Volvemos a la copla. Y lo hacemos con un intensísimo tema de Marifé de Triana del año 1958, compuesto por Molina Molés y el maestro Gordillo. Se sitúa a medio camino entre el tango y la zambra. La decepción amorosa lleva a la protagonista a clamar contra la vida y desear la propia muerte, muy en la línea del romanticismo más asalvajado de la primera mitad del XIX. Hoy vamos a analizar Que me perdone Dios.
Como un pajarillo que pierde su nido,
Y muere de pena queriendo volar,
Yo vivo el silencio del castigo mío
Sin tener consuelo en mi soledad
Es el vino amargo que nubla mi pena
El que me trastorna y me hace vivir.
Por eso a este mundo que a mí me condena
Con el alma rota, le suelo decir,
Reniego de mi sino, que me perdone Dios,
Reniego de mi sino y de mi corazón,
Reniego de la vida que no me hizo feliz,
Y pido a Dios la muerte,
Y pido a Dios la muerte,
Que ya no sé vivir.
En la noche triste el alma me ciega,
Hasta las estrellas, me niegan su luz,
Y soy una barca que muere en la arena
Sin poder lanzarse por el mar azul.
Ya no tengo fuerzas pa andar el camino,
Ni un alma que al verme me tenga piedad,
La luz que me falta la encuentro en el vino
Que me va matando y no sé cantar
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Cada vez que escucho esta copla parece que estoy
contemplando uno de esos dramas románticos de 1830 (Don Juan Tenorio, Don
Álvaro o la fuerza del sino, El trovador, Los amantes de Teruel, La conjuración
de Venecia…).
En estas obras, los héroes, vencidos por el dolor de la
imposibilidad amorosa, llegaban a lamentarse de su existencia y a maldecir el acto
vital, suplicando y rogando a Dios poner fin al sufrimiento con la muerte.
La protagonista de la copla está tan hundida y destrozada
anímicamente que no le quedan ganas de vivir y llega a denigrar e imprecar
contra su propia vida, la cual carece de sentido tras el fin del amor. Incapaz
de aceptar la realidad de la soledad, se regodea en la pena y la miseria, y
pide a la deidad que ponga fin a todo ese calvario. Romanticismo puro y pleno.
Las anáforas van marcando el rechazo que siente la
protagonista ante la existencia: “Reniego de mi sino, que me perdone
Dios/Reniego de mi sino y de mi corazón/Reniego de mi vida que no me hizo
feliz”.
El yo poético es incapaz de aceptar una realidad negativa y
contraria a sus deseos. Aquí encontramos un concepto plenamente romántico: el
fatum, el destino, el sino. Es la fuerza que determina nuestra vida, la que
decide qué es lo que nos va a pasar, y nosotros no podemos hacer nada por
controlarla. El destino es caprichoso, y todo está ya escrito. Ella, en una
actitud de rebeldía (como toda heroína romántica) se niega a asimilar ese
destino (reniego de mi sino)
El renegar contra la propia vida es un pecado en el contexto
del cristianismo. Dios nos ha dado la vida y es un gesto de desamor y desprecio
muy grande desear quitárnosla. Los héroes románticos van en contra de las
convenciones religiosas, y por eso, a la protagonista no le importante
manifestar de forma tan abierta ese deseo de morir.
Ella misma sabe y es consciente que es un pecado muy grande
(“que me perdone Dios”), pero entre su fe, y su dolor, al final vence este
último. Mientras que el catolicismo dice fe y resignación ante la adversidad,
ella dice que no, que prefiere a morir a seguir sufriendo…como les pasaba a los
personajes de Zorrilla, el duque de Rivas. Eso le lleva a pedir explícitamente
la muerte a Dios: “Pido a Dios la muerte”
El corazón puede interpretarse en sentido físico (órgano que
bombea la sangre y permite que el cuerpo esté vivo…por lo tanto, está diciendo
que reniega del corazón que le da la vida) o corazón como metáfora del alma (la
cual está en un estado de tortura y dolo…y por tanto, está diciendo que se
nieva a seguir así de mal y prefiere morir): Reniego […] de mi corazón
El desengaño amoroso (que al fin y cabo es un episodio, un
trozo, un fragmento, una parte de su vida) le ha causado una aflicción tan
intensa, que le lleva a tener una visión desencantada de la vida en general, de
la vida como conjunto, de la vida como proceso.
