jueves, 26 de octubre de 2023

Ay qué risa: bodegón de comida a ritmo de tanguillo

Con la copla que os traigo hoy a más de uno se le hará la boca agua, debido a la cantidad de alimentos y comidas que se aluden a lo largo del poema. Lo que viene siendo un bodegón literario. Se trata de un divertido tanguillo compuesto en 1946 por Quintero, León y Quiroga para la voz de Imperio Argentina. Se titula Ay qué risa.



No soy de Hungría, ni soy de Holanda,
soy la gitana de cuchipanda.
Yo soy la niña de unos barones,
que en Cádiz tienen sus posesiones,
y cuatro tiendas de ultramarinos,
¡Ay, qué meriendas! ¡Ay, qué tocinos!
que en el almuerzo, con la pringá
no nos podemos remenear.
Por eso siempre, de madrugada
se queda el forro de la alacena
que es una pena, porque en el forro
no queda nada.

¡Ay, que risa! señora marquesa,
con el camafeo, que risa me da,
con el tentempié, de la cuchará.
En la taza de la mayonesa,
metiendo los dedos con urbaniá,
y a la rebañé de la poleá.
Yo me suelo tomar los fuagrases,
y los entremeses, y las bullebases
a la marsellese de la papillón.
Y me siento después en los sofases,
como los marqueses, y bebo coñases
y estiro los pieses en la cheseslón.

A mi me gustan los maniquises
y los encajes de chantillises
para mí los rasos y los tisuses
y los cafeses con muchas luces.
Dale que dale ya que abanica
ya va por sales a la botica.
Nada de potajes ni de purés,
las veinticuatro tomando té. 
Mas no es extraño que adormilada
yo me levante y hasta que apenque
con dos arenques, y me los zampe
de madrugada. 

.................................................................................................

El yo poético adopta una actitud de regodeo, deleite y regocijo ante la abundancia. Estamos en los años cuarenta del siglo XX. La Posguerra española fue dura. Gran parte de la población sufrió desnutrición, frío y enfermedades. La falta de comida marcó a esta generación. Lo poco que había se racionaba mediante un sistema de cartillas o se vendía a precio desorbitado (ilegalmente) en el mercado negro (estraperlo). Aumentó la mendicidad, la delincuencia y la prostitución. Mucha gente emigró a otros países para ganarse la vida. Está claro que estos años fueron bastante difíciles para una mayoría social.

Podríamos decir que la voz poética va a contracorriente del contexto histórico, es uno de los pocos afortunados que ha tenido el privilegio de pasar esta época sin saber lo que es la carencia y la escasez. Al contrario que otros, no se ha visto afectado por el hambre o la miseria que sí tuvieron que sentir en sus carnes las clases más humildes y populares. 

Está claro que el yo lírico vive en una situación holgada y acomodada. Por eso se puede permitir el lujo de estar alegre, irradiar felicidad, frivolizar e incluso mostrar conductas de derroche, ostentación y excesos. Realmente, la protagonista de la canción se convierte en seguidora de la filosofía epicúrea. Se entrega al placer de la comida y el lujo. Hedonismo puro y duro. Incluso en algunos momentos da la impresión de que está participando en una bacanal grecorromana, comiendo hasta reventar y no poder más. La hipérbole y el absurdo son la tónica dominante en esta canción

En los primeros versos, el yo poético se presenta ante el público. Y lo hace, como si fuera un juego, en un tono cercano al de la adivinanza, con estructuras en paralelismo: “No soy de Hungría ni soy de Holanda”: elemento negativo (no/ni) + verbo de procedencia/origen (soy) + atributo (De Hungría/De Holanda).

Tened en cuenta que detrás del poeta se esconde una persona con pocas preocupaciones y problemas en la vida. Ha tenido la suerte de nacer en un contexto acomodado. La vida la tiene resuelta (no pasa hambre, sus padres regentan negocios que les dan para vivir holgadamente...). De ahí ese espíritu banal y superficial. Al hacerse a la vida fácil y cómoda, no tiene consciencia social ni compromiso con las dificultades de los demás. Por eso, la canción se concibe como un entretenimiento frívolo. 

