domingo, 27 de noviembre de 2022

Carta a Manuela (Los Romeros de La Puebla): una sevillana en formato epistolar

Con el auge de Internet, las redes sociales, el wasap y en general, las nuevas tecnologías de la era electrónica actual, escribir cartas se ha convertido en una afición residual. Antiguamente, el género epistolar era una vía de comunicación habitual entre familiares, amigos o conocidos que vivían en la distancia por motivos personales, laborales, económicos, políticos o militares. Hoy en día ya no queda nadie que dedique un pelín de su tiempo libre a redactar a mano un texto, con su puño y letra, a sus seres más queridos, informándoles de sus vicisitudes cotidianas lejos del hogar.

La sevillana que os traigo hoy supone una revalorización de la carta como texto cotidiano. Fue compuesta en el año 1986 para los Romeros de la Puebla, dentro de su disco Canto a mi tierra. Se titula Carta a Manuela. 



Manuela, mi buena amiga:

perdón si te hablo de tu.

Me alegraré de que sigas

tan guapa y bien de salud.


¡Que pena que estés tan lejos

y no me puedo mirar

en tus ojos como espejos

mas azules que la mar!...


Manuela, me atrevería

a pedirte por favor

alguna fotografía

dedicada con amor.



Mi buena amiga, hazme caso

y escríbeme alguna vez.

recibe besos y abrazos

de este amigo que lo es.


¡Escríbeme alguna vez!,

tres renglones..., una esquela...

¡escríbeme alguna vez!

...ay Manuela, mi Manuela

¡por favor escríbeme!

.............................................................................

La canción cuenta la historia de una persona (yo poético) que escribe cartas a una amiga (de nombre Manuela) con la que mantuvo una relación bastante especial en el pasado. Por motivos que no sabemos, la destinataria se niega a contestar las cartas, por lo que el protagonista no recibe respuesta alguna a sus envíos, a pesar de insistir, rogar y suplicar a la mujer una y otra vez, que se ponga en contacto con él.

Por lo tanto, se trata de una comunicación unidireccional: hay un emisor (yo poético) que envía un mensaje (carta), a través de un canal (papel escrito), con un código (lengua española) y a un receptor (Manuela), que no contesta. Por tanto, no sabemos cómo acaba la historia ni cuál es la postura y reacción de la figura femenina.

En la primera sevillana asistimos al inicio de la carta, el cual contiene el saludo al destinatario: “Manuela, mi buena amiga”. Lo normal es que aparezca el antropónimo (Manuela), y una aposición que marque el vínculo personal, tipo de relación o consideración social que se tenga al receptor (amiga). El posesivo (mi) y el adjetivo subjetivo-valorativo-elogioso (buena) dan un matiz afectivo, queriendo marcar un tono amistoso y de cariño.

Después, aparece la típica mención a las normas de cortesía: Perdón si te hablo de tú. Cuando se escribía una carta, dependiendo de la persona a la que escribías, se usaba el pronombre tú (para familiares, amigos, gente de confianza) y el usted (para personas mayores, desconocidos, gente a la que se le debe respeto). A veces, con el objetivo de crearse una imagen de modestia y humildad, se pedía disculpas por el uso del tú, aunque realmente nunca fueras a utilizar el usted con esa persona, para así crear una fachada aparente de que eres educado, sabes estar, eres respetuoso…

A continuación, está la típica alusión al estado de salud del destinatario: “Me alegraré de que sigas tan guapa y bien de salud”. Lo normal cuando te pones en contacto con alguien después de algún tiempo es preguntar por la situación personal, el trabajo, la familia, la salud. Son clichés de cortesía. El uso del futuro (alegraré) es una especie de anzuelo para propiciar una respuesta en Manuela, y que la comunicación epistolar siga fluyendo. Con este efecto se pretende que la mujer conteste la carta (aunque solo sea para decir que se encuentra bien y quitarle la posible preocupación por no saber cómo le va). El uso de cuantificadores (tan bien, tan guapa) dan al escrito un carácter afectivo, cariñoso y elogioso, para ganarse la atención de la chica.

