El tema que os traigo hoy podría definirse como una mezcla de copla y guajira. Fue compuesto en el año 1950 por los maestros Retana y Legaza para la voz de Miguel de Molina, el cual la interpretó en su última visita a España en el año 57. Se trata de una canción de ida y vuelta, muy salerosa, de ritmo juguetón, que describe a un personaje muy curioso y divertido. Hoy vamos a analizar Don Triquitraque. Antoñita Moreno y Concha Piquer también hicieron sus propias versiones de este poema.
La copla cuenta la historia de Don Triquitaque, un mercader
ambulante que se gana la vida vendiendo todo tipo de extraños artículos, de un
lugar a otro del mundo. Sus peculiares y extravagantes mercancías, unido a su
carisma y gracia a la hora de vender los productos, lo han convertido en un
personaje famoso allá por los pueblos por donde pasa.
De La Habana ha
el barbián de mi tío
que Don Triquitraque el americano,
que el mundo .
Traca que traca, traca que traca,
con su comercio de jipi-japa.
Ay, que Don Triquitraque
ha canela y clavo,
azúcar cande y oro nativo,
los colmillitos de un elefante,
coquitos frescos y un moro vivo.
Ay, que Don Triquitraque
y una mona ramona con su monito
y una cotorra que viene hablando
y unas calenturitas
que el pobrecito la está .
Ay, que Don Triquitraque,
traca que traca, traca que traca
con su comercio de jipi-japa.
Y ha
el barbián de mi tío
un paragüitas que cuando llueve
a mí me pone ,
que me suene, que me suene,
de seda
que más bonitos nadie los tiene.
.............................................................
En los tres primeros versos el yo poético presenta e
introduce al protagonista de la canción: “De La Habana ha venido el barbián de
mi tío, don Triquitraque el americano, que toíto el mundo tiene recorrido”.
Tened en cuenta que el receptor no sabe todavía quién es este Don Triquitraque
que da título al tema. Y como se trata de alguien que parece ser muy conocido
entre el pueblo llano, es importante formalizar la presentación.
La descripción incluye los siguientes datos:
1. Procedencia u origen geográfico: “De La Habana ha
venido…”. El hipérbaton (se adelanta el circunstancial de lugar al verbo) enfatiza
el componente exótico y foráneo de este tipo. Se trata de alguien que viene de
un sitio muy lejano, y lo que procede de culturas lejanas en el espacio, suele
sugerir misterio, magia, extrañeza, asombro.
Por el hecho de venir del otro lado del Atlántico (Cuba), ya
resulta una persona llamativa que destaca entre la multitud. En una época en la
que apenas había inmigración ver a un forastero era algo que resultaba bastante
estrambótico.
2. Rasgo más destacado de su personalidad (descripción
espiritual): “El barbián…”. “que toito el mundo tiene recorrido”. Un barbián es
una persona gallarda, atrevida, desenvuelta, decidida. Eso de abandonar tu
tierra de origen e irte por ahí dando bandazos de un sitio a otro, a países
desconocidos y ganarte la vida vendiendo todo tipo de artilugios extraño no es
nada fácil. Hay que valer y tenerlos bien puestos para hacer algo así.
Una persona dedicada a la venta debe comerse el mundo, tener
don de gentes, saber hablar, echarle cierta jeta a la vida, llegar al comprador….
Si no eres valiente, es difícil sobrevivir a este oficio, el cual, además, te
permite conocer todo tipo de gente y lugares. Podríamos decir que Don
Triquitraque es un hombre de mundo, que ha viajado, y se ha formado en la
calle. No necesita estudios ni nada.
3. Vínculo del protagonista con el yo poético: “El barbián
de mi tío…”. El yo poético recuerda a un narrador omnisciente, ya que sabe todo
a cerca del protagonista: cómo es, a qué se dedica, qué vende…Está claro que
tiene una relación con él. En este caso, familiar.
4. Mote. Las personas que son famosas o conocidas en un
determinado entorno, ámbito o lugar, no suelen ser aludidas o referidas con el
nombre de pila, sino con un mote, es decir, con un nombre que hace referencia a
alguna cualidad o característica peculiar que los distingue del resto: “Don
Triquitraque, el americano”. En este caso, el mote se basa en el origen
geográfico.
