El pasado 26 de agosto falleció Manuel de la Calva, componente del Dúo Dinámico. La mejor manera de homenajearlo es analizando una de sus canciones míticas. En este caso, voy a aprovechar la inercia del calendario. Estamos en septiembre. Quedan pocos días para que acabe la estación estival y llegue el otoño. ¿Qué os parece si comentamos "Amor de verano"?
El tema fue compuesto en el año 1963 aunque los más jóvenes lo conocemos gracias a la serie "Verano azul". En el último capítulo, después de la muerte de Chanquete, la pandilla dice adiós a las vacaciones en Nerja. Bea, Desi, Pancho, Javi, Kike, Piraña, Tito y Julia se despiden para siempre, pues es la hora de que todos vuelvan a casa, recuperen la rutina y pongan fin al ocio veraniego. Los acordes de Amor de verano nos hicieron llorar en este último episodio.
Se trata de una balada romántica en la que el yo poético canta a un amor conocido durante las vacaciones estivales y se despide de él sin saber si algún día volverán a verse. En una época sin teléfonos móviles ni redes sociales todas las experiencias vividas en el verano se quedaban en el pueblo donde veraneábamos. El reencuentro era algo imposible y todo quedaba en un recuerdo bonito que se evocaba nostálgicamente.
El final del verano llegó
Y tú partirás
Yo no sé hasta cuando
Este amor, recordarás
Pero sé que, en mis brazos
Yo te tuve ayer
Eso sí que nunca
Nunca, yo olvidaré
Dime, dime, dime, dime, amor
Dime, dime que es verdad
Lo que sientes en tu corazón
Es amor en realidad
Nunca, nunca, nunca, nunca más
Sentiré tanta emoción
Como cuando a ti te conocí
Y el verano nos unió
El final del verano llegó
Y tú partirás
Yo no sé hasta cuando
Este amor, recordarás
Pero sé que, en mis brazos
Yo te tuve ayer
Eso sí que nunca
Nunca, yo olvidaré
........................................
Los primeros versos albergan el tópico del tempus fugit, es decir, el tiempo pasa rápidamente casi sin darnos cuenta: el final del verano llegó...Cada vez que empieza una estación el ser humano percibe que empieza un nuevo periodo en su vida, el cual resulta extenso y casi eterno. Al inicio de las vacaciones pensamos que el verano no se va a acabar. Vemos muy lejos el final. Tenemos muchos días por delante. Sin embargo, poco a poco, las jornadas pasan sin tener consciencia. Las semanas avanzan y cuando nos queramos dar cuenta, llega agosto.
Al final, el verano se pasa y las vacaciones se terminan, tal como sentencia el inicio de la canción, cuyo léxico incluye palabras relacionadas con el calendario (verano), la expiración del tiempo (el final) y la manera en que este se presenta en nuestras vidas gracias al verbo de desplazamiento (llegó).
La sintaxis resulta lapidaria y concisa sin ningún tipo de adorno o rodeo, presentando la problemática de los amores estivales: el final del verano llegó y tu partirás. El futuro de indicativo (partirás) da certeza a los hechos. Se trata de algo seguro, cierto, inminente e indudable: va a pasar sí o sí. No se puede hacer nada para evitarlo.
Las relaciones sentimentales de verano, sobre todo en el contexto de los años sesenta, se daban solo en el ámbito de las vacaciones: dos personas de manera fortuita coinciden en un punto geográfico concreto ya que deciden veranear en el mismo sitio (por ejemplo, en un pueblo costero). Se conocen, empatizan y se enamoran. Ambos sabe que este tipo de interacción afectiva tiene fecha de caducidad ya que cuando se acaben las vacaciones cada uno volverá a su casa y seguirá con su vida y sus rutinas. Por muy bonita que resulte la experiencia, los amores de verano tienen una naturaleza efímera. Contra eso no se puede hacer nada.
La coordinación copulativa une dos hechos que van de la mano, se dan de manera simultánea: cuando ocurre uno, ocurre también el otro: el final del verano llegó Y tu partirás. Se acaban las vacaciones y en ese momento muere la relación.
Frente a la certeza universal de que el tiempo pasa y "mata" el amor, el yo poético plantea un matiz de incertidumbre y duda: yo no sé hasta cuándo este amor recordarás.
La experiencia de lo vivido marca de una manera tan intensa que no se puede olvidar. Nuestra mente se queda con todo lo que hemos sentido ese verano, y lo almacena de por vida. Al ser un amor breve (¿un par de semanas? ¿un mes?...), lo normal es que no dé tiempo a que haya problemas, roces o choques de egos. Tendemos a idealizar y a asociar a esa persona con momentos positivos y maravillosos. De esta manera, el amor de verano deja huella
Por tanto, en el estribillo convive la objetividad y el análisis frío (el final del verano llegó y tu partirás) con la subjetividad y el análisis mental (yo no sé hasta cuándo este amor recordarás...). La negación del verbo cognitivo (yo no sé...) humaniza el contexto dramático (el yo no se queda impasible ante ese final pues busca una manera de que el amor quede dignificado y en lugar de verlo como una derrota en la que saborear la pena y el dolor, quede como algo bonito que recordar con mucho cariño y nostalgia). Esto atenúa la crudeza y la frialdad de la sentencia inicial: aunque el verano ha terminado es posible que los dos miembros de esta pareja recuerden esas vacaciones y lo eleven a la categoría de especial y mágico.