En la segunda sevillana el yo poético se lamenta de la distancia física entre Manuela y él. Esto genera un sentimiento de soledad, de ausencia: “Que pena que estés tan lejos y no me puedo mirar en tus ojos”. Está claro para el protagonista que Manuela es una persona importante y necesaria en su vida. El verbo mirar implica un contexto de cercanía, proximidad. Recordad la mística y el acercamiento entre Dios y hombre. Pues aquí algo parecido. El yo sufre por estar lejos y no poder hacer uso de sus sentidos corporales con ella. No puede verla.

Los ojos de Manuela son descritos con una doble comparación “ojos como espejos, más azules que la mar”. El hecho de equiparar a la amada con una realidad de la Naturaleza que connota majestuosidad (el mar), funciona como una especie de piropo o galantería. Los ojos claros, por cierto, formaban parte del canon ideal de belleza petrarquista.

En la tercera sevillana, el yo busca satisfacer, aunque sea de una manera artificial y diferida (a través de una fotografía), su deseo de contemplar a Manuela: “Manuela, me atrevería a pedirte por favor, alguna fotografía dedicada con amor”. Ya que lo la puede ver cara a cara, se conforma con hacerlo a través de signos no lingüísticos icónicos (una foto)

El acto de habla generado por el protagonista es una petición, un ruego, un mandato. Los lingüistas Leech y Lakof decían que este tipo de actos ordenativos suponían un coste/molestia para el receptor y un beneficio para el emisor. Entonces, hay que expresar la orden de una forma delicada, atenuada, no brusca. De ahí el uso del condicional (me atrevería), el indefinido (alguna fotografía) y la locución de cortesía (por favor). El protagonista sabe que crea una situación de incomodidad.

Por un lado, se detectan las ansias del yo por querer mantenerse lo más cerca posible de Manuela dentro de la lejanía. Se agarra a un clavo ardiendo (una fotografía…da igual cual, lo importante es ver su imagen, que es el único vínculo que puede tener de ella en la distancia). Y por otro lado, necesita atención, estima y palabras de ella. De ahí que pida una dedicatoria. Vemos a un yo totalmente dependiente de la figura femenina y no le importa bajarse los pantalones pidiéndole el favor de la foto, o como veremos en la cuarta sevillana, suplicándole que le conteste y le diga algo.

En la última estrofa se intensifica el tono de súplica gracias al imperativo (hazme caso y escríbeme alguna vez). El yo sigue elogiando a la mujer buscando su atención (Mi buena amiga). La similicadencia (hazME, escríbemeME) aumenta la introspección y el dramatismo de la situación

Los últimos versos constituyen la despedida de la carta: “Recibe besos y abrazos de este amigo que lo es”. Plasma en palabras actos sensoriales tactiles típicos de las relaciones humanas presenciales (besos y abrazos) y enfatiza el vínculo afectivo (este amigo que lo es). El presente de indicativo (es) y el demostrativo de cercanía (este) intensifican el cariño del remitente al destinatario, como algo inherente, duradero y eterno. A pesar del tiempo y de la distancia hay buenos sentimientos.

En el estribillo se plasma la desesperación total y absoluta del yo mediante la exclamación retórica y el imperativo (Escríbeme alguna vez!). La imploración no puede ser más explícita y exasperante (Por favor escríbeme), al borde de dañar su propia imagen, honor y dignidad, conformándose con cualquier minucia: “Tres renglones…una esquela”. Si no puede ser posible una carta completa como respuesta, se conforma con un par de líneas o una nota. Los conceptos de esquela y renglón poseen menos extensión que una epístola. Él busca de forma urgente una comunicación con ella, y cualquier elemento que tenga que ver con Manuela, por muy insignificante que sea, le es suficiente. Los puntos suspensivos y las interjecciones marcan los suspiros del yo por la mujer: “…Ay Manuela, mi Manuela”.

