Clausuramos nuestro homenaje a Julio Romero de Torres con una copla que se concibe como una elegía a la muerte del afamado pintor cordobés. Este romance por bulerías fue compuesto en el año 1945 por los maestros Ramón Perelló y Genaro Monreal, para la voz de la inconfundible Antoñita Moreno. Se trata del primer éxito de la artista sevillana, que popularizó en su espectáculo Filigranas. Hoy traemos al blog Puentecito
El título hace alusión a uno de los monumentos más importantes de la ciudad de Córdoba, y que Julio Romero de Torres inmortalizó como fondo de sus cuadros: el puente de San Rafael. Este puente, inaugurado en los años cincuenta, une la Avenida del Corregidor con la Plaza de Andalucía, cruzando el río Guadalquivir. Está formado por ocho arcos de 25 metros de luz con una longitud entre los estribos de 217 metros.
El arquitecto ciudadrealeño Santiago García Gallego se encargó de su diseño. Muy pronto, este puente se convirtió en uno de los símbolos más emblemáticos de la ciudad califal. Y Julio Romero de Torres, como buen cordobés, lo dibujó en muchos de sus retratos como parte del decorado.
Piconera, piconera,
dime por qué llevas llevas
cinta negra en el sombrero
y la carita de pena.
Y la carita de pena
y esos ojitos de duelo.
¿En qué carroza de estrella
se marchó Julio Romero?
Dime, dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito
se lo han llevaíto
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero,
donde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
Cordobesa, cordobesa,
quítate ese traje negro
y mata en flor tu tristeza,
que vive Julio Romero.
Que duerme, que está durmiendo,
no llores que lo despiertas.
Y está velando su sueño
su chiquita piconera.
Dime, dime, puentecito,
puente de San Rafael.
Dime por qué caminito
se lo han llevaíto
para no volver.
¿Dónde está Julio Romero,
donde está, por qué se fue?
Dímelo tú, puentecito,
puente de San Rafael.
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Al tratarse de una copla elegíaca, tenemos un yo poético que se lamenta por la muerte de alguien. En este caso, se llora por la pérdida del conocido pintor. Como en toda elegía, no faltan las interrogaciones existenciales, las muestras de cariño y afecto, la búsqueda de la consolación, las referencias al duelo y al dolor, el tópico del Ubi Sunt, y la aparición de elementos que forman parte del legado artístico y cultural de la persona fallecida, como una forma de darle homenaje.
Por eso, a lo largo del poema se hace alusión a muchos de los elementos que aparecen en los cuadros del pintor: las mujeres cordobesas, la famosa “Chiquita Piconera” (que ya analizamos el otro día), o el propio puente de San Rafael, con el que el yo poético dialoga en busca de consuelo y una explicación racional que dé sentido a un hecho tan doloroso como es la partida de don Julio.
Aunque la melodía resulta alegre y festiva, el contenido de la copla no es para nada divertido. Muchas veces, un soniquete bailable y pegadizo, no es sinónimo de tema ligero. Una cosa es la forma, y otra el contenido. Y el contenido de esta canción es serio y trascendental: se habla de la muerte de alguien.
En la primera estrofa, mediante un vocativo o apóstrofe, el yo poético se dirige a uno de los personajes más emblemáticos de los cuadros de Julio Romero: Piconera, piconera…. Ya os conté una vez lo que era la profesión de piconero: una persona que se encarga de fabricar carbón de picón, que después se prende en los braseros. Al pintor cordobés le encantaba representar este tipo de escenas costumbristas.
El inicio de la copla supone la creación de una atmósfera fúnebre y mortecina, típica de la elegía, donde predomina un léxico relacionado con el dolor, el llanto y la pérdida de un ser querido: Dime por qué llevas CINTA NEGRA en el sombrero, la carita de PENA y esos ojitos de DUELO
Mediante el imperativo (Dime…) el yo poético se adentra poco a poco en ese ambiente luctuoso. En lugar de introducir el elemento tabú de una manera directa y agresiva (la muerte, que es un concepto que conmociona e incomoda al oyente), prefiere hacerlo de una manera suave y lateral, mediante la interrogación indirecta (Dime por qué…) que no necesita respuesta. El yo poético quiere saber la causa de la tristeza de la piconera, y esa causa no es otra que la muerte del pintor. La muerte se introduce de una manera elegante y discreta, sin necesidad de darle mucha rimbombancia. Todo mediante rodeos y paráfrasis que eviten pronunciar la palabra maldita (muerte).
