El análisis de hoy está dedicado a uno de los tangos argentinos más conocidos de todos los tiempos: Cambalache. Fue compuesto en el año 1934 por Enrique Santos Discépolo. Se estrenó en el teatro Maipo de Buenos Aires en la voz de Sofía Bozán “La negra”. En febrero de 1935, apareció en la película “El alma del bandoneón” de Mario Soffici. Muchísimos cantores se han atrevido a versionar el tema: Carlos Gardel, Julio Sosa, Alfredo Sadel, Caetono Veloso, Serrat, Rafael, Tita Merello, Nacha Guevara, Julio Iglesias e Ismael Serrano (entre otros).
El poema posee un fuerte tono de denuncia. Hace una crítica a la Argentina de los años 30 y principios de los 40. Este periodo de tiempo es conocido por los historiadores como la Década Infame, caracterizado por numerosos golpes militares, dictaduras, crisis económica, conflictos sociales y laborales, capitalismo dependiente del contexto internacional, caciquismo electoral, casos diarios de corrupción, censura en prensa, educación y literatura, represión contra la oposición…
El tema de la canción es la degradación del mundo y la
Naturaleza humana, a través de la historia reciente de Argentina. De todas
formas, todos los aspectos que se critican podrían aplicarse a cualquier país o
nación, ya que la maldad es un concepto universal y natural del ser humano. Da
igual que sea Argentina, España o la Conchichina. Mientras haya hombres
perversos y corruptos, da igual la geografía.
Aunque la letra del tango se está refiriendo al contexto de
Argentina, pensad que la situación mundial era más o menos la misma: estamos a
las puertas de una Segunda Guerra Mundial, con un crack brutal de la bolsa de
Nueva York, surgimiento de radicalismos (ya fueran fascistas o comunistas),
sociedades polarizadas…Es el caldo de cultivo perfecto para la gestación de una
crisis de valores morales.
Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también.
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
barones y dublés.
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseados.
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador...
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro
que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, Rey de Bastos,
caradura o polizón.
¡Qué falta de respeto,
qué atropello a la razón!
Cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón...
Mezclao con Stravisky
va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera
irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia)
junto a un calefón.
Siglo veinte, cambalache
problemático y febril...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás...!
¡Dale, que va...!
¡Que allá en el Horno
nos vamo’a encontrar...!
No pienses más; sentate a un lao,
que ha nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...
..........................................................
El yo poético adopta una actitud de desprecio y desesperanza
ante un mundo desolado e injusto, dominado por un ser humano corrupto, sin
valores. Es una crítica durísima, sin piedad, desgarrada, totalmente explícita
y abierta, sin algodones ni titubeos. Se carga contra todos los cimientos del
sistema social, político y moral contemporáneo. Vemos a una voz poética
indignadísima, dolida por lo que ve. Representa un mundo monstruoso, podrido,
echado a perder y eso se transforma en dolor y derrota personal.
Este tango se inscribe dentro de una corriente literaria que se puso de moda en la década de los 30, y es la poesía testimonial, rehumanizadora, de denuncia y compromiso social. Tanto se había explotado la vanguardia en la década anterior, que los artistas sentían la necesidad de dar un giro a su arte. El surrealismo, el cubismo, el dadaísmo, el futurismo o el expresionismo habían sido muy fructíferos en los años 10 y 20, pero también estaban causando mucha saturación. Cuando una fórmula se repite tanto, empieza a hacerse aburrida, cansina, lineal, poco sorprendente.
Entonces fue necesario
dar un giro de tuerca y empezaron a surgir poemas y canciones como esta que
tenían como objetivo acercarse a la realidad social del momento, a denunciar
los problemas, a hacer reflexionar a la gente y crear consciencia, a comunicar
ideas. La literatura y la música buscaron cambiar el mundo en lugar de evadirse
en las fantasías y caprichos formales y deshumanizados de la vanguardia. Es en
esta época cuando triunfa la poesía comprometida de César Vallejo (Poemas
humanos) o Pablo Neruda (Residencia en La Tierra). En este contexto se sitúa el
tango Cambalache.
El objetivo del yo poético es generar una reflexión en el receptor del tango sobre la condición humana, o al menos sobre algunos de sus rasgos más oscuros (la insolidaridad, la injusticia, el egoísmo). Podríamos decir que se parte de una situación local, concreta, circunstancial (Argentina, años 30), para después remontarse a lo general, a lo universal a lo esencial…¿Por qué es así el mundo? ¿Por qué el hombre es tan malo?
