En esto de la copla, una melodía festiva, bulliciosa alegre y pegadiza no tiene que ir necesariamente acompañada de un contenido cómico y optimista. Con la canción que os traigo hoy (unas bulerías que Concha Piquer popularizó en el año 1940) te entran unas ganas inmensas de bailar, pues el ritmo rápido y el redoblado compás irradian energía y festividad. De hecho, la gente suele acompañar este poema con jaleos, palmas, oles y gritos efusivos. Sin embargo, a pesar del tono jovial, el tema cuenta una historia que no es nada feliz, ya que el final es trágico: la protagonista muere ahogada. Hoy analizamos No te mires en el río
En Sevilla hay una casa,
y en la casa una ventana
y en la ventana una niña
que las rosas envidiaban.
Por la noche, con la luna,
en el río se miraba,
¡Ay corasón,
que bonita es mi novia!
¡Ay corasón,
asomá a la ventana!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
no te mires en el río
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
que me hases padesé,
porque tengo, niña, selos d'él.
Quiéreme tú.
¡Ay! quiéreme tú bien mío.
Quiéreme tú,
niña de mi corazón.
Matarile, rile, rilerón.
De
él le trajo una alianza,
gargantillas de corales
y unos sarsillos de plata.
Y paresía una reina
asomada a la ventana
¡Ay corasón,
le desía su novio!
¡Ay corasón,
al mirarla tan guapa!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
no te mires en el río
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
que me hases padesé,
porque tengo, niña, selos d'él.
Quiéreme tú.
¡Ay! quiéreme tú bien mío.
Quiéreme tú,
niña de mi corazón.
Matarile, rile, rilerón.
Una noche de verano
cuando la luna asomaba,
vino a buscarla su novio
y no estaba en la ventana.
Que la vio muerta en el río
y que el agua la llevaba
¡Ay corasón,
paresía una rosa!
¡Ay corasón,
una rosa muy blanca!
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
cómo se la lleva el río
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!
lástima de mi queré,
con rasón tenía selos d'él.
¡Ay, que doló,
que dolor del amor mío
¡Ay, que doló,
mare de mi corasón!
Matarile, rile, rilerón.
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Ya en el título, la composición crea en el público una sensación de incomodidad, como de mal agüero: desde nuestra intuición podemos adivinar que hay “algo” que enrarece el ambiente, crea una atmósfera extraña, que nos induce a pensar que algo malo va a pasar. ¿Y cuáles son esos elementos que nos ayudan a anticipar la tragedia, a pesar del carácter desenfadado de la melodía?
Muy sencillo: El adverbio de negación (No) se une a una orden, formulada en modo subjuntivo (no te mires). Ambos elementos (negación y subjuntivo) generan un contexto pragmático de prohibición. Esta prohibición se enuncia de una manera tajante, rotunda, clara, sin ningún tipo de ornamento, con los complementos oracionales necesarios
-TE: pronombre personal de segunda persona que marca a la protagonista. Ella (esta persona y no otra) es la que no debe hacer eso que se va a decir.
-MIRES EN EL RÍO: Acción (no hagas eso y en ese lugar bajo ningún concepto).
Normalmente, cuando se prohíbe algo, es porque ese algo resulta perjudicial, nocivo y dañino para alguien. La persona que enuncia la prohibición no quiere que el receptor lo pase mal. Por tanto, detrás de esa prohibición hay implícito un contexto de amenaza (si no obedeces el contenido del enunciado te puede pasar algo malo). Teniendo en cuenta el título, está claro que hay un elemento peligroso (río), que conlleva unos peligros (te puedes ahogar).