Pensemos en el pensamiento lírico de Cernuda: morir significa desaparecer de la mente del otro. En este caso ha habido una separación obligada por circunstancias temporales y espaciales (cada uno sigue con su vida), pero ambos permanecen conectados por el recuerdo de ese verano. Por tanto, ese amor no ha muerto.
Esto nos lleva a plantear una dicotomía filosófica clásica: materialismo VS espiritualismo. Al final, las cosas materiales caducan, mueren, se estropean, se pierden, se deterioran. En cambio, los sentimientos y las experiencias perduran para siempre en nuestra memoria. Nuestra vida resulta más rica y fructífera cuando conocemos a personas o visitamos lugares. Eso vale más que todo lo material. El ser humano no gana con riquezas físicas tangibles sino con momentos vitales.
El yo poético defiende el enfoque espiritualista: la experiencia con esa persona es lo más valioso de ese verano. El verbo cognitivo da seguridad y rotundidad al pensamiento de la voz lírica: SÉ que en mis brazos yo te tuve ayer.... Fijaos cómo se aplica un verbo de posesión material (tener en los brazos) sobre una realidad esencia, con alma (otro ser humano...). El hecho de haber conocido a esa persona y haber pasado un tiempo con ella (aunque sea un par de semanas en verano) genera una realidad de la que se tiene consciencia y es merecedora de evocarse. Solo por eso, la vida del yo poético resulta mucho más enriquecedora y genial.
Se produce una unión mística entre la primera persona (mis brazos, yo) y la segunda persona (te tuve). El adverbio de tiempo (ayer) representa el pasado, el cual no supone ningún obstáculo para desarrollar un sentimiento de afecto hacia la otra persona. Aunque han pasado muchos años de aquel verano, el yo poético permanece emocionalmente activo. El presente de indicativo (sé) va en sintonía con el pretérito (tuve). No son incompatibles en esta oración.
El amor no solo se proyecta hacia el pasado (tuve), sino hacia la eternidad tal como se manifiesta con el adverbio negativo de frecuencia y el verbo de memoria (nunca yo olvidaré), que crea un lítote, es decir, se niega lo contrario de lo que se quiere afirmar (siempre recordaré = nunca olvidaré).
El yo poético no busca la prolongación oficial de la relación más allá de las vacaciones. Sabe que es imposible ya que cada uno tiene su vida. Sin embargo, se conforma con que haya correspondencia en la percepción de que ha sido un verano maravilloso y los dos se acordarán para toda la vida. El triunfo del amor se produce con el acto del recuerdo, de estar presente en la mente del otro. No hace falta más.
La voz lírica queda tranquila y serena sabiendo que se produce esta conexión mental "ad aeternum". De ahí la insistencia de hallar la respuesta de la otra persona mediante la reduplicación del imperativo con el verbo dicendi (dime dime dime amor) y la anáfora (dime dime dime amor/dime dime que es verdad). El protagonista necesita saber que hay correspondencia para irse en un estado de calma con la sensación de que el amor vivido ese verano ha sido también auténtico para la otra persona: dime que es verdad lo que sientes en tu corazón es amor en realidad.
En este segmento predomina un léxico casi filosófico (verdad, realidad, sentir...). El yo necesita dar trascendencia a lo vivido y elevarlo a la categoría casi de mito.
Como os he dicho, los amores de verano quedan idealizados y el ser humano piensa que esa experiencia se convertirá en la mejor de sus vidas y no habrá otra que la supere. Esto lo vemos en la reduplicación del adverbio de frecuencia (nunca nunca nunca sentiré tanta emoción). Alguien dijo (os remito al tema "Rosas" de La Oreja de Van Gogh) que el amor verdadero es tan solo y los demás son solo para olvidar.
Este tipo de relaciones afectivas juveniles-estivales se viven con tanta autenticidad y verdad que se crea el tópico de que lo primero es siempre lo mejor, y nunca querremos y nos querrán igual. Esta fotografía queda grabada para siempre en nuestro cerebro. La oración subordinada temporal marca el instante en que se produce la conexión con esa persona tan especial y que pasa a formar parte de nuestras vidas: nunca sentiré tanta emoción COMO CUANDO a ti te conocí y el verano nos unió.
La personificación de una entidad abstracta temporal (el verano nos unió) da trascendencia y sentido al tema y a la naturaleza de este amor: se trata de dos personas que se conocieron casualmente durante las vacaciones, con todo lo que eso implica: mucha pasión, mucha verdad, mucho afecto y goce máximo mientras dura el ocio, aunque luego toque decir adiós a nivel físico. Eso sí, a nivel anímico la relación nos marca para toda la vida y siempre la evocaremos con muchísima nostalgia y cariño.