Podríamos decir que sus únicas aspiraciones en la vida consisten en hartarse a comer y matar el rato con capricho. No tiene nada más importante que hacer, o al menos, es la imagen da en esta copla. De ahí ese tono tan jocoso a la hora de presentarse con el público, como queriendo jugar con el receptor. La vida para este tipo de personas es un juego.

Por eso, enfoca su introducción de manera negativa, describiendo lo que no es (No soy de Hungría ni soy de Holanda), y postergando lo que sí es (soy la gitana de cuchipanda). Está jugando con el receptor, haciéndose la interesante. El término cuchipanda pertenece al habla coloquial y significa reunión de varias personas para divertirse comiendo y bebiendo, normalmente sin moderación.

El tercer verso hace alusión a su situación social acomodada: “Soy la niña de unos barones que en Cádiz tienen sus posesiones y cuatro tiendas de ultramarinos”. El materialismo domina estos primeros versos. Hay verbos relacionados con la posesión (tener) y sustantivos que indican propiedad (posesiones). 

La gente rica suele tener negocios, propiedades, riqueza…El término barón connota estatus elevado, categoría social alta, poder adquisitivo. Es gente que marcha bien, ya que pertenece a la nobleza (en un escalón inferior al de vizconde). Se han enriquecido y ascendido socialmente a partir de las actividades económicas o la banca. En los años 40, tener una tienda de ultramarinos no era moco de pavo. Sabiendo que en esta época la gente pasaba mucha hambre y esta familia dispone de aquello de lo que carece la mayoría de la población (la comida), los convierte en unos afortunados.

Mediante la exclamación retórica, el yo se recrea en el placer que supone vivir en un contexto de abundancia: “Ay qué meriendas, Ay qué tocinos”. La interjección (Ay) remarca la actitud gozosa y placentera ante los bienes comestibles, muy apreciados en estos años de miseria (meriendas, tocino). 

La merienda hace referencia a una de las comidas del día, situada entre el almuerzo y la cena (a eso de la media tarde). Si en los años 40 la gente se las veía negras para comer una vez al día, la merienda era considerado un lujo en esa época. Era cosa de ricos. Lo mismo que la carne. Ahora la gente come carne casi a diario. Pero en esta época, se comía un par de veces al mes (si acaso). Se reservaba para situaciones extraordinarias o excepcionales y haciendo un sacrificio económico grande para poder consumirla. Por eso el yo poético se extasía ante el tocino como si fuera el mayor tesoro del mundo. En esos años muy poca gente lo comía. Y ahora, varias décadas después, son los médicos los que nos tienen que decir que moderemos su consumo 

En los cuatro primeros versos se reduplica hasta cuatro veces el verbo ser (no soy de Hungría, ni soy de Holanda, soy la gitana, soy la niña…). La protagonista se describe a sí misma y se presenta ante el receptor como alguien importante, de clase acomodada. El yoísmo es síntoma de egolatría. 

Las imágenes rozan la hipérbole, es decir, la exageración, lo cual facilita la sátira: “En el almuerzo con la pringá no nos podemos remenear”. Se supone que esta gente come tanto que cuando se levantan de la mesa no se pueden ni mover. Es la sensación de pesantez que tenemos cuando estamos saciados de más. En la Posguerra eso de decir estoy lleno y comer hasta reventar era algo poco habitual. La pringá hace referencia a los ingredientes cárnicos del cocido, desmenuzados (chorizo, morcilla, jamón, falda de ternera, magro de pollo…). Es muy común tomarlos mojando trozos de pan (como si fuera paté) o hacer croquetas con ellos.