Ya sabéis que el color negro está relacionado con el luto, es decir, con la expresión externa de los sentimientos de pena que nos produce la muerte de alguien: Cinta negra en el sombrero….
Antiguamente era bastante común que al morir una persona importante, sus seres queridos guardaran luto, y durante un tiempo se vistieran con ropa negra, como símbolo de la pérdida. De ahí que la piconera lleve una cinta de color negro en el sombrero.
Tened en cuenta que el personaje de la piconera se ha quedado huérfana. Su creador, el pintor Julio Romero de Torres, acaba de morir. Y eso es un golpe muy duro para ella: ha muerto su dibujante, su inventor. De no ser por él, el personaje de la piconera no hubiera tenido tanta celebridad en el contexto de la pintura andaluza. De ahí que lleve luto, y su expresión corporal transmita tristeza y dolor (carita de pena, ojitos de duelo). Ha muerto alguien importante.
Córdoba, la piconera y la mujer cordobesa están muy agradecidos y por eso sienten tanto la pérdida del pintor. Sienten que le deben algo, y por eso le hacen este homenaje, y lloran por su muerte. Cuando el amor y el dolor son sinceros, los sentimientos internos tienen repercusiones externas: en los gestos, en la mirada: Carita de pena, ojitos de duelo. El diminutivo (carita, ojitos) da a la expresión un carácter afectivo. La piconera siente mucho afecto y amor por su pintor.
Al final de la primera estrofa se alude al hecho místico de la teología cristiana: al morir una persona, su alma asciende a los cielos para unirse a la divinidad. Ese misticismo queda enmascarado bajo una atmósfera de festividad y triunfalismo, mediante la interrogación retórica: ¿En qué carroza de estrella se marchó Julio Romero?”. Tened en cuenta que acaba de morir una persona famosa e importante, y cuando una persona es importante, hay que rendirle todos los honores, despedirle como se merece. De ahí ese ambiente de pomposidad y solemnidad (la carroza, las estrellas) a la hora de representar el hecho místico (su alma se eleva a los cielos).
Una carroza supone exaltar, honorar y elevar a alguien en una posición de importancia (Julio Romero de Torres es una persona distinguida, que merece ese tratamiento). Las estrellas están relacionadas con la fama, con el éxito, con la eternidad, con el valor. Las estrellas al ser objetos inalcanzables, tienen mucho valor. Julio Romero de Torres es una estrella.
El verbo de movimiento (se MARCHÓ Julio Romero) funciona como eufemismo del término morirse. Ya sabéis que la idea de muerte aterra a mucha gente. Entonces, para evitar pronunciar algo tan feo y con tantas connotaciones negativas, se prefiere utilizar un verbo normal de movimiento, como metáfora y eufemismo del acto de muerte: se fue, se marchó, ya no está...
En el estribillo, el yo poético se dirige al puente cordobés mediante el imperativo reduplicado y el vocativo (Dime, dime, puentecito), el cual se alarga mediante una aposición explicativa (Puente de San Rafael) en la que se precisa el nombre concreto de ese puente: no se trata de un puente cualquiera, sino del puente de San Rafael de Córdoba, que tan bien dibujó Julio Romero de Torres en sus cuadros. Es SU puente. El diminutivo (puentecito) se intercala con el sustantivo normal (puente), dando un toque afectivo a algo que fue tan importante para el pintor cordobés.