Métricamente las sevillanas están formadas por cuartetas: cuatro versos octosílabos que riman primero con tercero y segundo con cuarto (8a 8b 8a 8b). El estribillo es una quintilla: 8a 8b 8a 8b 8a

 


martes, 22 de noviembre de 2022

Ay mi perro: elegía por la muerte de un animal

La copla que vamos a analizar esta tarde, desde un punto de vista literario, puede circunscribirse dentro del género elegíaco. Una elegía es una composición en la que se recoge el lamento por la pérdida de algo o alguien (el tiempo, la vida, la ilusión, un ser querido…). Algo que nosotros teníamos dejamos de tenerlo, y eso genera tristeza, dolor, angustia, pena, frustración…

Cuando las elegías están dedicadas a la muerte de una persona reciben el nombre de poemas fúnebres, endechas o llantos. Por ejemplo, las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de Lorca o la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández. En estos poemas, además de expresar el dolor por la pérdida de alguien, se hace un homenaje y exaltación, con alabanzas y elogios hacia su persona, acercando la elegía al panegírico.

La peculiaridad de la canción de hoy radica en que la elegía no está dedicada a un ser humano, sino a un animal, y más concretamente a un perro. El amor hacia una mascota puede ser tan auténtico, grande y puro, que nos lleva a igualarlo al nivel de una persona (humanización), y hacerle protagonista de este peculiar homenaje

La gente que ha tenido mascota se sentirá muy identificada con este tema, que los maestros Valle y Gordillo compusieron para La Niña de Antequera en 1958. Se titula Ay mi perro. El director cinematográfico manchego Pedro Almodóvar incluyó esta copla dentro de la banda sonora de la película Carne trémula. Todo el mundo que tenga o haya tenido animales en casa, seguramente haya vivido momentos emotivos y dolorosos a la hora de decirles adiós. Como ya sabéis, la muerte forma parte de la vida.


En el Coto Doñana han matao...
mataron mi perro.
A una cierva entre la verde jara
el iba siguiendo.
Por los contornos de Andalucía
no habra otro perro como mi perro,
Ay que bonito cuando saltaba
tras de las liebres por el romero.
Ay que contento cuando volvía.
Con que cuidao me las traía.

Era la llave de mi cortijo
y del ganao su centinela
y no había lobo que se acercara
a los corderos en la ribera.
Era valiente con los valientes
y no lo había con mas nobleza.
Había que verlo cuando jugaba
con mis chiquillos en la dehesa.
¡No habra otro perro como mi perro!

En la fuente de la Cruz de Piedra,
tomillo y romero.
A la sombra de una gris encina
yo enterré a mi perro.
Ya se acabaron mis alegrías
Ay que penita de mi lucero.
El consolaba la pena mía
y de mi vida los sufrimientos.
¡Ay que contento cuando volvía
por esos montes de cacería!

Era la llave de mi cortijo
y del ganao su centinela
y no había lobo que se acercara
a los corderos en la ribera.
Era valiente con los valientes
y no lo había con mas nobleza.
Había que verlo cuando jugaba
con mis chiquillos en la dehesa.
¡No habrá otro perro como mi perro!

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Los recuerdos, las alabanzas, los lloros y las estampas previas y posteriores al momento de la muerte se disponen a lo largo del tema, en el que el dueño del perro, en primera persona, se convierte en portador del dolor y de la tristeza que supone la muerte de un ser querido (aunque sea un animal).

El lamento del yo poético se ve reforzado por las marcas de primera persona, especialmente los posesivos (MI perro, MI cortijo, MIS chiquillos, MIS alegrías) pero también los pronombres personales y las formas verbales (con qué cuidado ME las traía, YO ENTERRÉ a mi perro”). Tened en cuenta que la despedida definitiva es un hecho que genera unos sentimientos íntimos y personales en cada ser humano, y la mejor manera de reflejarlo es con estas marcas.

El óbito del perro tiene lugar en un contexto geográfico real, como es el Parque Natural de Doñana, uno de los parajes protegidos más importantes y conocidos de toda Europa, situado entre las provincias de Huelva y Sevilla.