En muchas tragedias los protagonistas cometen actos de desobediencia. Se plantean una serie de normas, preceptos o advertencias (en este caso, “no te mires en el río”), que los héroes rompen y quebrantan. Si la muchacha de esta canción ha muerto, es porque no ha tenido en cuenta esas advertencias: se ha mirado en el río y ha muerto ahogada
La tragedia sucede porque la heroína, de manera voluntaria, ha hecho caso omiso a este imperativo (no te mires en el río) y se ha expuesto al contexto de peligro. Los conceptos de “advertencia” y “desobediencia” son típicos de los grandes relatos trágicos.
Al protagonista le dicen “no hagas X”, pero este, en tono desafiante, decide saltarse las órdenes, por lo que luego tendrá que asumir las consecuencias, casi siempre fatales. Por eso, una canción que tiene como título una advertencia tan tajante y clara, encierra esas malas vibraciones y anticipa intuitivamente un desenlace funesto.
En los relatos trágicos hay siempre un oráculo que vaticina el futuro catastrófico de los personajes. Sus palabras encierran malos agüeros en torno a una situación dramática posterior. En esta copla, la función de oráculo la desempeña, sin saberlo, un hombre que está enamorado de la protagonista, y no para de repetir a lo largo del poema “no te mires en el río”, el cual se convierte en el verso clave que cohesiona la composición.
El hecho de que se reitere en la misma frase en cada uno de los 3 estribillos (no te mires en el río…), y luego ocurra el desenlace fatal (la chica muere ahogada), potencia el tono oraculista del personaje masculino, y acentúa el dramatismo del texto: tanta advertencia, tanto avisar del peligro, al final, se convierte en una realidad fatal y terrible. Tenemos una víctima (protagonista) y un acto desgraciado (ahogamiento)
La tragedia no se produce por una cuestión de azar, posición de los astros, capricho de los dioses, el hado, el sino, o porque ya está escrito de antemano que el personaje se va a morir (determinismo), sino que la protagonista se lo ha buscado intencionadamente: ella se acerca al peligro con asiduidad (río), hasta que un día pasa lo inevitable (se cae al él y se ahoga): Exponerse a una situación peligrosa conlleva unos riesgos, igual que los toreros que se ponen frente al toro. Cuantas más veces se mire en el río, más posibilidad de morir ahogada.
El desenlace fatal se podría haber evitado: nadie le ha puesto una pistola a la muchacha para ir al río. Si no se hubiera asomado a la corriente, no se habría matado
Una diferencia con respecto a la tragedia clásica es que el oráculo (amado) es bastante claro y explícito a la hora de advertir, sin oscurecer el lenguaje (no te mires en el río).
El oráculo del teatro grecolatino, a la hora de vaticinar, es críptico en el lenguaje, con metáforas y símbolos difíciles de descifrar para el protagonista.
En este poema las advertencias son directas y sencillas. Todo el mundo entiende que si te dicen “no te mires en el río”, lo que hay que hacer es no asomarse al agua.
Mientras que el oráculo griego es neutral, frío e indiferente (no tiene sentimientos, se limita a dar una información, sin involucrarse en el contexto dramático) en esta copla el muchacho/oráculo se implica emocionalmente, mediante las interjecciones y oraciones exclamativas en las que elogia a la muchacha: Ay, qué bonita es mi novia
También lo hace con vocativos metaforizados que reflejan el estado de enamoramiento del amado hacia la amada (Ay, corazón, que bonita es mi novia, asomada a la venta, ay, quiéreme, niña de mi corazón), así como imperativos o ruegos de amor (quiéreme tú).
Al oráculo romano o heleno le daría igual lo que le pasara a la muchacha. Su función se limitaría a advertir objetivamente del peligro, sin implicaciones sentimentales, ya que no establece vínculos o relaciones afectivas con la heroína. Le da igual que se muera.
En cambio, el oráculo de este tema es un oráculo subjetivo, ya que es el novio. El novio funciona como personaje y oráculo a la vez. Una mezcla curiosa. jejeje
El muchacho, no solo vaticina lo trágico (no te mires en el río) y muestra sentimientos de cariño a la chica (elogio), sino que expresa, preocupaciones e inquietudes personales.
