquí, en mi jardín.

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El título de la canción constituye una metáfora sobre la cual gira todo el poema: Una estrella en mi jardín. Para entender de qué trata el texto, primero habría que encontrar el sentido figurado de estos dos elementos, la estrella y el jardín.

La estrella hace referencia al dolor, a la pena, al sufrimiento del ser humano. La aflicción, el mal, la pesadumbre, la tristeza son realidades inherentes y naturales del mundo, están siempre presentes, forman parte de él, nos rodean, (como las estrellas que están siempre en lo alto del cielo todos los días) y de vez en cuando, tarde o temprano, acaban cayendo y se adentran en nosotros, alterándonos la vida, en principio de una manera negativa.

El jardín se identifica con espacio íntimo y personal de cada uno, al alma humana, el terreno vital y esencial de la persona, nuestra parcela y ámbito de existencia. Muy en la línea de El principito. 

Por tanto, el título hace referencia al dolor que se mete en nuestras entrañas, y hace que nos sintamos mal y tristes.

La pesadumbre es una emoción que llega de una manera inesperada, sorpresiva, no planificada, no buscada, tal como se manifiesta en el paralelismo: Llegó sin permiso/Llegó de repente (verbo + complemento circunstancial de modo). La personificación del sentimiento (sin permiso) enfatiza el carácter caprichoso y arbitrario de la pena: aparece cuando menos lo esperas y ahonda en nuestro interior cosa mala, sin que puedas hacer nada por evitarlo.

La estrella es descrita con un complemento/sintagma preposicional (de antaño) y una oración de relativo (la que antes era solo luz).

La estrella queda asociada a un contexto de lejanía. La palabra antaño significa “tiempo pasado”. Entre el pasado y el presente existe una distancia. Nosotros vemos el dolor y la pena como un concepto genérico y abstracto. Mucha gente sufre, lo pasa mal, se siente horrible y creemos que a nosotros no nos va a pasar lo mismo. 

Vemos esa idea de dolor como algo que existe en el mundo, pero es ajeno a nosotros, está muy lejos (estrella de antaño). Nos creemos intocables: vemos la estrella brillando en el cielo, pero jamás pensamos que se nos va a caer. La pena sobrevuela por ahí a lo lejos y la vemos en el mundo, pero no en nosotros, hasta que un día nos cae en nuestro jardín.

No es lo mismo ver el dolor en otros que sentirlo en las propias entrañas. Antes de penetrar la pena en el alma del yo, la estrella era un elemento neutro, es decir, su presencia no molestaba ni agradaba (la que antes era solo luz…). Sabemos que está ahí en lo alto, pero no nos llama la atención ni afecta a nuestra vida. De ahí que esa estrella alejada cumpla su función dentro de los parámetros de la normalidad (la estrella, por naturaleza, da luz). 

Sin embargo, cuando la pena se introduce en el yo poético, la estrella cae de una manera directa y penetrante (desde el azul del mundo), y provoca un cataclismo en el alma, la cual se enfatiza con el recurso de la personificación (el corazón se me encogió). La pena y el dolor, en principio, son negativos para el alma, nos afectan, nos dejan trastocados, nos cambian la vida de arriba abajo. La estrella que antes era solo luz, ahora nos afecta.

Ante la experiencia dolorosa, el yo poético intenta explicar, buscar y encontrar el sentido de su sufrimiento personal…¿Por qué existe el dolor? (con lo nocivo que es) ¿Por qué narices hay que pasarlo tan mal? (cuando se estaría mejor no sufriendo) ¿Por qué Dios ha creado el dolor? (con lo bien que se viviría sin sentir la pena) ¿Por qué me ha tocado a mí sufrir? (en lugar de a otros) ¿Por qué yo? 

Es normal hacerse este tipo de preguntas cuando nos toca pasar por un trance doloroso. El yo poético de esta canción no es la excepción, tal como se refleja en la interrogativa directa del estribillo (¿Por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín? ¿Por qué así te has descolgado de tu otro mundo, aquí en mi jardín) y la interrogativa indirecta al final de la estrofa (no sé por qué has venido de nuevo aquí a mi jardín)

Estos interrogantes plasman dudas, inquietudes y dilemas del yo poético sobre la realidad dolorosa de SU alma, que le atormentan, y además, necesita hallar una respuesta racional y lógica que satisfaga su problemática vital. Se funde un tono de derrota, maldición, lamento y rabia que Mari Trini supo proyectar muy bien con su voz desgarrada. Algo tan malo como es la pena, no debería ni de existir, y cuando nos toca, llega la ofuscación y el darle vueltas a la cabeza, en plan…¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? ¿Por qué se me ha caído la estrella en el jardín? (con lo bien que estaba cuando la estrella/la pena estaba bien lejos…en el cielo)

Y para más inri, cuando el yo se cuestiona el sentido de su dolor verá que esas preguntas no tienen respuesta. La pena se concibe como un misterio inexplicable e irracional (igual que el amor, son sentimientos y trances universales que nos afectan, y sin embargo no sabemos por qué y para qué tenemos que soportarlos). No se le encuentra el sentido a tanto dolor. Solo vemos que existen e interfieren en nuestra vida de una manera intensa, pero no somos capaces de entenderlos ni de explicar el por qué del estado anímico.