En las elegías es habitual encontrar reflexiones existenciales, mediante las cuales el yo poético busca responder a ciertos interrogantes sobre la presencia de la muerte en nuestras vidas. La muerte es un hecho tan natural, como enigmático y caprichoso. ¿Por qué nos tenemos que morir con lo bonito que es vivir? ¿Qué pasa al morir? ¿Dónde vamos? En esta copla no solo encontramos lamentos, sino también reflexiones e inquietudes sobre el hecho propio de la muerte, con un imperativo que da un carácter impaciente al discurso: Dime por qué caminito se lo han llevaíto para no volver. El yo poético tiene ansia de saber cosas sobre la muerte, a dónde vamos, qué pasa después. La anáfora marca la insistencia y desesperación del yo poético: Dime, puentecito…/Dime por qué caminito…
Los diminutivos (caminito, llevaito) dan un toque de suavidad y dulzura a un hecho doloroso y trágico como es la muerte. La negación del infinitivo marca un pensamiento rotundo y verdadero, aunque suene duro: NO volver. La vida es un acto que solo se da una vez. Una vez morimos, ya no hay posibilidad de volver a vivir: nacemos, crecemos y morimos. La metáfora del camino evoca a la poesía manriqueña: abandonamos la senda de la vida para coger la linde de la muerte (Dime por qué caminito se lo han llevaito para no volver...).
Las marcas de tercera persona del plural configuran una oración impersonal de sujeto indefinido (se lo haN llevaíto…), ya que detrás de la muerte existe mucho misterio. No sabemos la identidad del sujeto, no sabemos quién se lleva a Julio Romero de Torres, no sabemos definir quién es el agente de la muerte. Lo relevante es que se ha muerto, ya no va a volver al mundo de los vivos.
En la segunda parte del estribillo detectamos uno de los tópicos literarios más emblemáticos de la literatura de corte elegíaca: el ubi sunt: “¿Dónde está Julio Romero, dónde está, por qué se fue”? La anáfora (¿Dónde está Julio Romero/ Dónde está…) da rotundidad y fuerza a dicho tópico. No somos nadie. La muerte arrasa con todo. Un día estás aquí y al siguiente has desaparecido para siempre.
El yo poético se pregunta por el paradero de la persona fallecida, en este caso del pintor cordobés. Todas las personas, por muy poderosas, ricas, famosas y grandes que sean, terminan en el hoyo. Una de las características del mundo terrenal y sensorial (y el ser humano) es su fugacidad: la vida tiene una duración limitada. Todos nosotros tenemos una fecha de caducidad. Ante un hecho tan evidente como el de la muerte, el yo poético intenta hacerse preguntas racionales y concretas: ¿Dónde está toda esa gente tan buena que se ha muerto? La muerte no entiende de ética ni de clase social.
El yo poético busca en el puente de cordobés una respuesta a ese Ubi Sunt, respuesta que nunca llega: Dímelo, tú, puentecito, puente de San Rafael.
El tema de la muerte ha generado mucha fascinación y reflexión por parte de todos nosotros, sin llegar a una teoría científica y racional sólida. El pronombre personal de segunda persona de singular (tú) ayuda a personificar el puente, a darle viveza, a convertirlo en un ser con alma. El yo poético dialoga con él como si fuera una persona. Es una manera de homenajear la pintura de Julio Romero: sus paisajes eran vivos, coloridos, motrices, dinámicos. Hay vida en su interior. Por eso, el yo poético trata al puente casi como una persona. No obstante, nunca encontrará respuesta a ese interrogante . El resultado es el vacío, la nada (al fin y al cabo, el puente es un elemento inanimado, por mucho que nos empeñemos en darle vida). La realidad es la que es y no se puede hacer nada. Todo el mundo vamos a morir algún día.
En la segunda estrofa el yo poético se dirige a otro de los personajes más conocidos de las pinturas de Torres: la bella mujer cordobesa. De nuevo se recurre a un vocativo reduplicado: Cordobesa, cordobesa
En este segmento se plantea la cuestión de "la tercera vida manriqueña”. Me explico. Jorge Manrique hablaba de tres vidas: la vida terrenal (la del mundo sensorial), la espiritual (la del cielo) y una tercera vida, que era la del recuerdo que dejas a los vivos una vez hayas muerto. Todas las personas dejamos nuestra huella en el mundo, en forma de amor y cariño, obras artísticas, acciones solidarias (y otras no tan solidarias jajaja). Aunque hayamos muerto, la gente siempre nos recordará por lo que fuimos e hicimos. Mientras haya gente que nos recuerde, seguiremos vivos. Esa es la tercera vida según Jorge Manrique: el recuerdo de nuestros actos y de nuestros dichos (fama)
Es una manera de buscar consuelo ante el dolor de la pérdida: Julio Romero de Torres ha muerto, pero sus pinturas, sus retratos, sus paisajes siempre quedarán en el recuerdo. Todo el mundo, contemplando esos cuadros, está recordando al afamado pintor cordobés. Aunque su cuerpo no esté, su legado quedará vivo para siempre. Todo el mundo lo recuerda. Por eso, el yo poético invita a la mujer cordobesa a no sentirse triste por la muerte del pintor. Le anima mediante el imperativo a despojarse de todos los elementos de luto y duelo: Cordobesa, cordobesa, quítate ese traje negro y mata en flor tu tristeza...