Por ejemplo el novio reconoce que tiene celos del río ya que la amada pasa más tiempo mirándose en el agua que con él. El chico sufre con esta cuestión: Ay, no te mires en el río, que me haces padecer porque tengo celos de él
El hecho de tratar un elemento inanimado e inerte (río) como una persona (lo normal es tener celos de un humano y no de una cosa), magnifica y da trascendencia al flujo, hasta convertirlo en un elemento trascendental del texto. La personificación del río sirve para elevarlo a la categoría de personaje. Es el tercer vértice del triángulo amoroso:
- Amada:
la chica muerta
- Amado:
oráculo-novio
- Amante:
el río
Está claro que en el poema hay una advertencia (no te mires en el río) que vaticina algo malo y funesto (que se corresponde con un final trágico y real, en el que la chica muere ahogada)
Sin embargo, el personaje masculino no hace esas advertencias pensando en ese final y en ese ahogamiento. Las dice pensando en su relación de amor con la chica (no te mires en el río porque estoy celoso/porque pasas mucho tiempo con él).
En el momento en que la chica cae al río y muere ahogada, el mensaje, que en principio tenía una connotación sentimental (celos), adquiere un sentido existencial-trascendental (muerte)
La advertencia se lanza con una intención no trágica, pero al final, cuando ella muere, se tiñe de componente trágicos y fatales. Cuando conocemos la historia desde el principio hasta el final, esos versos de “no te mires en el río” lucen en su máxima crudeza: se ha mirado tanto en el río, que ha encontrado ahí su final. Ha cavado su tumba.
También podemos interpretar esto de una forma menos literal, basándonos en el sentido común de la retórica. El hecho de decirle que no se mire en el río porque tiene celos de él, es una forma de decir que está enamorado de la chica y le gustaría tener una vida feliz con ella, de correspondencia amorosa plena.
Es una forma amable y simpática de decirle que le gusta, poniendo al río por medio para dar simpatía y entrañabilidad al discurso sin necesidad de que el muchacho tenga celos de una corriente de agua. Es solo fuerza retórica para expresar su amor hacia ella. Pone al río, como podía haber puesto un manzano, una montaña o a Perico el de los Palotes.
El contenido no tiene necesariamente que darse en la realidad. Él no está celoso del río: solo lo dice como forma de manifestar el cariño. Ha utilizado esta expresión para decirle a la amada que la quiere mucho, que desea estar con ella para siempre y que ningún otro elemento se interponga entre los dos. De ahí que meta al río en la ecuación.
De esta forma, el texto se concibe como una tragicomedia ya que un comentario banal, e intrascendente como “tengo celos del río” (que se hace solo para dar fuerza retórica, con cierta jocosidad, gracia e ingenuidad, pensando que jamás va a darse en el mundo real), al final se materializa y se convierte en VERDAD.
Visto el desenlace, y aunque suene irónico, está claro que el muchacho sí que debería tener celos del río. Morir en el río es una forma metafórica de elegir al amante sobre el amado. Al final la chica se ha decantado por el río, se va con él para siempre, hasta la eternidad, dejando al novio solo y abandonado en este mundo
El chico no era consciente de que un comentario frívolo y casi sin sentido, se iba a hacer realidad, y convertir en una pesadilla. Lo trágico se envuelve en un halo de jocosidad, humor ácido, banalidad e, intrascendencia. Por eso esta copla sería una tragicomedia en lugar de una tragedia al uso.
El novio sin darse cuenta está vaticinando una desgracia. Esas advertencias que se hacen como un inocente juego amatorio (no te mires en el río que tengo celos), adquieren un sentido vital (no te mires en el río que te vas a ahogar). Caprichos del destino.!!!!!!!! Por eso hablo de tragicomedia. Lo nimio e intrascendente desembocan en una tragedia.