Cualquiera
que lea el tango (aunque hayan pasado noventa años desde su creación) lo normal es que
se cuestione un poquito la realidad, la analice, y la relacione con su propia
verdad: ¿Qué puedo hacer o no hacer para que el mundo sea o no sea como el se
describe en la canción? ¿Soy víctima del sistema o cómplice? El mundo actual
(año 2022), aunque parezca que no, comparte muchos vínculos con la realidad de
los años treinta del siglo pasado: sigue habiendo maldad, corrupción, problemas
políticos, sociales y económicos... No han cambiado mucho las cosas. Por tanto,
el contenido sigue siendo vigente e imperecedero y el tango puede hacer
cuestionarnos muchas cosas, o al menos, no dejarnos indiferentes.
La primera estrofa es una afirmación rotunda y contundente de la maldad del mundo. El yo poético es consciente de formar parte de una época, de un periodo histórico, de un momento concreto, que es el peor de toda la existencia de la humanidad. Ha tenido la desgracia de vivir los años más difíciles y convulsos de toda la historia. Esto es típico de la poesía comprometida y social. Considerar el presente como una etapa especial, peculiar, diferente, singular, que nada tiene que ver con los anteriores periodos de la historia.
Si en el pasado se vivieron hechos terribles y
críticos, los actuales son cien veces peor. Esa es la idea más o menos que se
quiere trasladar en los primeros versos. La voz poética se considera un ser
especial por estar viviendo en directo y a tiempo real una etapa de gran
trascendencia que se estudiará en los libros de historia del futuro. Además, se
hace un enfoque pesimista y negativo: ha tenido la mala suerte de tener que
presenciar un momento histórico dominado por la degradación moral, político y
social. El destino caprichoso y cruel le ha hecho caer en este momento
histórico y no en otro.
Todo esto se puede apreciar en los juicios de valor: “El
mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. Se trata de un punto de vista, de
una opinión, de un comentario o valoración subjetiva. En este caso, con un
enfoque bastante dramático y pesimista
La sociedad humana es descrita de forma metafórica: “El
mundo fue y será una porquería”. La porquería se refiere a todos aquellos elementos
sucios, impuros, imperfectos, que dañan la imagen de algo. La maldad daña la
imagen del hombre, lo hace sucio, feo, rastrero, como la basura. El mundo es
podredumbre.
El uso del poliptoton (el verbo ser aparece en pasado “fue”
y futuro “será”) ayuda a expandir la idea de degradación por todos los momentos
de la cadena temporal de la historia. El mundo está corrompido ahora, antes y
después. La maldad es un valor universal, es una cualidad inherente de la
existencia humana. Siempre ha existido, desde que el hombre es hombre. Esto
conecta con Maquiavelo: el hombre es malo por naturaleza.
El modificador oracional (“ya lo sé”) es una marca que sirve
para dar seguridad retórica y fuerza a su discurso.
Mediante el numeral de fecha (“En el 506 y en el 2000 también”)
la voz poética argumenta su idea de maldad como valor sustancial y esencial del
hombre. Dos años tan lejanos y distantes en el tiempo (el 506 y el 2000) tienen
como nexo común la perversidad del ser humano. Cita esos dos años como podía
haber citado otros. El número es lo de menos. Lo importante es la idea.
El mundo se caracteriza por la diversidad, heterogeneidad,
variedad, pluralidad, disparidad, multiplicidad. Conviven y comparten espacio
personas de muy diversa índole, con intereses muy dispares, con diferentes
pensamientos, concepciones de vida, costumbres, aspiraciones, inquietudes. Como
se diría coloquialmente, cada uno de su padre y de su madre. Todo esto se
refleja muy bien mediante la enumeración de tipos morales en estructuras
bimembradas: Que siempre ha habido chorros, maquiavelos, estafaos, contentos y
amargaos, barones y dublés”.
En este listado de clases de individuos, encontramos algunas
palabras en lunfardo (chorro, dublé), que es una jerga (variedad social)
hablada en Buenos Aires y Rosario. Esta lengua era hablada por delincuentes, y
se usaba mucho en ambientes de los bajos fondos, especialmente las tabernas y
los prostíbulos. Muchos elementos léxicos se extendieron al habla popular, y de
ahí dieron el salto al arte. En los tangos es habitual ver palabras en
lunfardo. En el año 1943, el ministerio de Educación, encabezado por Martínez
Zuviría, prohibió el uso de esta jerga en los tangos. Esto hizo que Cambalache
fuera censurado hasta el año 1949, cuando Juan Domingo Perón levantó la
prohibición.