La descripción del espacio natural cobra una gran importancia en la canción. Una parte importante del léxico está relacionado con el campo semántico de la Naturaleza, ya sean animales (cierva, liebres, lobo, cordero, ganado), vegetales (jara, romero, tomillo, encina) o paisajes (coto, ribera, fuente, dehesa, montes).

Esta copla también se puede concebir como una topografía (descripción de un lugar), en la que el yo poético intenta trasladar impresiones sensitivas (colores, formas, olores, movimientos del mundo natural…) y crear una atmósfera paradisíaca e idílica, muy en la línea del tópico literario del Locus Amoenus. El autor de la canción quiere que el receptor se integre y se sienta dentro de este lugar tan maravilloso como es Doñana.

En cierta medida, este poema bebe de la égloga, que es un género de la literatura grecolatina (Virgilio, Teócrito, Horacio). Estas composiciones están protagonizadas por personajes que expresan sentimientos (de amor, alegría o tristeza) en un entorno natural bonito y sugerente. En este caso, se llora por la muerte de la mascota.

El uso de puntos suspensivos enfatiza el estado de afectación del yo. Cuando estamos tristes y apenados nos cuesta articular palabras, nos cuesta ligar el discurso, nos cuesta precisar la expresión, resulta difícil ser fluido en el habla: En el coto de Doñana han matado….mataron a mi perro. Asumir la cruda realidad (ese perro ha muerto y no lo vas a volver a ver más) es un proceso terrible y doloroso. La muerte es un concepto que en nuestra cultura genera miedo existencial.

El hecho de interrumpir una oración de forma brusca mediante esos puntos suspensivos (…) justo en el elemento que genera miedo (han matado…mataron) proyecta la perturbación emocional de la voz poética ante algo que le aterra. El verbo matar implica acabar con la vida de alguien, sacarle de este mundo, y en general, acabar con su existencia. Nadie está preparado para ver morir a alguien que quiere. El concepto de muerte genera obsesiones y tabúes en la sociedad. De ahí la reduplicación mediante diferentes manifestaciones temporales/formales de una misma idea: han matado /mataron

Estos recursos de suspensión sintáctica y reiteración conceptual son propios de la literatura del pleno Romanticismo. Al ser humano le cuesta asimilar las cosas negativas y tremendas de la realidad. Por eso, la expresión del yo poético no es fluida. Tiene una especie de nudo en la garganta. El poliptoton (el verbo matar aparece en dos tiempos verbales distintos: en pretérito perfecto compuesto “han matado” y en perfecto simple “mataron”) refleja todos esos temores y miedos.

El dueño del perro nos cuenta el momento de la defunción del animal. La muerte es un proceso que no solo afecta a la persona implicada, sino a todos sus seres queridos. La muerte es capaz de poner patas arriba la vida de mucha gente viva. Por eso, ese instante en que se pasa de la vida a la muerte se convierte en un momento trascendental, no solo para el perro, sino para la trayectoria vital del dueño.

Cuando un hecho es importante para nosotros, se tiende a recordar todos los detalles, ya que queda grabado en nuestra biografía: A una cierva entre la verde jara él iba siguiendo.

Como veis, el orden sintáctico queda alterado (hipérbaton), con el fin de dramatizar el contexto. Cuando estamos afectados emocionalmente nos cuesta seguir el orden sintáctico normativo, y por eso, es normal adelantar el complemento directo (a una cierva) y el circunstancial de lugar (entre las verdes jaras) al verbo (iba siguiendo).

Las elegías suelen estar cargadas de elementos de elogio y exaltación hacia la persona fallecida. Es una forma de homenajearla. Un cliché muy frecuente en este tipo de poesía consiste en establecer un contexto comparativo, en el que el elemento vitoreado queda en una situación de superioridad, de superlatividad respecto a los demás de la misma clase: Por los contornos de Andalucía, no habrá otro perro como mi perro

Para cada ser humano, sus seres queridos son siempre los mejores del mundo. Cada persona barre para su casa. Cuando amamos a alguien con toda la pasión del mundo, esta persona siempre será el mejor/la mejor para nosotros. En nuestra escala personal, ese individuo siempre será el mejor posicionado. Nuestros hermanos, padres, abuelos, amigos siempre serán “lo más de lo más”. En este caso, el perro está humanizado, ya que es tratado al nivel de persona.