El posesivo de primera persona del singular (niña de mi corazón, bien mío) enfatiza una visión tradicionalista y materialista del amor, el cual se concibe como sentimiento, pero también como una posesión tangible que se puede ver, tocar, percibir y poseer, a través de una forma o figura concreta.
Estructuralmente, la canción se divide en dos partes:
-Las tres estrofas, en las que hay un narrador omnisciente en tercera persona, que cuenta la historia de la muchacha: lo guapa que es, su relación con el novio y el ahogamiento en el río
-Los tres estribillos, en los que el novio toma la palabra. Expresa en primera persona las advertencias (no te mires en el río) y muestra afecto a la chica
Solo encontramos una irregularidad cuando el narrador omnisciente invade el comienzo del segundo estribillo para introducir el estilo directo: Ay corazón, le decía su novia, Ay corazón, asomada a la ventana. Excepto en este cachito, en el resto del tema el narrador omnisciente se queda en su parcela (estrofas) y el novio en la suya (estribillos), y no se invaden los espacios.
Los estribillos están rematados por un verso en el que encontramos un juego fónico y musical rescatado de la lírica árabe y andalusí, y que está presente en algunas canciones infantiles: Mata rile, rile, rilerón.
Este procedimiento dota al texto de una atmósfera juglaresca. Sirve para parar el relato y dar intriga al poema. Tened en cuenta que el receptor/oyente está deseoso de avanzar en la historia. Quiere conocer más datos de la chica, su amado, cómo es su relación, cuál es el papel del río…Está impaciente por llegar al clímax, que pasen cosas, que la trama alcance su punto álgido (muerte)…
El uso del matarile detiene momentáneamente el tiempo del relato. El narrador “juega” con la historia, en una posición de superioridad respecto al receptor, en plan “yo sé todo pero todavía no lo vas a saber”, “adivina qué va a pasar”, “espera un poco y verás”, “no seas impaciente y ya te enterarás…”
Los juglares, para vender mejor sus historias y conectar con el público recurrían a estos mecanismos fónicos, y así crear expectativas en el receptor (¿Qué pasará en el capítulo siguiente?).
Con el matarile, la historia se vende fragmentariamente. El oyente ha de esperar un poco hasta el siguiente eslabón de la trama, con la expectativa y la ilusión del qué pasará.
Cuando en la conocida canción infantil se pregunta ¿Dónde están las llaves, matarile”?, en los Matariles, se crea intriga. El receptor puede imaginarse cosas (están el bolsillo, en el mar, en la casa, en un macetero…jajajja). No hay más misterio que el de jugar con el oyente.
En la primera estrofa se presenta a la protagonista mediante el recurso de la gradación. La gradación es una cadena indeterminada de elementos. Cada nuevo concepto que se introduce está incluido y forma parte del anterior. Pensad en las muñecas rusas: hay una muñeca grande, dentro de la cual hay una muñeca más pequeña, y dentro de esta otra más pequeña, y así sucesivamente. Así es el comienzo de la copla: En Sevilla había una casa, y en la casa una ventana, y en la ventana una niña
El primer elemento denota mayor grandeza y generalidad (Sevilla, que es una ciudad). A partir de ahí se crea una escala en la que se pierde tamaño: Sevilla < casa < ventana < niña. Es como si el zoom de una cámara se fuera acercando poco a poco hasta la chica, desde un punto alto, hasta llegar a ella y enfocarla en un primer plano. Es la la técnica cinematográfica del travelling
Normalmente, estas gradaciones se consiguen encadenando anadiplosis, es decir se repite una misma palabra al final de un verso y al comienzo del siguiente: hay una casa/en la casa…” una ventana/en la ventana hay….