El tono sarcástico va in crescendo a medida que avanza la primera estrofa, de tal forma que el yo poético da un enfoque dramático-trascendental a una imagen que es totalmente banal y frívola: Por eso siempre de madrugada se queda el forro de la alacena, que es una pena porque en el forro no queda nada. Hacer un drama de algo que no lo es (oh que pena más grande que se ha acabado la comida) es un mecanismo sencillo para generar comicidad y humor. Una imagen cotidiana y doméstica de la época (una alacena) cobra tal protagonismo que acaba provocando risa en el espectador. El yo se recrea en el detalle nimio para divertir. Eleva lo pequeño, lo inerte, lo insustancial, lo neutral hasta convertirlo en un elemento que no deja indiferente a nadie y provoca reacciones en el que escucha.

No obstante, yo me meto en la piel de alguno de aquellos oyentes que escucharon la canción en el año 46, y sabiendo el hambre que pasarían durante aquellos años, no creo que les hiciera mucha gracia encontrarse una copla en la que además de hacer un listado interminable de comidas que no pueden ni catar, ven que el yo poético intenta hacer reír con la imagen de una alacena que se ha quedado vacía por todos los atracones que se dan esa esa casa. Unos tanto y otros tan poco jajjajajaa. Las preocupaciones de los ricos: ¡hemos comido tanto que la alacena está vacía! Tiene que joder un poco ser pobre en los cuarenta y encontrarte una canción como esta.

Se denomina alacena al hueco de la pared que hay en algunas cocinas que sirve para guardar la comida, aunque también se llama así al armario que sirve para almacenar los alimentos. Y para cubrir los manjares se utiliza un forro, que es una tapa o cubierta que sirve para proteger la comida de la humedad, el polvo y el calor. En esa casa se come tanto que por las noches la alacena está vacía y solo quedan los forros que no tienen nada que cubrir (porque la comida se la han comido ellos).

En la segunda estrofa, la voz poética sigue expresando sus gustos y preferencias mediante el verbo de opinión, aunque esta vez deja de de lado el tema culinario y se centra en el mundo de la moda y la costura: “A mí me gustan los maniqueses y los encajes de chantillises, para mí los rasos y los tisuses”. Cuando una persona está bien alimentada y nutrida, no tiene problemas económicos y sus necesidades básicas están satisfechas, es entonces cuando pueden pensar en el ocio, las diversiones, los juegos, los pasatiempos, los hobbies y la cultura. Las clases acomodadas de aquellos años mataban el aburrimiento cosiendo, bordando, haciendo punto, ganchillo, diseñando ropas…

Por eso encontramos palabras relacionadas con el campo semántico del vestido. Un maniquí es una figura con forma humana que sirve para exhibir prendas de vestir. El chantilly es un tejido de seda que está elaborado con la técnica del bolillo. Posee formas hexagonales que están rematadas con motivos vegetales (hojas, flores, guirnaldas). Es como el encaje de bolillos de Almagro. Tiene su origen en el siglo XVII en la ciudad francesa de Chantilly, famosa por su castillo. La duquesa de Longueville quedó fascinada con la calidad del tejido, y a partir de ahí se difundió por la aristocracia parisina y llegaría al resto del mundo.

El raso es un tipo de tela lustrosa, con más cuerpo que el tafetán, pero menos que el terciopelo. Se suele usar para vestidos de novia, ropa de cama o zapatillas. Posee un aspecto brillante y suave.

El tisú es una tela de seda entretejida con hilos de oro o plata y se utiliza para ropas de gala y ceremonia.

Las clases acomodadas se pueden permitir todo tipo de lujos y caprichitos como la costumbre de tomar café después de las comidas: A mí me gustan […] los caféses con muchas luces. La luz es una metáfora de la espuma. También se hace referencia a la costumbre de tomar té a media tarde, aunque esto último era de importación europea: “Nada de potajes ni de purés, las veinticuatro tomando té”.

