Hoy os traigo unos tientos que popularizó Marifé de Triana allá por el año 1959. El tema fue compuesto por los maestros Molina Moles, León y Quiroga. Habla del amor como sentimiento y acto irracional. Por más que el yo poético intenta buscar un motivo que explique la pasión que siente hacia su amado, no lo encontrará. Ante la pregunta ¿Por qué te di yo mis besos? (que da título a la copla), la voz poética no hallará una respuesta convincente y lógica. El amor pasa porque sí. No tenemos que buscar una razón científica y objetiva a la pasión. Al final, por mucha teoría queramos formular, lo único que nos queda y lo único que vamos a vivir es el sentimiento, ya sea de pasión por lo amado o de pena por lo acabado.
Enlace del video:https://www.youtube.com/watch?v=J4OdmNAbYrg
Comprendo que no hay razones, cariño,
Que obliguen a que me quieras;
Yo sé bien que ante tu orgullo, mi niño,
No importa que yo me muera.
No pienso ponerme triste,
Que el caso no lo merece;
Romero de sierra brava
Sin agua también florece.
Por qué te di yo mis besos, que han sido
Castigo de mi querer;
Por mi madre te confieso, bien mío,
Que ni yo misma lo sé.
Por locura, por ceguera,
Por cariño, porque sí;
Aunque saberlo quisiera,
No sé por qué te los di.
Tú eres mi sangre y mi vida, mi vida,
Eres la cal de mis huesos,
Tú eres dolor y alegría,
Pero no sé todavía,
Sangres mías, carnes mías,
Por qué te di yo mis besos.
La fragua del amor nuestro, cariño,
Sin fuego se está quedando;
Y el clavo que ha de matarme, mi niño,
El tiempo lo irá templando.
No pienso morir de pena,
Que nadie por mí se apure;
No hay río que atrás se vuelva
Ni mal que cien años dure.
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El yo poético femenino es la protagonista de la copla. Habla
en primera persona tal como se manifiesta en las formas verbales (comprendo,
sé, pienso…), los pronombres (ni yo misma, me quieras, yo sé) y el posesivo (mi
querer, mi madre). Se dirige al amado mediante vocativos subjetivos que
manifiestan amor, afecto, pasión de una forma intensa, altisonante, visceral:
“cariño”, mi niño”, “bien mío”, “mi vida”, “carne mía”. El amado también está
presente en posesivos (tu orgullo), pronombres (te di) y verbos (quieras,
eres).
Se establece un vínculo amoroso entre ellos, que está en una
fase de decadencia, crisis, final. Este vínculo se plasma con el posesivo de
primera persona del plural (amor nuestro) y la metáfora (“la fragua […] sin
fuego se está quedando”). Esta identificación del amor como fuego o calor (la
fragua es el horno donde se funden los metales) bebe de la poesía mística y
sirve para enfatizar la pasión. En este caso, al ser un contexto de desamor, la
fragua se está quedando sin fuego. No hay pasión.
En el primer verso de la copla localizamos la tesis que va a
defender el yo poético en el texto: “Comprendo que no hay razones, cariño, que
obliguen a que me quieras”. El amor (y su contrario, el desamor) son fuerzas
que no se explican por patrones objetivos y concretos. Son energías
caprichosas, caóticas, arbitrarias, no responden a reglas. Es puro misterio.
Son sentimientos naturales y espontáneos del alma que surgen cuando menos lo
esperas sin una causa concreta y no se pueden alterar/modificar/cambiar/deformar.
El amor triunfa cuando hay reciprocidad. Si no la hay, no tiene sentido
provocarla de manera artificial. Si alguien no siente amor por ti, no le puedes
obligar a sentirlo. Si no hay, no hay. Provocar algo que no existe no tiene
sentido.
Cuando la tesis se formula al principio (como es el caso)
estamos ante un texto de estructura deductiva o analizante. Primero la tesis
(idea), y luego la explicación (desarrollo)
La protagonista no se regodea ni se recrea en la pena y el
dolor por el fin del amor: “No pienso ponerme triste, el caso no lo merece”.