El polisíndeton (y en la casa…y en la ventana) establece una progresión relajada de esa gradación. Paulatinamente, se van recorriendo los diferentes elementos de la cadena, de forma pausada, para que dé tiempo a disfrutar de ellos: ciudad, casa, ventana, niña…De lo general a lo particular
El objetivo es alcanzar el elemento concreto, que cobra protagonismo y atención en el poema (la niña). El resto de conceptos solo sirve para ambientar, plantear la narración, contextualizar la trama, presentar al personaje e introducirnos poco a poco en el espacio de una forma entrañable. Todo esto enriquece la historia, pero el eslabón fundamental es la chica.
En las coplas trágicas hay una tendencia a describir con detalle ambientes y personajes, dejando para el final (y en un corto espacio) el trance patético (el acto trágico). Cuanto más se recrea el narrador en la presentación de una situación o de un héroe, más cariño le coge el receptor, y el drama es mayor cuando fallece.
En este tema, el narrador se regocija en cosas alegres, positivas, sensuales, preciosistas (la belleza, la relación de amor con el novio, sus joyas…). El hecho de enfatizar todo lo bonito crea un contraste o contrapunto con lo que pasará después (muerte de la mujer).
Esto acentúa la tragedia. La dicotomía entre lo alegre y lo funesto constituye un recurso efectivo en teatro. Es una manera de transmitir, que la desgracia final ha terminado con todas aquellas cosas maravillosas y placenteras. La melodía tan festiva se contrapone a una letra de contenido triste, que crea una atmósfera grotesca.
La belleza de la muchacha se expresa mediante la personificación de las flores: Había una niña que las rosas envidiaban. En este caso, la hermosura de la protagonista supera a la de los elementos naturales. Estos últimos son representados de una forma negativa, e incluso pecaminosa. Sentir envidia de otros no es propio de personas honrosas.
Al final de la primera estrofa aparece
el elemento nocivo y dañino, que es el río. Este provoca la futura tragedia: Por
la noche, con
De momento, el río no parece constituir un peligro. En esta descripción podríamos decir que es un elemento sensual, idílico, preciosista. La muchacha es tan guapa y presumida que le gusta mirarse en el agua como si fuera un espejo. El flujo contribuye a resaltar la belleza, la vitalidad, la sensualidad y la juventud de la protagonista. Aquí detectamos el influjo del mito de Narciso, el cual se miraba continuamente en el río para admirar su hermosura
El río aparece como un elemento más de la descripción espacial. No parece ser más o menos importante que el resto. Está al mismo nivel que los demás. Esto tiene su porqué. Muchas veces el peligro se encuentra donde menos lo esperamos. Lo que aparenta ser beneficioso, bonito o atractivo, es, en realidad, algo dañino y peligroso. El mal acecha y se esconde bajo envoltorios encantadores, sin que nosotros nos demos cuenta.
La muchacha ve el río como una realidad positiva e idílica. Normalmente, las corrientes de agua se circunscriben a paisajes bucólicos: sol, campo, flujos cristalinos, árboles…Es difícil pensar que en un lugar así va a pasar una desgracia. Sin embargo, al final, será el agente de la muerte de la protagonista.
¿Cuál es la moraleja? El peligro es nuestro peor enemigo. Se camufla en los contextos más insospechados. Por muy seductora, atrayente, afable o cautivadora que parezca una realidad, no os confiéis. Puede convertirse en nuestra peor pesadilla.
Un recurso efectivo en la literatura trágica consiste en presentar al enemigo como algo insípido, anodino, intrascendente, nimio, poco importante, que pasa desapercibido entre la multitud, que a primera vista no dice ni fu ni fa. Nosotros mismos infravaloramos su capacidad para hacer daño. Luego, cuando llega el momento menos esperado, actúa y es entonces cuando comprobamos su poder destructivo. Todo aquello que es inesperado y sorprendente engorda e intensifica la tragedia.
Nadie puede sospechar que el río de la primera estrofa, ese elemento sensual y gozoso, se convierta en la tumba de la protagonista al final del tema. Es inconcebible. Por eso, la tragedia es mayor.