El polisíndeton permite al yo poético alargar la enumeración de antojos y fastuosidades, recreándose en el goce que ese supone: los maniquises y los encajes…y los tisuses, y los cafeses…

Los excesos en el comer y beber nos llevan a una situación hiperbólica e histriónica: Dale que dale ya se abanica, ya va por sales a la botica. Cuando ingieres mucho alimento, el cuerpo entra el calor. De ahí que el yo necesite un poco de aire fresco (abanico), por los sudores que le ocasiona tanta comida. Y también, es normal que haya ardores, dolores de estómago, sensación de pesadez. De ahí que se aludan a las sales de frutas que sirven para rebajar los niveles de empacho después de darte un atracón. Ya lo dice el refrán: de grandes cenas están las sepulturas llenas 

Las expresiones reiterativas (dale que dale) y la oración distributiva (ya se abanica, ya va por sales) convierten este tipo de banquetes en algo habitual y normal para esta familia. Cada comida parece una bacanal romana, con todos ahí medio malos después de hincharse como si no hubiera un mañana.

En los festines grecorromanos era considerado de buena educación comer y después vomitar. Sin llegar a esos extremos, a la voz poética de esta copla le pasa un poco lo mismo. No le importa tener que tomar sales después de pegarse esas comilonas. Como nadan en la abundancia, disfrutan haciendo esto. Si no revientan parece que no se quedan a gusto. Quieren demostrar que marchan bien económicamente dándose estos banquetes diarios. En definitiva: APARIENCIA. Se lo pueden permitir y es la forma de enseñar al mundo lo bien y lo felices que se encuentran. 

Al final de la segunda estrofa, se crea una situación que roza lo enfermizo, hasta el punto de que la protagonista se levanta a media noche para comer: Mas no es extraño que adormilada, yo me levante, y hasta que apenque dos arenques, y me los zampe de madrugada”. Evidentemente, esa desmesura está al servicio de la risa y la comicidad. La exageración de situaciones se lleva al borde de la caricatura, la deformación y la sátira. Hasta en las horas que supuestamente hay que estar durmiendo, esta familia solo piensa en comer. La expresión coloquial (zampar) posee connotaciones de ansia, rapidez, no moderación.

Mediante la lítote el yo poético intenta formular con cierta normalidad un hecho que roza el absurdo y la falta de sentido común, minimizando y quitando importancia a lo extravagante (no es extraño=es normal). En esta familia, no están muy bien de la cabeza jajajajaja. 

Fijaos en el léxico: el verbo apencar significa apechugar, cargar con una obligación. Para esta gente levantarse en medio de la noche a comer es como un ritual, una norma, forma parte de la rutina diaria. Si no lo haces, parece que te falta algo, aunque tengas que desafiar las leyes de la naturaleza (a pesar de que el cuerpo te pide sueño y ganas de dormir, se tienen que levantar a picar algo). El absurdo se usa como recurso para provocar la risa en el espectador, que buena falta le hacia al pueblo en esos años de miseria. 

En el estribillo el yo poético adopta una actitud juguetona, traviesa, retozona. Concibe la vida como un juego frívolo e intrascendente. Se toma todo de forma poco seria. Esto se plasma mediante la exclamación retórica: “Ay qué risa”. La falta de preocupaciones te hace tomarte la vida a cachondeo. Además, se dirige mediante el vocativo a una persona de elevada condición social, igual que ella: “Señora marquesa”.

La voz poética convierte cualquier elemento nimio y anodino en un instrumento de diversión y buen rollo: Con el camafeo que risa me da, con el tentempié de la cuchará, en la taza de la mayonesa metiendo los dedos con urbaniá, y a la rebañé de la poleá. De cualquier cosa o detalle de su vida cotidiana puede sacar algo gracioso de lo que reírse y pasarlo pipa, por muy tonto que sea. Reírse de todo y ante todo. Esta es una filosofía de vida.

Un camafeo es una joya o adorno de forma ovalada consistente en una piedra preciosa, en la que hay labrada en relieve una figura. Evidentemente, un camafeo es un bien de lujo. Se usa para decorar las casas de los ricos. Si no hay dinero ni siquiera para comer, pues un ornamento de este tipo solo está al alcance del bolsillo de unos pocos.

