jueves, 16 de junio de 2022

Sevillanas del abuelo (Manolo Escobar): el nieto que regala ilusión a su yayo para que salga de la depresión

En el año 1997 el cantante almeriense Manolo Escobar lanzó al mercado uno de sus últimos trabajos. El disco lleva por título Aromas. Entre sus canciones se encuentra El abuelo, un enternecedor tema a medio camino entre la copla y las sevillanas.

Los protagonistas de la historia son un abuelo (que acaba de perder a su esposa) y su nieto (que anima al pobre anciano). De este poema se han hecho numerosas versiones: Antonio Alemania, Carlos Vargas, María Carrasco…



Madre quiero que me digas, por qué esta triste el abuelo.
Madre quiero que me digas, por qué esta triste el abuelo.
Que ya no juega conmigo, ni me lleva de paseo.
Que ya no juega conmigo, ni me lleva de paseo.

Ya no me cuentas historias, y esos cuentos que dan miedo.
Ya no me cuentas historias y esos cuentos que dan miedo.
Ya no me tapas de noche ni rezas conmigo luego.
Ya no me tapas de noche ni rezas conmigo luego.

Abuelo, no llores más, porque mira hacia el cielo

La abuela pronto vendrá, se fue a buscar una estrella

Que le pedí pa jugar.

 

Coge tu gafa y tu silla y yo te presto un tebeo.

Coge tu gafa y tu silla y yo te presto un tebeo.
Y siéntame en tus rodillas ya verás lo bien que leo.
Y siéntame en tus rodillas ya verás lo bien que leo.

Ya no quiero verte triste anda y llévame a la escuela.
Ya no quiero verte triste anda y llévame a la escuela.
Con el duro que me diste te invito a donde quieras.
Con el duro que me diste te invito a donde tú quieras.

Abuelo, no llores más, porque mira hacia el cielo

La abuela pronto vendrá, se fue a buscar una estrella

Que le pedí pa jugar.

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El personaje del nieto constituye la voz poética de la canción. El niño habla en primera persona a su abuelo (Ya no quiero verte triste, Te presto un tebeo…). El viejecito, como es lógico, no atraviesa su mejor momento anímico, ya que lo está pasando mal por el fallecimiento de su mujer. El nieto, como niño que es, no puede soportar ver a su abuelo triste. Por eso, a lo largo de la composición, el chaval hará todo lo posible para consolar, animar e intentar que su yayo recupere la alegría.

Yo pienso que esta copla consigue ponerte la piel de gallina por la particular visión que el niño tiene del mundo, en la que se mezcla la inocencia del mundo infantil con la crudeza de la situación real.

Por un lado, el chaval es demasiado pequeño para entender el concepto de muerte, el carácter irreversible de esta y sus consecuencias. Ya sabéis que los niños son seres inocentes, ingenuos, cándidos, puros (como diría el poeta romántico inglés William Blake).

Normalmente, los críos viven encerrados en una especie de coraza y burbuja, aislados de la crudeza y la malignidad de la vida. Los padres no quieren exponerlos tan pronto a la corrupción y crueldad del mundo. Con el fin de protegerlos, los alejan de aquellos elementos que resultan feos y oscuros.

Por eso, el protagonista no tiene todavía la capacidad para entender la magnitud de la tragedia: ha muerto su abuela. El niño no comprende por qué este hecho ha afectado tanto a su abuelo, el cual, desde que no está su mujer, ha perdido la alegría de vivir, y está todo el día triste.

Las inquietudes del yo poético se manifiestan en el vocativo, mediante el cual el niño le pide a la madre que le explique la causa de la depresión del abuelo: Madre quiero que me digas por qué está triste el abuelo.

La perífrasis verbal en subjuntivo enfatiza la insistencia, la curiosidad, las ganas que el niño tiene de dotar de sentido a una cosa que no entiende (que el abuelo haya perdido la vitalidad y energía que le caracteriza).