De todas formas, si habéis leído mucha poesía, especialmente la de la Generación del 27 (García Lorca), conoceréis la simbología de ciertos elementos en las composiciones. Por ejemplo, la Luna suele ir asociada a contextos fúnebres y mortuorios. Cada vez que el satélite de La Tierra aparece en el cielo en un poema, muere algún personaje. El propio lenguaje simbolista nos hace intuir la tragedia. Si nuestra formación en la lírica del siglo XX no está muy desarrollada, seguramente este detalle pase desapercibido, pero si se ha ojeado al autor granadino, al ver la Luna en la copla, diréis: aquí muere alguien!!!!!!!
Tened en cuenta que el simbolismo
es un lenguaje entre líneas, oculto, intuitivo, por y para expertos, y eso no quiere
decir que se cumpla al 100%. No por aparecer
No es hasta el primer estribillo cuando la acumulación de advertencias se intensifica (no te mires en el río…). Si un contenido se reitera tanto es porque va a ser importante en el desarrollo de una trama. La corriente de agua empieza a ganar espacio en la canción, y por ende, trascendencia en la historia.
La actitud desobediente de la muchacha (que va al río a pesar de las advertencias) junto a la presencia de la Luna, despierta la intuición del oyente más avispado, el cual orienta su capacidad instintiva hacia un desarrollo trágico de la narración. Encontramos algunas pruebas e indicios (muy pequeños) de que algo malo va a pasar.
En la segunda estrofa, el poema se acerca al Rococó y al Modernismo exotista. Se habla de la relación de la muchacha con su novio, y cómo este le hace regalos. El léxico está vinculado a las joyas y elementos preciosistas (alianza, gargantilla de corales, zarcillos de plata).
Los zarcillos son unos pendientes en forma de aro (ya lo explicamos en el análisis de Elvira la Cantaora).
La sensualidad de la ornamentación femenina crea un contrapunto con la tragedia. Estos elementos brillantes, caros y lujosos, dentro de unos segundos, serán NADA.
La alusión a elementos lúdicos y festivos (la feria de Sevilla) no hace más que engordar la desgracia posterior. La muerte acaba con el placer mundano.
La comparación contribuye a ensalzar a la chica, a elevarla socialmente, a colocarla en un nivel superior: Y parecía una reina asomada a la ventana. En los textos trágicos es normal pasar de una situación de goce y disfrute (lujo, fiesta, honor, dignidad…) a otra de dolor y tristeza (muerte)
Aristóteles decía en su Poética (siglo V a.c) que el hecho de ver sufrir y morir a alguien elevado, que goza de una situación de buenaventura y prestigio, provoca conmoción en el espectador, y crea la catarsis, ya que en un momento puedes pasar de lo positivo a lo negativo, de la vida a la muerte. Se trata de un cambio radical, el cual genera angustia y horror. Ver caer una torre alta (una chica joven, guapa, con un novio que la quiere, le regala joyas...) no deja indiferente al receptor, el cual sufre, ya que se identifica y siente empatía
La muerte no hace distinción (como bien expresaba Jorge Manrique en sus Coplas). Por eso, si en esta copla se alude tanto a situaciones sensuales, festivas y preciosistas es para conmocionar cuando llegue el trance trágico. La caída será más grande.
En el segundo estribillo, el lector avispado se dará cuenta de que el peligro está cada vez más cerca, aunque parezca que en la canción no va a pasar nada. Hasta este momento, solo se habla de joyas, belleza, galanteo…
El novio no es consciente de que sus advertencias van a cobrar sentido. No obstante, el lector intuitivo sabe que la buena fortuna no es eterna. Hay suficientes signos (hincapié en los excesos de buenaventura, avisos, desobediencia, el símbolo de La Luna…) para saber que algo malo va a pasar.
