Con el auge de Internet, las redes sociales, el wasap y en general, las nuevas tecnologías de la era electrónica actual, escribir cartas se ha convertido en una afición residual. Antiguamente, el género epistolar era una vía de comunicación habitual entre familiares, amigos o conocidos que vivían en la distancia por motivos personales, laborales, económicos, políticos o militares. Hoy en día ya no queda nadie que dedique un pelín de su tiempo libre a redactar a mano un texto, con su puño y letra, a sus seres más queridos, informándoles de sus vicisitudes cotidianas lejos del hogar.
La sevillana que os traigo hoy supone una revalorización de la carta como texto cotidiano. Fue compuesta en el año 1986 para los Romeros de la Puebla, dentro de su disco Canto a mi tierra. Se titula Carta a Manuela.
Manuela, mi buena amiga:
perdón si te hablo de tu.
Me alegraré de que sigas
tan guapa y bien de salud.
¡Que pena que estés tan lejos
y no me puedo mirar
en tus ojos como espejos
mas azules que la mar!...
Manuela, me atrevería
a pedirte por favor
alguna fotografía
dedicada con amor.
Mi buena amiga, hazme caso
y escríbeme alguna vez.
recibe besos y abrazos
de este amigo que lo es.
¡Escríbeme alguna vez!,
tres renglones..., una esquela...
¡escríbeme alguna vez!
...ay Manuela, mi Manuela
¡por favor escríbeme!
.............................................................................
La canción cuenta la historia de una persona (yo poético) que escribe cartas a una amiga (de nombre Manuela) con la que mantuvo una relación bastante especial en el pasado. Por motivos que no sabemos, la destinataria se niega a contestar las cartas, por lo que el protagonista no recibe respuesta alguna a sus envíos, a pesar de insistir, rogar y suplicar a la mujer una y otra vez, que se ponga en contacto con él.
Por lo tanto, se trata de una comunicación unidireccional:
hay un emisor (yo poético) que envía un mensaje (carta), a través de un canal
(papel escrito), con un código (lengua española) y a un receptor (Manuela), que
no contesta. Por tanto, no sabemos cómo acaba la historia ni cuál es la postura
y reacción de la figura femenina.
En la primera sevillana asistimos al inicio de la carta, el
cual contiene el saludo al destinatario: “Manuela, mi buena amiga”. Lo normal
es que aparezca el antropónimo (Manuela), y una aposición que marque el vínculo
personal, tipo de relación o consideración social que se tenga al receptor
(amiga). El posesivo (mi) y el adjetivo subjetivo-valorativo-elogioso (buena)
dan un matiz afectivo, queriendo marcar un tono amistoso y de cariño.
Después, aparece la típica mención a las normas de cortesía:
Perdón si te hablo de tú. Cuando se escribía una carta, dependiendo de la
persona a la que escribías, se usaba el pronombre tú (para familiares, amigos,
gente de confianza) y el usted (para personas mayores, desconocidos, gente a la
que se le debe respeto). A veces, con el objetivo de crearse una imagen de
modestia y humildad, se pedía disculpas por el uso del tú, aunque realmente
nunca fueras a utilizar el usted con esa persona, para así crear una fachada
aparente de que eres educado, sabes estar, eres respetuoso…
A continuación, está la típica alusión al estado de salud
del destinatario: “Me alegraré de que sigas tan guapa y bien de salud”. Lo
normal cuando te pones en contacto con alguien después de algún tiempo es
preguntar por la situación personal, el trabajo, la familia, la salud. Son
clichés de cortesía. El uso del futuro (alegraré) es una especie de anzuelo
para propiciar una respuesta en Manuela, y que la comunicación epistolar siga
fluyendo. Con este efecto se pretende que la mujer conteste la carta (aunque
solo sea para decir que se encuentra bien y quitarle la posible preocupación
por no saber cómo le va). El uso de cuantificadores (tan bien, tan guapa) dan
al escrito un carácter afectivo, cariñoso y elogioso, para ganarse la atención
de la chica.