El discurso transmite desesperación, propia de la impaciencia natural e inherente de los niños pequeños, que quieren dar solución a los problemas y necesidades lo más pronto posible, aquí y ahora. Por eso se dirige a su madre en un tono imperativo, dando una orden: madre QUIERO QUE ME DIGAS. El niño no comprende nada de lo que pasa en el entorno y quiere saberlo.

Los críos, por naturaleza, son egoístas y egocéntricos (como diría Freud). Ellos todavía no tienen la madurez suficiente para entender el mundo, para ponerse en la piel de los demás, para empatizar con la gente. Para los niños, lo más importante es su realidad, su mundo, sus cosas, sus juegos, sus deseos, sus intereses...No piensan en nada más. Es un rasgo propio de la infancia.

Si el chaval en principio se preocupa por el abuelo no es tanto por el estado anímico del viejo, sino por cómo le puede perjudicar y afectar a sus rutinas diarias de niño. Debido a la depresión del anciano, este dejará de jugar con el crío, no le llevará al parque, y en general, no querrá hacer nada divertido con él. Eso es lo que le reprocha.

Tened en cuenta que la voz poética es un niño de corta edad. Es normal que los críos no entiendan nada. Él solo ve que su abuelo está triste y ya no es tan juguetón como antes.

La coordinación copulativa negativa refleja la metamorfosis en el carácter del anciano, que ha pasado de ser una persona jovial y risueña, a convertirse en un ser aburrido: que ya no juega conmigo NI me lleva de paseo

Mediante las marcas morfológicas verbales de segunda persona de singular el niño se dirige al abuelo en una actitud casi de reproche, síntoma de que se trata de un yo poético infantil y añiñado, afectado por el egocentrismo: Ya no me cuentaS historias y esos cuentos que dan miedo, Ya no me tapaS de noche ni rezaS conmigo luego.

Las estructuras en paralelismo marcan el cambio del estado anímico del personaje del abuelo, el cual ha dejado de ser encantador y agradable, para convertirse en desganado y triste: Adverbio temporal (Ya/ya) +adverbio de negación (no/no) + pronombre (me/me) + verbo (cuentas/tapas) + complemento (historias/de noche) +coordinación (y esos cuentos que dan miedo/ni rezas conmigo luego).

La anáfora del adverbio temporal (ya…/ya…) enfatiza el giro súbito y radical en el carácter del anciano: antes era de una forma y a partir de ahora es de otra, pero siempre, desde la perspectiva del niño, que como crío que es, solo se preocupa de lo superficial (que el abuelo no le cuenta cuentos, no juega con él, no le lleva de paseo…). La muerte de la esposa supone un punto de inflexión en la vida del anciano y esto le repercute en su psicología.

Los chavales de corta edad tienen una visión muy particular de las cosas. Hay realidades que un niño no puede entender jamás y que resultan muy duras y dolorosas para él. Decirle a un crío pequeño que morir significa dejar de existir (y por tanto, no volver a ver nunca más a esa persona a la que tanto quieres) es muy crudo.

Algo tan trágico como una muerte puede ser dulcificado y pintado de una manera menos cruda mediante la alegoría. Esta alegoría está basada en elementos extraídos del mundo de la fantasía, la imaginación y de los viajes estelares, que tanto gustan a los niños: Abuelo, no llores más, mira hacia el cielo que la abuela pronto vendrá, se fue a buscar una estrella que le pedí pa jugar. Muchos padres, para intentar atenuar la dureza de un hecho así, metaforizan la muerte como un viaje maravilloso.

Este estribillo pone los pelos de punta. Por un lado, el niño piensa que la muerte es algo esporádico/transitorio/temporal, como un viaje que tiene un principio y un fin. El hecho de representar la muerte como un periplo agradable crea confusión y falsas esperanzas en el crío. El nieto cree que la abuela volverá algún día e intenta consolar a su abuelo de esa forma.