Entre los colectivos sociales y morales a los que alude el
yo poético se encuentran los chorros (ladrones), los que buscan alcanzar un fin
sin importar la moralidad del medio (maquiavelos), los que están felices
(contentos), los que están asqueados de la vida y tristes (amargados), la gente
de elevada condición social (barones) y las personas falsas que aparentan
bondad cuando realmente son malas (dublés). Un dublé es una imitación de una
alhaja, oro o metal. Aplicado a seres humanos, sería un individuo que parece
una cosa cuando en realidad es otra.
Como veis, los tipos de individuos se pueden agrupar en dos
clases: los buenos (contentos, barones) y los malos (chorros, maquiavelos,
amargados, dublés). Y ambos coexisten en un mismo espacio. Se genera una lucha
entre los dos bandos, y ganará uno de ellos, el de la maldad.
La personificación del momento histórico intensifica y
dramatiza la idea de que el mundo está podrido y echado a perder: “Pero que el
siglo veinte es un despliegue de maldá insolente”. El modificador oracional, de
nuevo, da rotundidad y solidez a las afirmaciones del yo: Ya no hay quien lo
niegue.
Para el yo poético, el mundo es caótico, desordenado,
absurdo, confuso: “Vivimos revolcaos en un merengue”. El término merengue es
del lunfardo y significa asunto o cosa complicada o enredada. Hay tanta
diversidad de gente, tantos intereses de por medio, cada uno barre para su
casa…que la vida se hace muy difícil. El choque entre unos y otros es
inevitable.
La metáfora del lodazal no hace más que reforzar esta idea: “Y en el mismo lodo todos manoseados”. No hay salvación posible para el hombre. Todos vivimos mezclados en un mismo espacio, y cada uno mira por lo suyo sin importar el daño que hacemos al otro. El resultado es el caos. Cuando estás en un lodazal, no puedes moverte. Lo mismo pasa en la sociedad y en la vida. Resulta imposible poder desarrollar tu vida con comodidad y soltura, ya que siempre tenemos que andar pisándonos los unos a los otros para alcanzar nuestras metas.
El adjetivo de contacto (manoseado)
resulta muy significativo: el ser humano siempre tiene que
tocar/manipular/afectar/perjudicar la vida ajena para poder conseguir algo en
la suya. Muchas personas buscan su plenitud y realización personal a partir de
las cosas malas que les sucedan a otros. De ahí sentimientos como la envidia o actitudes
como el critiqueo.
En la segunda estrofa se hace alusión a la crisis de valores a la que el mundo actual se enfrenta, produciéndose la igualación entre las fuerzas positivas (virtudes, bondades, morales) y negativas (defectos, maldades, amoralidades). Las dos tienen el mismo valor y significación en el contexto contemporáneo: “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador”.
Da igual ser bueno (derecho, sabio, generoso) que ser malo (traidor, chorro, ignorante, estafador). Ya no se valora a las personas por su moralidad. El ladrón es puesto al mismo nivel y jerarquía que un altruista. El mentiroso vale lo mismo que el leal. El iletrado puede llegar a ocupar el mismo puesto que un docto. No hace falta establecer fronteras que separen la moralidad de las personas. Las antítesis (estafador-generoso, sabio-ignorante, derecho-traidor) han perdido su valor diferenciador.
Las exclamaciones retóricas muestran la indignación e
impotencia del poeta ante esa pérdida de dignidad: “!Todo es igual!”, “!Nada es
mejor!”. El paralelismo da rotundidad argumentativa y contundencia al discurso
(indefinido + verbo copulativo ser + adjetivo comparativo). El mundo se ha
desvirtuado, se ha devaluado. Al final, puedes conseguir lo mismo actuando con
bondad que con maldad. Los valores no sirven para nada en el mundo actual. Son
inútiles.
Mediante la metáfora animalizada el yo poético sigue igualando las fuerzas opuestas y acrecentando la crisis moral del ser humano: “Lo mismo un burro que un gran profesor”. La expresión coloquial “ser un burro” se aplica a personas ignorantes o de dudoso entendimiento. En este caso, se está colocando en la misma escala de estimación social a un maestro (que es una persona culta, con estudios) que a otra persona que no se ha formado ni tiene interés en hacerlo.