Las marcas de primera persona enfatizan la desdicha del yo ante la propia pena, pero también ante la incapacidad de hallar una respuesta al sentido de la pena. La voz poética se lamenta de que le haya tocado sufrir a él, con el pronombre (a / se me ha caído), el posesivo (mi jardín) y la persona verbal (no sé [yo]).

Mediante la conjunción causal (por qué) la voz poética intenta hallar, sin éxito, una explicación racional y lógica que dé sentido al dolor.

El ser humano puede llegar a entender muchas cosas del dolor. A base de experiencias vitales, observación o estudio se convierte en un excelente teórico y conocedor del sufrimiento. Esto se ve en las estructuras en paralelismo: Ahora ya sé dónde te escondes tú/ahora ya sé en dónde habitas tú: locución adverbial (ahora ya) + verbo (sé) + oración subordinada sustantiva de complemento directo introducida por pronombre interrogativo (dónde te escondes tú/dónde habitas tú). 

Sintiendo el dolor en nuestras propias carnes es cuando conocemos mejor el dolor del universo y de la humanidad. Para conocer, hay que vivir. El adverbio de simultaneidad (ahora) marca el punto de inflexión: a partir de la experiencia dolorosa aprendemos muchas cosas que no conocíamos de la vida y del mundo. Todos estamos destinados a sufrir. El dolor no es algo individual que afecta a un solo ser. 

Sin embargo, lo que nunca entenderá el yo poético es el sentido de tanta pena: ¿Para qué hay que pasarlo mal en la vida? ¿Por qué tiene que existir el dolor? Esta idea se introduce en la oración adversativa: Ahora sé…Ahora sé…PERO NO SÉ por qué has venido de nuevo aquí a mi jardín. Gracias al dolor aprendemos muchas cosas de la existencia, aunque no le veamos un sentido.

La reacción del yo ante la pena resulta indecisa, indeterminada, indefinida. Ante el dolor no sabemos cómo actuar, tal como se refleja con la negación del verbo cognitivo: Ahora no sé qué hacer contigo. En los momentos trascendentales de la vida es normal no tener ni idea de cómo gestionar el contexto, y es normal que se abran diferentes vías u opciones de actuación, tal como se expresa con la perífrasis verbal de intención: Voy a agarrarte, voy a adorarte y lanzarte a tu cielo. La similicadencia (agarrarte, adorarte, lanzarte) marca la relación del yo con el dolor.

Ante el sufrimiento caben dos posturas:

1. Por un lado, darle la espalda, rechazarlo, negarlo, no aceptarlo. Mucha gente huye del dolor como si fuera la peste, quiere mantenerse lejos de él, desearía quitárselo de encima lo antes posible: “Lanzarte a tu cielo”. La imagen del yo queriendo devolver la estrella a la esfera celeste refleja la inquina y aversión que se le tiene al dolor como si fuera el peor de todos los males. 

Nadie quiere tener pena en el alma porque cree que no le va a reportar nada bueno. El dolor, caca. El dolor, fuera. El dolor, malo. No sirve para nada y ojalá no existiera. Esta sería la primera forma de reaccionar, desde la rabia y desde la cólera más visceral. De ahí que el yo quiera devolver con virulencia la estrella (lanzarte).

2. Por otro lado, aceptarlo de una manera serena y digna. Hay que asumir que el dolor forma parte de la existencia y debemos utilizarlo de una forma que nos resulte positivo. De ahí que el yo quiera tener una relación afectiva, incluso cariñosa con la pena: “Voy a agarrarte, voy a adorarte”. 

Se dirige y habla al dolor de tú a tú, como si fuera un amigo. Se trata de darle la vuelta a la situación y convertir algo nefasto, en positivo. No hay que tener miedo al dolor. Hay que mirarse cara a cara con él, armarse de valor, codearse con él sin ningún tipo de vergüenza. Aunque no sea bienvenido, ya que ha visitado nuestro jardín, recibámoslo de la mejor manera posible y vamos a utilizarlo para algo bueno. Tenemos que convivir con él, así que vamos a llevarlo de la mejor manera posible. 

El dolor nos brinda la oportunidad de hacer una reflexión de nuestra propia vida, de analizar las luces y las sombras, de hacer autocrítica, de mejorar, de corregir errores, de conocernos mejor, de saber qué es lo que queremos hacer con nuestra existencia. 

El dolor nos aporta muchas cosas, aunque parezca que no. Llegamos a empatizar más con la gente que lo pasa mal. Cuando vivimos nuestra primera experiencia dolorosa es cuando entendemos el sufrimiento de los demás, nos identificamos con el resto, somos mucho más generosos, valoramos más el amor y las cosas buenas. 

Una persona que no conoce el dolor se mostrará indiferente y conformista con la desgracia ajena (vemos que hay sufrimiento, pero como no nos afecta, nos da un poco igual). La pena nos hace conocer mucho mejor el funcionamiento del mundo, es una fuente de aprendizaje y de enriquecimiento personal y social.

La métrica del poema es irregular. Predomina el verso de arte menor, aunque hay algunos eneasílabos en la parte central del tema (la que antes era solo luz). No hay rimas.



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