El yo poético lo hace con toda la buena intención del mundo, desde la inocencia y la ingenuidad, desde las creencias que le han inculcado sus mayores dentro de su burbuja de niño para protegerlo, desde su “cacao mental”, desde su prisma de infante. Él cree firmemente que su abuela partió para buscar una estrella y regresará algún día.

Él lo está pasando mal viendo triste al abuelo. La tristeza del anciano se traduce en tedio y aburrimiento, que es una de las peores cosas que le puede pasar a un niño pequeño.

El receptor que lee este estribillo se conmueve, pues esa alegorización de la muerte crea un contraste entre la visión del niño (que cree que la abuela volverá) y la cruda realidad (morir supone salir de este mundo, y nunca más volver). El batacazo que se llevará ese crío va a ser muy doloroso.

El yo lírico emplea herramientas infantiles para intentar resolver un problema que es de gente mayor. Esto dota de ternura al personaje del nieto. El niño, con toda su inocencia y bondad, intenta consolar a su abuelo, y a la vez, todo el mundo sabe que el crío está viviendo una mentira (la abuela nunca volverá).

La presencia de pausas en el estribillo (las cuales se materializan en las comas) crea una sintaxis entrecortante, como si la voz poética estuviera afectada por la pena del abuelo y le costara articular palabras y hablar durante mucho tiempo seguido: Abuelo/ no llores más/porque mira hacia el cielo/ la abuela pronto vendrá/ se fue a buscar una estrella/ que le pedí pa jugar.

Es la parte más emotiva y conmovedora de la composición, y cualquier actor/actriz que la interprete tiene que emocionarse sí o sí ante algo así, hasta romper la voz. El vocativo (abuelo), la orden en subjuntivo (no llores) y el imperativo (mira), enfatizan la emoción e ingenuidad del nieto, pues él cree tener la solución a todos los males del anciano.

Los niños pequeños piensan que el mundo y la vida funcionan de una manera sencilla y fácil. No entienden que los adultos se coman tanto la cabeza con ciertas cosas jajajajjaa. Algo tan complejo como es la muerte, se concibe desde la simplicidad infantil: la abuela se fue al cielo a por una estrella. De esta forma, deja de ser doloroso.

Por eso, en las estrofas siguientes, el crío emplea todo tipo de medios para consolar a su abuelo y devolverle la felicidad. El niño lo que quiere es que el anciano deje de llorar, deje de estar triste, se anime, recupere la ilusión. El chaval intenta aportar su granito de arena para alegrar la vida del viejecito.

Evidentemente, esos mecanismos de consolación son propios del mundo infantil. Como ya hemos dicho, los niños ven la vida desde la óptica de la simplicidad. Ellos piensan que los problemas de la vida adulta se solucionan fácilmente, de la misma manera que se resuelven las adversidades de los niños: Coge tus gafas y tus sillas y yo te presto un tebeo

En un mundo de preescolar (3,4,5 años) si un crío tiene un mal día, lo arregla haciendo algo divertido y placentero (leer un cómic, dibujar, jugar a la pelota, estar con un amigo, abrazar a su madre…) que le haga olvidarse de aquello que le hiere. El protagonista cree que si le da un tebeo a su abuelo, este recobrará la alegría. El niño aplica soluciones que funcionan en el contexto de la infancia, para resolver un problema de gran trascendencia

En un mundo infantil, las cosas nimias/banales/triviales cobran importancia y se elevan hasta convertirse en elementos vitales relevantes. Los niños se sienten orgullosos de sus pequeños logros y descubrimientos: Y siéntame en tus rodillas. Verás lo bien que leo. […] Llévame a la escuela.