Una forma de homenajear a alguien que queremos consiste en recordar sus mejores momentos en vida. Al fin y al cabo, mientras esté en la memoria, esa persona seguirá existiendo. Se trata del concepto de vida que tenía Jorge Manrique: mientras ese individuo permanezca anclado en nuestra mente, no morirá del todo.

Se trata de un mecanismo de defensa de la psiqué humana, que en este poema se usa para rebajar el tono lacrimógeno y altisonante del contexto y dar algo de consuelo y esperanza. Aunque la situación dramática es terrible, el hecho de recordar momentos pasados con el perrillo permite a la voz poética esbozar una leve sonrisa.

Todo este se manifiesta mediante las interjecciones y las exclamaciones: Ay, qué bonito cuando saltaba tras de las libres después del romero, Ay, qué contento cuando volvía con qué cuidado me las traía.

Como veis, los recuerdos aparecen insertados en estructuras en paralelismo: Interjección (Ay, Ay) + Pronombre exclamativo (qué/qué) + adjetivo (bonito/contento) + subordinada temporal (cuando saltaba/cuando volvía) + complemento circunstancial (tras las liebres…/con qué cuidado)

En el estribillo predomina el tono panegírico, ya que se pretende exaltar las virtudes y cualidades positivas del perro. Todo esto se refleja con metáforas: Era la llave de mi cortijo, y del ganado su centinela.

Normalmente, los perros ejercen trabajos que generan utilidad para los dueños: vigilan las casas (ladran cuando viene alguien desconocido) y controlan el ganado (que ningún animal se escape del grupo). Por eso se identifica con un elemento con connotaciones militares (centinela). Los perros son excelentes guardianes y hacen tareas de vigilancia

Como podéis observar, se está alabando al perro no solo por lo que es (esencia), sino también por lo que hace o tiene. En ese sentido, todas las elegías incluyen pinceladas materialistas. Seguramente, muchos de vosotros recordéis a vuestras abuelas, por la manera de cocinar, de coser, de hacer la casa…

El homenaje se hace en conjunto, fusionando las cualidades espirituales (psicología, personalidad, moralidad) y materiales (talento, profesionalidad….). En ocasiones, esas alabanzas adquieren matices hiperbólicos, con el objetivo de dar una visión perfecta de esa persona a la que tanto queremos: No había  lobo que se acercara a los corderos en la ribera.

De hecho, en algunas partes del poema encontramos un léxico solemne, que recuerda al de las elegías manriqueñas, con palabras que connotan nobleza y prestigio social: Era VALIENTE con los valientes y no lo había con más NOBLEZA. Parece que se está describiendo al animal como si fuera un noble o caballero medieval, experto en armas y en letras. Esa hipérbole está al servicio del amor hacia. Cuando queremos a una persona tendemos a magnificar sus cualidades, a ensalzarlas (a veces más de lo que son).

La voz lírica proyecta una imagen idílica del perro. Primero, en un registro solemne y trascendental (nobleza, valentía). Después, en un plano más familiar y cercano. Esto dota al tema de ternura y delicadeza: Había que verlo cuando jugaba con mis chiquillos en la dehesa.

Si el yo poético se centrara solo en la parte más material, la imagen del perro quedaría fría y altiva. En una elegía también hay que recurrir a imágenes cálidas y cotidianas, en las que se pueda ver el lado más enternecedor del fallecido. Los caballeros medievales eran valientes y nobles de cara a la galería, pero también sabían tratar con sensibilidad y delicadeza a la dama, cuando estaban en la intimidad. Con el perro pasa lo mismo: es un excelente guardián, pero también quiere mucho a la familia del dueño

Mientras que en la primera parte de la copla el yo lírico hace referencia a los momentos previos y simultáneos a la muerte del animal (lo mataron mientras corría detrás de la cierva), en la segunda parte se recrea en los instantes posteriores a la muerte, y más concretamente en el ritual del entierro.