El estribillo es puro de derroche de significante y juego
fónico. Basándose en la imagen acústica del nombre del protagonista
(Triquitraque), el yo poético crea combinaciones de sonido que no significan
nada: Traca que traca. El resultado es una expresión absurda, pero que suena
agradable, casa con el ritmo, da cierto toque travieso y retozón al tema, y
además, transmite connotaciones de reiteración: el protagonista no para de
vender y vender y vender…vende que te vende. Esa es su vida.
Como vendedor, consigue sus objetivos, que es ganarse la
vida, tal como se expresa a través del habla vulgar: “Rejuntando parneses con
su comercio de Jipijapa”.
Parné se utiliza en contextos sociales de bajo nivel
cultural y significa “dinero”. Pertenece a las variedades diastráticas de la
lengua (nivel vulgar). El protagonista consigue juntar dinero con sus ventas.
Jipijapa hace referencia a una región de Ecuador. Por tanto,
los productos que vende son productos exóticos, de procedencia lejana, que no
es habitual encontrar en España. Al trabajar con mercancía autóctona hace que
Don Triquitraque pueda sobresalir, despuntar o destacar sobre otros vendedores.
En el mundo del comercio la diferenciación y la originalidad
son fundamentales si quieres hacerte notar de cara a tus competidores. Y por lo que se ve, don Triquitraque solo hay
uno, y bien conocido que es jajaja. Se ha hecho su huequecito y tiene su
público fiel. Su inventario de mercancías no dejará indiferente a nadie, y
llamativo sí que es.
En los versos siguientes el yo poético enumera algunos de
sus curiosos artículos: “Ha traído canela y clavo, azúcar cande y oro nativo,
los colmillos de un elefante, coquitos frescos y un moro vivo […] y una mona
rabona con su monito y una cotorra que viene hablando”.
Cada vez que escucho esta copla no puede evitar acordarme de
los gitanos de la novela de García Márquez “Cien años de soledad”, que acudían
cada año a Macondo a vender todo tipo de cachivaches e inventos extraños que
habían triunfado en otras partes del mundo. Pues a Don Triquitraque le pasa
algo parecido. Va por los pueblos vendiendo sus existencias, que consiste en
objetos muy famosos en otros continentes, y que en España resultan bastante
excéntricos y chocantes.
Entre los artículos, caben destacar las especias (canela,
clavo, azúcar cande), minerales (oro nativo), fruta (coquitos frescos), piezas
que pueden usarse en orfebrería (colmillos de un elefante), y animales (un moro
vivo, una mona rabona con su monito, una cotorra que viene hablando).
El azúcar cande es una variedad de azúcar cristalizada
(azúcar perlado), dura, usada para decoración de postres. El diminutivo da un
carácter afectivo y elogioso al producto (coquito…suena más rico al oído que
coco). Hay partes y piezas de los animales que resultan muy valiosos y se
utilizan para hacer joyas (por ejemplo, el colmillo de elefante).
Un moro es una variedad de caballo de color negro con
algunas manchas blancas. Las cotorras son unas aves parecidas a los loros
capaces de emitir sonidos humanos. La mona rabona es una variedad de primate,
el macaco de Berbería o mono de Gibraltar.
Da la impresión de que Don Triquitraque es una especie de
mago, capaz de traer cualquier cosa a su puesto de venta por muy rara y curiosa
que resulte, para dejar boquiabiertos a los compradores, ya que su inventario
es una caja de sorpresas donde puedes encontrar de todo, cualquier cosa que no
te esperas, lo que no puedes imaginarte. Es lo que tiene viajar de un lado a
otro. Su catálogo de compras es un mosaico, pastiche y fusión de todos los
viajes que ha realizado por el mundo. Su mercado no es un mercado convencional
y cotidiano. Es un reflejo de su vida.
La enumeración material de la mercancía está en
polisíndeton, es decir, abusando de la conjunción copulativa: y azúcar […] y
oro […] y un moro vivo […], y una mona […], y una cotorra […], y unas
calenturitas […]. El nexo enfatiza el carácter abierto del catálogo, el cual se
va renovando y no para de añadir nuevas cosas.
Su listado de productos parece el cuento de nunca acabar. No
para de traer nuevas cosas al puesto, a cada cual más rara y estrafalaria. Cada
producto sorprende más que el anterior, pudiendo encontrar cosas de todo tipo y
procedencia.