Pensemos en el mundo
actual, sin remontarnos a los años treinta…¿Cuántos alcaldes, ministros,
presidentes, funcionarios, gobiernos están ejerciendo cargos públicos de vital
importancia y no saben hacer la o con un canuto? Pues eso…estamos gobernados
por auténticos zoquetes jajajjaa. Y esto hoy en día lo piensa mucho gante. Un
tango de hace noventa años transmite mensajes que pueden ser perfectamente válidos
en pleno siglo XXI.
El resultado es una sociedad regida por la mediocridad, la
vulgaridad, la mezquindad, la medianía. Todo el mundo quiere llegar a lo más
alto, alcanzar el éxito, la estimación, pero sin esfuerzo, sin importar los
principios morales. La calidad no se valora: “No hay aplazaos ni escalafón”.
Aplazao es un término lunfardo que significa “suspender un examen” (en el
colegio). Y escalafón se refiere a una clasificación de personas que forman
parte de un organismo o sociedad en función de su categoría, cargo, grado o
antigüedad.
Se supone que una sociedad debe premiar la excelencia, incentivar y motivar la sobresaliencia, que los mejores puedan desarrollar su ingenio y talento para que después nos ofrezcan sus capacidades en forma de trabajos en el futuro. En definitiva, buenos profesionales. En cambio, en la sociedad descrita en el tango, la persona sobresaliente es mal vista. No interesa hacer escalas ni jerarquías. Todos al mismo nivel, y si es posible el más mediocre y paupérrima posible: “Los ignorantes nos han igulado”.
Ese pronombre en primera persona (nos) es una
forma de crear complicidad e involucrar al receptor. El yo se circunscribe y
forma parte dentro del bando moralmente bueno. Esto es típico de la poesía
social de los treinta, donde se produce la lucha de dos bandos: los buenos contra
los malos. Y el yo poético, siempre estará en el de los buenos.
El final de la segunda estrofa es demoledor, ya que, en esa dicotomía y confrontación entre bondad y maldad, esta última ha ido ganando espacio e importancia, hasta acabar venciendo en la batalla de las ideas: “Si uno vivo en la impostura y otro roba en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de Bastos, caradura o polizón”.
Al final, la maldad se ha
extendido a todos los estratos y colectivos sociales desde los más humildes
(colchonero) hasta los mandamases e instancias de poder (rey de bastos). Si los
que gobiernan en planeta no tienen principios morales ni capacidades…solo nos
pueden llevar a la destrucción. De todas formas, si el mundo está lleno de
gente mala no nos extrañemos de que la gente que está arriba en el poder
también lo sea. El poder es un reflejo o espejo de la sociedad. Y si la
sociedad es mala…pues y sabéis cómo son los que mandan jajjaa
El paralelismo (vive en la impostura/roba en su ambición)
marca muy bien las conductas amorales propias de la sociedad actual, las cuales
se han hecho crónicas y definitivas: verbo (vive, roba) + complemento
suplemento regido (en la impostura/en la ambición)
La tercera estrofa empieza con unas exclamaciones retóricas
que recogen las quejas y el enojo de la voz poética, sobre el devenir de esta
realidad sin valores ni principios morales: Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón. El resultado es una sociedad absurda, un mundo al revés. En lugar
de regirse por los valores del pensamiento ilustrado (razón, sentido común,
progreso, educación…), se rige por la anarquía moral.
La anáfora y el paralelismo enfatizan la polarización de la
sociedad: “Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón”. No obstante, esto
dulcifica y atenúa (aunque solo sea un poquito) el enfoque pesimista del poema.
A pesar del triunfo de la maldad (ladrón), también habrá gente buena en el
mundo que merece la pena conocer (señor). Ladrón y señor funcionan como
antítesis, para referirse a la vileza y a la nobleza/esplendor moral
respectivamente.
A partir de aquí, el yo poético da el salto de la reflexión
teórica y general, al plano del ejemplo y la concreción. Empieza una larga
enumeración de personajes históricos del pasado, que simbolizan las grandezas y
bajezas del ser humano. Estas figuras se dividen en buenos y malos y aparecen
enfrentados: Mezclao con Stravisky va Don Bosco y la Mignon, Don Chico y
Napoleón, Carnera y San Martín”.