En la tercera estrofa asistimos a la muerte de la protagonista. En los momentos previos se hace mención a la Luna: Una noche de verano cuando la luna se asomaba
La tragedia se anuncia a cuentagotas, empezando por datos circunstanciales, ya sea de tiempo (una noche), ambiente (cuando la luna se asomaba) y focalización de personaje (vino a buscarla su novio y no estaba en la ventana).
El narrador cuenta los hechos como si los estuviera viendo el novio. Por tanto, se pierde la omnisciencia narrativa. Iremos conociendo información de la muerte a la vez que el amado.
El hecho de no encontrar a la chica en la ventana es indicio de que algo no marcha bien. Si una persona tiene unos hábitos muy arraigados (asomarse todas las noches al balcón a ver al novio), y un día no lo hace, se crea una situación anómala. El ritmo de la vida se ha visto alterado por un elemento extraño e invasor (la muerte).
Romper con la rutina y las costumbres genera una sensación incómoda. Lo anormal e inhabitual conforma otro indicio trágico. La muerte penetra en la cotidianidad, llega en el momento menos esperado, altera tu normalidad, pone todo patas arriba, da un vuelco a tu existencia. Tu visión del mundo no va a ser la misma cuando entras en contacto con la muerte. El amado nunca más podrá ir a la ventana a ver contemplar a su amada.
Ya os he dicho que conocemos el fallecimiento de la muchacha a través de su novio. En ningún momento se cuenta cómo la chica se ahoga en el río y los detalles de cómo fue el último suspiro.
Para algunos autores resulta poco decoroso y estético hacer hincapié en las escenas más desagradables, morbosas, angustiosas y sórdidas. Muchas tragedias evitan representar la agonía y óbito de los héroes. El espectador conoce la noticia a través de otros personajes (en este caso, el novio), sin necesidad de asistir al deceso, ya que es un momento muy desagradable.
En el Maletilla, por ejemplo, hay escenas de sangre, la gente chilla al ver cómo el toro coge al protagonista y asistimos a su agonía. En No te mires en el río, no llegamos a ese punto. Cuando el chico se desplaza al lugar de los hechos, la chica ya ha fallecido: Que la vio muerta en el río y que el agua la llevaba. No hace falta saber qué tipo de muerte ha tenido.
La corriente del río simboliza la inmutabilidad: a pesar de la tragedia (una muchacha ha muerto) el agua no se detiene y sigue fluyendo. Esto recuerda a una escena de la novela El Jarama de Sánchez Ferlosio, en la que una niña muere ahogada en el famoso río de Madrid.
La lectura de esta estampa es tan clara como dura: aunque nosotros no estemos, la vida sigue corriendo, el mundo no deja existir, nadie llorará por nosotros. Las cosas no van a cambiar porque hayamos muerto. La vida sigue igual. Algunas personas te podrán echar de menos pero continuarán su vida. Ya lo dice el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo
La corriente arrastrando el cuerpo de la chica metaforiza la muerte como parte del ciclo natural. No se puede hacer nada por evitarla. Es inherente al proceso vital. Las cosas no van a cambiar porque hayamos expirado. Es una etapa más en la vida del ser humano. Todos los días fallece gente. ¿Es cruel y lamentable que esta muchacha haya muerto? Claro que sí, pero es que no hay otra. El mundo va a seguir funcionando queramos o no. Al igual que el río sigue su curso, la vida también.
La imagen del cuerpo de la chica ahogada flotando en el Guadalquivir es una reminiscencia a Ofelia, el emblemático personaje de Hamlet (William Shakespeare) que fallece en similares circunstancias.
En el último estribillo se refleja la tristeza y lamentos del novio mediante interjecciones y vocativos altisonantes, típicos de la poesía desgarrada del primer Romanticismo: Ay, qué dolor, madre de mi corazón, que dolor del amor mío
Aunque no se describe el momento de la muerte, sí se alude al cadáver. Un elemento feo y antiestético es dulcificado y vivificado con metáforas y comparaciones: Parecía una rosa, una rosa muy blanca
El hecho de crear belleza con cosas feas y mortecinas dota a la composición de un toque macabro, pero también permite homenajear y mostrar afecto a la persona que amamos. Dentro de una situación horrible y desgraciada es posible dar pinceladas de color, desde el respeto, y con mucho cariño, ya que se trata de un ser especial para nosotros. Aunque sea en cadáver, somos capaces de ver hermosura en los seres queridos.