Intenta quitar dramatismo al desamor trivializándolo, descentralizándolo del
poema, empequeñeciéndolo, minimizándolo, quitándole la gravedad. No vale la
pena llorar por amor. El yo adopta una posición de fortaleza, resistencia muy
del gusto estoicista: dejar que no te afecten las penas en exceso. Hay que
quitarle importancia al fin del amor
La mujer asume la realidad de forma muy digna, sin traumas
ni lamentos. Ella acepta los problemas y adversidades no solo en el terreno del
sentimiento, sino también de la psicología humana: “Yo bien sé que ante tu
orgullo, mi niño, no importa que yo me muera”. Ella sabe de sobra cómo es la
naturaleza del hombre. La gente por lo general (y el amado en particular),
tiende a ser vanidosa, orgullosa, quiere guardar una imagen, esconder
sentimientos, tiene un ego, que suele aflorar en los momentos críticos. Ella
sabe que la realidad funciona así y no va a hacer un drama de eso.
El clavo funciona como metáfora de la perturbación, el
dolor, la pena, que hace daño al alma. Muy típico de la poesía de Antonio
Machado y Rosalía de Castro. Aquí aparece personificado: “El clavo que ha de
matarme…”. Sin embargo, el clavo de Marifé de Triana no es el clavo duro y
crónico del romanticismo o el modernismo simbolista. Al final, por ese proceso
de aceptación, y el paso del tiempo, el dolor se atenúa, decrece, dejará de
apretar y hacer presión: “El clavo […] la pena lo va temblando”. La propia pena
se canaliza tras la asimilación del desengaño, y el dolor poco a poco va
desapareciendo.
El yo poético se niega a alcanzar los estados hiperbólicos
del amante hereos de la poesía cancioneril (nada de amantes locos, enfermos o
fallecidos): “No pienso morir de pena”. Tampoco quiere convertirse en un objeto
de compasión o lágrimas: “Que nadie por mí se apure”. No quiere ser la víctima
o la pobrecita diabla que sufre mal de amores. Recurre a un refrán de la
sabiduría popular para expresar que al final, las penas se pasan de forma
natural: “No hay […] mal que cien años dure”. El dolor es algo temporal y
transitorio que se evapora una vez se acepte la situación.
También se apoya en la metáfora manriqueña de la vida como
río para explicar que anclarse en etapas del pasado no es la solución: no hay
río que atrás se vuelva. Ella no se va a regodear ni obsesionar con el pasado,
y este tampoco va a volver mágicamente. Lo vivido vivido está y no merece la
pena sufrir y comerse la cabeza por algo ya ocurrido.
Aunque la relación con este hombre se acabe, eso no
significa el final del amor como sentimiento. La capacidad de sentir sigue
activa a pesar del desengaño, de la decepción o del chasco. Esto se refleja muy
bien en la metáfora: “Romero de sierra brava/sin agua también florece”. Aunque esta
relación concreta no ha fraguado, la amada podrá seguir amando a otras personas
y volver a sentir y experimentar las mismas emociones de eso que se llama amor.
No es el fin del mundo que este hombre no la quiera
El amor se identifica con el romero. Este representa la
belleza de lo natural, lo sensual. Su olor es placentero y agradable. El amor
es tan bonito y maravilloso como el romero. Y se puede sentir el amor de una
forma pura sin tener que asociarlo a una persona o imagen concreta. El amor
como sentimiento es universal. Y podemos amar muchas veces a lo largo de
nuestra vida. Quien haya detrás de ese sentimiento es indiferente. Lo
importante es sentir, es amar. Mucha gente cae en el error de creer que el amor
deja de tener sentido porque esa persona no te corresponde. Y esta copla nos
enseña que aunque lo pases mal después de una ruptura (que lo vas a pasar), el
amor va a seguir presente en tu vida. Y esa magia no se va a perder. A lo mejor
la imagen del amado será otra, pero el concepto va a estar ahí.