El contexto post-mortem se circunscribe en un espacio idílico, en el que cobra gran importancia la Naturaleza. Se trata de una especie de Paraíso. El lugar donde el perro descanse en paz para siempre debe ser el lugar más bonito y maravilloso del mundo. De ahí las referencias a elementos bucólicos: En la fuente de la Cruz de Piedra, tomillo y romero. A la sombra de una gris encina yo enterré a mi perro

Como veis, el complemento circunstancial de lugar ocupa una gran extensión en la estructura oracional, ya que es un elemento importantísimo en la configuración de ese Paraíso, indagando en todos los detalles (plantas olorosas, luces y sombras, agua, uso de adjetivos de color…).

A medida que nos acercamos al final de la canción, el llanto y el dolor de la voz poética se intensifican, van in crescendo, como si de un poema romántico se tratara: Ya se acabaron mis alegrías, Ay qué penita. Las interjecciones y exclamaciones enfatizan el lamento. Los elogios se entremezclan con los ayes y muestras de pena. Se recurre a una metáfora típica de la poesía amorosa de cancionero, que es identificar a la persona que quieres con un elemento de carácter astral: Ay qué penita de mi lucero

Ya sabéis que los astros son elementos bonitos, bellos, que dan luz (en el lenguaje de la mística, simbolizan la pasión) y a la vez son inaccesibles (están muy lejos de nosotros). Las cosas inaccesibles están dotadas de valor (como nadie las tiene, muchos darían lo que fuera desde un punto de vista material para tenerlas). Eso es lo que pasa con el can: es un elemento muy preciado e importante para su dueño. Este daría lo que fuera para recuperarlo.

La inaccesibilidad del astro representa la inaccesibilidad de la persona muerta (la vemos, pero no la tocamos; la recordamos, pero no está con nosotros).

Como veis, las imágenes cumplen una doble función: por un lado expresan el llanto (qué pena que el perro no esté conmigo), y por otro lado, el elogio (qué buen perro era, qué noble, qué valiente…). El can, como si fuera una persona, es capaz de alegrarte el día, de darte vitalidad en los momentos difíciles, de ayudarte a llevar la existencia con más optimismo y hacer frente a las adversidades: Él consolaba la pena mía, y de mi vida los sufrimientos.

La anástrofe (de mi vida los sufrimientos=los sufrimientos de mi vida) recalca la idea de perro como amigo, confidente y portador de vitalidad.

El autor del tema lucha con todas sus fuerzas para que el texto no se convierta en una sucesión de lloros y penas. Ante un hecho doloroso, en lugar de ahondar en las mismas miserias una y otra vez (qué desgracia, qué tristeza, qué dolor, qué va a ser mí…) lo que hace es intentar no comerse la cabeza y quedarse con las cosas más bonitas del animal. Para suavizar el tono dramático, el dueño inserta recuerdos y anécdotas positivas: Ay, qué contento cuando volvía por esos montes de cacería

En la canción predomina el verso decasílabo. De vez en cuando, encontramos alguna excepción en forma de hexasílabo (mataron mi perro, él iba siguiendo, tomillo y romero, yo enterré a mi perro).

En las estrofas, los versos pares riman entre sí en asonante (perro-siguiendo-perro-sufrimiento), mientras que los impares permanecen libres (matao, jara, Andalucía, piedra, encina). Un pareado pone el broche de oro a cada una de las estrofas (volvía-traía, volvía-cacería).

En los estribillos, el esquema de la rima se mantiene pero sin pareado final. El estribillo se remata con un verso suelto (No habrá otro perro como mi perro), que es una especie de conclusión o síntesis del mensaje que intenta transmitir el dueño del perro: nuestros seres queridos siempre serán los mejores.