Stavinsky es un estafador francés (malo). Don Bosco, el
patrón de los jóvenes, magos, actores y soldados (bueno). Mignon es un
personaje ficcional: una niña maltratada que aparece en una obra de Goethe
(bueno). Don Chicho es el jefe de la magia argentina (malo). Napoleón es el
emperador francés (malo). Carnera es un boxeador italiano que ganaba combates a
base de amaños (malo). Y San Martín, el libertador de Argentina, Chile y Perú
(bueno)
La voz poética recurre a nombres concretos de la historia
para argumentar su tesis de que el mundo es una lucha continua entre bondad y
maldad donde triunfa esta última.
Al final de la tercera estrofa aparece por primera vez la
palabra que da título al tango: “Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclado la vida”. Un
cambalache es un trueque o intercambio de objetos de poco valor. Tiene
connotaciones despectivas, ya que este trocamiento se hace con malicia, con el
objetivo de obtener ganancias fáciles y rápidas, aprovechándose de la buena
voluntad de las personas.
La personificación (“vidriera irrespetuosa de los cambalaches”) enfatiza la degradación del mundo. El ser humano utiliza la realidad para sacar provecho de las cosas, las despoja de la función para que la que fueron creadas y las usan en beneficio propio sin importar los principios morales.
Un trueque no es un acto malo. Los trueques son
intercambios de productos que se hacen para subsistir, sobre todo, en economías
pobres y de subsistencia. En los años 30 era normal que un vecino, por ejemplo,
le diera a otro una gallina a cambio de leche de su vaca. Aquí no hay nada
irreprochable. El problema es cuando se utiliza este acto cotidiano para sacar
beneficios y enriquecerse, aprovechándose y engañando al otro. Ese es el
problema de la humanidad. Convierte su vida en un cambalache, para sacar
provecho de todo lo que le rodea. Se han perdido los principios morales
básicos. Picaresca en estado puro.
Al final, a lo largo de nuestra existencia, nos
encontraremos con gente que hace los trueques sin ningún tipo de maldad, y
otras que intentarán aprovecharse y sacarnos las tripas: “Se ha mezclado la
vida”. Es decir, nos encontraremos gente buena y mala en un mismo espacio. La
diversidad, la heterogeneidad de la que hablábamos en la primera estrofa. Y en
esa batalla de buenos y malos, al final ganando los malos, tal como se refleja
en una de las metáforas más suspicaces y talentosas que se han hecho en la
historia de la literatura: “Y herida por un sable sin remache, ves llorar a la
Biblia junto a un calefón”.
Para entender esta metáfora hay que entender un poquito de
la vida cotidiana y doméstica de la Argentina de los 30.
El circunloquio “sable sin remache” hace referencia a un
gancho donde se colgaba el papel higiénico al lado del inodoro, para poder
limpiarse al acabar de defecar.
A principios del siglo XX era raro encontrarse un cuarto de
baño en una casa. Solo las familias más acomodadas disponían de uno. A partir de
los años 30, el uso del cuarto de baño empezó a generalizarse entre las
familias más modestas. Tenían su retrete, lavabo, y a veces (no siempre) la
ducha. Para calentar el agua se utilizaba el calefón (palabra lunfarda que
significa calentador), al cual alude el tango.
El papel higiénico era un bien de lujo en aquella época,
solo al alcance de unos pocos, así que la gente tenía que ingeniárselas para
poder limpiarse después de pasar por el inodoro. Lo normal era utilizar los
periódicos o el papel que les daban en la verdulería para envolver la fruta.
Sin embargo, en las casas argentinas, también hubo un método bastante curioso
que ahora os voy a explicar. En aquellos años existía la Sociedad Bíblica, un
organismo que se encargaba de difundir el texto bíblico protestante. Era
frecuenta regalar a la gente en calles y plazas públicas ejemplares del sagrado
libro. El papel de biblia poseía una textura suave y fina ideal para poder
limpiarse. Así que imaginad el uso que se le dio a la Biblia…se acababa
colgando del gancho (sable sin remache) y se usaba como papel higiénico para
limpiarse.
La personificación del texto sagrado (“Ves llorar a la
Biblia”) es un paralelismo del sentimiento del yo poético ante la degradación
moral. La Biblia llora al ver el uso para el que ha quedado (higiene después de
la defecación). La voz poética llora porque el mundo es una M… Fijaos con qué
sutileza y elegancia el creador de este tango consiguió expresar una idea tan
indecorosa jajajjaa.