El último elemento de la enumeración no es material, sino
sensorial: “Y unas calenturitas que el pobrecito la está palmando”. Esto crea
un contrapunto irónico y jocoso al poema. Toda la abundancia del género (en
calidad y cantidad, tal como hemos visto) contrasta con la debilidad de su
estado físico. Tener calentura significa tener fiebre, la temperatura del
cuerpo aumenta.
Es la reacción física del organismo ante alguna enfermedad o
virus. Estos últimos los asociamos a países subdesarrollados, lejanos y con una
sanidad deplorable. Al viajar tanto, es normal que Don Triquitraque traiga
cosas buenas (mercancías), pero también todo lo malo de esos lugares
(bacterias, virus…).
La gente que trabaja de cara al público tiene que poner al
mal tiempo buena cara y aunque por dentro se sienta mal, se encuentre enfermo,
tenga un mal día o su salud se desquebraje, tiene que estar al pie del cañón,
con el ánimo alto, sin que se note nada, irradiando entusiasmo y pasión. Si en
la venta transmites estados anímicos bajos por problemas físicos o personales,
eso la gente lo nota, y no vendes igual. Don Triquitraque no tiene el cuerpo
para ganas de juerga con esa fiebre, pero como dice la canción, show must go
on, como si no pasara nada.
Los problemas de salud son representados de forma
hiperbólica, al borde de la exageración (“la está palmando”). El adjetivo de
compasión da un toque afectivo al discurso: “El pobrecito”
En la segunda estrofa, el yo poético nos presenta el lado
picaresco del oficio de vendedor: “Para mangui ha traído el barbián de mi tío”.
La palabra mangui se utiliza en el habla coloquial y familiar-afectiva para
decir que alguien es un ladronzuelo, un pillo, un mangante, un delincuente de
baja categoría. Es la cara oscura de este mundillo.
Algunos vendedores son honrados y compran ellos el producto
y luego lo venden a un precio mayor para obtener el beneficio. Otros, optan por
robar directamente el producto, y luego venderlo, para así obtener un beneficio
mayor. Si lo robas, no te gastas dinero en adquirirlo o hacer el pedido.
El mundo de la venta funciona así. Hay gente que es muy
ratera. Cuando nosotros vemos el típico puesto de fruta en las calles, hay un
porcentaje más o menos elevado de posibilidades de que esa fruta haya sido
robada. Evidentemente, cada caso es un mundo, pero suele ser una práctica
habitual. Y don Triquitraque no es la excepción. Seguramente haga alguna
fullería, tal como se insinúa con el adjetivo “mangui”.
Otro de los aspectos oscuros de este mundillo es el hecho de
tener que vender cosas que realmente no son tan buenas como parecen o no tienen
la calidad esperada: “Y un paragüitas que cuando llueve a mí me pone calao
perdido”. Esto es típico de los contextos publicitarios. El vendedor tiene que
dar una imagen de eficacia, que lo que está vendiendo es algo de calidad, utilísimo,
de lo mejor de lo mejor, lo más bonito, lo más barato, para que el cliente
llegue a la convicción de que la adquisición merece la pena en su vida.
El propio yo poético reconoce que don Triquitraque se pone a
vender paraguas que luego no cumplen su función. Esos paraguas en lugar de
protegerle de la lluvia le mojan más. La publicidad es seducción y
manipulación. Y los vendedores, a veces, tienen que echarle jeta y creerse que
lo que venden es lo mejor que hay, aunque no lo sea.
Además, en el mundo del comercio, es importante enamorar a
través de la vista, que el producto entre por los ojos, resulte bonito,
atractivo, bello. De ahí que los pañuelos que vende Don Triquitraque sean
puestos en grado comparativo, para sitiarlos en una posición de superioridad
respecto a otros semejantes: Pañolitos de seda que más bonitos nadie los tiene.
En publicidad se busca estar por encima de la competencia.
Los pañolitos del protagonista son los más bonitos que hay. Evidentemente, los
objetos no solo son forma, sino también tienen una función, una utilidad: “Pa
que me suene”. Los pañuelos sirven para secarse los mocos.
Métricamente, le medida de los versos
pendula entre el heptasílabo y el dodecasílabo (de 7 a 12). La disposición
estrófica es totalmente libre e irregular. En el plano de la rima, encontramos
algún pareado a comienzo de estrofa (venío-tío, traío-tío). En el resto, hay
alguna rima pero de versos no consecutivos (traca---japa, nativo---vivo)