En la segunda sevillana el yo poético se lamenta de la
distancia física entre Manuela y él. Esto genera un sentimiento de soledad, de
ausencia: “Que pena que estés tan lejos y no me puedo mirar en tus ojos”. Está
claro para el protagonista que Manuela es una persona importante y necesaria en
su vida. El verbo mirar implica un contexto de cercanía, proximidad. Recordad
la mística y el acercamiento entre Dios y hombre. Pues aquí algo parecido. El
yo sufre por estar lejos y no poder hacer uso de sus sentidos corporales con ella.
No puede verla.
Los ojos de Manuela son descritos con una doble comparación
“ojos como espejos, más azules que la mar”. El hecho de equiparar a la amada
con una realidad de la Naturaleza que connota majestuosidad (el mar), funciona
como una especie de piropo o galantería. Los ojos claros, por cierto, formaban
parte del canon ideal de belleza petrarquista.
En la tercera sevillana, el yo busca satisfacer, aunque sea
de una manera artificial y diferida (a través de una fotografía), su deseo de
contemplar a Manuela: “Manuela, me atrevería a pedirte por favor, alguna
fotografía dedicada con amor”. Ya que lo la puede ver cara a cara, se conforma
con hacerlo a través de signos no lingüísticos icónicos (una foto)
El acto de habla generado por el protagonista es una
petición, un ruego, un mandato. Los lingüistas Leech y Lakof decían que este
tipo de actos ordenativos suponían un coste/molestia para el receptor y un
beneficio para el emisor. Entonces, hay que expresar la orden de una forma
delicada, atenuada, no brusca. De ahí el uso del condicional (me atrevería), el
indefinido (alguna fotografía) y la locución de cortesía (por favor). El
protagonista sabe que crea una situación de incomodidad.
Por un lado, se detectan las ansias del yo por querer
mantenerse lo más cerca posible de Manuela dentro de la lejanía. Se agarra a un
clavo ardiendo (una fotografía…da igual cual, lo importante es ver su imagen,
que es el único vínculo que puede tener de ella en la distancia). Y por otro
lado, necesita atención, estima y palabras de ella. De ahí que pida una
dedicatoria. Vemos a un yo totalmente dependiente de la figura femenina y no le
importa bajarse los pantalones pidiéndole el favor de la foto, o como veremos
en la cuarta sevillana, suplicándole que le conteste y le diga algo.
En la última estrofa se intensifica el tono de súplica
gracias al imperativo (hazme caso y escríbeme alguna vez). El yo sigue
elogiando a la mujer buscando su atención (Mi buena amiga). La similicadencia
(hazME, escríbemeME) aumenta la introspección y el dramatismo de la situación
Los últimos versos constituyen la despedida de la carta:
“Recibe besos y abrazos de este amigo que lo es”. Plasma en palabras actos
sensoriales tactiles típicos de las relaciones humanas presenciales (besos y
abrazos) y enfatiza el vínculo afectivo (este amigo que lo es). El presente de
indicativo (es) y el demostrativo de cercanía (este) intensifican el cariño del
remitente al destinatario, como algo inherente, duradero y eterno. A pesar del
tiempo y de la distancia hay buenos sentimientos.
En el estribillo se plasma la desesperación total y absoluta
del yo mediante la exclamación retórica y el imperativo (Escríbeme alguna
vez!). La imploración no puede ser más explícita y exasperante (Por favor
escríbeme), al borde de dañar su propia imagen, honor y dignidad, conformándose
con cualquier minucia: “Tres renglones…una esquela”. Si no puede ser posible
una carta completa como respuesta, se conforma con un par de líneas o una nota.
Los conceptos de esquela y renglón poseen menos extensión que una epístola. Él
busca de forma urgente una comunicación con ella, y cualquier elemento que
tenga que ver con Manuela, por muy insignificante que sea, le es suficiente.
Los puntos suspensivos y las interjecciones marcan los suspiros del yo por la
mujer: “…Ay Manuela, mi Manuela”.
Métricamente las sevillanas están formadas por cuartetas:
cuatro versos octosílabos que riman primero con tercero y segundo con cuarto
(8a 8b 8a 8b). El estribillo es una quintilla: 8a 8b 8a 8b 8a