En la última estrofa se describe el momento histórico
contemporáneo con una metáfora médica: “Siglo veinte, cambalache problemático y
febril”. La fiebre suele ser síntoma de una enfermedad, de un problema más o
menos grave. La sociedad está enferma, el hombre está enfermo desde un punto de
vista moral, político y mental. No hay médico ni medicina que lo cure. De ahí
el tono de desesperanza y desánimo. No hay salvación posible. Es una crisis de valores
de proporciones bíblicas.
Recurre al refranero popular para enfatizar la idea de que
el hombre quiere lograr las cosas de una forma fácil y rápida: “El que no llora
no mama”. Solo hay que insistir, pedir y exigir a los demás, una y otra vez,
hasta conseguir lo que quieras. La gente quiere con el menor esfuerzo posible
llegar a la cúspide y a la cima de sus deseos, y a base de compasión y
victimismo, que otros hagan el trabajo sucio, en lugar de esforzarse para
conseguirlo. El camino fácil.
Este refrán quedará desfigurado en el verso siguiente, para
expresar la idea de que el mundo se ha dado la vuelta: “El que no afana es un
gil”. Afanar significa robar, y gil es del lunfardo y significa tonto. Ahora la
maldad es vista como un concepto entrañable, divertido, agradable, permisivo. Y
la bondad, un concepto risible, ridículo, inútil. El mundo al revés. El listo
es el ladrón, y el tonto el que no roba.
La exclamación retórica expresa la indignación del yo por el
devenir del mundo que contempla ante sus ojos: “Qué allá en el Horno, nos vamos
a encontrar!”. Se trata de una amenaza inútil. Siente rabia de ver cómo los
buenos y los malos son iguales ante la Muerte, y no hay justicia. El poder
igualatorio ante la Parca era un tópico de Jorge Manrique: seas la peor persona
del mundo o la mejor, el final le llega a todo el mundo. Nadie se libra de
morir. Ricos y pobres, feos y guapos, buenos y malos, famosos y anónimos. Ahí
no hay diferencia. El Horno es una metáfora del Infierno. El horno es un
elemento que desprende calor…el calor del fuego infernal. El yo poético está
lanzando una maldición contra la infamia del mundo.
No obstante, el final sigue siendo el mismo para todos (la
muerte). De ahí que el yo acabe resignado a aceptar la cruda realidad, mediante
los imperativos: “No pienses más, siéntate a un lado”. No merece la pena
esforzarse por tener principios y dignidad. No sirven para nada en el seno de
la sociedad actual. Como veis, se trata de un final que te deja los pelos de
punta. El mundo no tiene remedio.
Los últimos versos son muy parecidos a los primeros (el
poema posee una estructura cuasi circular), ya que se enumeran una serie de
tipos morales y sociales, divididos en buenos y malos, pero ambos tienen la
misma consideración y estimación social: “Es lo mismo el que labura noche y día
como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata y el que cura, o
está fuera de la ley”
Labura es una palabra del lunfardo que significa “trabajar”.
La comparación intensifica el grado de la función social, y por ende, del deber
moral y personal (como un buey). Los bueyes son animales de trabajo que están
muy explotados en las tareas del campo. A pesar de esa dignificación y elevación
que se pretende dar al esfuerzo, no sirve para nada. Al final, el que vive a
costa de los demás, el chupóptero, el explotador, el que no hace nada, es el
que vence y triunfa en esta vida.
Matar y curar funcionan como antítesis. En un mundo sin
principios ni barreras morales da igual dar que quitar la vida. Están a un
mismo nivel: “Que a nadie le importa si naciste honrado”. Al final, la gente,
en lugar de admirar a grandes talentos y genios que han alcanzado importantes
logros y méritos, idolatran a individuos que se salta las leyes, que son malos,
no tiene valores. Los modelos de influencia son nocivos y negativos. Por eso el
mundo está así. Los más jóvenes se limitan a reproducir e imitar lo que ven. Y
si están rodeados de tanta maldad, no nos podemos extrañar de que acaben
asimilando esa maldad.
Métricamente, los versos tienen entre 5 y 11 sílabas, sin
una disposición y organización concreta. A la rima le pasa lo mismo. Los versos
son libres, salvo excepciones en asonancias (estafaos-amargaos,
despliegue-insolente, niegue-merengue)