Esto es algo normal. A veces, algo nos marca tanto que puede
llegar a tambalear los cimientos del alma y a poner el espíritu patas arriba.
Por amor hay gente que llega a hacer auténticas locuras. Un episodio concreto
de nuestra biografía puede llegar a ser tan trascendental que se puede acabar
comiendo al resto de parcelas y ámbitos de tu vida. Y eso es lo que le ha
pasado a la protagonista: “Reniego de la vida que no me hizo feliz”.
Una decepción amorosa ha convertido el proceso de la vida
(que es algo maravilloso, tal como Dios la concibió) en algo tortuoso. La
personificación de la vida (“no me hizo feliz”) es una forma de resaltar y
enfatizar la desgracia de la mujer.
A pesar del componente determinista de la copla (el sino es
caprichoso, está en contra mía, estoy destinada a sufrir), la protagonista no
solo echará la culpa a lo externo, sino también a ella misma: “Ya no sé vivir”.
El uso de la primera persona con verbo cognitivo (no sé) es
una forma de añadir un componente humano y libre albedrío. Ella también es
responsable en el sentido de que no sabe vivir en soledad y no ha sabido
gestionar ese desengaño. Si ella muere, no es culpa de la otredad (el destino),
sino de ella (por no saber vivir ni aceptar la desgracia).
En las estrofas, la protagonista justifica el arrebato y el
tono exacerbado de los estribillos. Tiene que explicar la causa y los detalles
que le han llevado a hacer algo tan grave como desear la muerte. Es necesario
saber qué le ha pasado y cómo se siente para que el espectador llegue a
entenderla. En esta parte de la copla el tono es más lírico e intimista, y
menos altisonante.
La protagonista expresa el sentimiento de soledad tras el
fin de la relación amorosa mediante la comparación: “Como un pajarillo que
pierde su nido y muere de pena queriendo volar”. El diminutivo (pajarillo) crea
una imagen de debilidad. La mujer no tiene la fuerza suficiente para afrontar
el desengaño.
El nido representa lo más íntimo y necesario. Todo pájaro
necesita un nido para sobrevivir. Ella necesita un amor. Por tanto, le han
quitado lo que más quiere. La hipérbole (morir de pena) enfatiza el dramatismo
y el dolor que siente. El vuelo del pájaro representa el fluir de la vida. La
protagonista no tiene energía para seguir ese flujo vital
El silencio representa metafóricamente la falta de vida, de
movimiento, de ruido. Tras el fin del amor, no tiene vida con la que
interactuar: “Yo vivo el silencio del castigo mío”. Ya no tiene motivos para
ilusionarse y seguir viviendo. Es vacío, es nadad, es oscuridad, es silencio.
Esto nos remite a la fase purgativa de la mística. El alma está sola, sin
conexión con el amado. No consigue enfocar sus ilusiones en otro aspecto vital:
“Sin tener consuelo en mi soledad”.
El yo concibe al amado como un ser o entidad que le da
satisfacción, energía para enfocar la existencia. La plenitud se expresa con la
metáfora: “Es él vino amargo que nubla mi pena”. El amor hace que las cosas
malas de la vida no resulten tan terribles, atenúa la adversidad. Te refugias
en tu pareja para afrontar los problemas y dificultades con energía. Todo se te
hace más fácil.
A pesar de que el amado no es perfecto, tiene defectos y en
ocasiones te hace sufrir (de ahí la imagen del vino amargo, en lugar del vino
dulce), merece la pena enamorarse.
Muchos médicos medievales y tratadistas decían que el
sentimiento amoroso era capaz de transformar a la persona enamorada, de alterar
su psicología, de cambiarla de arriba a abajo. De ahí que se hablara del amor
como elemento perturbador: “El que me trastorna…”.
Cuando una persona está viviendo el amor en su máximo
plenitud, o en su máxima miseria, la gente se lo nota, ya que su humor sufre
alteraciones: pasa de ser un huraño a ser un encanto, o viceversa. Pasas de la
alegría a la tristeza en pocos minutos. La percepción del mundo cambia totalmente
cuando estás enamorado. De ver las cosas con un optimismo inmenso pasas a
captarlas con un pesimismo que no hay quien lo cure. El amor es como una
enfermedad, que te altera todas tus características psicológicas y
espirituales.
La protagonista identifica al amado con ese estado de
alteración, y a pesar de ello, reconoce que vivir en ese estado de alteración
era la motivación que necesitaba para seguir existiendo: “Me hace vivir”.