El protagonista quiere compartir sus triunfos con el viejo, y así alegrarle el día. Cuando un niño aprende a hacer cosas de mayores (ir al cole, leer, vestirse, recoger la mesa…) se siente útil y feliz, pues es un poquito más autónomo. El chaval siente que ha crecido, que puede aportar algo al mundo. Sus progresos son motivos de celebración en el seno familiar. La mejor forma de alegrar la vida al abuelo es creciendo, madurando. Aunque la abuela no esté, el viejo tiene motivos para seguir ilusionándose en la vida (el nieto)

El egocentrismo de la primera estrofa (esos reproches de por qué no juegas conmigo, por qué no me lees cuentos, por qué no me llevas de paseo…) ha ido desapareciendo y se ha convertido en empatía, en amor familiar, en un sentimiento de bondad auténtico.

El hecho de que el protagonista ofrezca alternativas para consolar y animar a su abuelo (leerle el tebeo, prestarle un duro, sentarse con él…) demuestra que un niño, a su forma, tiene capacidad de meterse en la piel del otro. El protagonista no quiere ver al anciano triste. Su objetivo es ayudarlo a salir del pozo ofreciendo motivos de ilusión.

Los imperativos (coge, siéntame, llévame) están cargados de afectación y ternura hacia el viejo, ya que no se trata de una orden agresiva, sino una sugerencia para que el abuelo olvide las penas: Ya no quiero verte triste

La perífrasis con el verbo querer implica deseo, voluntad: el niño lo pasa mal viendo a su abuelo triste y cree que puede hacer algo para ayudarlo.

Ya no se trata de una cuestión material (no juegas, no me haces la comida, no me llevas de paseo…), sino personal (no me gusta verte tan decaído). A pesar de su corta edad y el egocentrismo propio de la infancia, los niños también lo pasan mal viendo sufrir a sus seres queridos. Por lo tanto, aunque a veces no entiendan la magnitud real de las cosas fruto de la ingenuidad, tienen su corazoncito, perciben emociones, empatizan, sienten el amor, la ternura, el cariño y el afecto.

El hecho de ver cómo el nieto (figura débil: niño) es el que consuela al abuelo (figura fuerte: adulto), también crea un halo de emoción en la canción.

Por lo general, los niños son materialistas. Se dejan de llevar por la máxima de cantidad: MÁS y MUCHOS juguetes, MÁS y MUCHOS caramelos, MÁS y MUCHAS fiestas, MÁS y MUCHOS paseos…Para los críos la acumulación de elementos y conceptos se convierte en un tesoro muy valioso.

El protagonista está dispuesto a compartir parte de su tesoro con su abuelo, síntoma de que el amor hacia él es lo más importante: Con el duro que me diste te invito a lo que quieras. En estos actos tan banales e intrascendentes, los niños nos dan lecciones de verdadero amor, y nos damos cuenta de que no son tan egoístas.

La composición resulta reiterativa, ya que las oraciones y los versos completos tienden a reduplicarse y repetirse, casi sin modificaciones. Una canción como esta requiere de una gran capacidad de matización y modulación, para que cada una de las frases suene de manera diferente en la voz, a pesar de ser portadoras de la misma información.

Una copla/sevillana aparentemente fácil como esta, puede ser un quebradero de cabeza para los vocalistas, ya que si todos los versos se cantan igual, al final, el tema se hace insípido y lineal.

Cuando hay tanta repetición, el actor debe dar matices diferentes a cada frase (que suene de forma distinta) y así dinamizar la interpretación y transmitir sensaciones diferentes (a pesar de la reduplicación conceptual). Este tema no es para cantarlo, sino para contarlo. El contenido es una maravilla y hay que mimarlo muy bien para que luzca.

Métricamente, predominan los versos de arte mayor. Normalmente poseen 16 sílabas y se dividen en dos hemistiquios de ocho: madre quiero que me digas (hemistiquio 1), por qué está triste el abuelo (hemistiquio 2). Si no tenemos en cuenta las repeticiones, los versos formarían pareados (abuelo-paseo, miedo-luego, tebeo-leo, escuela-quieras).

En los estribillos hay un verso suelto de 8 sílabas (que le pedí pa jugar), y desaparece la rima, aunque sí se mantiene la asonancia al final del primer hemistiquio (más-vendrá).


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