Por eso, el final del poema pendula entre lo macabro y lo solemne, entre lo estrafalario y lo elegíaco, entre lo estético y lo antiestético.
Además, la corriente del río no solo simboliza la inmutabilidad, sino también cómo la muerte se lleva aquello que amamos. El novio está muy enamorado de la chica: Ay, ay, ay, cómo se la lleva el río. Ay, ay, ay, Lástima de mi querer
El chico hace un comentario que crea un pequeño matiz cómico en el contexto trágico. En los estribillos anteriores se decía que el muchacho tenía celos del río, ya que la chica se pasaba muchas horas en él. Ahora dice que con razón tenía celos, ya que la amada se entrega al río, muere con él, forma parte de él, la corriente se la ha llevado a la eternidad
Un contenido que antes resultaba poco trascendental (tengo celos del río), se utiliza en un contexto existencial (para reflexionar sobre las casualidades y caprichos de la vida): quién iba a decir que esa mujer moriría en el río!!!
A veces, decimos cosas pensando o dando por hecho que no se van a dar en la realidad. El muchacho pedía a la novia que no se mirara en el río, en plan jocoso y gracioso (no te mires en el río, que tengo celos). Aunque esos comentarios parecen triviales, anodinos, intrascendentes e incluso absurdos, al final, cobran su sentido en una realidad macabra y terrible (al final, te has ido con el río para siempre).
Sin darse cuenta, el muchacho se ha convertido en un oráculo, portavoz de la tragedia. En sus palabras se vaticinaban mensajes, en principio, pocos importantes (no te mires en el río, no vaya a ser que me pongas los cuernos con él). Al final, se acaban cumpliendo (la chica se va con el río, aunque sea muerta).
En resumidas cuentas, esta copla puede interpretarse de dos formas:
En primer lugar, una lectura trágica: hay una muerte al final de la historia contada con un lenguaje realista, lamentos de dolor y tristeza, acto de desobediencia, simbolismo de la Luna en el paisaje, advertencias premonitorias oracularias, contraste entre escenas de sensualidad y color del inicio con el desenlace funesto que hacen engordar el drama…
En segundo lugar, una lectura tragicómica: hay una tragedia, pero todos los elementos que forman parte de ella (citados en el párrafo anterior) no cobran importancia y sentido trágico hasta el final de la historia, cuando conocemos todos los datos. En la canción aparecen envueltos en un halo de banalidad, frivolidad, jocosidad y actitud lúdica (no te mires en el río, que estoy celoso...). No hay intención trágica pero al final, se fragua una tragedia sin que el propio oráculo (amado) se dé cuenta.
Para mí, la segunda lectura es la más completa, ya que incluye las dos interpretaciones. En la mayoría de los libros y portales de Internet califican esta canción de trágica. Yo, desde una perspectiva filológica, no niego esta tragedia. Ya habéis visto que todos los elementos típicos de la literatura trágica que he detectado.
Lo que sí creo es que esa tragedia está enmascarada bajo una atmósfera de futilidad. Por tanto, creo que es mejor hablar de tragicomedia. De todas formas, que cada uno elija la opción que crea conveniente.
Métricamente, cada estrofa consta de seis versos octosílabos, en los que riman los pares en asonante (segundo, cuarto y sexto).
En los estribillos, el número de sílabas y las rimas se irregularizan, con predominio de los recursos de repetición, que dan ritmo y musicalidad a la bulería: Ay corazón, Ay, ay, ay, quiéreme tú
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