La mejor manera de hacer feliz a la persona fallecida que quieres, es sentirte pleno contigo mismo: vivir la vida que sigue su curso, disfrutar de las cosas maravillosas del mundo. El mecanismo para matar la tristeza es la flor, que funciona como metáfora de lo bonito, bello y placentero. Es muy doloroso perder a alguien, pero hay que tener vitalidad, disfrutar de las cosas buenas que siguen quedando en el mundo. Eso es lo que la persona fallecida querría de nosotros: vernos felices y contentos.
Al fin y al cabo, esa persona a la que quieres seguirá viva en tu recuerdo, en tu memoria. No ha muerto del todo. Este pensamiento aparece en muchos plantos, endechas y panegíricos, y es una manera de dar consuelo a los vivos. La consolatio es una de las partes fundamentales de los textos elegíacos.
Por eso, el yo poético insiste en que Julio Romero de Torres sigue vivo en el recuerdo de todos nosotros: Que vive Julio Romero, que duerme que está durmiendo, no llores que lo despiertas. Aunque la persona muerta no vuelve a estar físicamente entre nosotros, su alma queda en la memoria, y no debemos hacer cosas que a ella no le gustaría (estar tristes, llorar...). Podríamos decir que su cuerpo está "descansando en paz”, como en un estado de sueño. Muchas veces, cuando estamos dormidos, nos enteramos de cosas que pasan a nuestro alrededor. Con los muertos pasa algo parecido: aunque no estén, son como ángeles de la guarda que se enteran de todo lo que nos pasa.
El poliptoton proyecta el recuerdo de la persona hacia la eternidad, tanto al presente intemporal (presente de indicativo “duerme”) como al presente actual más inmediato (gerundio “durmiendo”). La persona muerta estará siempre en nuestro recuerdo: ahora (gerundio) y siempre (presente intemporal).
Todo el mundo creado por Julio Romero de Torres está al servicio de su memoria y recuerdo. Todo lo que ha sembrado durante su vida (por ejemplo, el cuadro de la Chiquita Piconera), se convierte en símbolo de su esencia y queda grabado para siempre en la memoria de la humanidad: Y está velando su sueño, su chiquita piconera...
La chiquita Piconera, Córdoba, la mujer cordobesa, el puente de San Rafael…todo nos evoca al pintor y a su pintura, al artista y su mundo. Toda la gente que lo recuerda está “velando su sueño”, teniendo recuerdos entrañables, dándole amor, dedicándole palabras y cosas bonitas. Aunque la persona muera, el amor hacia ella no tiene que desaparecer. El cuerpo tiene caducidad, pero la memoria y el afecto no.
Métricamente, las estrofas están constituidas por octavillas, es decir, ocho versos de arte menor (octosílabos) que siguen este esquema: 8a 8a 8b 8a 8a 8b 8a 8b. La rima es asonante (piconera-llevas-pena-estrella, sombrero-duelo-Romero).
-La quintilla está formada por cinco versos de arte menor (en este caso, octosílabos y hexasílabos) que siguen este
esquema: 8a 8b 8a 6a 6b.
-La copla está formado por cuatro versos octosílabos. El segundo rima con el cuarto, y el primero y el tercero quedan libres: 8- 8a 8- 8a.
La rima de los estribillos es
consonante (puentecito-caminito-llevaíto) y asonante (Rafael-volver).