Un tentempié es una comida rápida y ligera que se utiliza para matar el hambre entre horas. En los años cuarenta, solo las familias más adineradas podían permitirse el lujo de picotear para matar el gusanillo

Aunque la voz poética se encuadra en un contexto social elevado, sus comportamientos y modales resultan bastante toscos y animalizados. Se dejan llevar por los instintos primarios, en detrimento de las normas de educación y refinamiento que deberían tener, de acorde a su condición. No es propio de una señorita bien educada meter los dedos en el tarro de la mayonesa. Resulta muy vulgar en gente de bien, y aun así lo hace. El ansia, el instinto y la pasión por la comida le pueden. Saca su lado más visceral y salvaje.

La poleá es un postre típico andaluz. Se consume en Sevilla, Huelva y Cádiz en temporada de invierno. Es una mezcla de leche y harina, que se endulza con azúcar, limón, vainilla y canela. Son como las gachas de avena que comemos en el desayuno. Era una comida frecuente en las casas más modestas y humildes. Por tanto, vemos a una persona de clase social elevada practicando una costumbre o hábito típico del pueblo llano, y además, con unos modales bastante bruscos (rebañando los restos, apurando las migajas del plato).

En la segunda parte del estribillo el yo describe sus hábitos y gustos personales mediante la perífrasis frecuentativa: yo me suelo tomar los fuagrases, y los entremeses y las bullebases a la marsellese de la papillón. Como podemos observar, muestra cierta predilección hacia la gastronomía francesa. De nuevo, el polisíndeton ayuda a la voz del poema a recrearse en esos elementos placenteros y gozosos, alargándolos en el tiempo, prolongándolos para deleite propio: y los entremeses y las bullebases…

El foie gras es hígado de pato y oca. Los entremeses son pequeñas porciones de comida que se sirven para picotear antes y durante el plato principal (embutidos, fiambres, ensaladillas, croquetas, canapés…). La bullabesa marsellesa es una sopa de pescados de roca (camarones, cabracho, gallo, rape, congrios, pargos), típica la Provenza. El plato tradicional se realizaba con los restos que quedaban al fondo de las redes del pescador. En la actualidad, la receta resulta mucho más sofisticada, ya que lleva moluscos, cigalas, maricos…

El papillot es una técnica culinaria que consiste en la cocción de un alimento (normalmente un pescado o una verdura) en un envoltorio resistente al calor, como puede ser al papel de aluminio o sulfurizado.

En los últimos versos la protagonista se retrata como una señorita que vive a cuerpo de rey, con todas las comodidades y facilidades del mundo, con el polisíndeton que crea un efecto retardador para recrearse en el placer y el lujo. Y me siento después en los sofases como los marqueses y bebo coñases y estiro los pieses en la cheseslón.

La comparación (como los marqueses) enfatiza los aires de grandeza y superioridad del yo. Las palabras relacionadas con el campo semántico del asiento (sofá, cheslong) da realce a la idea de comodidad, bienestar, encontrarse a gusto. Y otra vez con costumbres foráneas exquisitas y lujosas (beber coñac), y conductas un poco zafias para tratarse de alguien de clase alta (estirar los pies).

Encontramos palabras francesas pronunciadas de forma un tanto choricera, de una persona española que imita el francés pero no sabe hablarlo con cierta naturalidad: cheseslón (cheslong), papillón (papillot/papillote), fuagras (foie gras), bullebase (bullabesa). 

También observamos plurales dobles, que son típicos del habla vulgar y popular (no normativa). Se forma sobra la base de un plural ya existente: pies<pieses, cafés<cafeses, coñacs<coñases, maniquís<maniquises, tisús<tisuses. Esto se debe a que la forma normativa plural tiene aspecto de singular (palabra aguda terminada en consonante) y el hablante siente la necesidad de hacer un plural en -es, porque cree que la primera forma es singular.

Cada una de las estrofas está introducida por cuatro pareados (10A 10A 10B 10B 10C 10C 10D 10D), y está rematada por cuatro versos libres: 10- 10- 10- 5-

Los estribillos constan de dos sextos. El primero sigue el esquema 10A 10B 10B 10A 10B 10B. Y el segundo, 10C 10C 10 10C 10C 10D


No hay comentarios:

Publicar un comentario