Los héroes románticos (como la figura femenina de esta
copla) se sentían incomprendidos por la sociedad. Ellos tienen unos
sentimientos y unas formas de ver la vida que causan rechazo en los demás. La
gente tiende a condenar todo lo que se sale de lo convencional. Está mal visto
que una persona deje de amar a otra, está mal visto que deseé la muerte, está
mal visto que vaya en contra de los dogmas religiosos…
El héroe romántico va a ser siempre diana de las críticas:
“A este mundo que a mí me condena, con el alma rota le suele decir”. El mundo
tiene valor de sinécdoque. Se alude al todo (la humanidad) por la parte (el
entorno más cercano que será el que condene a la protagonista).
En la segunda estrofa, la protagonista vuelve a recrearse en
el dolor y le pena, mediante la personificación del alma, la cual le impide ver
el mundo más allá del fracaso amoroso: “En la noche triste el alma de ciega”.
Parece que después del fin del amor, no hay nada.
Como veis, se acumulan imágenes que connotan oscuridad
(soledad, falta de amor). La metáfora de la ceguera implica no ver nada. Una
persona ciega ve todo negro. Además, el circunstancial temporal marca un
momento oscuro (la noche: periodo del día en que no hay sol, no hay luz, hay
oscuridad). Y encima ese momento oscuro está personificado (noche triste).
En un solo verso se acumulan hasta tres recursos que
dramatizan esa soledad. La personificación hiperbolizada de las estrellas del
verso siguiente también forma parte de este proceso: “Hasta las estrellas me
niegan la luz”. El alma de la protagonista no solo se encuentra sumida en la
oscuridad, sino que además, se aleja de la luz. El dramatismo es doble.
Las metáforas personificadas de ambientación marinera están
al servicio de la expresión de la pena y la soledad: “Y soy una barca que muere
en la arena sin poder lanzarse por el mar azul”.
La barca necesita el agua para moverse y cuando toca la
tierra, no puede utilizarse. Lo mismo le pasa a la protagonista. Ella necesita
al amado, y sin él, ha perdido toda la noción del mundo.
El mar simboliza la vida, la energía que te empuja y te
mueve a vivir. La protagonista es incapaz de volver a ese mar de la vida. El
adjetivo azul tiene valor de epíteto (ya que el agua, de forma inherente, se
asocia con el color azul).
El yo poético ha perdido la ilusión por vivir: “Ya no tengo
fuerzas para andar el camino”. Se recupera la vieja metáfora manriqueña y
machadiana de la vida como senda o camino. La protagonista no quiere seguir
recorriendo esa senda, no hay nada ni nadie que me motive a seguir viviendo.
El final del héroe romántico suele ser melodramático o
trágico. Acaba solo en el contexto del amor, e incomprendido por el mundo que
no entiende su forma de concebir la existencia. De ahí que nadie se apiade, ni
la ayude, ni empatice con su situación: “Ni un alma que al verme me tenga
piedad”. Soledad anímica, y soledad social. Está claro que esto no puede traer
nada bueno.
El desenlace de la copla nos recuerda más al modernismo que
al romanticismo, ya que la protagonista se refugia en un paraíso artificial.
Ante la pena y el dolor, se evade en el alcohol como hacían los poetas malditos
de finales del XIX (Baudelaire, Verlaine…): “La luz que me falta la encuentro
en el vino”.
Ante la frustración, muchos héroes literarios buscaban en el
sexo, la droga o el vino un hilo de ilusión para seguir vinculados a la vida,
como forma de ahogar las penas y sustituir a los sentimientos humanos puros y
esenciales que por circunstancias no podían culminar.
Pero como os imagináis, este tipo de paraísos son pan para
hoy y hambre para mañana, y al final, por mucho paraíso que sea, son paraísos
artificiales y nunca llegarán a sustituir a los verdaderos sentimientos
humanos. Y eso, con el paso del tiempo genera más frustración y pena, además de
ser perjudicial para la salud. De ahí la metáfora de los paraísos artificiales
como veneno que va acabando contigo: “El vino que me va matando y no sé
cantar”.
Las estrofas están formadas por serventesios dodecasílabos:
12a 12b 12a 12b (riman segundo con cuarto, y primer con tercero, y los versos
de arte mayor). El estribillo va por libre, aunque hay rima asonante en algunos
versos (Dios-corazón, feliz-vivir).
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