La relación amorosa se identifica con el agua, la cual hace fluir,
desarrollar, fortalecer, crecer, evolucionar el sentimiento íntimo y universal del
amor. Sin embargo, el romero es una planta muy peculiar ya que no necesita
humedad para sobrevivir. Es una especie vegetal de ambiente seco, que no requiere
de agua para florecer. Con un ambiente mediterráneo es suficiente. El romero
puede ser bonito y bello sin necesidad de riego. El romero puede existir y ser
por sí mismo sin recurrir al agua. Lo mismo le pasa al amor, que seguirá
existiendo en tu vida aunque una relación concreta fracase. Podrás volver a
ilusionarte, a experimentar de nuevo la pasión, a sentir la magia, aunque al
principio parezca imposible tras un desengaño. El fracaso en una relación no
significa que te conviertas en un muerto en vida que nunca más va a volver a
sentir lo mismo.
Si leemos bien la letra de la copla, nos daremos cuenta de
que la relación no triunfa por parte de él. Ella está perdidamente enamorada,
tal como se refleja en las metáforas en las que el amado se identifica como
parte inherente de la amada: “Eres mi sangre y mi vida, eres la cual de mi
hueso”. La sangre es el líquido que da vida al cuerpo, y la cal, de color
blanco, es lo que da estructura y color al hueso. Por tanto, el amado se
concibe como elemento necesario para la amada.
La antítesis (“eres dolor y alegría”) es una forma de
concebir el amor como emoción contradictoria. Por un lado, genera placer,
alegría, felicidad, plenitud, satisfacción. Pero por otro lado, dolor, pena,
frustración (“castigo de mi querer”), ya sea por no correspondencia o simplemente
porque se acaba y llega a su fin.
La intensidad del sentimiento amoroso, ya sea de placer en
el éxito o de dolor en el fracaso, genera un proceso de reflexión y análisis en
el yo poético, el cual se pregunta mediante la interrogación retórica, la causa
racional de la pasión: ¿Por qué te di yo mis besos? La protagonista quiere saber
los motivos que le provocan amar con tanta pasión. Quiere darle sentido al
amor.
La pregunta no tiene respuesta, o al menos, el yo poético no
la encuentra: “Por mi madre te confieso que ni yo misma lo sé”. Jurar por algo
valioso (la madre) es una forma de dar sinceridad al discurso, de transmitir
verdad. El yo poético no sabe la razón por la que se ha enamorado. Esto
significa que el amor no obedece a razones, es caprichoso.
Se enumeran una serie de motivos en paralelismo de posibles
causas que expliquen el amor, pero esa lista de razones resulta demasiado
genérica, poco concreta, muy imprecisa: “por locura, por ceguera, por cariño,
porque sí…” El asíndeton (supresión de la conjunción copulativa Y) indica que
pueden existir muchos más motivos, pero no hay ninguno claro. De ahí que la
enumeración quede abierta (podríamos seguir añadiendo muchas más razones y
ninguna sería concluyente).
La negación del verbo cognitivo es una forma explícita de
decir que no tienes ni pajolera idea del tema: “Pero no sé todavía […] por qué
te di yo mis besos”. La subordinada concesiva indica que hay un deseo de querer
saber y alcanzar una verdad, una teoría del amor, pero en la práctica es
imposible: “Aunque saberlo quisiera no sé por qué te los di”. El amor es
caótico y cuando algo es caótico no se pueden determinar reglas de
comportamiento y actuación. Es lo que tiene la irregularidad.
La métrica de esta copla resulta muy extraña, ya que en una
misma estrofa se combinan versos endecasílabos con octosílabos, pero manteniendo
la rima de primero con tercero y segundo con cuarto. Esto sucede en la primera
estrofa de la primera parte, en la primera estrofa de la segunda parte y en la
primera estrofa del estribillo.
En la segunda estrofa de la primera parte, en la segunda
estrofa de la segunda parte y en la segunda estrofa del estribillo, hay
cuartetas (8a 8b 8a 8ba)
El estribillo acaba con una casi sextilla, y digo casi
porque uno de los versos es de arte mayor y rompe el esquema: 11A 8b 8a 8a 8a 8b